sábado, 7 de septiembre de 2013

Nueve/once. Las formas de lo irrepetible



Mario Szichman
(Una versión resumida de este artículo fue publicada el 11/09/2013 en Tal Cual http://www.talcualdigital.com/Nota/visor.aspx?id=91862&tipo=AVA)
Nueve/Once[i]

“Estuve tentado de preguntarle al bombero

Cuanto se prolongarían esas nubes de ceniza.

Y de repente advertí la total ridiculez de la cuestión.

¿Cómo podía el bombero contar con esa información?

¿En cuántas ocasiones un edificio de 110 pisos

Colapsa totalmente en el suelo?”



John Bussey, Eye of the Storm: One Journey through Desperation and Chaos.

THE WALL STREET JOURNAL, 12 de septiembre de 2001





En la década de los sesenta surgió en Estados Unidos el happening, un espectáculo multidisciplinario donde se combinaba la actuación de artistas profesionales, la improvisación, y la activa participación de la audiencia. El happening podía ocurrir en cualquier parte: en sótanos, en viviendas, e inclusive en callejuelas.  La narrativa no era lineal. Tampoco se usaban las unidades aristotélicas de tiempo y espacio. Muchas cosas podían ocurrir de manera simultánea. La interacción eliminaba la distancia entre el artista y el espectador.

Posiblemente el ataque a las torres gemelas fue el más grande happening en la historia del mundo. En ese gigantesco escenario del crimen, en esa monumental pira funeraria, durante 102 minutos, se registró un happening. Y de no ser por el recuerdo de los sobrevivientes,  y por algunas imágenes recogidas por fotógrafos y por video cámaras, tendríamos una experiencia mucho más menguada de lo que ocurrió.

En ese anfiteatro de la muerte que moldearon las torres gemelas en el momento en que se estrelló el primer avión, la realidad fue fusionando las escenas, las formas se trastocaron.

Durante los primeros minutos, hasta que cayó la primera torre, la Torre Sur (la segunda en ser embestida), el happening consistió básicamente en el alud de escombros y de cuerpos, en el incremento feroz del incendio, en una evacuación parcialmente ordenada.

Ya ese primer incendio fue el peor con el que debieron lidiar los bomberos en toda la historia de Nueva York. Más de diez pisos ardían al mismo tiempo en cada torre, atrapando a centenares de personas, impidiéndoles todo escape. Y la zona del Trade World Centre siguió ardiendo durante 99 días, más que ninguna otra conflagración registrada en una ciudad atacada con bombas incendiarias durante la segunda guerra mundial.

El fin del primer ataque devolvió cierta tranquilidad a los ocupantes de la Torre Sur. Faltaban 19 minutos para que fuese embestida. Inclusive se aventuró un retorno a la normalidad. Con el estrellamiento del segundo avión, el happening empezó a desplegar sus alas, y fue cambiando la disposición de los espectadores. Mientras se iniciaba la fuga de quienes estaban cerca de las torres gemelas o habían logrado evacuar la primera torre, llegaban al lugar los corderos del sacrificio, bomberos y personal de emergencia que se introducían en la torre para no retornar.

Con el colapso de la primera torre el paisaje volvió a alterarse. La Torre Sur se abatió en el suelo como esas carpas de campaña a las que les quitan los postes, y dejó asomar el límpido cielo de Manhattan. Pero también el cielo fue rápidamente oscurecido por los incendios, por el humo, por el detritus del calcinado concreto.

Con el derrumbe de la Torre Norte, el paisaje volvió a cambiar. Un edificio que había permanecido erguido durante años a casi 400 metros de altura se transformó en una inmensa montaña de escombros. El derrumbe también generó un simulacro de huracán. Una gigantesca nube surgió de la torre derribada y comenzó a perseguir a los sobrevivientes.

Los ataques pueden también ser considerados el derby de demolición más gigantesco de la historia. Más de un millón y medio de toneladas de residuos fueron acarreados de las ruinas del World Trade Center rumbo a Fresh Kills,[ii] en Staten Island, que se transformó en el mayor basurero de escombros en la historia.

En ese happening se borraron las distancias entre los espectadores y los actores. A veces, los actores mataron a los espectadores. Algunos jumpers, las personas que se lanzaron desde los pisos últimos de las torres gemelas, cayeron sobre las personas que los observaban incrédulas, o  contra quienes acudían a salvarlos, arrastrándolos en sus muertes.

Y para resguardarse de esos cuerpos letales, algunos descubrieron que una precaria barrera de protección estaba constituida por los techos de plástico transparente situados a la entrada de las torres.

Jack, director de los servicios médicos de emergencia del Presbyterian Hospital, descubrió la imposibilidad de marchar de una torre a la otra tras la llegada del primer avión. Los jumpers estaban saltando del edificio y constituían un peligro para nosotros”, dijo. Hasta que uno de sus subordinados descubrió un método: protegerse de los jumpers bajo esas marquesinas de plástico. “Uno podía ver cuando una persona se estrellaba contra el techo transparente”, dijo Jack.” Luego rebotaba, sin penetrarlo”.

También los animales participaron en el macabro espectáculo, ofreciendo un momento de alivio, y hasta de diversión. Los perros de la unidad de rescate K-9 [iii]estaban entrenados para encontrar sobrevivientes. Pero a medida que pasaban las horas había menos heridos que rescatar. Ni siquiera había cadáveres enteros. Lo único que había era millares de restos de seres humanos formando una inestable aleación con el concreto, con los escombros, con las vigas de acero. Y los perros, que cuando se ponen melancólicos adquieren los ojos más tristes del mundo, comenzaron a observar a sus cuidadores con una mirada que partía el alma, pues no lograban rescatar a nadie.

Hasta que a uno de esos cuidadores se le ocurrió hacer otro happening. Christine, una veterana de la policía de Nueva York, dijo que algunos voluntarios acordonaron un área de escombros en The Pile, la pira funeraria de las torres gemelas. Varios de ellos, incluida Christine, se ocultaron entre los escombros y comenzaron a gemir, como si estuvieran heridos.

“Y luego se envió a los perros a esa zona”, dijo Christine. “Los perros comenzaron a ladrar alborozados al descubrir sobrevivientes. Todos los presentes empezaron a aplaudirlos. La vida retornó al lugar luego que simulamos que estábamos siendo rescatados por los perros. Fue algo emocionante, maravilloso, y hasta divertido”.

También los muertos celebraron sus cumpleaños en el transcurso de ese happening. Un detective de la policía de Nueva York que trabajó en the bucket brigade, la brigada del balde, buscando cualquier objeto que pudiera identificar a una persona, participó, con un grupo de compañeros en un homenaje a un compañero muerto que ese día cumplía años. “Le cantamos el cumpleaños feliz”, dijo el detective. “La carpa donde celebramos el cumpleaños estaba repleta de rescatistas. Fue realmente una cosa extraña. Inclusive la madre del muerto preparó una torta para la celebración”.

Ya se trate de la cifra más conservadora de 50 muertos, de la cifra más cercana a la realidad de 200, ningún previo happening contó con tantos jumpers, que se suicidaron de manera escalonada. El periodista Tom Junod dijo que fue “como si cada individuo hubiese necesitado ver a otro congénere saltar, antes de conseguir el coraje suficiente para arrojarse por las ventanas”.

Los jumpers empezaron a saltar al vacío poco después que el primer avión se estrelló contra la Torre Norte. Siguieron arrojándose al vacío hasta que la torre se derrumbó, una hora, 41 minutos y 45 segundos luego del impacto del avión de American Airlines, vuelo 11.

Junod dijo que saltaron de manera gradual, una vez “los cielorrasos cayeron y los pisos colapsaron. Algunos saltaron para poder respirar una vez más antes de morir. Saltaron con persistencia,  desde los cuatro costados del edificio, y desde todos los pisos situados por encima y en torno a la letal herida del edificio. Una fotografía, tomada a cierta distancia, muestra a un grupo de personas saltando en una secuencia perfecta, como paracaidistas, formando un arco compuesto de tres personas separadas a corta distancia, una de otra, descendiendo de manera pareja”.

No todos querían morir. Nuevos artefactos se incorporaron al espectáculo. Algunas personas improvisaron paracaídas, usando cortinas y manteles. Lograron postergar algunos segundos su muerte, hasta que el feroz viento arrancó las telas de sus manos. 

Otros artificios fueron creados al calor del momento, y luego desechados en las llamas. No hay fotos de la trompa o de la cola de los aviones emergiendo de los edificios en llamas. Pero sí persisten en los recuerdos de rescatistas y sobrevivientes. Carol, la policía de la División de Tránsito observó la  cola del avión de American Airlines despuntando de la Torre Norte.

“El avión estaba incrustado en el edificio y no parecía muy grande”, dijo luego. Pero la cola indicaba que se trataba de un gran aparato. “No muchas personas vieron la cola del avión”, dijo Carol, “pues una vez el combustible del jet goteó en el edificio, hubo una explosión, y el avión desapareció”.

Por su parte Carolyn Kyle, una muchacha que trabajaba en una de las torres y quería celebrar sus 30 años de vida luciendo un vestido rojo y gracia a  eso salvó su vida[iv] , observó no sólo la bola de fuego que consumía la Torre Norte. Al mirar hacia arriba, con los ojos entrecerrados para eludir el resplandor del sol, vio asomar el cono de la trompa del avión, y la cascada de escombros plateados, y un diluvio de cuerpos con sus brazos y sus piernas estirados en una mortal zambullida.

“Estaba contemplando el infierno”, dijo Carolyn, “y el infierno recién comenzaba”.

El crematorio más grande del mundo funcionó varios días seguidos en The Pile, la gigantesca pira funeraria en que quedaron convertidas las torres gemelas[v]. The Pile se convirtió luego en The Pit, la fosa, una vez sus escombros fueron transportados a Fresh Kills, Staten Island, una isla situada frente a la parte baja de Manhattan, que se transformó en la escena del crimen más grande del mundo, y una década más tarde, en un parque estatal donde se intenta hacer olvidar su previo uso.

Edward Conlon, un ex policía, ahora un exitoso novelista policial, recordó en la revista The New Yorker “los meses irreales que pasé en Fresh Kills, donde tuvimos que luchar con las gaviotas para impedirles que nos arrebataran trozos de cadáveres”.

Conlon trabajó en Fresh Kills pues era “considerado una escena de crimen”: la escena de crimen más indescifrable del mundo.

Para febrero de 2005, la oficina del médico forense de la ciudad de Nueva York había emitido 2.752 certificados de defunción vinculados a los ataques del 11 de septiembre. De esos certificados, 1.588, sólo un 58 por ciento correspondían a restos humanos identificados a través del ADN. Pero, según The Associated Press, hay en la oficina del médico forense “unos 10.000 huesos y fragmentos de tejidos que no coinciden con la lista de los muertos”. Todavía en el 2006, fragmentos de huesos seguían apareciendo en el área de las torres gemelas donde obreros de la construcción se aprestaban a demoler el dañado edificio del Deutsche Bank.


[i] Para los norteamericanos, los ataques se registraron el 9/11 del 2001, pues primero ponen el mes (septiembre) y luego la fecha, a diferencia de lo que se hace en muchos países, en que la fecha antecede al mes. El detalle no es trivial. Hay evidencias de que quienes planearon los ataques dieron inclusive la fecha: 11/9. Hubo intercepción de esos datos, y algunos analistas de inteligencia dedujeron que los atentados se concretarían el nueve de noviembre.
[ii] Aunque la traducción literal de Fresh Kills sería asesinatos nuevos o flamantes, el nombre del lugar proviene de la palabra holandesa kille, que significa “lecho del río” o “canal de agua”.
[iii] K-9 juega con la onomatopeya de la letra “K” y el número 9 (nine)  para armar la palabra “canine”, canino.
[iv] Carole estaba tan empecinada en comprar el vestido, que se quedó aguardando a que abrieran la tienda. Su hora de ingreso a la oficina era a las 8:00 de la mañana. La tienda abrió a las 8:30. Cuando Carole estaba pagando por el vestido, se registró el primer ataque.
[v] “The Pile”, el montón, fue el término que usaron los obreros de grupos de rescate para describir las toneladas de escombros que se acumularon tras el colapso de las torres gemelas. Esos obreros nunca usaron el término más dramático de “Ground Zero” empleado por las organizaciones periodísticas y por funcionarios gubernamentales. Ground Zero describe el epicentro de una explosión causada por una bomba de gran poder.

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