Mario Szichman
“No soy muy versado en griego”, dijo
el gigante.
“Tampoco yo”, respondió el ácaro filosófico.
“Y entonces ¿por qué citas a Aristóteles
en griego?”,
Preguntó el sirio.
“Porque”, respondió el otro,
“Es razonable citar lo que no comprendemos
En un lenguaje que no hablamos”.
Voltaire, Micromegas.
El Concejo Nacional de Maestros
de Inglés, con sede en Urbana, Illinois, otorga anualmente los Doublespeak[i]
Awards a instituciones y funcionarios que mienten sin mentir, usufructuando una
confusa asociación de palabras. En cierta ocasión, los galardones fueron
otorgados a una línea aérea que definió el estrellamiento de un avión como “un
contacto descontrolado contra el suelo”,
a un hospital que describió la muerte de un paciente como “un percance
de diagnóstico de elevada magnitud[ii]”, y al senador Orrin Hatch, quien dijo
que “la pena de muerte es el reconocimiento que hace nuestra sociedad a la
santidad de la vida”.
En su Dictionary of Euphemisms and Other
Double Talk, Hugh Rawson da buenos ejemplos de cómo la inflación de términos en
el ámbito militar es correlativa a una deflación o encubrimiento del sentido.
Es el caso de “executive action” (el término probable sería “hecho
consumado”) “un eufemismo empleado por
la CIA”, dice Rawson, “para sacarse de encima a personas, especialmente los
líderes de otras naciones”.
En la nomenclatura militar los pertrechos
de guerra atacan dos clases de objetivos, hard, duros, y soft, blandos. Los
objetivos duros son ladrillos, concreto o acero. Los objetivos blandos son
aquellos constituidos por carnes y huesos, esto es, seres humanos. De ahí que
el napalm, una bomba incendiaria, dice Rawson, haya sido rebautizado como “soft
ordnance”, pertrecho de guerra para objetivos blandos.
En otros casos, los eufemismos pueden llegar a ser demoledores. Las
retiradas militares suelen ser definidas como “retrograde manoeuver,” maniobras
de retroceso. Se supone que ordenadas. La frase, dice Rawson, surgió en 1975,
cuando el entonces presidente de Vietnam del Sur Nguyen Van Thieu decidió
retirar sus tropas de varias provincias, ante la embestida del Vietcong. La
maniobra de retroceso de Thieu prosiguió hasta que logró maniobrar para ceder
el poder, y exiliarse en Estados Unidos.
LA ÚNICA VERDAD
ES LA CONFUSIÓN
Trabajé cerca de treinta años en burós
latinoamericanos de agencias noticiosas, en United Press International entre
1981 y 1986, y en The Associated Press entre 1987 y el 2009. No se trataba de
una tarea creadora. Había que traducir los despachos del inglés al español.
Pero esas agencias tenían una gran ventaja para un escritor. En primer lugar,
la traducción permite transformar el lenguaje en instrumento. Cuando se cuenta
con un solo idioma, resulta más trabajoso cuestionar la retórica, especialmente
la de los gobiernos que con tanto entusiasmo se dedican a mentir. Pero si se
suma otro idioma, empieza el conflicto entre ambos, y de los chispazos brota la
luz. Dos lenguajes nos hacen más sospechosos que uno solo. Nada resulta
natural.
La otra ventaja de trabajar en una agencia
era que la copia debía ser distribuida en países con diferente idiosincrasia y
distintas maneras de designar lo “prohibido”. El resultado era un lenguaje
aséptico, destinado a no ofender a los lectores. En ciertos países se podía
coger, pero no tirar. En otros se podía tirar, pero no coger. El pico podía
servir para designar el extremo de una botella o la cima de una montaña en
muchas naciones, pero no en Chile.
En Venezuela hay una expresión afectuosa para
los niños: los carajitos. Cuando hice esa mención a unos primos míos durante un
infrecuente viaje a la Argentina, se tiraron al suelo de la risa. (En la
Argentina uno se podía tirar al suelo. En Venezuela, cuando alguien tiraba algo
al suelo, la próxima acción era prohibida para menores de 18 años).
Un insulto que en la Argentina podía ser
preludio a la guerra civil era enviar a alguien a dirigirse a las partes
íntimas de la hermana. En Colombia conocí bellas mujeres que se llamaban
Concepción o Consuelo y les decían
Concha o Conchita. Había una excelente
cantante española, Conchita Piquer. No sé cómo se las arreglaba para visitar la
Argentina sin que medio Buenos Aires sonriera ruborizado.
Gabriel García Márquez rompió un
tabú cuando bautizó su libro “Memorias de mis putas tristes”.
TIRIOS Y TROYANOS
Además de traducir para más de veinte
naciones de América Latina, en ocasiones era necesario explicar. Pues las dos
agencias en que trabajé eran norteamericanas, y las tradiciones políticas de
Estados Unidos muy difícilmente puedan difundirse en otras partes del mundo.
¿Cuántos partidos políticos hay en Francia? ¿Y en Italia? ¿Y en Austria? En
Estados Unidos, desde tiempo inmemorial, hay solo dos partidos que se turnan en
el poder: demócratas y republicanos. Habrá muchas bebidas sin alcohol, pero la
competencia es entre la Coca Cola y la Pepsi Cola. En una época, la competencia
entre las revistas de circulación nacional era entre Time y Newsweek. Y no era
un secreto que si una de las revistas recibía un tubazo, una noticia exclusiva,
le brindaba información a la otra, para no desnivelar las ventas.
Esa necesidad de pensar en tandas se
traduce necesariamente en el territorio de la política. En ocasiones, se trata
de transitar la cuerda floja, mostrando una actitud de imparcialidad. Karen De
Young, periodista del Washington Post, señaló en uno de sus artículos que
cuando los palestinos lanzaban un ataque militar, el departamento de Estado
“condenaba” sus acciones. En cambio, si eran los israelíes los atacantes, el
departamento de Estado “deploraba” el episodio. Detrás de esa aparente
ponderación puede advertirse hacia donde inclina sus simpatías el departamento
de Estado.
En las décadas del treinta y del cuarenta
del siglo pasado, todo era más sencillo. Por ejemplo, en América Latina, los
funcionarios estadounidenses colocaban a todos nuestros dictadores en el mismo
saco. Sin distingo alguno eran, básicamente, unos hijos de perra. Sólo
discrepaban en el adjetivo posesivo. Cuando alguien en el departamento de
Estado propuso derrocar a “ese hijo de perra” de Rafael Leonidas Trujillo, el
presidente Harry Truman se opuso. Un funcionario le preguntó a Truman las
razones, y éste respondió que si bien el dictador dominicano era un hijo de
perra, “Es nuestro hijo de perra”.
Ya para la década del ochenta, las cosas se
hicieron más complicadas. Con guerrillas en Guatemala y el Salvador, y con un
deterioro de la situación política en Honduras, donde había bases militares
norteamericanas, hubo que alterar el lenguaje. En noviembre de 1984, el Concejo Nacional de Maestros de Inglés
otorgó su máximo galardón al departamento de Estado porque anunció su decisión
de anular la palabra “asesinato” en sus informes sobre la situación de los
derechos humanos en el mundo. Los escuadrones de la muerte en Centroamérica
dejaron de asesinar, y se dedicaron a practicar “una ilegal o arbitraria
supresión de la vida”.
Organizaciones como Americas
Watch, Helsinski Watch y el Comité de Abogados por los Derechos Humanos
Internacionales, señalaron que una de las técnicas para distorsionar la
información consistía en la evaluación de los abusos. Si el gobierno era amigo
de Washington, los abusos eran “presuntos” o “basados en alegaciones”. Si el
gobierno era enemigo, los abusos estaban “documentados”, o “basados en informes
confiables”.
Otra manera de desfigurar la información
consistía en copiar los escritos de las empresas de seguros, que destacan en el
sumario los hechos esenciales y reservan su letra microscópica para informar en
el cuerpo del escrito las partes desagradables o incómodas.
El tercer método para encubrir las
violaciones a los derechos humanos era ensalzar progresos, por cierto, una
técnica heredada de la Inquisición española. Si uno revisa los informes de la
Inquisición entre mediados del siglo dieciocho y comienzos del siglo
diecinueve, descubrirá que el Santo Oficio era crecientemente moderado, cada
vez llevaba a la hoguera a menor cantidad de personas, quemaba menos libros, y
criticaba con vigor abusos anteriores.
MODERADOS Y EXTREMISTAS
El eufemismo ha alcanzado su máxima
vitalidad en Medio Oriente, la única región del mundo que no deja dormir a
Washington, por la simple razón de que allí está el 60 por ciento del petróleo
que se consume en el mundo. Estados Unidos siempre ha necesitado aliados en la
zona, a fin de enfrentar a los radicales o extremistas. Con el transcurso del
tiempo las fórmulas han cambiado. La gran divisoria de aguas fue el ataque
contra las torres gemelas en Manhattan, registrado el 11 de septiembre de 2001.
En
la década del ochenta, y tras el triunfo de la Revolución Islámica en Irán,
Estados Unidos necesitaba incrementar sus aliados en la zona, a fin de
enfrentar a los radicales o extremistas. Por lo tanto, empezó a buscar
moderados. Pero era realmente muy difícil desbrozar la paja del trigo. ¿Quién
era un moderado, quién era un extremista? Al final, se llegó a una disputada
decisión. Moderados eran aquellos con los que se podía negociar, y extremistas,
aquellos que se negaban. Rápidamente, se descubrió que la calificación era
incorrecta.
En 1987, el gobierno de Ronald Reagan se
hundió en un escándalo luego de revelarse que había vendido armas a Irán, a fin
de lograr la libertad de algunos rehenes. (Parte del dinero obtenido de la
venta de armas fue entregado a los “contras” que intentaban derrocar al
gobierno sandinista). Para salir del atolladero, las autoridades
norteamericanas dijeron que sólo habían negociado con los “moderados” iraníes.
El vocero presidencial Marlin Fitzwater reconoció que era casi imposible
distinguir entre moderados y extremistas en el régimen del ayatola Rujola
Jomeini. Pero, de todas maneras, dijo Fitzwater, existía “una diferencia
semántica”. ¿En qué consistía? Fitzwater nunca lo reveló.
Lo más interesante del caso es que funcionarios
del gobierno israelí, que participaron en las negociaciones, reconocieron en un
memorándum enviado al entonces vicepresidente George Bush, que estaban
negociando “con los elementos más extremistas” del gobierno de Teherán, y por
una simple razón: “hemos descubierto que cumplen con sus promesas, a diferencia
de los moderados”.
Si ese tipo de diferencias podía funcionar
precariamente en la década del ochenta, después del 11 de septiembre de 2001
perdió vigencia. Ahora, decidir a quien se respalda es mucho más complejo.
A medida que la guerra civil en Siria se
acrecienta, hay un intenso debate en Washington sobre el respaldo a grupos
rebeldes que intentan derrocar al gobierno de Damasco. ¿A quién apoyar?
Obviamente a los moderados, que se oponen a los extremistas. ¿Cuáles son las
credenciales que permiten distinguir al aliado bueno del aliado malo? La
situación se ha complicado para el departamento de Estado pues en Siria, el
grupo rebelde mejor organizado está vinculado con al-Qaida, la organización de
Osama bin Laden.
El gobierno de Siria ha tratado de
aprovechar esa circunstancia a fin de llevar agua para su molino. En las
últimas semanas ha realizado una intensa campaña tratando de demostrar que es
el mal menor. Creo que tiene todas las de perder. Pues si al Departamento de
Estado le interesa más derrocar al presidente Bashar al-Assad, que preocuparse
por lo que vendrá después, transmutará los extremistas en moderados.
NADA ES NUEVO
SALVO LO OLVIDADO
Nadie habla ya en el lenguaje de Las
preciosas ridículas. Un espejo es un espejo, no “el consejero de las gracias”.
Tampoco un sillón se define como el sitio donde se desarrollan “las
voluptuosidades de la conversación”. Pero persisten el eufemismo, la reticencia
para nombrar, el adjetivo inapropiado para describir. Recuerdo que una vez iba
en un taxi y al cruzar una esquina, el taxista señaló un edificio quemado hasta
los cimientos y me preguntó: “¿Observó las consecuencias del pavoroso?” Para el
taxista, pavoroso era sinónimo de incendio.
Walter Benjamin decía que el eufemismo es
“un signo mercantil que hace posible el comercio” con la ideología, y siendo un
ornamento, “recibe todo su valor del aficionado”.
Las actividades amatorias, la
muerte, el arte, la política y la estrategia militar, siguen marcados por la
perífrasis que congela el lenguaje, lo hace incomprensible, reduce las
posibilidades de reflexionar en nuestro entorno, y nos adapta a las cosas más
horrendas
[i] Es difícil traducir
doublespeak. ¿Hablar por los dos
costados de la boca? Una traducción literal sería lenguaje doble. Tal vez más
acertado sería eufemismo, dar rodeos, ser ambiguo, cubrirse el posterior para
no incurrir en la ira de algún grupo político o social.
[ii] Otro hospital anunció la
muerte de un enfermo diciendo que se trataba “de un corolario negativo en la
atención de un paciente”
Mario: Tu artículo es extraordinario. No solo por lo interesante que resulta entender el valor del lenguaje- como bien dices- de los eufemismos, de las paráfrasis. Con el lenguaje construimos y destruimos mundos. Viene muy a propósito de lo que se vive en Venezuela con la ficción que quieren, sin poderlo, contar el chavismo. Mil felicidades por tan buen texto.
ResponderEliminarGuadalupe Carrillo. Profesora Investigadora de la Universidad Autónoma del Estado de México.