lunes, 3 de junio de 2013

Chávez firmó el Acta de la Independencia de Venezuela




Mario Szichman


Durante la primera presidencia de Ronald Reagan se lanzó una campaña para acabar con los sandinistas en Nicaragua. Y se volvió a usar la teoría del dominó, como ocurrió en la guerra de Vietnam. En la época de Lyndon Johnson se decía que si Vietnam caía en poder de los comunistas, el resto del sudeste asiático pronto le seguiría.
                Según la propaganda del gobierno de Reagan, el sandinismo representaba la avanzada de una marea roja que pronto afectaría a toda Centroamérica y a México. (Recuerdo que cuando emisarios estadounidenses les informaron a funcionarios mexicanos de la posible invasión comunista a México, éstos no se inmutaron. Según explicaron, confiaban en que el ejército norteamericano intervendría para impedir la intrusión).
Tanto machacó el gobierno de Reagan que Nicaragua era un segundo Vietnam, que cuando hicieron una encuesta para determinar si el pueblo norteamericano estaba enterado de la posición geográfica de ese país, un 64 por ciento de los entrevistados dijo que Nicaragua quedaba en el sudeste asiático.
Otra demostración de lavado de cerebro integral es la campaña que realiza el gobierno de Venezuela para convencer a los habitantes de esa nación que Hugo Chávez fue uno de los firmantes del Acta de la Independencia.
Según informó el periódico Tal Cual (29 de mayo de 2013) “Un facsimil digital del Acta de la Independencia, que contiene una reproducción fiel de la versión original fue modificado con la finalidad de añadirle la firma del fallecido Hugo Chávez Frías. El objeto se encuentra en el museo de La Casa de las Primeras Letras Simón Rodríguez, ubicada en el bulevar Panteón, entre las esquinas Veroes y Jesuitas”.
El historiador Alejandro López, encargado de La Casa de las Primeras Letras, explicó que modificaron el Acta de Independencia disponible en la sala digital porque “consideramos a Hugo Chávez como otro prócer de la Independencia” que “merece como cualquier otro venezolano tener su firma allí”.
Es evidente que el chavismo se propone borrar el pasado de Venezuela y hacer creer que la historia se inició cuando Hugo Chávez Frías tomó el poder en 1999. Hasta ha creado heroínas inexistentes, como la generala post-mortem Dolores Dionisia Santos Moreno, también conocida como “La Inmortal de Trujillo”, un flagrante invento del historiador chavista Huma José Rosario Tavera.
LA RECONSTRUCCIÓN DE LA HISTORIA.

Una expresión bastante común en estas tierras es “If you have it, flaunt it!” Si usted posee algo (muy especial) pues haga gala de ello. Bueno, yo tengo una cualidad: puedo anticipar el futuro. Es algo que todo amante de la historia conoce, pues no hay nada nuevo, salvo lo olvidado.
En El 18 Brumario de Luis Napoleón Bonaparte, un modelo de trabajo periodístico, Carlos Marx citó a Hegel diciendo que la historia ocurre dos veces, la primera como tragedia, y la segunda como comedia. Parece que Hegel nunca dijo eso, pero la frase, posiblemente inventada por Marx, es excelente.
En la Venezuela chavista la historia se da primero como farsa, y luego como payasada. No creo que haya otra experiencia política similar al chavismo en las crónicas de América Latina. Y eso, quizás, está exacerbado por la ausencia total de ridículo. El presidente de Argentina Juan Perón decía que se retorna de todas partes menos del ridículo. Pero él creció en la Argentina, y aunque su experiencia como agregado militar en la Italia de Benito Mussolini le aflojó un poco los músculos, seguía teniendo el miedo al ridículo que convierte a los habitantes de Buenos Aires en seres tan envarados.
Por suerte Chávez era un caribeño hijo y nieto de venezolanos (la herencia española ha salvado a los hermanos Castro de incurrir en bufonadas). Chávez viajó y regresó tantas veces del ridículo que finalmente quedó acorazado contra él. No voy a repetir las hazañas de Chávez en materia de mal gusto, de gestos improcedentes, de bravatas que no impresionaban a nadie pues era imposible que se concretasen. Como decía Borges de cierto mal poeta, describir a Chávez en sus desaguisados sería “una declaración de rencor”.
Tras indicar que la historia se daba dos veces, la primera vez como tragedia, la segunda como comedia o farsa, Marx añadió que los líderes de cada época se vestían con ropas antiguas. Los romanos se disfrazaron de griegos, y los revolucionarios franceses de romanos. Y aunque Marx no vivió para verlo, los revolucionarios rusos usaron emblemas y decretos copiados de la Revolución Francesa.
Hugo Chávez estaba prendado de Simón Bolívar. Tan prendado, que en una ocasión ordenó desenterrar sus restos, convencido de que El Libertador había sido envenenado por la oligarquía colombiana y que la orden había venido de Francisco de Santander, su lugarteniente durante la guerra de liberación. ¿Y después de eso qué? ¿Pensaba Chávez sentar en el banquillo de los acusados al cadáver de Santander? ¿Y por qué no? La iglesia católica, que parece más seria que el chavismo, juzgó el putrefacto cuerpo del papa Formoso durante el sínodo del cadáver de enero de 897.

LOS REDUCIDORES DE CABEZAS.

En esa maravilla de ensayo histórico que es El culto a Bolívar, el historiador venezolano German Carrera Damas reproduce Cirene, un relato del gran narrador Enrique Bernardo Nuñez . El relato describe la evolución de los cireneses, que “vivían entregados al culto de sí mismos y al de sus héroes”. Pero había entre esos héroes un ser no solo inmortal sino inmarcesible. Y los cireneses “lo proclamaron el hombre más grande de la tierra”. Todos los habitantes de Cirene se dedicaron a ser historiadores “y a vivir en el pasado remoto. Esculpieron aquel nombre en columnas, arcos y templos. Y al pie de una montaña erigieron un panteón, rematado por una torre llena de símbolos”. Finalmente, el héroe se convirtió en un dios “a quien rendían el culto más ferviente”. Los sucesivos tiranos que gobernaron Cirene, decía Enrique Bernardo Nuñez, “permitían este culto y lo favorecían. Encontraban así un medio seguro de hacerse perdonar sus latrocinios”.
Mientras los demás pueblos avanzaban hacia el porvenir, los cireneses se recluyeron en el tiempo en que había vivido el héroe máximo. Y un día, Cirene desapareció, tras quedar paralizada por una historia demasiada remota, y por el tedio de los cireneses, hartos de adorar a un héroe demasiado perfecto.
Pasaron los siglos, hasta que una expedición antropológica visitó las ruinas de Cirene y descubrió varios cráneos. En la región frontal y en el occipucio  “había un vago diseño de figura humana”. Por otra parte, los cráneos “eran reducidísimos comparados con los de otros contemporáneos”. Finalmente, los antropólogos descubrieron la causa de esa anormalidad. “El diseño”, dijo Nuñez, “tenía extraña semejanza con la efigie del héroe cirenés grabada en las monedas y medallas”. Como había una sola obsesión en Cirene, el culto al endiosado héroe, su perfil terminó adueñándose “del cráneo de los desdichados cireneses” .
A mediados de 2010, el periódico Tal Cual de Venezuela comenzó a publicar una edición dominical. (Previamente, salía de lunes a viernes). Ofrecí escribir una columna semanal y dedicarla al líder máximo. El título genérico era Crónicas del siglo XXI, y llegó un momento en que pensé escribir un libro titulado Nuestro líder máximo: lecturas de moral razonada.
La columna estaba escrita en primera persona. Me convertí en un cronista que adoraba los extraños caprichos del comandante en jefe. Era una especie de doctor Watson, cuya única misión en la vida era  robustecer el culto a la personalidad del presidente Chávez.  En esas columnas expliqué que el comandante había cambiado no solamente a Venezuela, sino al mundo. Había creado la Misión Curándose en Salud, donde cada enfermo elegía la dolencia de su predilección; había derogado los gobiernos anteriores, la muerte y el insulto (Apenas si permitía un ¡Pardiez! o un ¡Voto a bríos!), había disuelto las fronteras y reciclado los espejismos para destinarlos a fines pacíficos, y había creado un sistema de justicia en el cual los propios delincuentes, mediante la autogestión, se imponían las penas que consideraban adecuadas. También informé que Chávez  había abolido los números redondos sustituyéndolos por logaritmos, había viajado a Marte en la máquina del tiempo para destruir los designios del capitalismo salvaje, había escrito un relato superando en ventas a Don Quijote de la Mancha, y había creado la Misión ¡Vamos todos a parir! Donde tanto las mujeres como los hombres estaban obligados a quedar en estado interesante, pues, según expliqué, el comandante era partidario de la igualdad de los sexos.
Era inevitable que en algún momento de su vida el líder máximo incursionara en el pasado para alterarlo y perfeccionarlo. Y lo consiguió.
El 2 de julio de 2011, casi dos años antes que El historiador Alejandro López incorporara la firma del fallecido presidente venezolano al Acta de la Independencia, yo anticipé el episodio en una crónica donde informé del viaje del líder máximo a nuestro remoto pasado. Publico el trabajo no por vanagloria, sino para ilustración de las generaciones futuras.

EL 5 DE JULIO Y EL LÍDER MÁXIMO.
                  El líder máximo ya está totalmente recuperado, tan alegre y dicharachero como siempre. Pero durante algunos días, una honda melancolía afectó su espíritu. Inclusive se llegó a temer por su salud.
Se tejieron miles de conjeturas, una más perversa que la otra. El líder máximo no quiso salir al paso de ninguna de ellas. Pues a mediados de 2011, cuando una honda zozobra afectó el solar patrio, él estaba haciendo algo mucho más trascendental: salvar el 5 de julio de 1811 y nuestro primer grito de libertad,  para que no cayera en manos de la funesta oligarquía.
¿Podríamos celebrar el bicentenario de nuestra independencia si no hubiera sido por la milagrosa intervención del líder máximo? Tengo mis dudas.
Cuando recorríamos la Caracas de hace dos siglos (el líder máximo me dio una cola en su máquina del tiempo) latía en todos los corazones el sueño de una patria independiente. Pero muchos decían que “Por ahora”, el sueño era imposible de realizar.
Mientras el Congreso de Venezuela marchaba a paso de carreta por culpa de tanto escuálido que temía proclamar la independencia, se realizaban en la Sociedad Patriótica sesiones tumultuosas, a imitación de los clubes franceses liderados por Robespierre y Danton, que propulsaron la Gran Revolución.
Tuvimos ocasión de escuchar arrobados las alocuciones de don Francisco de Miranda, de Simón Bolívar, de José Félix Ribas, y de otros próceres. El gran Muñoz Tebar, apenas un adolescente, de figura endeble y delicada, de tez blanca y pura, como lo describió Juan Vicente González, dijo a la multitud reunida en la Sociedad Patriótica: “Hoy es el natalicio de la revolución. Termina un año perdido en sueños de amor por el esclavo de Bonaparte” esto es, Fernando Séptimo, que disfrutaba opíparamente en el castillo-prisión al cual lo había confinado Napoleón. Luego, Muñoz Tébar reclamó con estentórea voz: “¡Que principie ya el año primero de la independencia y la libertad!” La sala de la Sociedad Patriótica casi se derrumbó por los aplausos.
Simón Bolívar, apenas un mozalbete, habló en esa magna reunión y marcó el derrotero que nos guiaría hacia los campos de Carabobo. Bolívar criticó al Congreso nacional por decir que los proyectos debían prepararse con calma. “¿Trescientos años de calma no bastan?”, preguntó Bolívar, y exigió que el Congreso pusiera “sin temor la piedra fundamental de la libertad sudamericana”, pues “vacilar es sucumbir”.
Y al final, pudimos oír el más bello de los discursos de la incipiente república: el de Coto Paúl, el tribuno al que González calificó de “cíclope, con dos agujeros por ojos, afeado por la viruela, de cabeza enorme cubierta de erizadas cerdas, de ideas febriles servidas por una voz de trueno".
Nadie podrá olvidar las palabras de Coto Paúl: “¡La anarquía! Esa es la Libertad cuando para huir de la tiranía desata el cinto y desanuda la cabellera ondosa. ¡La anarquía! Cuando los dioses de los débiles, la Desconfianza y el Pavor la maldicen, yo caigo de rodillas en su presencia.
“Señores: que la Anarquía, con la antorcha de las furias en la mano, nos guíe al Congreso para que su humo embriague a los facciosos del Orden y la sigan por calles y plazas, gritando ¡Libertad!”
Una vez Coto Paúl finalizó el discurso, sentí como un nudo en la garganta. Y en ese momento advertí que el líder máximo no parecía muy complacido. Su rostro se ensombreció, y me invitó a abandonar la reunión.
–Esa mención a la anarquía me ha puesto a temblar– me dijo el líder máximo. –Debo hablar con los jefes de la revolución para consolidar el proceso. Esta rebelión habla con demasiadas voces. Si no hay respeto a las jerarquías, la revolución sucumbirá.
El líder máximo me alojó en la posada del Ángel –sitio histórico donde tres años antes los mantuanos estuvieron a punto de ajusticiar al teniente francés que anunció la decisión de Napoleón de tomar posesión de nuestras colonias– y se dirigió a la Sociedad Patriótica.
Ignoro qué consejos ofreció nuestro líder máximo. Pero pude observar que le formulaba una severa crítica a Simón Bolívar. Por suerte el mozalbete aceptó de buena gana la reprimenda mientras miraba al suelo con porfía. Parecía avergonzado de recibir semejante regaño de una figura tan excelsa como nuestro Comandante. Estoy convencido de que la declaración de la independencia se salvó gracias a su intervención. Inclusive hay un texto donde Bolívar habla maravillas de un desconocido que llegó a Caracas en un extraño carruaje, cambiando decisivamente el curso de la revolución.
El 5 de julio de 1811 recorrí con el líder máximo la engalanada ciudad mariana de Caracas. Para celebrar la independencia se construyeron motivos alegóricos. En un balcón del Congreso pusieron una tensa muselina. Luces teatrales colocadas detrás de la tela transparente iluminaron siluetas de figuras que hicieron la pantomima de la firma del Acta de Independencia. Todas las figuras eran de tamaño normal, con excepción de una silueta descomunal en la cual se podía reconocer a nuestro Comandante en Jefe.
Frente al Consulado se erigieron columnatas sacadas de entre los bastidores del teatro Coliseo, y se rindió homenaje a José María España. Sus hijos arriaron una bandera con los colores de Colombia al tope de un mástil clavado en el sitio donde el protomártir fue ejecutado por los godos.
Toda la población compartió los bailes de máscaras. Tras ser veneradas durante siglos, las ropas de religiosos fueron usadas como disfraces en el teatro Coliseo. Otras fueron quemadas en festivales republicanos.
–Pudimos proclamar la independencia– me dijo el líder máximo tras rubricar el Acta  mientras el reflejo de las llamas bailoteaba en su rostro. –Pero ¿es posible perdurar con semejantes excesos? ¿Qué sentido tiene profanar las ropas de los religiosos? Cuando pienso en el destino de algunos de nuestros próceres: Miranda muriendo en La Carraca, dos docenas de familiares de Bolívar exterminados por los españoles, la cabeza frita de José Félix Ribas colgando de una jaula, me pregunto ¿cómo enderezar el rumbo? ¿Cómo conseguir que dos siglos después nuestra patria florezca y no vuelva a ser víctima de guerras intestinas?
Eso sumió a nuestro líder máximo en una honda melancolía que lo obligó a abandonar el cargo por algunos días. Afortunadamente, durante su ausencia, los cuadros que creó en el curso de su Revolución Bonita enfrentaron con firmeza y talento todas las amenazas internas y externas y la patria siguió avanzando a paso de vencedor, transformándose en un ejemplo para el mundo.
Y ahora que la pesadilla ha quedado atrás, el líder máximo vuelve a sus labores exhibiendo renovado entusiasmo. Y me ha pedido que transmita a los lectores este sencillo mensaje: “Sepan todos que esta patria, como lo enunció el Libertador, perdurará, y será gloriosa. Y perdurará, simplemente, porque es caribe, y no boba”.

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