miércoles, 16 de septiembre de 2015

J.D. Salinger y El cazador oculto: Holden Caulfield, y la cacería de farsantes

Mario Szichman


No me ocurre con muchos libros que recuerde las ocasiones en que los leí, pero sí con The Catcher on the Rye, de J.D. Salinger, una extraordinaria novela cómica, aunque con ciertos bemoles.
La primera vez fue en Buenos Aires, posiblemente en 1966. La descubrí de casualidad, en la biblioteca del periódico La Razón. Era una edición de Fabril editora, y me sorprendió su desparpajo en materia sexual, pero especialmente la manera en que Salinger desmonta los mecanismos que utiliza el farsante para avanzar por la vida. En esa ocasión, la novela de Salinger se titulaba El cazador oculto. Para mí, ese título en español sigue siendo un acierto, aunque la traducción literal  sería El que atrapa en el centeno. Por supuesto, la editorial española usó el título literal, que nada dice. Pero eso es inevitable cuando la imaginación escasea. Otra editorial española publicó The Sound and The Fury de William Faulkner, con el título El ruido y la furia, no desacertado, pero sí deplorable. Prefiero el rótulo El sonido y la furia, aunque sea inexacto.
The Catcher in the Rye posee sentido en la versión inglesa, porque una de las ambiciones del protagonista es salvar niños que juegan en un campo de centeno. Holden Caulfield le recuerda a su hermana menor Phoebe el fragmento de una estrofa de Robert Burns: If a body catch a body comin' through the rye… (si un cuerpo atrapa un cuerpo que atraviesa el centeno…), y expresa su deseo de transformarse en ese cuerpo. Varios niños están jugando en un campo de centeno. “Y no hay ninguna persona grande, excepto yo”, dice Holden. “Yo estoy de pie al borde de un promontorio. Todo lo que debo hacer es atrapar a cualquier niño que intente pasar por encima del promontorio. Y eso es lo que deseo hacer, convertirme en el cuerpo que atrapa en el centeno”.
Pero si The Catcher in the Rye tiene sentido en inglés, especialmente por la resonancia del poema de Robert Burns, el título en español de El cazador oculto no va a la zaga. Holden, de 16 años de edad, atraviesa las calles de Nueva York durante un largo fin de semana invernal, tras haber sido expulsado del colegio. Usa ropas livianas pese a que las temperaturas están bajo cero, y solo se siente resguardado porque su gorra de cazador cuenta con orejeras para protegerlo del frío. Realmente, Holden es un cazador oculto, atrapando sonidos, frases, despliegue de cuerpos. El protagonista, como Salinger, es un gran admirador de Ring Lardner, uno de esos genios que surgen aproximadamente una vez cada siglo. Decían de Lardner que describía personas “cuando creían que nadie las estaba observando”. Y lo mismo se aplica a Salinger, cuyas descripciones de un fragmento de la sociedad norteamericana son demoledoras, ya se trate de encuentros con profesores, amigos del colegio, prostitutas y sus rufianes, o taxistas.
Tal vez por eso, The Catcher on the Rye es una de las novelas más prohibidas por muchos grupos que ejercen la censura en Estados Unidos. The American Library Association dice que ha sido “un favorito de los censores desde su circulación” en 1951. En 1978, las autoridades de colegios secundarios de Issaquah, en el estado de Washington, prohibieron su difusión pues formaba parte de “un complot comunista”.  En otra oportunidad, un grupo encargado de defender la moral y las buenas costumbres acusó a Salinger de ser “anti–blanco”. (También podrían haberlo acusado de ser “anti–negro”, pues no figura un solo afroamericano en la novela).
Afortunadamente, Salinger encontró una compensación en la venta del libro. Desde su publicación, The Catcher in the Rye ha vendido alrededor de 65 millones de copias, y otros 250.000 ejemplares se imprimen anualmente.
¿Por qué Holden Caulfield causa tanta irritación en las buenas almas que desean extirparlo de los estantes de las bibliotecas? Puede ser el lenguaje subido de tono. O su burla de todo lo que huele a sacrosanto en su extenso país. O sus comentarios sobre el machismo. Por ejemplo,  uno de sus compañeros de college tiene como preocupación exclusiva desenmascarar a esos grandes héroes del cine de vaqueros, o de guerra, demostrando que los intérpretes, pese a su enorme hombría, son, en realidad, fruitcakes.
Pero es evidente que existe algo más perturbador e inquietante, en su irónica visión de las relaciones sexuales. Holden Caulfield es un adolescente muy inmaduro, que se niega a aceptar el amor físico entre un hombre y una mujer. Inclusive la relación con su hermana menor, una niña, tiene algo que resulta incómodo.

EL HOMBRE, MÁS ALLÁ DEL ESCRITOR

La segunda lectura de la novela de Salinger fue en inglés, y propulsada por Mark David Chapman. El 8 de diciembre de 1980, Chapman asesinó a John Lennon a las puertas del edificio The Dakota, en Nueva York, donde el Beatle residía desde hacía varios años. (En The Dakota se filmó también la película El bebé de Rosemary, dirigida por Roman Polanski).
Tras asesinar a Lennon de cuatro balazos en la espalda, Chapman permaneció en la escena del crimen leyendo The Catcher in the Rye hasta que llegó la policía y lo arrestó. Cuando le preguntaron si deseaba formular alguna declaración, Chapman indicó que la novela era su confesión. Estaba tan identificado con el protagonista de la novela, que intentó cambiar su nombre por el de Holden Caulfield.
Por su parte Robert John Bardo, otro homicida, llevaba una copia del libro la noche en que asesinó a la actriz Rebecca Schaeffer. ¿Con qué parte de Holden se identificaron esos asesinos?
Una de las interpretaciones más curiosas, y más interesantes sobre The Catcher in the Rye, proviene de David Shields y de Shane Salerno. En su biografía del novelista, señalan que el libro es “en realidad una encubierta novela de guerra”. Durante la segunda guerra mundial Salinger pasó varios años en los frentes de combate, y contempló horrores que muy pocos narradores –con la excepción de Kurt Vonnegut– pudieron presenciar. Cuando retornó a Estados Unidos, y luego de varios tratamientos psiquiátricos, decidió, dijeron sus biógrafos, “absorber el trauma de la guerra e insertarlo en algo que para un incauto comentarista parecía ser la novela de un adolescente con problemas”.
Un detalle curioso: En la campaña que lo llevó desde las costas de Normandía hasta el corazón de Alemania, se hizo amigo de un corresponsal de guerra llamado Ernest Hemingway, con el cual intercambiaron cartas.
Es posible que Hemingway, quien escribió novelas de la Gran Guerra como Adiós a las armas, y ¿Por quién doblan las campanas? Pero nada sobre la segunda guerra mundial, pese a su participación –mínima– en la liberación de París, le haya sugerido a Salinger transmutar sus experiencias de combate en algo más personal, capaz de tener mayor trascendencia. Después de todo, era previsible un aluvión de novelas de guerra tras el cese de hostilidades. ¿Para qué lidiar con tanta competencia?
Salinger escribió muy poco: su famosa novela, y algunos espléndidos cuentos, recopilados en cuatro magros volúmenes.  Luego, abandonó la escritura por completo. Estuvo más de medio siglo sin publicar, aunque aseguran que dejó muchos manuscritos en su hogar de New Hampshire, donde pasó la mayor parte de su vida. En una de sus infrecuentes cartas a un editor, le dijo que era maravilloso haber dejado de escribir, pues no había nada tan traumático como corregir un texto y negociar su publicación.
Fue internado en algunas ocasiones en institutos psiquátricos, por afecciones mentales que contrajo durante sus años como soldado. Sus relaciones amorosas fueron infrecuentes. Las mujeres que lo amaron escribieron libros devastadores sobre sus experiencias.
Podría haber enmendado la plana cuando se enamoró de Oona O'Neill, la hija del dramaturgo Eugene O'Neill. Pero otro famoso, Charles Chaplin, lo despojó del trofeo. El matrimonio pareció ser muy exitoso. Y no es aventurado suponer que Salinger hubiera causado la desdicha de Oona. Ya en The Catcher in the Rye, a través de su alter ego, el novelista decía: “Eso es lo que pasa con las mujeres. Cada vez que ellas hacen algo agradable, inclusive si no es algo espectacular, y en ocasiones, hasta resulta estúpido, uno se enamora de ellas. Y es difícil pronosticar el infierno en que uno termina recluido”.




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