Mario Szichman
¿Se puede
escribir una buena narración sobre Adolfo Hitler? ¿Se puede escribir algo más
sobre Adolfo Hitler? No tengo estadísticas, pero en alguna parte leí que Hitler
es el personaje más reseñado de la historia. (Al parecer, en segundo lugar
figura Napoleón Bonaparte). El relato más inquietante sobre Hitler fue escrito
por el cuentista británico Roald Dahl, quien siempre logró combinar la ironía y
el horror, aunque, al mismo tiempo, hizo maravillas en el territorio de la
literatura infantil, al tratar a los niños como adultos, y al prodigar cuentos de
un humor muy sombrío. Los cuentos de Dahl parecen haber sido inventados
exclusivamente para que Alfred Hitchcock los llevara al cine. Uno de ellos, Lamb to the Slaughter, fue el episodio
más visto del programa de televisión Alfred
Hitchcock Presents. Es la historia de una sufrida ama de casa cuyo esposo,
un policía, le confiesa una noche que ama a otra mujer y piensa divorciarse. La
sufrida ama de casa (la gran actriz Barbara Bel Geddes) no dice una sola
palabra, da media vuelta, se dirige a la cocina, saca del refrigerador una
voluminosa pata de cordero, mata a su esposo propinándole un golpe en la nuca
con la pata de cordero, y luego la pone en el horno. La mujer, hecha un mar de
lágrimas, llama enseguida a la policía para informar que ha encontrado a su
esposo muerto en la casa, posiblemente asesinado. Tras una agotadora e
infructuosa investigación, los policías,
colegas de su marido, anuncian que no pueden encontrar el arma asesina. La
investigación los ha dejado agotados y hambrientas. Por lo tanto, la esposa
invita a los policías a probar su pata de cordero que se ha horneado a la
perfección.
Con ese
mismo wry humor, Dahl escribió un
relato donde una pobre mujer observa cómo el médico de la familia ausculta a su
pequeño hijo. El niño padece de fiebre, y parece que no pasará la noche. El
médico hace lo posible y lo imposible por salvar al niño, y luego de varias
horas de esfuerzo finalmente lo rescata de la agonía. Y la mujer, bañada en
lágrimas agradece y bendice al médico que logró el milagro. Luego nos enteramos
que la mujer se llama Klara Pölzl, y
es la madre de Hitler.
Ron Hansen, autor de la excelente novela Desperadoes, la historia del famoso “gang” Dalton narrada en
primera persona por su único sobreviviente, intentó en Hitler´s Niece la hazaña de contar la vida de Hitler desde el punto
de vista de su sobrina, Geli Raubal, con la que vivió uno de los más sórdidos
episodios románticos de su sórdida vida romántica. Geli se suicidó en 1931,
cuando tenía 23 años de edad. El novelista Hansen supone que fue asesinada, tras
anunciarle a Hitler su intención de poner fin al romance. Y aunque la novela es
buena, como todas las de Hansen, falla por la intención del novelista de
mostrar la monstruosidad de Hitler en el terreno personal. Aunque Hitler no era
la persona más querible del mundo, y varias de sus amantes terminaron
suicidándose, no hay razón alguna para dudar que Geli se suicidó. Inclusive
Hitler sufrió una gran depresión tras la muerte de Geli e inclusive fue incapaz
de ir a su funeral. Si realmente Hitler la hubiera mandado a asesinar, hubiera
intentado tapar las huellas de su crimen asistiendo al velatorio. En 1931
todavía había prensa independiente en Alemania, y los enemigos de los nazis
hubieran removido cielo y tierra para culparlo por la muerte de su sobrina. Y
no lo hicieron.
Otro escritor que intentó, y logró parcialmente mostrar qué
clase de engendro era Hitler, fue Norman Mailer en su última novela: The Castle in the Forest.
En lugar de
colocar a Hitler en el papel de líder del Tercer Reich, Mailer trata de
relacionar la malevolencia del Fuehrer
con su familia y con su infancia. Es un relato alegórico con muchos buenos
momentos. Tal vez el mejor es cuando Alois, el padre de Hitler, un criador de
abejas, explica a su hijo que “en la colmena no hay buenos cristianos, o
caridad alguna. No hay en las colmenas abejas demasiado débiles para trabajar. Y
eso ocurre porque se liberan muy rápido de los inválidos. Las abejas solo
obedecen una ley”, que es la ley del más fuerte. Y luego, el lector empieza a
sentirse aprensivo cuando el padre de Hitler explica que para proteger la buena
colmena, “el resto de las abejas de la colonia deben ser exterminadas con
gas”. Es el momento en que la aprensión
se transforma en presagio.
QUIEN GOLPEA PRIMERO
GOLPEA MEJOR
A veces, el tiempo no es el mejor consejero de la historia.
Posiblemente el mejor libro sobre la Revolución Bolchevique sea Los diez días que estremecieron al mundo,
del norteamericano John Reed, un periodista que cubrió los principales
episodios de la toma del poder tras el derrocamiento del Zar Nicolás. Y es probable que Behemot, de Franz Neumann, y especialmente Der Fuehrer, de Konrad Heiden, sean los mejores libros que se han
escrito sobre el nazismo. Heiden empezó a seguirle la pista a Hitler en 1923,
cuando dirigía una pequeña organización de estudiantes democráticos en la
universidad de Munich. Hitler llegó al poder diez años después, en 1933, y en
esa década, Heiden acumuló información suficiente para crear una biografía de
Hitler muy difícilmente superada por ulteriores historiadores. En cuanto a
Neumann, fue el primero en mostrar la estructura –o falta de estructura–
política del nazismo, señalando que era en realidad una organización
constituida por caballeros feudales, y
que cada uno controlaba un coto de caza privado.
El británico Allan Bullock y el norteamericano William Shirer
escribieron excelentes libros sobre el Fuehrer
y el nazismo. La biografía de Bullock sobre Hitler, el libro de Shirer describiendo
el ascenso y la caída del nazismo, son ya clásicos. Pero también en ese
territorio descuella un alemán, Joachim Fest. Basta leer su descripción del “putsch” del 8 de noviembre de 1923,
cuando Hitler y Erich Ludendorff intentaron
tomar el poder en Munich. En ese
capítulo Fest no actúa como un historiador sino como un novelista cuando
describe a Hitler tratando de intimidar y al mismo tiempo conquistar el favor
de los asistentes a una cervecería, uno de los sitios de reunión de
conspiradores, similar a los clubes donde los Montagnards franceses se congregaban durante la Gran Revolución.
Fest dice que en medio del tumulto creado por las tropas de
asalto del incipiente nazismo, los espectadores observaron a Hitler “luchando
por llegar al podio. Era un joven presuntuoso, de obscuro origen, algo alocado,
y que sin embargo tenía un cierto atractivo para el hombre del común. Y allí
estaba, ridículo, luciendo un frac. Parecía en realidad un camarero, en
contraste con los comedidos, complacientes notables de la audiencia”. Y de
repente, la magia: “Con un magistral discurso”, Hitler dio vuelta a la situación.
“Todos los rostros enfilaron hacia él, esperando algo del joven. Las voces
cesaron, y Hitler recuperó la confianza”.
Fest era capaz de diseñar ese tipo de escenas con rápidas, inolvidables
pinceladas, desequilibrando las expectativas del lector. Especialmente el
detalle de que Hitler, vestido con frac, no lucía como un hombre elegante sino
como un camarero. Una ridiculez que Chaplin captó muy bien en El gran dictador.
¡OJALÁ HUBIERA SIDO CIERTO!
En varias ocasiones pensé en escribir una novela que tuviera
a Hitler como protagonista. He desistido no porque se ha escrito mucho sobre
Hitler (A fin de cuentas, ¿qué personaje histórico se ha salvado de
protagonizar numerosas novelas?) sino porque me faltaba una escena primordial
capaz de resumir su carácter.
Hace algunos años escribí para The Associated Press una reseña del libro de Ron Rosenbaum Explaining Hitler (Random House, Nueva York, 1998),
que es un resumen de todas las teorías
surgidas para explicar el nazismo. Rosenbaum dice que Hitler se ha convertido
en tal personificación del mal, que muchos usan su figura “para poner fin a
cualquier discusión, ya se trate de la pena de muerte (´Bueno, Hitler se la merecía ¿no?´) o de las
prácticas vegetarianas, pues ´Al parecer no sirvieron para mejorar el carácter
de Hitler´”.
La única vez que me sentí tentado
de escribir una novela sobre el Fuehrer fue a raíz de un libro de Robert George
LeesonWaite titulado The Psychopathic God: Adolph Hitler. Ni
siquiera el libro en su totalidad me interesó mucho, pero sí esta escena:
En una
ocasión Hitler invitó a una mujer, Pauline Kohler, a su refugio en las montañas
de Salzburgo para mostrarle su biblioteca. La mujer recordó que la visita fue
bastante aburrida, pues el exhibicionismo de Hitler parecía limitarse a sus libros. El líder del Tercer Reich advirtió que la
mujer mostraba señales de hastío, e intentó llamarle la atención extendiendo
súbitamente su mano para hacer el saludo nazi. Y luego, dijo con voz
altisonante: “Puedo mantener mi brazo en esa posición durante dos horas. Nunca
me siento cansado cuando mis tropas de asalto y mis soldados pasan delante de
mí. Yo aparezco erguido, recibiendo sus saludos. Nunca me muevo. Mi brazo es de
la contextura del granito, rígido, inflexible. Pero Goering no puede
soportarlo. Tiene que dejar caer la mano luego que hace este saludo durante
media hora. Él es fláccido. Yo resisto cuatro veces más que Goering. Eso
significa que soy cuatro veces más fuerte que Goering. Es una increíble hazaña.
Me maravillo de mi propio poder”.
¡Qué gran
descripción de Adolfo Hitler! Ahí están reveladas todas sus fantasías sexuales.
Ese brazo erecto como un falo. El desprecio por la flaccidez del brazo de
Goering. ¿Qué otra cosa era fláccida en el gordinflón de Goering? Y además,
toda la situación resulta muy ridícula. Parecía una perfecta semblanza de
Hitler desde el punto de vista de la psicología freudiana. Waite había logrado condensar
en el líder del Tercer Reich todo aquello que lo convertía en un monstruo. Hitler era un anal retentivo, decía Waite, le
gustaba que las mujeres defecaran sobre él, y había observado impotente la
escena primaria: la cópula entre su madre y su padre. Tal vez su necesidad de mostrar
en su brazo su intensa virilidad era resultado de su ausencia de un testículo. En
ese sentido, el testimonio de Pauline Kohler era irrefutable. ¡Qué pena que
fuese absolutamente falso!
En 1940,
poco después del estallido de la segunda guerra mundial, apareció en Londres un
libro titulado I was Hitler´s Maid (Yo
fui la criada de Hitler), escrito por Pauline Kohler. El libro se vendió como
el pan caliente.
Según nos
informa Paul Collins en su libro de ensayos Sixpence
House (Bloomsbury, Nueva York y Londres, 2003), la versión oficial era que
Kohler logró escapar de la residencia de Hitler en Berchtesgaden, y huyó a
Inglaterra. En su libro, la supuesta criada de Hitler describió todos los
detalles de la vida personal del líder nazi, a qué hora se levantaba, qué comía
en el desayuno, “Y aún más importante, una serie de actos sexuales que sólo
pueden ser descriptos con la ayuda de un
trombón”.
Collins
lamenta que Kohler no haya proporcionado ulteriores detalles “acerca de cuál de
los miembros del Alto Comando nazi podía
escupir más lejos, eructar de manera más ruidosa, o escribir con más precisión
su nombre en la nieve”. Y tampoco nunca se sabrá. Pues Kohler fue en realidad
el invento de dos periodistas británicos desempleados. El fraude se descubrió
en 1970, cuando uno de los periodistas reveló a la prensa que I Was Hitler´s Maid fue redactado “bajo
el estímulo” de gran cantidad de whiskey canadiense. El libro fue escrito en
dos semanas, y la primera edición vendió diez mil copias, una cantidad
substancial en esa época donde había escasez de productos esenciales, tal como
ocurre ahora en la economía de guerra de Venezuela.
El “hoax” de esos dos periodistas británicos
desocupados me arruinó la posibilidad de escribir una novela sobre Hitler. El
despliegue de virilidad por parte de Hitler era, como dicen aquí, “Too good to be true,” demasiado bueno
para ser cierto. Tal vez algunos lectores piensen que eso no es demasiado
importante. Después de todo, se trataba de escribir una novela, no un libro de
historia. No estoy de acuerdo. No se puede engañar al lector. Las únicas
ocasiones en que se puede fantasear al narrar un episodio histórico es si se
carece de testimonios que puedan contradecirlo. Lo intenté en Las dos muertes del general Simón Bolívar,
al imaginar un diálogo entre San Martín y Bolívar durante la famosa entrevista
de Guayaquil. Si mañana se encuentra un documento donde se informa qué se dijo
realmente en esa entrevista, no tengo problema alguno en alterar el capítulo y
poner en boca de San Martín y de Bolívar las frases genuinamente pronunciadas. (Y
además, me disculparé ante el lector). Lamentablemente, la invención histórica
suele funcionar a la inversa. Cuando escribí Los Papeles de Miranda convertí al Precursor en un cripto–judío.
Tenía más que ver con mi herencia judía, y con mi necesidad de hacer hablar a
Miranda en primera persona, que con la verdad o la veracidad histórica. Por
supuesto, es muy plausible que Miranda haya sido un criptojudío. Y también es
muy plausible que no lo haya sido. Cuando se trata de convertir a los
integrantes de un pueblo en ex personas, leyes y herencias simbólicas hacen
milagros. ¿Cuántos judíos no descubrieron que eran judíos a partir de que la
inquisición los empezó a perseguir por judíos? ¿Cuántos judíos descubrieron que
no eran judíos tras pagar una generosa coima a sus perseguidores? Pero en el
caso de Los papeles de Miranda se
registró algo muy divertido. En el 2001,
la editorial Alfa de Caracas publicó
La identidad secreta de Francisco de
Miranda, de José Chocrón Cohén. En ese libro, el autor usa una extensa
bibliografía para intentar demostrar que el Precursor era un criptojudío.
Gustave
Flaubert solía decir que Madame Bovary era él. Con la misma convicción le puedo informar a Chocrón Cohén que debe
renunciar a su insensata pretensión de convertir a Miranda en un criptojudío.
En realidad, el criptojudío Francisco de Miranda soy yo. En todo caso, lo mejor
que puede hacer el historiador es
plantear una posibilidad, nunca una certeza.
Dato curioso: yo pensaba que Hitler era también el personaje más repetido en el cine, pero averigüé y resulta que ni figura entre los tres primeros, que son Drácula, Sherlock Holmes y Tarzán, aunque este último hace bastante que no aparece.
ResponderEliminarAgrego algo a lo anterior: recuerdo que el cuento de Dahl sobre Hitler me impresionó mucho. Pero The Castle in the Forest???? Me pareció muy bien escrito (after all, it's Mailer), pero esa fantasía con el demonio... Si hay algo aterrador en Hitler y los nazis es que eran humanos, muy humanos, y no necesitaron ayuda de ninguna fuerza sobrenatural para hacer lo que hicieron. Como lo muestra tan bien la película Downfall, con el gran Bruno Ganzz.
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