domingo, 26 de mayo de 2013

Los judíos del Mar dulce, Guadalupe Carrillo, y la imaginación dialógica



Mario Szichman

 “Y así  ¿Qué podía engendrar
El estéril y mal cultivado ingenio mío,
sino la historia de un hijo seco, avellanado,
antojadizo, y lleno de pensamientos varios?”
Prólogo a Don Quijote de la Mancha 

Para Alicia Migdal



Antes de leer la bella reseña que escribió la profesora Guadalupe Isabel Carrillo acerca de mi nueva versión de Los judíos del Mar Dulce, había escrito un texto para este blog, explicando las razones de su reescritura. Decía en ese previo trabajo que con excepción de las tablas de la ley y del discurso de Gettysburg, no hay texto esculpido en piedra. Los libros se escriben con tinta, en un papel. Y cuando uno está descontento con la primera versión, incurre en una segunda.
También los artículos para un blog se escriben con tinta, en un papel, Y cuando uno está descontento con la primera versión, incurre en una segunda. Y en esta ocasión, querría empezar usando otro ángulo, proporcionado por la profesora Carrillo. Pues cuando el monólogo se transmuta en diálogo, el autor y el lector –en este caso el crítico– se retroalimentan, y el producto suele ser muy rico, y bastante difícil de pronosticar por los interlocutores.
Una de las ideas más luminosas de Mijail Bajtin es la de la imaginación dialógica. Voy a abstenerme de ir a la biblioteca y buscar el libro Problems of Dostoevsky´s Poetics porque aunque soy un fiel seguidor de los críticos que admiro, la única manera de averiguar su real influencia es a través de sus sedimentos. Me impresiona mucho la técnica narrativa de Dostoievski. Y Bajtin dice que su impacto está no en los diálogos del escritor, sino en los ecos de esos diálogos. En Dostoievski, aunque abunda la monomanía, no existe el monólogo. Sí, es cierto, sus personajes monologan, pero no hay una sola frase que empiece y concluya en ellos. Cada frase es retomada por otro interlocutor, reelaborada, y puesta nuevamente a circular. El conflicto no es sólo entre dos personas que discuten, sino en el interior de cada frase proferida. Es un peloteo constante en que las ideas son propuestas y cuestionadas. Y todo se elabora a través de ese diálogo de perpetua confrontación. Inclusive los personajes que son vestidos y revestidos de palabras. Las palabras los convierten en seres de tres dimensiones. Y eso es parte importante de la imaginación dialógica.
Creo que es muy beneficioso leer a los malos escritores. Pues entre sus defectos figura la obsesiva necesidad de ser propietarios de la verdad. Y para ello, necesitan confrontar a sus personajes detestables, oponerles sus personajes admirables –que hablan por boca del autor como si fuera por boca de ganso– y derrotarlos.
Pero tras leer a un mal escritor, hay que volver a escritores como Dostoievski. De esa manera se descubre la maravilla de la imaginación dialógica. ¿Quién tiene el monopolio de la verdad en las novelas de Dostoievski? Nadie. Simpatizamos con sus héroes, con el Raskolnikof de Crimen y Castigo, con el Príncipe Mishkin de El idiota. Pero apenas tomamos un poco de distancia, descubrimos que sus interlocutores, y especialmente sus villanos, superan a los héroes en la validez de sus motivos para actuar de cierta manera. Dostoievski nunca nos ofrece una solución en bandeja. Muchos de sus estupendos villanos tienen mejores excusas que sus héroes para actuar de manera deplorable.
Y como la narrativa –o cualquier producción dramática– es esencialmente un conflicto, cuando más titánica sea la lucha de ideas entre el protagonista y el antagonista, más agradecido estará el lector, quien deberá decidir a quién le otorga su voto de confianza.
NO CEDER ESPACIO
Pude disfrutar de los casi alucinantes beneficios de la imaginación dialógica durante la elaboración del texto de mi última novela, Eros y la doncella[i]. Y todavía hoy intento recrear cómo ocurrió. Todas mis anteriores novelas fueron una tarea solitaria. Una vez concluía el primer draft, se lo entregaba a Laura Corbalán, mi esposa por 36 años, para que lo revisara.
La tarea más difícil fue con A las 20:25 la señora pasó a la inmortalidad. Demoré cinco años en finalizarla. No fue un draft, fueron seis, siete, u ocho. Creo que estaba atascado porque en esa época todavía no conocía a Bajtin, o esos libros de autoayuda cuya misión es enseñar a escribir obras de ficción. La novela se extendía en todas direcciones, y carecía de centro. Los personajes aparecían y desaparecían. El texto carecía de rumbo fijo. Y después de tantos trial and errors, por alguna razón –tal vez una discusión bastante subida de tono entre Laura y yo– finalmente A las 20:25 la señora pasó a la inmortalidad pudo enfilar por un buen rumbo.
Pero la confección de Eros y la doncella fue muy distinta. Yo tenía un primer draft, sabía hacia donde deseaba dirigirme, contaba con los personajes principales (Robespierre, Danton, Marat), conocía el período en que debían transitar esos personajes, y poseía buenos referentes históricos. Cuarenta años de periodismo no transcurren en vano. ¿A quién se le ocurre investigar quienes fueron los primeros guillotinados? (cadáveres de un hospital, y tortugas). O ¿cómo hizo el pintor David para mostrar el rostro agónico de Marat en su bañera? (David siempre tenía a mano media docena de cadáveres que compraba a un proveedor. Los cadáveres eran guardados en tinas repletas de alcohol o de aguardiente. No duraban más de una semana. Y en el ínterin, si había que usar alguno, se ablandaban sus miembros sumergiéndolos en bañeras de agua caliente). ¿Por qué la ejecución de Robespierre fue tan recordada? Porque  Robespierre era un coqueto cuyo peluquero le empolvaba cotidianamente la peluca con talco. Y cuando guillotinaron a Robespierre, se alzó una nube de talco de su empolvada peluca, creando una sensación entre los habitués a la Plaza de la Revolución.
Pero había un problema con Eros y la doncella: estaba sobresaturada de historia. Y allí fue cuando comenzó a funcionar la imaginación dialógica. En frecuentes diálogos por Skype, la profesora Carmen Virginia Carrillo iba leyendo los capítulos, hacía comentarios, y todo aquello que le parecía sacado de un texto de historia aconsejaba eliminarlo o corregirlo. Es increíble. Cuando un novelista escucha las palabras de su personaje reiteradas por la voz de un interlocutor, algo hace clic en su cerebro. En ese sentido, creo que los dramaturgos tienen una enorme ventaja sobre los novelistas. Pues la voz interior nada tiene que ver con la voz exterior. ¿Acaso no quedamos sorprendidos cuando oímos nuestra voz reproducida en un grabador?
Esa traducción de la novela a un diálogo entre dos participantes llevó a Eros y la doncella por caminos inesperados. Hizo surgir, como de la galera de un mago, a una pareja, el convencionista Louvet, y su esposa Lodoiska. Y también hizo brotar al general Francisco de Miranda, el Precursor de nuestras desdichadas independencias. Sin la imaginación dialógica, librada la novela al criterio de Mario Szichman, al menos tres personajes no hubieran existido. Y cuando reviso la novela, y la observo tratando de olvidar el período previo a su concepción, considero esos personajes imprescindibles.
LA NECESIDAD DE DESCENTRAR
La crítica que ha hecho la profesora Guadalupe Carrillo de la reescritura de Los judíos del Mar Dulce transcurre por similares carriles. Su lectura de la novela generó muchas respuestas. La primera es la del epígrafe de este trabajo.
Recuerdo que por la época en que publiqué Los judíos del Mar Dulce, yo estaba obsesionado con esa frase del prólogo del Quijote: “¿Qué podía engendrar el estéril y mal cultivado ingenio mío, sino la historia de un hijo seco, avellanado, antojadizo, y lleno de pensamientos varios?” Bueno, no era un hijo avellanado y antojadizo, sino toda una familia, los Pechof, avellanada, antojadiza, y llena de pensamientos varios. Y como no quiero mentir al lector ni mentirme a mí mismo, debo decir que en aquella época me aterraba no poder acceder a ese Parnaso literario donde los autores logran publicar su producción escogida o completa en libros encuadernados en cuero y con filigrana de oro. Especialmente, los producidos por la editorial Aguilar[ii].
TEXTO Y CONTEXTO
La crítica que hace la profesora Guadalupe Carrillo a la versión en Ebook de Los judíos del Mar Dulce, en su blog http://www.notaapiedepagina.blogspot.com responde a preocupaciones que me venían inquietando desde hace cuatro décadas. Su reelaboración, y los puntos en que la reelaboración se ha convertido en flamante escritura (hay más de 100 páginas nuevas, nuevos personajes, inclusive incursiones en otros territorios, como la visita de tres de los hermanos Pechof al Uruguay). Y si bien se mantiene el núcleo central: la agonía y muerte de Eva Perón en 1952, hay un desplazamiento. En la primera versión, los cañones estaban enfilados hacia la familia Pechof. Ahora, buena parte de las andanadas se dirigen hacia el peronismo, hacia algunas de sus prominentes figuras, sus persistentes ritos colectivos, y algo que podría considerarse de manera piadosa  su “ideología”.
“Constantemente”, dice la profesora Carrillo, “observamos un contrapunteo entre lo que los hermanos Pechof desearían que fuera su vida y la realidad que los confronta: la llegada a un país que los rechaza haciéndolos padecer una doble xenofobia: por ser extranjeros y por ser judíos que huían de las terribles garras del letal nazismo. Esto último incluso los ubica en una condición aún más débil: ser refugiados. La mayor parte de sus experiencias lleva, pues,  el sello de la hostilidad”.
El deslizamiento también afecta a ciertos personajes. En la primera versión Natalio Pechof, el intelectual de la familia, tenía una bibliografía bastante escueta, más inclinada hacia el sionismo y el socialismo democrático. Pero en esta nueva versión, ya sus ambiciones han crecido, e intenta usar la filosofía de Kierkegaard para analizar La razón de mi vida, el libro supuestamente escrito por Eva Perón, uno de los pilares de la doctrina justicialista.
También, como señala la profesora Carrillo, otros personajes de la familia Pechof han alterado y profundizado sus obsesiones. Inclusive se han hecho más audaces. Y en ese sentido, es un poco el reflejo de un escritor cuyas experiencias  son distintas a las que vivía cotidianamente hace cuarenta años.
Por cierto, el texto de la profesora Carrillo ha convocado el recuerdo de una novela que sigo considerando una de las grandes producciones literarias de Venezuela: Piedra de Mar, de Francisco Massiani. La lúcida idea de Massiani es ésta: Un adolescente, carente de toda experiencia de la vida, desea escribir una novela. Por lo tanto, decide llamar por teléfono a sus amigos, y preguntarles por sus experiencias cotidianas. Esas experiencias irán construyendo la novela. Todo el texto es muy tierno, y muy divertido. Además, la idea es brillante.  Cuando escribí Los judíos del Mar Dulce me sentía un poco como Pancho Massiani. ¿De qué podía escribir, si carecía de toda experiencia vital?
Y como la profesora Carrillo tiene un sexto sentido[iii] ha dado en el clavo con algo que no siempre reviste gran importancia: la estructura novelística de Los judíos del mar dulce. “El prólogo y el final coinciden”, dice la profesora Carrillo. “Berele,  hijo de Natalio, está montando una película que represente la vida de los Pechof desde su salida de Polonia. Esta circularidad proyecta la sensación de continuidad, de vida que avanza  a pesar de los cambios, las pérdidas o los éxitos”.
En la película El Gatopardo, Luchino Visconti ordenó poner ropas muy costosas, y de época, en guardarropas que permanecían cerrados. Burt Lancaster, el personaje principal de la película, le preguntó a Visconti por qué ese gasto que consideraba inútil, pues el espectador nunca vería esas ropas. Y Visconti le respondió que para él, lo único importante era que los personajes del filme estuvieran enterados de su existencia. Tal vez –y ojalá– el lector ignore que esa circularidad existe en mi novela, y sólo esté interesado en las peripecias de los personajes. Pero para el escritor es importante saber que ha podido manejar el trasfondo, desplazar con seguridad a los seres humanos que habitan su novela.
AJUSTES DE CUENTAS
En el caso de Los judíos del Mar Dulce creo que la influencia de Roberto Arlt fue mi salvación y mi condena. Cuando se trata de alentar el oficio de escribir, Arlt tiene una de las frases más bellas de la literatura latinoamericana: “El futuro es nuestro, por prepotencia de trabajo”, que figura en el prólogo a su novela Los Lanzallamas. Pero en ese mismo prólogo, Arlt señala algo que me llevó por un camino errado. “Se dice de mí que escribo mal”, reconocía Arlt. “Es posible. De cualquier manera, no tendría dificultad en citar a numerosa gente que escribe bien y a quienes únicamente leen correctos miembros de sus familias”.
Eso de no preocuparse por “escribir bien”, tuvo una influencia muy negativa al comienzo de mi carrera. Para la época de Los judíos del Mar Dulce no tenía mucho interés en las reglas de la gramática, o en el armado de un libro. Me parecían una pérdida de tiempo.
Existía inclusive una especie de orgullo de escribir “mal” entre algunos de los narradores de mi generación. Los que escribían bien eran los escritores de derecha, aquellos pertenecientes a la revista Sur, o los oligarcas. Inclusive había otra especie de orgullo: quienes pertenecían a la izquierda no leían a los escritores de la derecha. Tuvieron que pasar muchos años antes de que me animara a leer a Eduardo Mallea, a Manuel Mujica Laínez, a Manuel Peyrou. No sé si Marco Denevi entraba o no en esa categoría de escritor de derecha, pero también figuraba entre los autores que no quería leer.
Las cosas que uno se pierde por aceptar prejuicios.  Creo que Marco Denevi nunca escribió un libro malo, y que algunas de sus novelas son excepcionalmente buenas. Hay una que transcurre en un velorio, no recuerdo ahora el título, que me parece una joya.Y están otras obras perfectas, como Rosaura a las diez, y Ceremonia Secreta.
Tal vez Mallea comenzó a repetirse en sus novelas, pero hay relatos inolvidables en sus libros Cuentos para una inglesa desesperada y La ciudad junto al río inmóvil. Y el libro de cuentos de Mujica Laínez Misteriosa Buenos Aires, es admirable. No pienso leer en cambio Bomarzo aunque me pongan una pistola en la cabeza.
APRENDER A ESCRIBIR
Algunos años de experiencia y algunos golpes bien propinados por los críticos me enseñaron que es preferible escribir lo mejor posible, aunque escaseen los lectores. El otro problema de la primera versión de Los judíos del Mar Dulce era la abundancia de localismos y ciertas alusiones, imposibles de descifrar fuera de la comunidad judía de Buenos Aires. Peor aún, tampoco correspondían a una parte importante de esa comunidad. Había referencias demasiado frescas, demasiado cercanas. Creo que hasta perdí algunos amigos por esas alusiones que rozaban a sus familias.
También estaba el problema de la familia Pechof, diseminándose por todas partes. Y por último el bochinche se acentuaba por el excesivo uso de palabras en idisch, que Germán L. García consideró, sabiamente, como el idioma de la culpa. (Aunque puede ser también el lenguaje del escamoteo. Mis padres solían hablar en idisch delante de la shicse[iv], para que ésta no se enterara de lo que estaban diciendo).
Afortunadamente, en la reseña de la profesora Carrillo, esos temas afloran, prevalecen, son discutidos.
La primera versión de Los judíos del Mar Dulce tenía una sentencia de Albert Memmi: “Yo era un mestizo de la colonización, que comprendía a todos porque no era totalmente de nadie”. Cuarenta años no pasan en vano. Tras varios mestizajes he cesado de comprender a muchas personas que no se lo merecían. Pero la sentencia que incorporé a la segunda versión de Los judíos del Mar Dulce, y que pertenece a Thomas Hardy, se vincula a mi preocupación por el lenguaje: “The fact is that nearly all things are falsely, or rather inadequately named.”[v]
La sentencia la encontré en el excelente libro de Michael Ragussis, Acts of Naming, The Family Plot in Fiction. Y tiene mucho que ver con la segunda versión de Los judíos del Mar Dulce[vi].
Cuando escribí la primera versión de la novela acababa de aparecer un libro sobre Cien años de soledad escrito por Josefina Ludmer – ¿sería en la Editorial Tiempo Contemporáneo? No recuerdo mucho del libro, pero si el árbol genealógico que Ludmer trazó de la familia Buendía. Y me fascinó seguir la pista a todos esos antepasados. Como me atrae el apéndice que Faulkner añadió a la segunda versión de The Sound and the Fury, donde detalla la historia de los Compson, que se inicia en 1699 y concluye en 1945. ¡Oh, si hubiera podido contar con una familia como los Buendía o los Compson, pese a su eximio nivel de perversión! Pero la familia Pechof es, con grandes salvedades, una combinación de mi familia paterna, los Szichman, y mi familia materna, los Szylder. Y aunque en ambas familias abundaron los heroísmos, no hubo muchos antepasados heroicos.
Para que prospere una buena genealogía es necesario que los hijos sucedan a los padres, y que los nietos comparezcan después de los hijos. Eso es extender el linaje en el territorio de la diacronía. Pero ¿qué ocurre cuando tres generaciones de una familia son segadas en el mismo pogrom? La historia queda abolida, los recuerdos se fusionan, y triunfa la sincronía. Es un poco lo que ocurre con algunas pinturas de Leonardo da Vinci, donde aparecen tres generaciones de mujeres, pero nadie puede descubrirlo por los rostros, pues es difícil discernir la edad de madres, hijas y abuelas, como si todas ellas hubieran sido forjadas en la misma plantilla. En ocasiones puede ser una excelente receta para el incesto. Y creo que en la familia Pechof el incesto está a la orden del día. Tal vez es un reflejo de las peripecias que sufrió la familia Szichman (salvo el incesto). Parte pudo huir de Polonia, y establecerse en la Argentina, pues logró llegar antes de 1933, cuando cerraron las puertas de la inmigración. La otra parte quedó varada en Polonia, y nunca más se supo de su suerte, aunque es presumible que ninguno de sus integrantes falleció de muerte natural, o fue alojado en una tumba con nombre.
La familia Szylder corrió mejor suerte. Todos sus miembros lograron arribar sanos y salvos a la Argentina. Estaba constituida por mis abuelos y nueve hijos, seis mujeres y tres varones. Cuando los hijos mayores de mi abuela verificaron que con sus progenitores había once bocas que alimentar, decidieron poner a mi abuela en un altar, para que mi abuelo no pudiera alcanzarla.
La (mala) suerte y la (buena) suerte corrida por esas dos familias –ya estoy escribiendo como un lacaniano– me ayudaron a crear una genealogía diferente en el terreno de la literatura. Una genealogía de personas arracimadas, con identidades que en ocasiones ni yo mismo pude desentrañar. Inclusive llegué a crear una hija intercambiable, llamada Rifque compartida por todos los miembros de la familia Pechof. Y de esa manera, los Pechof empezaron a crecer –sincrónicamente– en todas direcciones, imitando a ese personaje que marchaba en la cuerda de presos de Ginesillo de Pasamonte, quien se había burlado “demasiadamente” con dos de sus primas hermanas, y “con otras dos hermanas que no lo eran mías” hasta que de tanto burlarse había crecido la parentela “tan intricadamente, que no hay sumista que la declare”.
Pero el exceso se paga caro. La genealogía de los Pechof creció como la hiedra. Y a veces era difícil decidir quién era quien. Recuerdo que durante el proceso de corrección de la segunda versión su editora, la profesora Carmen Virginia Carrillo, me preguntó por qué en algunas partes del texto un sobrino se transformaba en un primo, o un hermano de Dora –una de sus protagonistas– se convertía en su esposo.
Era como si en la novela hubiera intervenido la censura franquista para transformar lo recatado en indecente, ejemplificado en el célebre caso del doblaje de la película Mogambo. Los inquisidores del franquismo decidieron que la pareja protagónica, constituida por Clark Gable y Ava Gardner, no fuesen amantes, sino hermanos. Y en algunas escenas, esos hermanos se besaban de manera tórrida, o se iban juntos a la cama.
Creo que esta segunda versión de Los judíos del Mar Dulce es más comprensible. Pero además, como cuarenta años no pasan en vano, hay elementos en esta versión que eran imposibles de adivinar. En 1971, el peronismo estaba proscripto. En 1973, logró llegar al poder. En 1976, los militares desalojaron al peronismo del poder e hicieran desaparecer a varios millares de personas, que declararon “ausentes para siempre”. En 1983, y tras la derrota de las fuerzas armadas en las islas Malvinas, retornó la democracia. Y en la primera década de este siglo, el peronismo se consolidó en el poder. Y me resultó posible hacer un balance entre el peronismo que gobernó entre 1945-1955, época en que transcurre Los judíos del Mar Dulce, y la época actual. De nuevo, en el presente, como en el pasado, el peronismo lucha contra el agio y la especulación, de nuevo escasean los dólares, de nuevo el país enfila hacia el lugar que legítimamente le corresponde en el concierto de las naciones, de nuevo el populismo muestra sus costuras y su intemperancia ante el adversario. También en algunos actos la gente salta sobre una pierna para expresar su repudio a algo. ¡Y hay tanto que repudiar!
Otra cosa imposible de adivinar en 1971 era mi futuro. Me faltaba algún tiempo para conocer a Laura Corbalán, mi esposa de 36 años, una intelectual extraordinaria, una psicoanalista de excepción que, como señalé antes, me ayudó a transformar un ingobernable texto como A las 20:25 la señora pasó a la inmortalidad en una novela. Escribí la novela entre 1975 y 1980, en Caracas, la mandé a un concurso en Estados Unidos, gané, y con Laura nos fuimos a vivir a Nueva York por un corto plazo que se transformó en un larguísimo plazo. Laura falleció en octubre de 2011, y yo aún continúo en Nueva York. Es muy difícil acostumbrarse a vivir en Nueva York. Y es aún más difícil abandonarla.
UNA SEGUNDA OPORTUNIDAD
La adquisición de un nuevo idioma, la tarea de trabajar y volver a trabajar un texto desde el español y desde el inglés, ha cambiado mi forma de redactar. Hace 30 años me gustaban las frases largas, con muchas cláusulas subordinadas, como las elaboradas por Proust y Faulkner, que sin saberlo compitieron por la frase más larga en la historia de la literatura. Creo que ganó Proust en A la búsqueda del tiempo perdido. La segunda frase más larga está en The Bear, de Faulkner. Ambos son ejercicios de virtuosismo. No sé si aportan mucho a la literatura. Queremos ver a un nadador en acción, no aguardar mansamente a ver cuánto aguanta la respiración bajo el agua. Se pueden hacer cosas excelentes con un sujeto, un verbo, y un predicado. También Faulkner lo demuestra. En The Wild Palms, hay una de las frases cortas más bellas de toda su literatura: “Yes, between grief and nothing I will take grief.” [vii]
En mi segunda etapa como escritor –hubo un hiato de 20 años en que nadie estaba interesado en publicarme– fueron otros los autores que se convirtieron en mi constante compañía.  Primero y principal, Jim Thompson.  Rezo cotidianamente en el altar de Big Jim. Y luego están Faulkner,  Flannery O´Connor, el Hemingway de sus primeros cuentos, el Truman Capote de Handcarved Coffins, y todo Kurt Vonnegut. Y Evelyn Waugh, el autor de The Loved Ones, una sátira de la industria funeraria de Los Angeles. Waugh es también el autor de un inolvidable cuento de terror, The Man Who Loved Dickens. Es realmente un cuento lapidario. Después de leerlo, es improbable que alguien se anime a incursionar otra vez en las novelas de Dickens. Lo cual es injusto.
Esta nueva versión de Los judíos del Mar Dulce tampoco existiría sin la invalorable, tenaz colaboración de la profesora Carmen Virginia Carrillo. Ella me ayudó a revisar el texto final, línea por línea, en el curso de un diálogo constante, indagador. Pues la profesora Carrillo pertenece a una escuela de la crítica literaria ya en vías de extinción: la que confronta al autor y lo cuestiona. Además, cuenta con una virtud muy rara: aunque devora relatos, no come cuentos.
El grande entre los grandes Leonard Cohen suele decir: I have taken a lot of Prozac, Paxol, Wellbutri, Reflexol, Ritalin and Focalin... I have also study deeply the philosophies and the religions ... But cheerfulness kept breaking in.Como Cohen, yo también tuve mis altibajos, mis búsquedas, y desencuentros. Por eso es siempre grato encontrar seres humanos que suavizan la melancolía, alientan la euforia y contribuyen a que la alegría se siga desbordando.
Nueva York, mayo de 2013
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La nueva versión de Los judíos del Mar Dulce circula como ebook en Amazon.com, Sony Reader, y en KoboBooks.com
En los próximos días circulará también en Barnes and Noble.



[i] Editorial Verbum, Madrid, 2013. Edición al cuidado de la profesora Carmen Virginia Carrillo.
[ii] Jorge Luis Borges tuvo la desdicha de que sus Obras (parcialmente) Completas fueran publicadas por la editorial Emecé. Tengo el ejemplar del libro publicado en 1975. Ahora parece una colcha empatada de retazos, descuadernada. Cuando la compré era una edición de lujo. Si bien el papel es tipo biblia, las tapas y el lomo dejan mucho que desear. ¿Por qué la industria editorial en la Argentina muestra tan poco respeto por el lector? Esa es una de las ventajas de tener un blog. Uno puede plantear quejas personales difíciles de enunciar en artículos periodísticos.
[iii] Un buen ejemplo es su libro Miradas a la ciudad (Ediciones de la universidad del estado de México, 2011). Allí analiza con enorme perspicacia las obras de Julio Cortázar, Julio Ramón Ribeyro, Carlos Fuentes y Julio Garmendia, y su representación del imaginario colectivo de cuatro ciudades latinoamericanas.
[iv] Sirvienta. Ahora diríamos personal de servicio. Pero mi familia no era políticamente correcta.
[v] Lo cierto es que casi todas las cosas son designadas de manera falsa o algo inadecuada.
[vi] Tras releer, después de muchos años, la primera versión de la novela, me encontré con una especie de acertijo. Me detuve en algunos capítulos tratando de descifrar qué diablos había querido decir. No siempre lo conseguí.
[vii] Sí, definitivamente, si me dan a elegir entre la pena y la nada, elijo la pena.


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