Mario Szichman
El más famoso sketch
del comediante español Miguel Gila Cuesta consistía en un monólogo telefónico
donde consultaba a diferentes empleados sobre artículos de uso cotidiano. En
cierta ocasión, la esposa (ficticia) del comediante le pedía que le comprara un
brassiere. Gila formulaba el pedido a
un empleado, quien no entendía la naturaleza del encargo. Entonces Gila le
explicaba que un brassiere era
similar a unas antiparras, “pero a lo bestia”.
Siempre pensé que el
chavismo era una especie de populismo, pero a lo bestia, y que la mayoría de
nuestros regímenes autocráticos abreva gozosamente en todo aquello que se
remonta a las primeras épocas del santoral cristiano, o a esas festividades
paganas donde se celebran ritos de fertilidad. A eso se suma una generosa cuota
de “chanterío”, ridículo, y realismo
mágico.
(“Chanterío” no es una
palabra muy popular fuera del cono sur. Proviene de “chanta”, y describe a
personas que abundan en mentiras, y suelen atribuirse inexistentes títulos
universitarios o de nobleza).
En fecha reciente, el
periódico digital Tal Cual de Caracas
informó que el gobierno venezolano comenzó a atribuirse la construcción de
obras públicas concretadas durante administraciones anteriores. Por ejemplo, “En el liceo Fermín Toro de
Caracas, una institución fundada en 1936 y cuya sede actual en El Silencio data
de 1946”, señaló el diario, hay una placa en la entrada, “fechada en 2006, que afirma
que tal obra fue ´ejecutada´ por el gobierno de Hugo Chávez Frías”. La
publicación dijo que “No hay aclaratoria de que tal placa se puso con motivo de
una remodelación o rehabilitación”. Y dudamos que el gobierno aclare algún día
el malentendido. En poco tiempo más, el
liceo Fermín Toro de Caracas formará parte de la herencia cultural legada por
el comandante eterno.
La mentira pasa
desapercibida en el populismo, una sociedad de irresponsabilidad ilimitada
entre cuyos atributos principales figura la impunidad.
Supongamos que una
persona visita una repartición pública y cuestiona lo afirmado en la placa que
adorna el frente del liceo Fermín Toro. ¿Acaso un empleado se dignará recibir
la queja; querrá un superior investigar la denuncia? ¿A cuenta de qué? Si en
Venezuela actuasen las instituciones, ningún funcionario se atrevería a
inscribir en el bronce un embuste tan flagrante. Pero el populismo opera bajo el radar, y con
la infalible presunción de que si se miente de manera constante, algo siempre queda.
La propaganda
antisemita se difundió en Alemania como el fuego en una pradera porque nunca
intentó usar los habituales canales de transmisión. Utilizó la pornografía, la
prensa sensacionalista, documentales improbables, para diseminar su
prédica.
Si se desea entender la
eficacia de la propaganda chavista, y de otros regímenes autocráticos, basta
hacer un análisis de la prensa chabacana, de los burdos programas de
televisión, de los constantes insultos y calumnias contra el adversario. No se
trata de enfrentar al antagonista con ideas superiores, sino de colocarlo en
una situación de humillación, o en la categoría inventada por los nazis, la de
los undermenschn, los seres
inferiores.
BUSCANDO MODELOS
Mallarmé
decía que toda vida concluye en un libro. Creo que la cosa es al revés: cada
libro (y cada guión) concluye en una vida. No podríamos entender los excesos de
Stalin sin Memorias de una princesa rusa,
a Cromwell sin Ricardo Tercero de
Shakespeare, a la operática visión de Benito Mussolini sin la música de
Giussepe Verdi, a Hitler sin las novelas de aventuras de Karl May.
Cada vez que pienso en
la actual coyuntura de Venezuela me resulta imposible imaginar al presidente de
Venezuela sin su precursor teatral, Ubu
rey, una obra de Alfred Jarry estrenada a fines del siglo diecinueve en
París. Ubu irrumpe en el escenario gritando “¡MIERDRA!” (Sí, con dos erres) y
encarna, según algunos críticos, “todo lo grotesco e innoble del poder político
y del gobierno”. Se trata de un capitán del ejército que por instigación de su
esposa decide derrocar al rey de Polonia e instalar una feroz dictadura. Para
eso sube los impuestos a la estratósfera, saquea las arcas del gobierno, y
maneja el poder de la manera más corrupta posible.
El usurpador tiene
grandes dimensiones físicas, y en su enorme panza muestra una espiral, pues
dedica buena parte de sus jornadas a observarse el ombligo.
La agudeza de Jarry
consistió en mostrar una nueva clase de tirano. Ubu no le teme al ridículo,
desdeña el asco que inspira en sus súbditos. Y eso lo hace invencible. Al menos
en el corto plazo.
Por esas extrañas
disyuntivas de la historia, el chavismo persiste más de la cuenta porque Chávez
ya no está. Es un fenómeno que trasciende el liderazgo de su figura
emblemática, y como tal, resulta inédito en la política latinoamericana.
El peronismo logró
sobrevivir a Perón. Pese a sus tendencias autoritarias, no incurrió en años
recientes en algunas prácticas del primer gobierno peronista (1946-1955). Por
ejemplo, se abstuvo, tras su primer
intento, de reacomodar circunscripciones electorales para que una cantidad
similar de votos del gobierno y de la oposición redituasen pingües ganancias
exclusivamente al oficialismo.
La prensa ha sido
hostigada en los gobiernos peronistas, especialmente durante la época de Néstor
Kirchner, y de Cristina Fernández, pero no han existido clausuras o incendios
de periódicos, o el uso de bandas armadas para apalear a la oposición. (Tampoco
las fuerzas armadas pasaron a formar parte de la nomenclatura oficialista).
El único propósito de
un partido político o de un gobernante es perpetuarse en el poder. Y en ese
sentido, el chavismo es más exitoso que cualquiera de sus presuntos aliados.
Evo Morales en Bolivia, Rafael Correa en Ecuador, han sufrido contrastes
electorales, o fuertes desafíos de sus adversarios. Es posible que prolonguen
su mandato, pero difícil que consigan perpetuarse. El chavismo, en cambio,
llegó para quedarse. La ausencia de liderazgo, lejos de crear un vacío de
poder, ha fortalecido a su casual sucesor.
Nicolás Maduro nunca
pensó que era el hombre para el cargo. “Yo jamás en mi vida, nunca he aspirado
a ningún cargo en la vida de nada. Junto al comandante Chávez, siempre soñé
llegar a viejito al lado de él”, expresó en una ocasión. Y es arduo poner en
duda esas palabras.
Los políticos suelen
ser bastante cínicos, al igual que los generales o los vicarios de Cristo. Y no
lo digo de manera peyorativa. Personas que detentan cierta cuota de poder
merodean de manera excesiva en torno a la miseria humana como para comer
cuentos, o poseer un blando corazón. Maduro no es un cínico, y tiene una virtud
casi alucinatoria: su gran ingenuidad.
No puedo imaginar un
solo dirigente, ni siquiera el más ardiente de los populistas, que enuncie
estas palabras: “De repente entró un pajarito, chiquitico, y me dio tres
vueltas acá arriba (…) Silbó un ratico, me dio una vuelta y se fue. Yo sentí el
espíritu de él (de Chávez)”. Esas palabras fueron proferidas por Maduro. Y con
total convicción. ¿Alguien imagina que otro jefe de estado o de gobierno diga
algo similar y continúe un día más en el poder? Es cierto que frases similares
suelen ser oídas, pero no en una transmisión en cadena nacional de radio y
televisión, sino en ciertos establecimientos
donde muchos desdichados intentan apaciguar sus problemas mentales con
ayuda de especialistas. Algunos afortunados, tras una serie de tratamientos,
consiguen abandonar esos lugares. Pero apenas incurren en otra conversación con
el pajarito, vuelven al sitio de reclusión y visten nuevamente una especie de manto
talar cuyas mangas son cruzadas sobre el estómago, y se prolongan en lazos que
ciñen el cuerpo humano como si fuese un matambre.
LAS ILUSIONES PERDIDAS
Para muchos resulta
incomprensible la presencia de Maduro en el Palacio de Miraflores. Pero la explicación
es lógica. Maduro no necesita gobernar. En realidad, si se revisan los
periódicos venezolanos o el material difundido por las agencias noticiosas, la
conclusión es que nadie gobierna en Venezuela. Dictar leyes a troche y moche no
es gobernar. En cambio hundir un país es un juego de niños. Cualquiera puede
hacerlo. Pero, si la única intención, además de hundirlo, es conservar el
poder, las autoridades de Caracas no tienen otra alternativa.
Basta revisar los
últimos siglos de historia venezolana para verificar que sabios conocedores de
la especie humana, a partir de Simón Bolívar, perdieron el poder de manera
ignominiosa. En cambio Maduro persiste, y se afianza en su cargo. Por lo tanto,
no es atinado menospreciarlo. Muchos se preguntan si Chávez hubiera podido
enfrentar el colapso de Venezuela mostrando el aplomo exhibido por Maduro. Es
improbable. En una situación similar hubiera optado entre dos vías: negociar
algún tipo de arreglo con la oposición, a fin de que todos se hundieran en el
mismo bote, o convertirse en dictador y echar la culpa a la oposición por el
hundimiento del bote.
Maduro es el genio
político del populismo latinoamericano porque todo le resbala. Inclusive le
cuesta ofenderse. Solo se ofende si alguien se lo ordena. Los críticos aluden a esas coquetas ojeras
que ya le están llegando al pecho. Pero ¿son acaso producto de su preocupación
o del maquillaje? Maduro vive en su propia realidad y está blindado contra el
mundo exterior.
Hugo Chávez era mucho
más avezado que Maduro, y ni una sola de sus medidas económicas le sirvió para
conducir a Venezuela por un destino de grandeza. Tuvo un tesoro a su
disposición, y lo dilapidó a la buena de Dios. Necesitaba hacer regalos a todo
el mundo para ser amado.
Maduro ha cesado de
hacer regalos, los pedigüeños de ayer lo observan ahora como si vieran llover,
y sin embargo, continúa en su tarea, que consiste en retener a toda costa la
banda presidencial. Esa fe casi psicótica en su gestión, no de líder, sino de
heredero, lo hace avanzar imperturbable, sin mirar ni a derecha ni a izquierda.
Si mañana el ave canora
que habita el espíritu de Chávez le sopla al oído que debe caminar sobre las
aguas, Maduro caminará sobre las aguas, sin dudar un momento de la pureza de su
misión y, más transcendental aún, sin ahogarse.
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