jueves, 13 de junio de 2013

El brazo erecto de Hitler



Mario Szichman

    ¿Se puede escribir una buena narración sobre Adolfo Hitler? ¿Se puede escribir algo más sobre Adolfo Hitler? No tengo estadísticas, pero en alguna parte leí que Hitler es el personaje más reseñado de la historia. (Al parecer, en segundo lugar figura Napoleón Bonaparte). El relato más inquietante sobre Hitler fue escrito por el cuentista británico Roald Dahl, quien siempre logró combinar la ironía y el horror, aunque, al mismo tiempo, hizo maravillas en el territorio de la literatura infantil, al tratar a los niños como adultos, y al prodigar cuentos de un humor muy sombrío. Los cuentos de Dahl parecen haber sido inventados exclusivamente para que Alfred Hitchcock los llevara al cine. Uno de ellos, Lamb to the Slaughter, fue el episodio más visto del programa de televisión Alfred Hitchcock Presents. Es la historia de una sufrida ama de casa cuyo esposo, un policía, le confiesa una noche que ama a otra mujer y piensa divorciarse. La sufrida ama de casa (la gran actriz Barbara Bel Geddes) no dice una sola palabra, da media vuelta, se dirige a la cocina, saca del refrigerador una voluminosa pata de cordero, mata a su esposo propinándole un golpe en la nuca con la pata de cordero, y luego la pone en el horno. La mujer, hecha un mar de lágrimas, llama enseguida a la policía para informar que ha encontrado a su esposo muerto en la casa, posiblemente asesinado. Tras una agotadora e infructuosa investigación,  los policías, colegas de su marido, anuncian que no pueden encontrar el arma asesina. La investigación los ha dejado agotados y hambrientas. Por lo tanto, la esposa invita a los policías a probar su pata de cordero que se ha horneado a la perfección.
     Con ese mismo wry humor, Dahl escribió un relato donde una pobre mujer observa cómo el médico de la familia ausculta a su pequeño hijo. El niño padece de fiebre, y parece que no pasará la noche. El médico hace lo posible y lo imposible por salvar al niño, y luego de varias horas de esfuerzo finalmente lo rescata de la agonía. Y la mujer, bañada en lágrimas agradece y bendice al médico que logró el milagro. Luego nos enteramos que la mujer se llama Klara Pölzl, y es la madre de Hitler.
    Ron Hansen, autor de la excelente novela Desperadoes, la historia del famoso “gang” Dalton narrada en primera persona por su único sobreviviente, intentó en Hitler´s Niece la hazaña de contar la vida de Hitler desde el punto de vista de su sobrina, Geli Raubal, con la que vivió uno de los más sórdidos episodios románticos de su sórdida vida romántica. Geli se suicidó en 1931, cuando tenía 23 años de edad. El novelista Hansen supone que fue asesinada, tras anunciarle a Hitler su intención de poner fin al romance. Y aunque la novela es buena, como todas las de Hansen, falla por la intención del novelista de mostrar la monstruosidad de Hitler en el terreno personal. Aunque Hitler no era la persona más querible del mundo, y varias de sus amantes terminaron suicidándose, no hay razón alguna para dudar que Geli se suicidó. Inclusive Hitler sufrió una gran depresión tras la muerte de Geli e inclusive fue incapaz de ir a su funeral. Si realmente Hitler la hubiera mandado a asesinar, hubiera intentado tapar las huellas de su crimen asistiendo al velatorio. En 1931 todavía había prensa independiente en Alemania, y los enemigos de los nazis hubieran removido cielo y tierra para culparlo por la muerte de su sobrina. Y no lo hicieron.
     Otro escritor que intentó, y logró parcialmente mostrar qué clase de engendro era Hitler, fue Norman Mailer en su última novela: The Castle in the Forest.
     En lugar de colocar a Hitler en el papel de líder del Tercer Reich, Mailer trata de relacionar la malevolencia del Fuehrer con su familia y con su infancia. Es un relato alegórico con muchos buenos momentos. Tal vez el mejor es cuando Alois, el padre de Hitler, un criador de abejas, explica a su hijo que “en la colmena no hay buenos cristianos, o caridad alguna. No hay en las colmenas abejas demasiado débiles para trabajar. Y eso ocurre porque se liberan muy rápido de los inválidos. Las abejas solo obedecen una ley”, que es la ley del más fuerte. Y luego, el lector empieza a sentirse aprensivo cuando el padre de Hitler explica que para proteger la buena colmena, “el resto de las abejas de la colonia deben ser exterminadas con gas”.  Es el momento en que la aprensión se transforma en presagio.

QUIEN GOLPEA PRIMERO
GOLPEA MEJOR

      A veces, el tiempo no es el mejor consejero de la historia. Posiblemente el mejor libro sobre la Revolución Bolchevique sea Los diez días que estremecieron al mundo, del norteamericano John Reed, un periodista que cubrió los principales episodios de la toma del poder tras el derrocamiento del Zar Nicolás.  Y es probable que Behemot, de Franz Neumann, y especialmente Der Fuehrer, de Konrad Heiden, sean los mejores libros que se han escrito sobre el nazismo. Heiden empezó a seguirle la pista a Hitler en 1923, cuando dirigía una pequeña organización de estudiantes democráticos en la universidad de Munich. Hitler llegó al poder diez años después, en 1933, y en esa década, Heiden acumuló información suficiente para crear una biografía de Hitler muy difícilmente superada por ulteriores historiadores. En cuanto a Neumann, fue el primero en mostrar la estructura –o falta de estructura– política del nazismo, señalando que era en realidad una organización constituida por caballeros feudales,  y que cada uno controlaba un coto de caza privado.
     El británico Allan Bullock y el norteamericano William Shirer escribieron excelentes libros sobre el Fuehrer y el nazismo. La biografía de Bullock sobre Hitler, el libro de Shirer describiendo el ascenso y la caída del nazismo, son ya clásicos. Pero también en ese territorio descuella un alemán, Joachim Fest. Basta leer su descripción del “putsch” del 8 de noviembre de 1923, cuando Hitler y Erich Ludendorff  intentaron tomar el poder en Munich.  En ese capítulo Fest no actúa como un historiador sino como un novelista cuando describe a Hitler tratando de intimidar y al mismo tiempo conquistar el favor de los asistentes a una cervecería, uno de los sitios de reunión de conspiradores, similar a los clubes donde los Montagnards franceses se congregaban durante la Gran Revolución.
    Fest dice que en medio del tumulto creado por las tropas de asalto del incipiente nazismo, los espectadores observaron a Hitler “luchando por llegar al podio. Era un joven presuntuoso, de obscuro origen, algo alocado, y que sin embargo tenía un cierto atractivo para el hombre del común. Y allí estaba, ridículo, luciendo un frac. Parecía en realidad un camarero, en contraste con los comedidos, complacientes notables de la audiencia”. Y de repente, la magia: “Con un magistral discurso”, Hitler dio vuelta a la situación. “Todos los rostros enfilaron hacia él, esperando algo del joven. Las voces cesaron, y Hitler recuperó la confianza”.  Fest era capaz de diseñar ese tipo de escenas con rápidas, inolvidables pinceladas, desequilibrando las expectativas del lector. Especialmente el detalle de que Hitler, vestido con frac, no lucía como un hombre elegante sino como un camarero. Una ridiculez que Chaplin captó muy bien en El gran dictador.

¡OJALÁ HUBIERA SIDO CIERTO!

     En varias ocasiones pensé en escribir una novela que tuviera a Hitler como protagonista. He desistido no porque se ha escrito mucho sobre Hitler (A fin de cuentas, ¿qué personaje histórico se ha salvado de protagonizar numerosas novelas?) sino porque me faltaba una escena primordial capaz de resumir su carácter.
     Hace algunos años escribí para The Associated Press una reseña del libro de Ron Rosenbaum  Explaining Hitler (Random House, Nueva York, 1998),  que es un resumen de todas las teorías surgidas para explicar el nazismo. Rosenbaum dice que Hitler se ha convertido en tal personificación del mal, que muchos usan su figura “para poner fin a cualquier discusión, ya se trate de la pena de muerte  (´Bueno, Hitler se la merecía ¿no?´) o de las prácticas vegetarianas, pues ´Al parecer no sirvieron para mejorar el carácter de Hitler´”.
La única vez que me sentí tentado de escribir una novela sobre el Fuehrer fue a raíz de un libro de Robert George LeesonWaite titulado The Psychopathic God: Adolph Hitler. Ni siquiera el libro en su totalidad me interesó mucho, pero sí esta escena:
     En una ocasión Hitler invitó a una mujer, Pauline Kohler, a su refugio en las montañas de Salzburgo para mostrarle su biblioteca. La mujer recordó que la visita fue bastante aburrida, pues el exhibicionismo de Hitler parecía limitarse a sus libros.  El líder del Tercer Reich advirtió que la mujer mostraba señales de hastío, e intentó llamarle la atención extendiendo súbitamente su mano para hacer el saludo nazi. Y luego, dijo con voz altisonante: “Puedo mantener mi brazo en esa posición durante dos horas. Nunca me siento cansado cuando mis tropas de asalto y mis soldados pasan delante de mí. Yo aparezco erguido, recibiendo sus saludos. Nunca me muevo. Mi brazo es de la contextura del granito, rígido, inflexible. Pero Goering no puede soportarlo. Tiene que dejar caer la mano luego que hace este saludo durante media hora. Él es fláccido. Yo resisto cuatro veces más que Goering. Eso significa que soy cuatro veces más fuerte que Goering. Es una increíble hazaña. Me maravillo de mi propio poder”.
     ¡Qué gran descripción de Adolfo Hitler! Ahí están reveladas todas sus fantasías sexuales. Ese brazo erecto como un falo. El desprecio por la flaccidez del brazo de Goering. ¿Qué otra cosa era fláccida en el gordinflón de Goering? Y además, toda la situación resulta muy ridícula. Parecía una perfecta semblanza de Hitler desde el punto de vista de la psicología freudiana. Waite había logrado condensar en el líder del Tercer Reich todo aquello que lo convertía en un monstruo.  Hitler era un anal retentivo, decía Waite, le gustaba que las mujeres defecaran sobre él, y había observado impotente la escena primaria: la cópula entre su madre y su padre. Tal vez su necesidad de mostrar en su brazo su intensa virilidad era resultado de su ausencia de un testículo. En ese sentido, el testimonio de Pauline Kohler era irrefutable. ¡Qué pena que fuese absolutamente falso!
      En 1940, poco después del estallido de la segunda guerra mundial, apareció en Londres un libro titulado I was Hitler´s Maid (Yo fui la criada de Hitler), escrito por Pauline Kohler. El libro se vendió como el pan caliente.
      Según nos informa Paul Collins en su libro de ensayos Sixpence House (Bloomsbury, Nueva York y Londres, 2003), la versión oficial era que Kohler logró escapar de la residencia de Hitler en Berchtesgaden, y huyó a Inglaterra. En su libro, la supuesta criada de Hitler describió todos los detalles de la vida personal del líder nazi, a qué hora se levantaba, qué comía en el desayuno, “Y aún más importante, una serie de actos sexuales que sólo pueden ser descriptos con la ayuda de un  trombón”.
      Collins lamenta que Kohler no haya proporcionado ulteriores detalles “acerca de cuál de los miembros del Alto Comando nazi  podía escupir más lejos, eructar de manera más ruidosa, o escribir con más precisión su nombre en la nieve”. Y tampoco nunca se sabrá. Pues Kohler fue en realidad el invento de dos periodistas británicos desempleados. El fraude se descubrió en 1970, cuando uno de los periodistas reveló a la prensa que I Was Hitler´s Maid fue redactado “bajo el estímulo” de gran cantidad de whiskey canadiense. El libro fue escrito en dos semanas, y la primera edición vendió diez mil copias, una cantidad substancial en esa época donde había escasez de productos esenciales, tal como ocurre ahora en la economía de guerra de Venezuela.
El “hoax” de esos dos periodistas británicos desocupados me arruinó la posibilidad de escribir una novela sobre Hitler. El despliegue de virilidad por parte de Hitler era, como dicen aquí, “Too good to be true,” demasiado bueno para ser cierto. Tal vez algunos lectores piensen que eso no es demasiado importante. Después de todo, se trataba de escribir una novela, no un libro de historia. No estoy de acuerdo. No se puede engañar al lector. Las únicas ocasiones en que se puede fantasear al narrar un episodio histórico es si se carece de testimonios que puedan contradecirlo. Lo intenté en Las dos muertes del general Simón Bolívar, al imaginar un diálogo entre San Martín y Bolívar durante la famosa entrevista de Guayaquil. Si mañana se encuentra un documento donde se informa qué se dijo realmente en esa entrevista, no tengo problema alguno en alterar el capítulo y poner en boca de San Martín y de Bolívar las frases genuinamente pronunciadas. (Y además, me disculparé ante el lector). Lamentablemente, la invención histórica suele funcionar a la inversa. Cuando escribí Los Papeles de Miranda convertí al Precursor en un cripto–judío. Tenía más que ver con mi herencia judía, y con mi necesidad de hacer hablar a Miranda en primera persona, que con la verdad o la veracidad histórica. Por supuesto, es muy plausible que Miranda haya sido un criptojudío. Y también es muy plausible que no lo haya sido. Cuando se trata de convertir a los integrantes de un pueblo en ex personas, leyes y herencias simbólicas hacen milagros. ¿Cuántos judíos no descubrieron que eran judíos a partir de que la inquisición los empezó a perseguir por judíos? ¿Cuántos judíos descubrieron que no eran judíos tras pagar una generosa coima a sus perseguidores? Pero en el caso de Los papeles de Miranda se registró algo muy divertido.  En el 2001, la editorial Alfa de Caracas publicó La identidad secreta de Francisco de Miranda, de José Chocrón Cohén. En ese libro, el autor usa una extensa bibliografía para intentar demostrar que el Precursor era un criptojudío.
     Gustave Flaubert solía decir que Madame Bovary era él. Con la misma convicción  le puedo informar a Chocrón Cohén que debe renunciar a su insensata pretensión de convertir a Miranda en un criptojudío. En realidad, el criptojudío Francisco de Miranda soy yo. En todo caso, lo mejor que puede hacer el historiador  es plantear una posibilidad, nunca una certeza.






2 comentarios:

  1. Dato curioso: yo pensaba que Hitler era también el personaje más repetido en el cine, pero averigüé y resulta que ni figura entre los tres primeros, que son Drácula, Sherlock Holmes y Tarzán, aunque este último hace bastante que no aparece.

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  2. Agrego algo a lo anterior: recuerdo que el cuento de Dahl sobre Hitler me impresionó mucho. Pero The Castle in the Forest???? Me pareció muy bien escrito (after all, it's Mailer), pero esa fantasía con el demonio... Si hay algo aterrador en Hitler y los nazis es que eran humanos, muy humanos, y no necesitaron ayuda de ninguna fuerza sobrenatural para hacer lo que hicieron. Como lo muestra tan bien la película Downfall, con el gran Bruno Ganzz.

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