jueves, 23 de mayo de 2013

Nazis y alpinistas




Mario Szichman

¿No se alimentará la complacencia
En el mundo de las imágenes
De una obstinación sombría
En contra del saber?

Walter Benjamin
Discursos Interrumpidos I

Todas las cosas
Hay que hallarlas
Entre líneas.

Joseph Goebbels
Michael


  



     Ciertos deportes encarnan una filosofía de la vida que termina, en ocasiones, convirtiéndose en una doctrina política. Stendhal decía que “En Inglaterra, los ricos, aburridos de su casa y con el pretexto de hacer ejercicio, recorren cuatro o cinco leguas cada día, como si el hombre hubiera venido al mundo para trotar. De este modo, gastan fluido nervioso por las piernas y no por el corazón”[i].
     Si uno analiza esa genealogía de joggers que va de los tories británicos a George Bush, descubrirá que la observación de Stendhal tiene cierta lógica. El trote extenuante es un ejercicio solitario, es una buena alternativa a los anhelos de escapada de un político o de un ejecutivo, y tiene la ventaja de impedir a una persona pensar en sus semejantes, que en su campo de visión se transforman en figuras difusas y temblorosas.
     De la misma forma, durante la República de Weimar, un deporte, el alpinismo, templó los corazones de los jóvenes ansiosos por extraer de la espalda de Alemania el puñal olvidado por los políticos y devolverle el papel que le correspondía en el concierto de las naciones.
     Cada fin de semana, exaltados estudiantes de Munich abandonaban la capital y sus tentaciones y enfilaban hacia los frígidos Alpes bávaros para dar rienda suelta a sus encumbradas pasiones.
Tan popular era el deporte de los escaladores que incluso se creó un género cinematográfico exclusivamente germano: el filme de alpinistas. Y un realizador, el doctor Arnold Fanck, casi monopolizó el género, secundado por algunos colaboradores que, como Leni Riefenstahl, luego directora de El triunfo de la voluntad, terminarían creando en el terreno del documental una estética nazi.
    La técnica de Franck, decía Siegfried Kracauer, “combinaba precipicios y pasiones, acantilados inaccesibles y conflictos humanos insolubles (...) picahielos centelleantes y sentimientos inflados”. De esa manera, “la idolatría de los glaciares y las rocas fue uno de los síntomas de un irracionalismo que los nazis se encargaron de capitalizar”.[ii]
     Ese socialismo para alpinistas, que se transformó en alpinismo nacional-socialista, tuvo un correlato literario en Michael[iii] la novela de Joseph Goebbels, escrita algunos años antes de que el cínico escalador trepara al cargo de ministro de Propaganda del Tercer Reich.
La novela, con su combinación de precipicios y pasiones, acantilados inaccesibles y conflictos humanos insolubles, es interesante por tres razones: como ensayo general de los temas propagandísticos que Goebbels divulgaría posteriormente durante el gobierno de Adolfo Hitler, porque muestra cómo el romanticismo no sólo coexiste con el cinismo, sino que parece ser una condición indispensable de éste último, y porque corrobora el daño que puede causar a la humanidad el artista fracasado. Es realmente difícil encontrar en otros elencos políticos fuera del nazismo una galería tan variada de gente ansiosa por exterminar a quienes no reconocían su talento a nivel artístico.[iv]


UN NOVELISTA EN EL UMBRAL



     Aunque escrita en 1923, la novela Michael llegó a la imprenta recién en 1929, cuando Goebbels adquirió prominencia como director de la publicación nazi Volkische Freiheit. En esos seis años muchas cosas pasaron en Alemania y en la vida personal de Goebbels, que se reflejan en su novela. En 1923 murió Richard Flisges, un amigo de Goebbels a quien la novela está dedicada. En 1929, los nazis contaban ya con una organización política a nivel nacional.
     Flisges, dice Adam Parfrey en su prefacio a Michael, “expresó puntos de vista anarquistas, pacifistas y socialistas, e introdujo a Goebbels en la lectura de Marx, Engels, Lenin y Dostoievski”. Michael es parte Flisges, y parte Goebbels, y es bueno tener en cuenta esa dicotomía. Uno no debe olvidar que en la doctrina nazi de comienzos de la década del veinte el socialismo era la mitad de su fórmula. El Michael confeccionado sobre la silueta de Flisges expresa puntos de vista socialistas: “Todos nosotros somos soldados en la revolución del trabajo”, dice su protagonista. “Queremos el triunfo del trabajo sobre el dinero. Eso es socialismo”. El otro yo del doctor Merengue aportado por Goebbels da rienda suelta a su antisemitismo y a su darwinismo social. “Me siento físicamente disgustado por los judíos”, dice el hombre que por cierto era lisiado de una pierna. “Los judíos han violado a nuestro pueblo... El judío es una úlcera en el cuerpo de nuestra enferma población... Hay sólo dos posibilidades: o permitirle que nos destruya, o impedirle que haga daño. Ninguna otra alternativa es concebible”. Del mismo modo, todo el texto tiende a una exaltación de la violencia. “La guerra es la forma más simple de afirmación de la vida”, dice Michael.
     Novela de iniciación, Michael muestra el germen del héroe nazi en sus múltiples facetas: soldado, trabajador, amante, filósofo y poeta, que divide el mundo entre el intelecto y la acción (“el intelecto es un peligro para el desarrollo del carácter... No estamos en la tierra para llenar nuestros cerebros con conocimiento. Todo es periférico si no tiene relación con la vida... El milagro de una nación nunca radica en el cerebro sino en la sangre... El corazón soluciona muy fácilmente todas las cosas con las cuales la mente se ha atormentado durante siglos”) y entre la ciudad, poblada de filisteos, y el campo con seres nobles, “un antiguo, silencioso cementerio” y casas antiguas arracimadas en torno a la vieja catedral como polluelos en torno a la gallina madre.
     Por supuesto, abundan las lágrimas. Cada vez que Michael lee Wilhelm Meister, “las lágrimas asoman a mis ojos”. También se emociona escuchando La novena sinfonía de Beethoven, La Oda a Safo, de Brahms, y los Impromptus de Schubert. ¿Y por qué se emociona Michael? Porque, como se lo explica su platónica novia Herta Holk, “Tú eres un idealista, Michael, inclusive en tu actitud hacia las mujeres”.
     (Su idealismo hacia las mujeres consiste en estas reflexiones: “La tarea de una mujer es ser hermosa y traer niños al mundo (...), odio a las mujeres vociferantes que se entrometen en todo y no entienden nada. Ellas habitualmente olvidan su verdadera misión: criar niños”). Vale la pena recordar que Goebbels se casó con una bellísima mujer, y procreó bellísimos y numerosos hijos. Todos ellos fueron envenenados por sus padres antes de que Goebbels y su esposa se suicidaran, luego del suicidio de Hitler y de su amante Eva Braun.
     Pero por sobre todas las cosas, Michael es un escalador. Cuando el protagonista se pone en contacto con precipicios y pasiones, acantilados inaccesibles y conflictos humanos insolubles, su prosa tiene la elaborada ornamentación de un reloj cucú.
     “Esto es lo que anhelaba”, dice Michael cuando finalmente vuelve a las alturas, “toda esta divina soledad y calma de las montañas, esta nieve blanca, virginal”. El joven alpinista está “harto de la gran ciudad. En las montañas siento que he vuelto al hogar. Paso muchas horas en su blancura inmaculada y me vuelvo a encontrar a mí mismo”.

EL LÍDER INMARCESIBLE

      Es posible que pocos meses antes de la publicación de Michael, en 1929, tal vez cuando corregía las galeras para la publicación de la novela, Goebbels viera otra buena ocasión de trepar e incluyera la que históricamente es ahora la parte más famosa del libro, su visión del líder:
“Me siento en un cuarto que nunca antes había visto.
“Apenas advierto la presencia de una persona que de repente se para en el cuarto y comienza a hablar. Tímido y vacilante al principio, como si estuviese buscando palabras para cosas demasiado grandes, imposibles de ser comprimidas en formas estrechas.

“Entonces, súbitamente, el flujo de su discurso se desata. Quedo cautivo, presto atención. El hombre gana ímpetu. Parece iluminado.
(...)
“No es un orador. Es un profeta.
(...)
“El hombre en el podio me observa por un momento. Esos ojos azules me golpean como flamígeros rayos. ¡Es una orden!
“En ese momento me siento renacer”.

     Para algunos resulta difícil compaginar este exaltado romanticismo con Goebbels el ministro de Propaganda, conocido por estudiar durante horas frente al espejo la manera más espontánea de expresar sus emociones.
     El historiador Hugh Trevor-Roper dice que el 18 de febrero de 1945 Goebbels organizó una gran manifestación en el Palacio de los Deportes de Berlín. Durante su discurso Goebbels apeló a su “habitual radicalismo histérico. Albert Speer (ministro de armamentos), que se hallaba en el lugar, dijo luego que nunca había visto una audiencia tan eficazmente arrastrada al fanatismo”. Pero luego del discurso, y “ante el asombro de Speer, Goebbels con tranquilidad y complacencia analizó, como un ejercicio puramente técnico, el discurso que en ese momento parecía una espontánea explosión emocional. Inclusive en su momento de mayor fanatismo, Goebbels fue siempre el realista desapasionado, que observaba con desprendida, profesional experiencia, el efecto que podía tener su ensayada oratoria”[v]
     La coexistencia de idealismo y cinismo, esa conjunción de Flisges y Goebbels que dio origen a Michael, fue un conflicto que el líder nazi nunca pudo resolver. Y es interesante que Michael brinde al menos dos claves personales del hombre detrás de la máscara. Una es el nombre de su amante, Herta Holk. La hache inicial fue reiterada en el nombre de cada uno de los seis hijos de Goebbels. La otra es aún más significativa: Michael comienza el dos de mayo, un día después de la fecha del suicidio de Goebbels y de toda su familia, que ocurrió el primero de mayo de 1945. Finalmente, el romántico y el cínico volvieron a estrecharse las manos al cerrarse el circuito iniciado con Michael.



[1] Del Amor, Alianza Editorial, Madrid, 1973, página 219.
[1]Siegfried Kracauer, From Caligari to Hitler. A Psychological History of the German Film, Princeton University Press, New Jersey, 1974. El libro de Kracauer analiza el cine alemán de las décadas de los veinte y los treinta para explicar los elementos irracionales que arrastraron al pueblo germano a depositar su fe en Adolfo Hitler. Kracauer mostró en su excelente trabajo que las películas alemanas pre-hitleristas estaban repletas de premoniciones sobre el nazismo mostrando los dilemadecs, a veces falsamente insolubles, en que se debatía la clase media, generadora y receptora de esos filmes.
[1] Michael: Pages from a German Destiny. Amok Press, New York, 1987.
[1] Hace algunos años publicaron en la revista Contrabando de Caracas una reseña de una excelente articulista (voy a tratar de encontrar la revista para divulgar su nombre) donde se mencionaba la frustración de Hugo Chávez Frías por no haber podido ganar el concurso de cuentos del periódico El Nacional. El articulista había conocido a Chávez tras el golpe militar en que intentó derrocar al gobierno del presidente Carlos Andrés Pérez, y antes de que decidiera ingresar a la política venezolana. En una conversación, Chávez criticó duramente el criterio del jurado.
Ganar el concurso de cuentos del diario El Nacional otorgaba un instantáneo prestigio al galardonado. Y lo más importante, lo desviaba de insensatos sueños de alcanzar el poder.
Creo que si los venezolanos, una vez se libren del chavismo, desean mantener la paz social, deberían crear toda clase de becas y fundaciones para alentar a los genios en ciernes. No olvidemos que Hitler destruyó a los judíos de Europa, y ordenó eliminar a gitanos, a homosexuales y enfermos, luego que una academia de pintura en Viena le impidió su ingreso.
[1] Introducción a Final Entries. The Diaries of Joseph Goebbels. G. P. Putnam's Sons, New York, 1978.

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