domingo, 4 de agosto de 2013

El tiempo sin fechas de la poesía





Mario Szichman



     ¿Cómo lograr que un libro que analiza la poesía de Octavio Paz no sea un estéril ensayo donde la tarea creadora queda sepultada bajo las citas y la bibliografía?

     Un buen modelo es La paradoja del amor (Editorial el otro@el mismo, Mérida, Venezuela, 2011) de Libertad León González. En ese ensayo, la escritura es una prolongación del verbo del poeta y ensayista mexicano. Concisa, lírica, clara, la prosa de León González permite adentrarse en la poética de Paz con la fluidez de un poema de amor. Hay una corriente de tranquila pasión que merodea en esa escritura revelando a un autor obsesionado con el tiempo lineal, y con “el tiempo finito de la historia”, atrapado entre el instante y la eternidad (“no hay fin y tampoco hay principio todo es centro”), obsesionado con México, y por otra parte, atento a la transculturación, con una pesada herencia de muerte y al mismo tiempo anhelante de un Dios todavía no creado (“Dios no ha muerto y nadie lo mató: aún no nace”).
     Fluctuando entre la historia y la leyenda, Paz se mueve mejor con la leyenda. Como James Joyce, podría enunciar que la historia es un peso del cual aún no ha podido liberarse.
La raigambre mexicana de Paz se expresa mejor en el ensayo que en la poesía. Pues lidiar en poesía con la herencia azteca y la herencia española recuerda un descenso a los infiernos. Lo señala muy bien León González al analizar el poema en prosa “Mariposa de obsidiana”,  con una “confluencia de voces míticas” que se alternan para sustituir el culto azteca “de la diosa Itzpapálotl por el culto católico en la Virgen de Guadalupe”.
    Paz brilla con más intensidad en su poesía de amor y erotismo. Ese brillo es magistralmente mostrado en el capítulo de León González “La mujer, mito poético y discurso erótico”. Hay una pausada elaboración de los conceptos de amor, sexualidad y erotismo que convierten al ensayo en un lúcido análisis de la pasión más perdurable, menos comprendida, más anhelada en todo ser humano.   Y en este caso, la sensibilidad de León González permite disfrutar de los poemas elegidos.
     Entre el ensayo y la poesía que se analiza, no hay hiatos. Existe un inteligente transcurrir de la belleza que siempre despiertan dos cuerpos al unirse.
     En el trabajo se muestra otro quiebre en la creación de Paz. Si por un lado osciló entre la historia y la leyenda, y su mejor devoción recayó en la leyenda, en el caso del amor, la plenitud de una pareja enamorada es perturbada por la situación de la mujer en México, y en buena parte de América Latina. Como dice León González, “La mujer carga entonces con su estigma como ser resquebrajado en su individualidad”.  
  Desde el falocentrismo, el amor sigue siendo un asunto puramente genital, en que el hombre domina a la mujer. Pero la mujer no es un apéndice del hombre. La mujer tiene mayor plenitud que el hombre. Su sexualidad no se concentra en un punto determinado de su anatomía, sino que se extiende a todo su cuerpo. 
     La poesía amorosa y erótica de Paz sigue siendo una poesía del amor masculino. El trabajo de León González complementa esa visión con la ternura, con la necesidad de trascender que exige la mujer. Una labor que la ensayista ha concretado con sencillez, desbrozando una bibliografía a veces árida, para escribir un texto de gran sabiduría.
   
Libertad León González es profesora del Núcleo Rafael Rangel de la Universidad de los Andes, Venezuela y Magister en Literatura Latinoamericana.




   Entrevista a la profesora Libertad León González

  Mario Szichman: –Usted ha leído toda la obra de Octavio Paz. ¿Cuál es, en su opinión, el punto culminante de su trayectoria como poeta?
Libertad León González: –En primer lugar, su punto culminante es no estar enmarcado exclusivamente en un movimiento literario. Aunque haya tenido influencias muy marcadas del surrealismo la poesía de Paz tiene una tesitura que le es muy particular desde sus propuestas novedosas para la escritura de la Modernidad, su  universalidad en el tratamiento de temas tan profundos como el tiempo y la escritura, hasta sus planteamientos más locales como latinoamericano en su afán de reconocer el valor de la cultura mexicana. Y como emblema de su poesía existe ese vínculo muy paziano y constante de su erótica amorosa que se funde entre la naturaleza y la mujer amada.  

M.S. —Usted señala en tu libro que la mitificación poética no se corresponde con la cotidianeidad de la mujer. Y cita una frase de María Zambrano en la cual alude a “la imposible cristalización de la mujer en la vida, perdida en una desdichada maternidad o en un banal intento de independencia”. ¿Comparte ese criterio?

L.L. —La mujer sigue llevando la carga de su cotidianeidad porque definitivamente debe cumplir con el rol más importante de su condición, ser madre y eso por supuesto, implica muchos sacrificios. Por ejemplo, si está amamantando a su bebé debe pasar muchas horas ocupándose de todos los cuidados que ese ser tan frágil requiere y seguirá protegiéndolo de la vida aunque ya esté adulto. La mujer nunca dejará de ser madre, esposa y ama de casa aunque sea  intelectual. Muy grande ha sido el salto que ha dado en la historia. Sin embargo, hay todavía mucha tela que cortar. Eso seguramente no lo verán las mujeres de mi generación. Basta pensar en la irremediable discusión de la mujer como objeto, nuestro afán por mantenernos bellas ¿o consumibles?

M.S. —¿Qué poetisas le interesan? ¿No le parece que hacer poesía amorosa desde la masculinidad es contar sólo la mitad de la experiencia humana?

L.L. —No niego que me estremece la grandeza de los versos de poetisas de la talla de Sor Juana Inés de la Cruz, Wislawa Szymborska, Ana E. Terán, o Carmen Boullosa, por ejemplo. Me gusta leer poesía femenina que no subraye las situaciones de discriminación o frustraciones que la mujer  padece. Es como llover sobre mojado. Creo que mientras menos feminista y sí más femenina, mayor cercana se coloca a su genuina condición de humanidad.

No hay comentarios:

Publicar un comentario