Mario Szichman
“Y así ¿Qué podía engendrar
El estéril y mal cultivado ingenio mío,
sino la historia de un hijo seco, avellanado,
antojadizo, y lleno de pensamientos varios?”
Prólogo a Don Quijote de la Mancha
Para Alicia Migdal
Antes
de leer la bella reseña que escribió la profesora Guadalupe Isabel Carrillo
acerca de mi nueva versión de Los judíos
del Mar Dulce, había escrito un texto para este blog, explicando las razones
de su reescritura. Decía en ese previo trabajo que con excepción de las tablas
de la ley y del discurso de Gettysburg, no hay texto esculpido en piedra. Los
libros se escriben con tinta, en un papel. Y cuando uno está descontento con la
primera versión, incurre en una segunda.
También
los artículos para un blog se escriben con tinta, en un papel, Y cuando uno está
descontento con la primera versión, incurre en una segunda. Y en esta ocasión, querría
empezar usando otro ángulo, proporcionado por la profesora Carrillo. Pues
cuando el monólogo se transmuta en diálogo, el autor y el lector –en este caso
el crítico– se retroalimentan, y el producto suele ser muy rico, y bastante
difícil de pronosticar por los interlocutores.
Una de
las ideas más luminosas de Mijail Bajtin es la de la imaginación dialógica. Voy
a abstenerme de ir a la biblioteca y buscar el libro Problems of Dostoevsky´s Poetics porque aunque soy un fiel seguidor
de los críticos que admiro, la única manera de averiguar su real influencia es
a través de sus sedimentos. Me impresiona mucho la técnica narrativa de
Dostoievski. Y Bajtin dice que su impacto está no en los diálogos del escritor,
sino en los ecos de esos diálogos. En Dostoievski, aunque abunda la monomanía,
no existe el monólogo. Sí, es cierto, sus personajes monologan, pero no hay una
sola frase que empiece y concluya en ellos. Cada frase es retomada por otro
interlocutor, reelaborada, y puesta nuevamente a circular. El conflicto no es
sólo entre dos personas que discuten, sino en el interior de cada frase
proferida. Es un peloteo constante en que las ideas son propuestas y cuestionadas.
Y todo se elabora a través de ese diálogo de perpetua confrontación. Inclusive
los personajes que son vestidos y revestidos de palabras. Las palabras los
convierten en seres de tres dimensiones. Y eso es parte importante de la
imaginación dialógica.
Creo
que es muy beneficioso leer a los malos escritores. Pues entre sus defectos
figura la obsesiva necesidad de ser propietarios de la verdad. Y para ello,
necesitan confrontar a sus personajes detestables, oponerles sus personajes
admirables –que hablan por boca del autor como si fuera por boca de ganso– y
derrotarlos.
Pero
tras leer a un mal escritor, hay que volver a escritores como Dostoievski. De
esa manera se descubre la maravilla de la imaginación dialógica. ¿Quién tiene
el monopolio de la verdad en las novelas de Dostoievski? Nadie. Simpatizamos
con sus héroes, con el Raskolnikof de
Crimen y Castigo, con el Príncipe Mishkin de El idiota. Pero apenas tomamos un poco de distancia, descubrimos
que sus interlocutores, y especialmente sus villanos, superan a los héroes en
la validez de sus motivos para actuar de cierta manera. Dostoievski nunca nos
ofrece una solución en bandeja. Muchos de sus estupendos villanos tienen mejores
excusas que sus héroes para actuar de manera deplorable.
Y como
la narrativa –o cualquier producción dramática– es esencialmente un conflicto,
cuando más titánica sea la lucha de ideas entre el protagonista y el
antagonista, más agradecido estará el lector, quien deberá decidir a quién le
otorga su voto de confianza.
NO CEDER ESPACIO
Pude
disfrutar de los casi alucinantes beneficios de la imaginación dialógica
durante la elaboración del texto de mi última novela, Eros y la doncella[i].
Y todavía hoy intento recrear cómo ocurrió. Todas mis anteriores novelas fueron
una tarea solitaria. Una vez concluía el primer draft, se lo entregaba a Laura Corbalán, mi esposa por 36 años, para que lo
revisara.
La
tarea más difícil fue con A las 20:25 la
señora pasó a la inmortalidad. Demoré cinco años en finalizarla. No fue un draft, fueron seis, siete, u ocho. Creo
que estaba atascado porque en esa época todavía no conocía a Bajtin, o esos
libros de autoayuda cuya misión es enseñar a escribir obras de ficción. La
novela se extendía en todas direcciones, y carecía de centro. Los personajes
aparecían y desaparecían. El texto carecía de rumbo fijo. Y después de tantos trial and errors, por alguna razón –tal
vez una discusión bastante subida de tono entre Laura y yo– finalmente A las 20:25 la señora pasó a la inmortalidad
pudo enfilar por un buen rumbo.
Pero
la confección de Eros y la doncella
fue muy distinta. Yo tenía un primer draft,
sabía hacia donde deseaba dirigirme, contaba con los personajes principales
(Robespierre, Danton, Marat), conocía el período en que debían transitar esos
personajes, y poseía buenos referentes históricos. Cuarenta años de periodismo
no transcurren en vano. ¿A quién se le ocurre investigar quienes fueron los
primeros guillotinados? (cadáveres de un hospital, y tortugas). O ¿cómo hizo el
pintor David para mostrar el rostro agónico de Marat en su bañera? (David
siempre tenía a mano media docena de cadáveres que compraba a un proveedor. Los
cadáveres eran guardados en tinas repletas de alcohol o de aguardiente. No
duraban más de una semana. Y en el ínterin, si había que usar alguno, se
ablandaban sus miembros sumergiéndolos en bañeras de agua caliente). ¿Por qué
la ejecución de Robespierre fue tan recordada? Porque Robespierre era un coqueto cuyo peluquero le
empolvaba cotidianamente la peluca con talco. Y cuando guillotinaron a
Robespierre, se alzó una nube de talco de su empolvada peluca, creando una
sensación entre los habitués a la Plaza de la Revolución.
Pero
había un problema con Eros y la doncella:
estaba sobresaturada de historia. Y allí fue cuando comenzó a funcionar la
imaginación dialógica. En frecuentes diálogos por Skype, la profesora Carmen
Virginia Carrillo iba leyendo los capítulos, hacía comentarios, y todo aquello
que le parecía sacado de un texto de historia aconsejaba eliminarlo o
corregirlo. Es increíble. Cuando un novelista escucha las palabras de su
personaje reiteradas por la voz de un interlocutor, algo hace clic en su cerebro. En ese sentido, creo
que los dramaturgos tienen una enorme ventaja sobre los novelistas. Pues la voz
interior nada tiene que ver con la voz exterior. ¿Acaso no quedamos
sorprendidos cuando oímos nuestra voz reproducida en un grabador?
Esa
traducción de la novela a un diálogo entre dos participantes llevó a Eros y la doncella por caminos
inesperados. Hizo surgir, como de la galera de un mago, a una pareja, el
convencionista Louvet, y su esposa Lodoiska. Y también hizo brotar al general
Francisco de Miranda, el Precursor de nuestras desdichadas independencias. Sin
la imaginación dialógica, librada la novela al criterio de Mario Szichman, al
menos tres personajes no hubieran existido. Y cuando reviso la novela, y la
observo tratando de olvidar el período previo a su concepción, considero esos
personajes imprescindibles.
LA NECESIDAD DE DESCENTRAR
La
crítica que ha hecho la profesora Guadalupe Carrillo de la reescritura de Los judíos del Mar Dulce transcurre por
similares carriles. Su lectura de la novela generó muchas respuestas. La
primera es la del epígrafe de este trabajo.
Recuerdo
que por la época en que publiqué Los
judíos del Mar Dulce, yo estaba obsesionado con esa frase del prólogo del
Quijote: “¿Qué podía engendrar el estéril y mal cultivado ingenio mío, sino la
historia de un hijo seco, avellanado, antojadizo, y lleno de pensamientos
varios?” Bueno, no era un hijo avellanado y antojadizo, sino toda una familia,
los Pechof, avellanada, antojadiza, y llena de pensamientos varios. Y como no
quiero mentir al lector ni mentirme a mí mismo, debo decir que en aquella época
me aterraba no poder acceder a ese Parnaso literario donde los autores logran
publicar su producción escogida o completa en libros encuadernados en cuero y
con filigrana de oro. Especialmente, los producidos por la editorial Aguilar[ii].
TEXTO Y CONTEXTO
La crítica que hace la profesora Guadalupe Carrillo a la versión en
Ebook de Los judíos del Mar Dulce, en
su blog http://www.notaapiedepagina.blogspot.com responde a preocupaciones que me venían inquietando desde
hace cuatro décadas. Su reelaboración, y los puntos en que la reelaboración se
ha convertido en flamante escritura (hay más de 100 páginas nuevas, nuevos
personajes, inclusive incursiones en otros territorios, como la visita de tres
de los hermanos Pechof al Uruguay). Y si bien se mantiene el núcleo central: la
agonía y muerte de Eva Perón en 1952, hay un desplazamiento. En la primera
versión, los cañones estaban enfilados hacia la familia Pechof. Ahora, buena
parte de las andanadas se dirigen hacia el peronismo, hacia algunas de sus
prominentes figuras, sus persistentes ritos colectivos, y algo que podría
considerarse de manera piadosa su
“ideología”.
“Constantemente”,
dice la profesora Carrillo, “observamos un contrapunteo entre lo que los
hermanos Pechof desearían que fuera su vida y la realidad que los confronta: la
llegada a un país que los rechaza haciéndolos padecer una doble xenofobia: por
ser extranjeros y por ser judíos que huían de las terribles garras del letal
nazismo. Esto último incluso los ubica en una condición aún más débil: ser
refugiados. La mayor parte de sus experiencias lleva, pues, el sello de la hostilidad”.
El
deslizamiento también afecta a ciertos personajes. En la primera versión
Natalio Pechof, el intelectual de la familia, tenía una bibliografía bastante
escueta, más inclinada hacia el sionismo y el socialismo democrático. Pero en
esta nueva versión, ya sus ambiciones han crecido, e intenta usar la filosofía
de Kierkegaard para analizar La razón de
mi vida, el libro supuestamente escrito por Eva Perón, uno de los pilares
de la doctrina justicialista.
También,
como señala la profesora Carrillo, otros personajes de la familia Pechof han
alterado y profundizado sus obsesiones. Inclusive se han hecho más audaces. Y
en ese sentido, es un poco el reflejo de un escritor cuyas experiencias son distintas a las que vivía cotidianamente
hace cuarenta años.
Por
cierto, el texto de la profesora Carrillo ha convocado el recuerdo de una
novela que sigo considerando una de las grandes producciones literarias de
Venezuela: Piedra de Mar, de
Francisco Massiani. La lúcida idea de Massiani es ésta: Un adolescente, carente
de toda experiencia de la vida, desea escribir una novela. Por lo tanto, decide
llamar por teléfono a sus amigos, y preguntarles por sus experiencias
cotidianas. Esas experiencias irán construyendo la novela. Todo el texto es muy
tierno, y muy divertido. Además, la idea es brillante. Cuando escribí Los judíos del Mar Dulce me sentía un poco como Pancho Massiani.
¿De qué podía escribir, si carecía de toda experiencia vital?
Y
como la profesora Carrillo tiene un sexto sentido[iii]
ha dado en el clavo con algo que no siempre reviste gran importancia: la
estructura novelística de Los judíos del
mar dulce. “El prólogo y el final
coinciden”, dice la profesora Carrillo. “Berele, hijo de Natalio, está montando una película
que represente la vida de los Pechof desde su salida de Polonia. Esta
circularidad proyecta la sensación de continuidad, de vida que avanza a pesar de los cambios, las pérdidas o los
éxitos”.
En la película El Gatopardo, Luchino Visconti ordenó
poner ropas muy costosas, y de época, en guardarropas que permanecían cerrados.
Burt Lancaster, el personaje principal de la película, le preguntó a Visconti
por qué ese gasto que consideraba inútil, pues el espectador nunca vería esas
ropas. Y Visconti le respondió que para él, lo único importante era que los
personajes del filme estuvieran enterados de su existencia. Tal vez –y ojalá–
el lector ignore que esa circularidad existe en mi novela, y sólo esté
interesado en las peripecias de los personajes. Pero para el escritor es
importante saber que ha podido manejar el trasfondo, desplazar con seguridad a
los seres humanos que habitan su novela.
AJUSTES
DE CUENTAS
En el
caso de Los judíos del Mar Dulce creo
que la influencia de Roberto Arlt fue mi salvación y mi condena. Cuando se
trata de alentar el oficio de escribir, Arlt tiene una de las frases más bellas
de la literatura latinoamericana: “El futuro es nuestro, por prepotencia de
trabajo”, que figura en el prólogo a su novela Los Lanzallamas. Pero en ese mismo prólogo, Arlt señala algo que me
llevó por un camino errado. “Se dice de mí que escribo mal”, reconocía Arlt.
“Es posible. De cualquier manera, no tendría dificultad en citar a numerosa
gente que escribe bien y a quienes únicamente leen correctos miembros de sus
familias”.
Eso de
no preocuparse por
“escribir bien”, tuvo una influencia muy negativa al comienzo de mi carrera.
Para la época de Los judíos del Mar Dulce
no tenía mucho interés en las reglas de la gramática, o en el armado de un
libro. Me parecían una pérdida de tiempo.
Existía inclusive una
especie de orgullo de escribir “mal” entre algunos de los narradores de mi generación.
Los que escribían bien eran los escritores de derecha, aquellos pertenecientes
a la revista Sur, o los oligarcas. Inclusive había otra especie de orgullo:
quienes pertenecían a la izquierda no leían a los escritores de la derecha.
Tuvieron que pasar muchos años antes de que me animara a leer a Eduardo Mallea,
a Manuel Mujica Laínez, a Manuel Peyrou. No sé si Marco Denevi entraba o no en
esa categoría de escritor de derecha, pero también figuraba entre los autores
que no quería leer.
Las cosas que uno se pierde
por aceptar prejuicios. Creo que Marco
Denevi nunca escribió un libro malo, y que algunas de sus novelas son excepcionalmente
buenas. Hay una que transcurre en un velorio, no recuerdo ahora el título, que
me parece una joya.Y están otras obras perfectas, como Rosaura a las diez, y Ceremonia
Secreta.
Tal vez Mallea comenzó a
repetirse en sus novelas, pero hay relatos inolvidables en sus libros Cuentos para una inglesa desesperada y La ciudad junto al río inmóvil. Y el
libro de cuentos de Mujica Laínez Misteriosa
Buenos Aires, es admirable. No pienso leer en cambio Bomarzo aunque me pongan una pistola en la cabeza.
APRENDER A ESCRIBIR
Algunos años de experiencia
y algunos golpes bien propinados por los críticos me enseñaron que es preferible
escribir lo mejor posible, aunque escaseen los lectores. El otro problema de la
primera versión de Los judíos del Mar
Dulce era la abundancia de localismos y ciertas alusiones, imposibles de
descifrar fuera de la comunidad judía de Buenos Aires. Peor aún, tampoco
correspondían a una parte importante de esa comunidad. Había referencias
demasiado frescas, demasiado cercanas. Creo que hasta perdí algunos amigos por
esas alusiones que rozaban a sus familias.
También
estaba el problema de la familia Pechof, diseminándose por todas partes. Y por
último el bochinche se acentuaba por el excesivo uso de palabras en idisch, que Germán L. García consideró,
sabiamente, como el idioma de la culpa. (Aunque puede ser también el lenguaje
del escamoteo. Mis padres solían hablar en idisch
delante de la shicse[iv],
para que ésta no se enterara de lo que estaban diciendo).
Afortunadamente,
en la reseña de la profesora Carrillo, esos temas afloran, prevalecen, son
discutidos.
La
primera versión de Los judíos del Mar
Dulce tenía una sentencia de Albert Memmi: “Yo era un mestizo de la
colonización, que comprendía a todos porque no era totalmente de nadie”.
Cuarenta años no pasan en vano. Tras varios mestizajes he cesado de comprender
a muchas personas que no se lo merecían. Pero la sentencia que incorporé a la
segunda versión de Los judíos del Mar
Dulce, y que pertenece a Thomas Hardy, se vincula a mi preocupación por el
lenguaje: “The fact is that nearly all things are falsely, or rather
inadequately named.”[v]
La
sentencia la encontré en el excelente libro de Michael Ragussis, Acts of Naming, The Family Plot in Fiction.
Y tiene mucho que ver con la segunda versión de Los judíos del Mar Dulce[vi].
Cuando
escribí la primera versión de la novela acababa de aparecer un libro sobre Cien años de soledad escrito por
Josefina Ludmer – ¿sería en la Editorial Tiempo Contemporáneo? No recuerdo
mucho del libro, pero si el árbol genealógico que Ludmer trazó de la familia
Buendía. Y me fascinó seguir la pista a todos esos antepasados. Como me atrae
el apéndice que Faulkner añadió a la segunda versión de The Sound and the Fury, donde detalla la historia de los Compson,
que se inicia en 1699 y concluye en 1945. ¡Oh, si hubiera podido contar con una
familia como los Buendía o los Compson, pese a su eximio nivel de perversión!
Pero la familia Pechof es, con grandes salvedades, una combinación de mi
familia paterna, los Szichman, y mi familia materna, los Szylder. Y aunque en
ambas familias abundaron los heroísmos, no hubo muchos antepasados heroicos.
Para
que prospere una buena genealogía es necesario que los hijos sucedan a los
padres, y que los nietos comparezcan después de los hijos. Eso es extender el
linaje en el territorio de la diacronía. Pero ¿qué ocurre cuando tres
generaciones de una familia son segadas en el mismo pogrom? La historia queda
abolida, los recuerdos se fusionan, y triunfa la sincronía. Es un poco lo que
ocurre con algunas pinturas de Leonardo da Vinci, donde aparecen tres
generaciones de mujeres, pero nadie puede descubrirlo por los rostros, pues es
difícil discernir la edad de madres, hijas y abuelas, como si todas ellas
hubieran sido forjadas en la misma plantilla. En ocasiones puede ser una excelente
receta para el incesto. Y creo que en la familia Pechof el incesto está a la
orden del día. Tal vez es un reflejo de las peripecias que sufrió la familia Szichman
(salvo el incesto). Parte pudo huir de Polonia, y establecerse en la Argentina,
pues logró llegar antes de 1933, cuando cerraron las puertas de la inmigración.
La otra parte quedó varada en Polonia, y nunca más se supo de su suerte, aunque
es presumible que ninguno de sus integrantes falleció de muerte natural, o fue
alojado en una tumba con nombre.
La
familia Szylder corrió mejor suerte. Todos sus miembros lograron arribar sanos
y salvos a la Argentina. Estaba constituida por mis abuelos y nueve hijos, seis
mujeres y tres varones. Cuando los hijos mayores de mi abuela verificaron que
con sus progenitores había once bocas que alimentar, decidieron poner a mi
abuela en un altar, para que mi abuelo no pudiera alcanzarla.
La
(mala) suerte y la (buena) suerte corrida por esas dos familias –ya estoy
escribiendo como un lacaniano– me ayudaron a crear una genealogía diferente en
el terreno de la literatura. Una genealogía de personas arracimadas, con
identidades que en ocasiones ni yo mismo pude desentrañar. Inclusive llegué a
crear una hija intercambiable, llamada Rifque compartida por todos los miembros
de la familia Pechof. Y de esa manera, los Pechof empezaron a crecer –sincrónicamente–
en todas direcciones, imitando a ese personaje que marchaba en la cuerda de
presos de Ginesillo de Pasamonte, quien se había burlado “demasiadamente” con
dos de sus primas hermanas, y “con otras dos hermanas que no lo eran mías”
hasta que de tanto burlarse había crecido la parentela “tan intricadamente, que
no hay sumista que la declare”.
Pero
el exceso se paga caro. La genealogía de los Pechof creció como la hiedra. Y a
veces era difícil decidir quién era quien. Recuerdo que durante el proceso de
corrección de la segunda versión su editora, la profesora Carmen Virginia
Carrillo, me preguntó por qué en algunas partes del texto un sobrino se
transformaba en un primo, o un hermano de Dora –una de sus protagonistas– se
convertía en su esposo.
Era
como si en la novela hubiera intervenido la censura franquista para transformar
lo recatado en indecente, ejemplificado en el célebre caso del doblaje de la
película Mogambo. Los inquisidores
del franquismo decidieron que la pareja protagónica, constituida por Clark
Gable y Ava Gardner, no fuesen amantes, sino hermanos. Y en algunas escenas,
esos hermanos se besaban de manera tórrida, o se iban juntos a la cama.
Creo
que esta segunda versión de Los judíos
del Mar Dulce es más comprensible. Pero además, como cuarenta años no pasan
en vano, hay elementos en esta versión que eran imposibles de adivinar. En 1971,
el peronismo estaba proscripto. En 1973, logró llegar al poder. En 1976, los
militares desalojaron al peronismo del poder e hicieran desaparecer a varios
millares de personas, que declararon “ausentes para siempre”. En 1983, y tras
la derrota de las fuerzas armadas en las islas Malvinas, retornó la democracia.
Y en la primera década de este siglo, el peronismo se consolidó en el poder. Y me
resultó posible hacer un balance entre el peronismo que gobernó entre
1945-1955, época en que transcurre Los
judíos del Mar Dulce, y la época actual. De nuevo, en el presente, como en
el pasado, el peronismo lucha contra el agio y la especulación, de nuevo
escasean los dólares, de nuevo el país enfila hacia el lugar que legítimamente
le corresponde en el concierto de las naciones, de nuevo el populismo muestra
sus costuras y su intemperancia ante el adversario. También en algunos actos la
gente salta sobre una pierna para expresar su repudio a algo. ¡Y hay tanto que
repudiar!
Otra
cosa imposible de adivinar en 1971 era mi futuro. Me faltaba algún tiempo para
conocer a Laura Corbalán, mi esposa de 36 años, una intelectual extraordinaria,
una psicoanalista de excepción que, como señalé antes, me ayudó a transformar
un ingobernable texto como A las 20:25 la
señora pasó a la inmortalidad en una novela. Escribí la novela entre 1975 y
1980, en Caracas, la mandé a un concurso en Estados Unidos, gané, y con Laura
nos fuimos a vivir a Nueva York por un corto plazo que se transformó en un
larguísimo plazo. Laura falleció en octubre de 2011, y yo aún continúo en Nueva
York. Es muy difícil acostumbrarse a vivir en Nueva York. Y es aún más difícil
abandonarla.
UNA SEGUNDA OPORTUNIDAD
La
adquisición de un nuevo idioma, la tarea de trabajar y volver a trabajar un
texto desde el español y desde el inglés, ha cambiado mi forma de redactar.
Hace 30 años me gustaban las frases largas, con muchas cláusulas subordinadas,
como las elaboradas por Proust y Faulkner, que sin saberlo compitieron por la
frase más larga en la historia de la literatura. Creo que ganó Proust en A la búsqueda del tiempo perdido. La
segunda frase más larga está en The Bear,
de Faulkner. Ambos son ejercicios de virtuosismo. No sé si aportan mucho a la
literatura. Queremos ver a un nadador en acción, no aguardar mansamente a ver
cuánto aguanta la respiración bajo el agua. Se pueden hacer cosas excelentes
con un sujeto, un verbo, y un predicado. También Faulkner lo demuestra. En The Wild Palms, hay una de las frases
cortas más bellas de toda su literatura: “Yes, between grief and nothing I will
take grief.” [vii]
En
mi segunda etapa como escritor –hubo un hiato de 20 años en que nadie estaba
interesado en publicarme– fueron otros los autores que se convirtieron en mi
constante compañía. Primero y principal,
Jim Thompson. Rezo cotidianamente en el
altar de Big Jim. Y luego están Faulkner,
Flannery O´Connor, el Hemingway de sus primeros cuentos, el Truman
Capote de Handcarved Coffins, y todo
Kurt Vonnegut. Y Evelyn Waugh, el autor de The
Loved Ones, una sátira de la industria funeraria de Los Angeles. Waugh es
también el autor de un inolvidable cuento de terror, The Man Who Loved Dickens. Es realmente un cuento lapidario.
Después de leerlo, es improbable que alguien se anime a incursionar otra vez en
las novelas de Dickens. Lo cual es injusto.
Esta nueva versión de Los judíos del Mar Dulce tampoco
existiría sin la invalorable, tenaz colaboración de la profesora Carmen
Virginia Carrillo. Ella me ayudó a revisar el texto final, línea por línea, en
el curso de un diálogo constante, indagador. Pues la profesora Carrillo
pertenece a una escuela de la crítica literaria ya en vías de extinción: la que
confronta al autor y lo cuestiona. Además, cuenta con una virtud muy rara:
aunque devora relatos, no come cuentos.
El grande entre los grandes
Leonard Cohen suele decir: “I have taken a lot of Prozac, Paxol,
Wellbutri, Reflexol, Ritalin and Focalin... I have also study deeply the
philosophies and the religions ... But
cheerfulness kept breaking in.” Como
Cohen, yo también tuve mis altibajos, mis búsquedas, y desencuentros. Por eso
es siempre grato encontrar seres humanos que suavizan la melancolía, alientan
la euforia y contribuyen a que la alegría se siga desbordando.
Nueva York, mayo de 2013
––0––-
La
nueva versión de Los judíos del Mar Dulce
circula como ebook en Amazon.com, Sony Reader, y en KoboBooks.com
En los
próximos días circulará también en Barnes and Noble.
[i] Editorial Verbum, Madrid, 2013.
Edición al cuidado de la profesora Carmen Virginia Carrillo.
[ii] Jorge Luis Borges tuvo la
desdicha de que sus Obras (parcialmente) Completas fueran publicadas por la
editorial Emecé. Tengo el ejemplar del libro publicado en 1975. Ahora parece
una colcha empatada de retazos, descuadernada. Cuando la compré era una edición
de lujo. Si bien el papel es tipo biblia, las tapas y el lomo dejan mucho que
desear. ¿Por qué la industria editorial en la Argentina muestra tan poco
respeto por el lector? Esa es una de las ventajas de tener un blog. Uno puede
plantear quejas personales difíciles de enunciar en artículos periodísticos.
[iii] Un buen ejemplo es su libro Miradas a la ciudad (Ediciones de la
universidad del estado de México, 2011). Allí analiza con enorme perspicacia
las obras de Julio Cortázar, Julio Ramón Ribeyro, Carlos Fuentes y Julio
Garmendia, y su representación del imaginario colectivo de cuatro ciudades
latinoamericanas.
[iv] Sirvienta. Ahora diríamos
personal de servicio. Pero mi familia no era políticamente correcta.
[v] Lo cierto es que casi todas las
cosas son designadas de manera falsa o algo inadecuada.
[vi] Tras releer, después de muchos
años, la primera versión de la novela, me encontré con una especie de acertijo.
Me detuve en algunos capítulos tratando de descifrar qué diablos había querido
decir. No siempre lo conseguí.
[vii] Sí, definitivamente, si me dan a elegir entre la pena y la
nada, elijo la pena.
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