Mario Szichman
El penúltimo Jack El
Destripador fue el padre del primer ministro británico Winston Churchill. Al
menos así lo asegura John Hamer en su libro The
Falsification of History - Our Distorted Reality (La falsificación de la historia, nuestra
distorsionada realidad), publicado en el 2012. Hamer dice que lord Randolph
Spencer Churchill (1849-1895), fue el encargado de asesinar a cinco prostitutas en el distrito londinense de
Whitechapel, durante el año 1888.
Las mujeres: Mary Ann Nichols,
Annie Chapman, Elizabeth Stride, Catherine Eddowes y Mary Jane Kelly, son
consideradas parte del “canon oficial” de Jack El Destripador. La policía
londinense atribuyó los crímenes a una sola persona. En todos los casos, el
atacante degolló a las mujeres, y luego les causó mutilaciones abdominales,
haciendo presumir que tenía conocimientos anatómicos o quirúrgicos.
Hay otros cuatro asesinatos
que no forman parte del canon, los de Rose Mylett, Alice McKenzie, un torso
hallado en Pinchin Street, y Frances Coles entre diciembre de 1888 y febrero de
1891. Algunos arguyen que esos homicidios no se corresponden con el “modus
operandi” de Jack. Otros suponen que un admirador del asesino original copió
sus métodos. Pero hay una tercera tesis, que no es desdeñable: si bien esas
muertes fueron causadas por Jack El Destripador, ciertas dudas en su ejecución
permiten excluirlas del paradigma. De todas maneras, cuanto menos fechorías le
sean atribuidas, más resaltarán las confinadas al canon oficial, y más
fascinante será la leyenda.
Cinco mujeres degolladas y
mutiladas ofrecen a los lectores una atracción mayor que una docena o más de
víctimas. Y al parecer, en eso reside justamente el hechizo de Jack El
Destripador, el asesino en serie del cual se han escrito más libros, o filmado
más películas. El otro ingrediente esencial es la sospecha de que el personaje era de alta alcurnia.
Hamer alega que el padre de
Churchill asesinó a las mujeres pues estaban chantajeando a la familia real
inglesa. “Churchill no solo fue el
´cerebro´ detrás de todo el operativo”, dijo Hamer, “sino que se ocupó
personalmente de grabar con su daga en los cuerpos de las víctimas emblemas
masónicos y símbolos”. Según el autor, Churchill no actuó solo. El cirujano
William Gull “se encargó de extraer los órganos” de las mujeres.
Lord Randolph Spencer
Churchill es uno de los más de cien sospechosos que podrían haber coexistido en
el cuerpo de Jack El Destripador. Otros seres famosos acusados de los crímenes
de Whitechapel son Lewis Carroll, el autor de Alicia en el país de las maravillas, y el príncipe Alberto Víctor, duque de
Clarence y Avondale. Durante mucho tiempo, el príncipe fue el favorito en esa clase
de especulaciones. Era el hijo primogénito del príncipe de Gales,
posteriormente rey Eduardo VII de Gran
Bretaña, y nieto de la reina Victoria. Pero murió antes que su padre y su
abuela, a los 28 años de edad. Varios escritores le atribuyeron toda clase de
ignominias durante su corta vida, especialmente de índole sexual.
Es probable que el caso de
Jack El Destripador se haya resuelto finalmente. Pero no para satisfacción de
los expertos. En una nota publicada en el DailyTelegraph
de Londres el 8 de septiembre de 2014, el columnista Guy Walters lamentó que el
homicida no pertenezca a la aristocracia cultural o a la nobleza británica.
Pruebas de ADN parecen haber contribuido a descubrir al asesino, y “es una pena
que el asesino sea alguien tan aburrido”, y de tan escaso linaje indicó un
titular del periódico.
Los homicidios en serie
cometidos por Jack El Destripador atrajeron a una serie de teóricos, y crearon múltiples
sospechosos más interesantes que el probable criminal, un peluquero de origen polaco
llamado Aaron Kosminski, un esquizoparanoide que sufría de alucinaciones, y fue
internado en un asilo para enfermos mentales en 1891. Sin embargo, varios investigadores han cuestionado los hallazgos.
Inclusive señalan discrepancias en muchos detalles de la vida de Kosminski. Por
ejemplo, Walters dijo que el sospechoso falleció en el asilo en 1919. Pero
según otros informes, murió de gangrena en una pierna en 1899.
Quien parece haber resuelto el
misterio es Russell Edwards, un armchair
detective, un detective de poltrona, quien difundió sus hallazgos en el
libro Naming Jack the Ripper. Edwards
se puso tras la pista del aparente asesino de Whitechapel por una casualidad. En
el 2007 compró un chal manchado de sangre durante una subasta pública en Bury
St Edmunds, Suffolk, y eso le habría permitido resolver la identidad del serial killer.
“Obtuve la única pieza de
evidencia forense existente en la historia del caso”, declaró Edwards a la
prensa. “He resuelto de manera definitiva el misterio”.
El chal fue hallado en el
cadáver de Catherine Eddowes, una de las víctimas del homicida en serie. El
sargento Amos Simpson, quien se hallaba de servicio la noche de la muerte de
Eddowes, sustrajo el chal y se lo regaló a su esposa, quien se mostró
horrorizada al ver las manchas de sangre, y lo ocultó en un armario. El chal
fue pasando por generaciones, hasta ser subastado en el 2007.
Edwards compró el chal, y
contrató los servicios de Jari Louhelainen, un experto en biología molecular,
quien descubrió el ADN en las manchas de sangre. Luego de tres años y medio de investigaciones,
Louhelainen dijo que había un match
entre la sangre de la víctima y uno de sus descendientes. Pero localizó algo
más, ADN de restos de semen que pertenecían a Kosminski. En los archivos de la
policía londinense había evidencias serológicas del peluquero polaco. Ya desde
el principio de la investigación Kosminski
fue uno de los principales sospechosos y fue sometido a numerosos seguimientos,
interrogatorios y exámenes.
De todas maneras, La llamada Ripperology, la “ciencia” de investigar
la identidad de Jack el Destripador muy difícilmente desaparecerá de Gran Bretaña. Por una simple
razón: nadie quiere a un homicida en serie común y corriente. Y si no pertenece
a la nobleza británica, al menos debe haber descollado en alguna labor,
especialmente artística.
La escritora de novelas
policiales Patricia Cornwell sigue creyendo que el asesino es un pintor de
renombre, Walter Sickert. Según asegura, las poses de las mujeres en algunas de
las obras del artista son similares a las observadas en las víctimas del
asesino.
Las conjeturas sobre Jack El
Destripador recuerdan el caso de Lee Harvey Oswald, el asesino del presidente
John Kennedy. Su vida no fue lo bastante glamorosa para considerarlo capaz de
matar al ocupante de la Casa Blanca. Seguramente era un patsy, el chivo expiatorio de algún poderoso grupo de presión. Algo
similar ocurrió con el criminal de guerra nazi Adolf Eichmann, quien vivía en
una modesta vivienda de un suburbio de Buenos Aires hasta su captura por miembros
del servicio de inteligencia israelí. Agentes que siguieron su pista se negaron
a aceptar durante meses que una persona capaz de liderar la “solución final del
problema judío”, viviese en la pobreza. Muchos estaban convencidos de que tras
su fuga de Alemania a fines de la década del cuarenta, Eichmann había gastado
su dinero mal habido en algunos de los balnearios más famosos de Europa, rodeado
de bellas mujeres.
Uno de los aspectos más
interesantes del caso de “The Ripper,” es lo temprano que se descubrió su
identidad, y cómo la burocracia permitió perpetuar el misterio. Conservo como
una joya periodística un artículo que publicó The New York Times. Tiene el siguiente título: THE TRUTH AT LAST ABOUT JACK THE RIPPER;
London Police Had Him in Their Net But Couldn't Convict Him. (Al fin la verdad acerca de Jack El Destripador;
la policía londinense lo tuvo en su red, pero no pudo declararlo culpable).
Quien reveló por primera vez la
identidad de Jack El Destripador fue Sir Robert Anderson, “durante más de 30
años jefe del departamento de Investigación Criminal del gobierno británico, y
de la oficina de detectives de Scotland Yard”. Anderson, dice el artículo,
“alzó el velo del misterio” que ocultó la identidad “del perpetrador de esos
crímenes atroces conocidos como los asesinatos de Whitechapel”.
Sir Robert anunció lo que el
investigador Edwards corroboró en su libro. Jack El Destripador no era un
miembro de la nobleza británica, sino “un extranjero de una clase baja, pero
educada, proveniente de Polonia”. Se trataba de “un maniático del tipo más
virulento y homicida”. La policía, dijo Anderson, investigó a cada sospechoso
en el área donde se cometieron los crímenes, hasta que atrapó a uno de ellos, en
momentos que intentaba eliminar manchas de sangre de sus ropas. Y si bien pudo
demostrarse su identidad "más allá de toda duda razonable", fue
imposible obtener evidencias legales suficientes a fin de condenarlo. Con el
propósito de sacarlo de circulación, la policía pidió a las autoridades
judiciales que el sospechoso fuera detenido "a discreción del rey",
en el asilo de Broadmoor.
Muchos de los datos, entre
ellos la nacionalidad polaca, sugieren que el internado en el asilo era
Kosminski. Aún más sugestiva es la fecha del artículo de The New York Times: 20 de marzo de 1910. Hace más de un siglo, ya
se había resuelto el caso de Jack El Destripador. Kosminski nunca pudo salir
del asilo, pues la discreción del rey se lo impidió. Los investigadores del tema
lograron persistir en sus pesquisas durante más de cien años aprovechando la
amnesia social. No hay nada nuevo, salvo lo olvidado.
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