Mario Szichman
Durante la
primera presidencia de Ronald Reagan se lanzó una campaña para acabar con los
sandinistas en Nicaragua. Y se volvió a usar la teoría del dominó, como ocurrió
en la guerra de Vietnam. En la época de Lyndon Johnson se decía que si Vietnam
caía en poder de los comunistas, el resto del sudeste asiático pronto le
seguiría.
Según
la propaganda del gobierno de Reagan, el sandinismo representaba la avanzada de
una marea roja que pronto afectaría a toda Centroamérica y a México. (Recuerdo
que cuando emisarios estadounidenses les informaron a funcionarios mexicanos de
la posible invasión comunista a México, éstos no se inmutaron. Según
explicaron, confiaban en que el ejército norteamericano intervendría para
impedir la intrusión).
Tanto machacó
el gobierno de Reagan que Nicaragua era un segundo Vietnam, que cuando hicieron
una encuesta para determinar si el pueblo norteamericano estaba enterado de la
posición geográfica de ese país, un 64 por ciento de los entrevistados dijo que
Nicaragua quedaba en el sudeste asiático.
Otra
demostración de lavado de cerebro integral es la campaña que realiza el
gobierno de Venezuela para convencer a los habitantes de esa nación que Hugo
Chávez fue uno de los firmantes del Acta de la Independencia.
Según informó
el periódico Tal Cual (29 de mayo de 2013) “Un facsimil digital del Acta de la
Independencia, que contiene una reproducción fiel de la versión original fue
modificado con la finalidad de añadirle la firma del fallecido Hugo Chávez
Frías. El objeto se encuentra en el museo de La Casa de las Primeras Letras
Simón Rodríguez, ubicada en el bulevar Panteón, entre las esquinas Veroes y
Jesuitas”.
El historiador
Alejandro López, encargado de La Casa de las Primeras Letras, explicó que
modificaron el Acta de Independencia disponible en la sala digital porque
“consideramos a Hugo Chávez como otro prócer de la Independencia” que “merece
como cualquier otro venezolano tener su firma allí”.
Es evidente
que el chavismo se propone borrar el pasado de Venezuela y hacer creer que la
historia se inició cuando Hugo Chávez Frías tomó el poder en 1999. Hasta ha
creado heroínas inexistentes, como la generala post-mortem Dolores Dionisia
Santos Moreno, también conocida como “La Inmortal de Trujillo”, un flagrante
invento del historiador chavista Huma José Rosario Tavera.
LA RECONSTRUCCIÓN DE LA HISTORIA.
Una expresión bastante común en estas tierras es “If you have it, flaunt it!” Si usted posee algo (muy especial) pues haga gala de ello. Bueno, yo tengo una cualidad: puedo anticipar el futuro. Es algo que todo amante de la historia conoce, pues no hay nada nuevo, salvo lo olvidado.
En El 18
Brumario de Luis Napoleón Bonaparte, un modelo de trabajo periodístico, Carlos
Marx citó a Hegel diciendo que la historia ocurre dos veces, la primera como
tragedia, y la segunda como comedia. Parece que Hegel nunca dijo eso, pero la
frase, posiblemente inventada por Marx, es excelente.
En la
Venezuela chavista la historia se da primero como farsa, y luego como payasada.
No creo que haya otra experiencia política similar al chavismo en las crónicas
de América Latina. Y eso, quizás, está exacerbado por la ausencia total de
ridículo. El presidente de Argentina Juan Perón decía que se retorna de todas
partes menos del ridículo. Pero él creció en la Argentina, y aunque su
experiencia como agregado militar en la Italia de Benito Mussolini le aflojó un
poco los músculos, seguía teniendo el miedo al ridículo que convierte a los
habitantes de Buenos Aires en seres tan envarados.
Por suerte
Chávez era un caribeño hijo y nieto de venezolanos (la herencia española ha
salvado a los hermanos Castro de incurrir en bufonadas). Chávez viajó y regresó
tantas veces del ridículo que finalmente quedó acorazado contra él. No voy a
repetir las hazañas de Chávez en materia de mal gusto, de gestos improcedentes,
de bravatas que no impresionaban a nadie pues era imposible que se concretasen.
Como decía Borges de cierto mal poeta, describir a Chávez en sus desaguisados
sería “una declaración de rencor”.
Tras indicar
que la historia se daba dos veces, la primera vez como tragedia, la segunda
como comedia o farsa, Marx añadió que los líderes de cada época se vestían con
ropas antiguas. Los romanos se disfrazaron de griegos, y los revolucionarios
franceses de romanos. Y aunque Marx no vivió para verlo, los revolucionarios
rusos usaron emblemas y decretos copiados de la Revolución Francesa.
Hugo Chávez
estaba prendado de Simón Bolívar. Tan prendado, que en una ocasión ordenó
desenterrar sus restos, convencido de que El Libertador había sido envenenado
por la oligarquía colombiana y que la orden había venido de Francisco de
Santander, su lugarteniente durante la guerra de liberación. ¿Y después de eso
qué? ¿Pensaba Chávez sentar en el banquillo de los acusados al cadáver de
Santander? ¿Y por qué no? La iglesia católica, que parece más seria que el
chavismo, juzgó el putrefacto cuerpo del papa Formoso durante el sínodo del
cadáver de enero de 897.
LOS REDUCIDORES DE CABEZAS.
En esa maravilla de ensayo histórico que es El culto a Bolívar, el historiador venezolano German Carrera Damas reproduce Cirene, un relato del gran narrador Enrique Bernardo Nuñez . El relato describe la evolución de los cireneses, que “vivían entregados al culto de sí mismos y al de sus héroes”. Pero había entre esos héroes un ser no solo inmortal sino inmarcesible. Y los cireneses “lo proclamaron el hombre más grande de la tierra”. Todos los habitantes de Cirene se dedicaron a ser historiadores “y a vivir en el pasado remoto. Esculpieron aquel nombre en columnas, arcos y templos. Y al pie de una montaña erigieron un panteón, rematado por una torre llena de símbolos”. Finalmente, el héroe se convirtió en un dios “a quien rendían el culto más ferviente”. Los sucesivos tiranos que gobernaron Cirene, decía Enrique Bernardo Nuñez, “permitían este culto y lo favorecían. Encontraban así un medio seguro de hacerse perdonar sus latrocinios”.
Mientras los
demás pueblos avanzaban hacia el porvenir, los cireneses se recluyeron en el
tiempo en que había vivido el héroe máximo. Y un día, Cirene desapareció, tras
quedar paralizada por una historia demasiada remota, y por el tedio de los
cireneses, hartos de adorar a un héroe demasiado perfecto.
Pasaron los
siglos, hasta que una expedición antropológica visitó las ruinas de Cirene y
descubrió varios cráneos. En la región frontal y en el occipucio “había un vago diseño de figura humana”. Por
otra parte, los cráneos “eran reducidísimos comparados con los de otros
contemporáneos”. Finalmente, los antropólogos descubrieron la causa de esa
anormalidad. “El diseño”, dijo Nuñez, “tenía extraña semejanza con la efigie
del héroe cirenés grabada en las monedas y medallas”. Como había una sola
obsesión en Cirene, el culto al endiosado héroe, su perfil terminó adueñándose
“del cráneo de los desdichados cireneses” .
A mediados de
2010, el periódico Tal Cual de
Venezuela comenzó a publicar una edición dominical. (Previamente, salía de
lunes a viernes). Ofrecí escribir una columna semanal y dedicarla al líder
máximo. El título genérico era Crónicas
del siglo XXI, y llegó un momento en que pensé escribir un libro titulado Nuestro líder máximo: lecturas de moral
razonada.
La columna
estaba escrita en primera persona. Me convertí en un cronista que adoraba los
extraños caprichos del comandante en jefe. Era una especie de doctor Watson,
cuya única misión en la vida era
robustecer el culto a la personalidad del presidente Chávez. En esas columnas expliqué que el comandante
había cambiado no solamente a Venezuela, sino al mundo. Había creado la Misión
Curándose en Salud, donde cada enfermo elegía la dolencia de su predilección;
había derogado los gobiernos anteriores, la muerte y el insulto (Apenas si
permitía un ¡Pardiez! o un ¡Voto a bríos!), había disuelto las fronteras y
reciclado los espejismos para destinarlos a fines pacíficos, y había creado un
sistema de justicia en el cual los propios delincuentes, mediante la
autogestión, se imponían las penas que consideraban adecuadas. También informé
que Chávez había abolido los números
redondos sustituyéndolos por logaritmos, había viajado a Marte en la máquina
del tiempo para destruir los designios del capitalismo salvaje, había escrito
un relato superando en ventas a Don
Quijote de la Mancha, y había creado la Misión ¡Vamos todos a parir! Donde
tanto las mujeres como los hombres estaban obligados a quedar en estado
interesante, pues, según expliqué, el comandante era partidario de la igualdad
de los sexos.
Era inevitable
que en algún momento de su vida el líder máximo incursionara en el pasado para
alterarlo y perfeccionarlo. Y lo consiguió.
El 2 de julio
de 2011, casi dos años antes que El historiador Alejandro López incorporara la
firma del fallecido presidente venezolano al Acta de la Independencia, yo
anticipé el episodio en una crónica donde informé del viaje del líder máximo a
nuestro remoto pasado. Publico el trabajo no por vanagloria, sino para
ilustración de las generaciones futuras.
EL 5 DE JULIO Y EL LÍDER MÁXIMO.
El
líder máximo ya está totalmente recuperado, tan alegre y dicharachero como siempre.
Pero durante algunos días, una honda melancolía afectó su espíritu. Inclusive
se llegó a temer por su salud.
Se tejieron
miles de conjeturas, una más perversa que la otra. El líder máximo no quiso
salir al paso de ninguna de ellas. Pues a mediados de 2011, cuando una honda
zozobra afectó el solar patrio, él estaba haciendo algo mucho más
trascendental: salvar el 5 de julio de 1811 y nuestro primer grito de
libertad, para que no cayera en manos de
la funesta oligarquía.
¿Podríamos
celebrar el bicentenario de nuestra independencia si no hubiera sido por la
milagrosa intervención del líder máximo? Tengo mis dudas.
Cuando
recorríamos la Caracas de hace dos siglos (el líder máximo me dio una cola en
su máquina del tiempo) latía en todos los corazones el sueño de una patria
independiente. Pero muchos decían que “Por ahora”, el sueño era imposible de
realizar.
Mientras el
Congreso de Venezuela marchaba a paso de carreta por culpa de tanto escuálido
que temía proclamar la independencia, se realizaban en la Sociedad Patriótica
sesiones tumultuosas, a imitación de los clubes franceses liderados por
Robespierre y Danton, que propulsaron la Gran Revolución.
Tuvimos
ocasión de escuchar arrobados las alocuciones de don Francisco de Miranda, de
Simón Bolívar, de José Félix Ribas, y de otros próceres. El gran Muñoz Tebar,
apenas un adolescente, de figura endeble y delicada, de tez blanca y pura, como
lo describió Juan Vicente González, dijo a la multitud reunida en la Sociedad
Patriótica: “Hoy es el natalicio de la revolución. Termina un año perdido en
sueños de amor por el esclavo de Bonaparte” esto es, Fernando Séptimo, que
disfrutaba opíparamente en el castillo-prisión al cual lo había confinado
Napoleón. Luego, Muñoz Tébar reclamó con estentórea voz: “¡Que principie ya el
año primero de la independencia y la libertad!” La sala de la Sociedad
Patriótica casi se derrumbó por los aplausos.
Simón Bolívar,
apenas un mozalbete, habló en esa magna reunión y marcó el derrotero que nos
guiaría hacia los campos de Carabobo. Bolívar criticó al Congreso nacional por
decir que los proyectos debían prepararse con calma. “¿Trescientos años de
calma no bastan?”, preguntó Bolívar, y exigió que el Congreso pusiera “sin
temor la piedra fundamental de la libertad sudamericana”, pues “vacilar es
sucumbir”.
Y al final,
pudimos oír el más bello de los discursos de la incipiente república: el de
Coto Paúl, el tribuno al que González calificó de “cíclope, con dos agujeros
por ojos, afeado por la viruela, de cabeza enorme cubierta de erizadas cerdas,
de ideas febriles servidas por una voz de trueno".
Nadie podrá
olvidar las palabras de Coto Paúl: “¡La anarquía! Esa es la Libertad cuando
para huir de la tiranía desata el cinto y desanuda la cabellera ondosa. ¡La
anarquía! Cuando los dioses de los débiles, la Desconfianza y el Pavor la
maldicen, yo caigo de rodillas en su presencia.
“Señores: que
la Anarquía, con la antorcha de las furias en la mano, nos guíe al Congreso
para que su humo embriague a los facciosos del Orden y la sigan por calles y
plazas, gritando ¡Libertad!”
Una vez Coto
Paúl finalizó el discurso, sentí como un nudo en la garganta. Y en ese momento
advertí que el líder máximo no parecía muy complacido. Su rostro se
ensombreció, y me invitó a abandonar la reunión.
–Esa mención a
la anarquía me ha puesto a temblar– me dijo el líder máximo. –Debo hablar con
los jefes de la revolución para consolidar el proceso. Esta rebelión habla con
demasiadas voces. Si no hay respeto a las jerarquías, la revolución sucumbirá.
El líder
máximo me alojó en la posada del Ángel –sitio histórico donde tres años antes
los mantuanos estuvieron a punto de ajusticiar al teniente francés que anunció
la decisión de Napoleón de tomar posesión de nuestras colonias– y se dirigió a
la Sociedad Patriótica.
Ignoro qué
consejos ofreció nuestro líder máximo. Pero pude observar que le formulaba una
severa crítica a Simón Bolívar. Por suerte el mozalbete aceptó de buena gana la
reprimenda mientras miraba al suelo con porfía. Parecía avergonzado de recibir
semejante regaño de una figura tan excelsa como nuestro Comandante. Estoy
convencido de que la declaración de la independencia se salvó gracias a su
intervención. Inclusive hay un texto donde Bolívar habla maravillas de un
desconocido que llegó a Caracas en un extraño carruaje, cambiando decisivamente
el curso de la revolución.
El 5 de julio
de 1811 recorrí con el líder máximo la engalanada ciudad mariana de Caracas.
Para celebrar la independencia se construyeron motivos alegóricos. En un balcón
del Congreso pusieron una tensa muselina. Luces teatrales colocadas detrás de
la tela transparente iluminaron siluetas de figuras que hicieron la pantomima
de la firma del Acta de Independencia. Todas las figuras eran de tamaño normal,
con excepción de una silueta descomunal en la cual se podía reconocer a nuestro
Comandante en Jefe.
Frente al
Consulado se erigieron columnatas sacadas de entre los bastidores del teatro
Coliseo, y se rindió homenaje a José María España. Sus hijos arriaron una
bandera con los colores de Colombia al tope de un mástil clavado en el sitio
donde el protomártir fue ejecutado por los godos.
Toda la
población compartió los bailes de máscaras. Tras ser veneradas durante siglos,
las ropas de religiosos fueron usadas como disfraces en el teatro Coliseo. Otras
fueron quemadas en festivales republicanos.
–Pudimos
proclamar la independencia– me dijo el líder máximo tras rubricar el Acta mientras el reflejo de las llamas bailoteaba
en su rostro. –Pero ¿es posible perdurar con semejantes excesos? ¿Qué sentido
tiene profanar las ropas de los religiosos? Cuando pienso en el destino de
algunos de nuestros próceres: Miranda muriendo en La Carraca, dos docenas de
familiares de Bolívar exterminados por los españoles, la cabeza frita de José
Félix Ribas colgando de una jaula, me pregunto ¿cómo enderezar el rumbo? ¿Cómo
conseguir que dos siglos después nuestra patria florezca y no vuelva a ser
víctima de guerras intestinas?
Eso sumió a
nuestro líder máximo en una honda melancolía que lo obligó a abandonar el cargo
por algunos días. Afortunadamente, durante su ausencia, los cuadros que creó en
el curso de su Revolución Bonita enfrentaron con firmeza y talento todas las
amenazas internas y externas y la patria siguió avanzando a paso de vencedor,
transformándose en un ejemplo para el mundo.
Y ahora que la
pesadilla ha quedado atrás, el líder máximo vuelve a sus labores exhibiendo
renovado entusiasmo. Y me ha pedido que transmita a los lectores este sencillo
mensaje: “Sepan todos que esta patria, como lo enunció el Libertador,
perdurará, y será gloriosa. Y perdurará, simplemente, porque es caribe, y no
boba”.
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