Mario Szichman
«Charles Ponzi»
Boston
Library (21 de diciembre de 008/weekinreview/21rampell.html NYT); en.wikipedia.org
Boston Library (NYT); en.wikipedia.org. Disponible bajo la licencia Dominio
público vía Wikimedia Commons
Algún día, muchos
inversionistas norteamericanos deberán erigirle un monumento a Charles Ponzi
(1882 –1949), uno de los más grandes estafadores en la historia de Estados
Unidos. (El otro es Oscar Hartzell, quien entre 1914 y 1938 convenció a más de
70.000 ahorristas norteamericanos que a
cambio de módicas sumas de dinero, los premiaría con el tesoro de sir Francis
Drake).
La frase Ponzi´s scheme, o el ardid, o la intriga de Ponzi, resucita de
manera periódica, cada vez que otro notable estafador es noticia de primera
plana. Hace algunos años, el último discípulo de Ponzi fue Bernard Madoff, un
brillante inversionista, un filántropo, y un pilar de la comunidad, quien defraudó
a sus clientes en unos 50.000 millones de dólares.
Bernard Madoff
La astucia para engañar al
prójimo suele modernizarse y prosperar. Madoff descubrió un poderoso incentivo
para atrapar incautos: desdeñarlos. Solía rechazar la mayoría de las ofertas de
seres acaudalados que deseaban invertir en sus negocios. Muchos futuros
embaucados debían pedirle de rodillas que aceptara sus caudales.
¿En qué consiste el Ponzi´s scheme? Las variantes son
infinitas, pero básicamente, radica en persuadir a los ahorristas de que pueden
obtener ganancias fabulosas tras hacer modestas inversiones. Ponzi prometió a
sus clientes ganancias de un 100 por ciento en un lapso de 90 días. Su
maniobra, al principio legítima, consistía en adquirir en otros países cupones
postales con descuento, y venderlos a su valor real en Estados Unidos. Los
primeros inversionistas cobraban puntualmente el dinero. Eso atrajo a otros capitalistas.
Y el Ponzi´s scheme adquirió la
típica forma de la pirámide financiera. En la cúspide, algunos pocos se
beneficiaban de las transacciones de otros centenares que estaban en la base.
El dinero de quienes llegaban tarde –tras la bonificación que se cobraba
Ponzi-- iba a parar a los primeros inversionistas. Para que funcionara la trama
era necesario conseguir nuevos incautos que aportaran fondos frescos. Muchas
personas hipotecaron sus viviendas o entregaron a Ponzi los ahorros de toda su
vida. También hubo otras que en lugar de aceptar las ganancias, las
reinvirtieron.
Según el Premio Nóbel de
Economía Paul Krugman, si el Ponzi´s
scheme es tan mencionado en los últimos años no es solamente en homenaje a
Madoff, sino a que la crisis económica de 2008-2009 fue causada por muchos
Ponzi y por muchos Madoff.
“¿Cuan diferente es la
historia del señor Madoff de la industria de inversiones en su conjunto?”
preguntó Krugman en The New York Times.
El único pecado de Madoff fue
tomar atajos, en lugar de seguir la rutina habitual de los banqueros de
inversiones. Como esos seres impacientes que a los diez minutos de cortejar a
una dama le proponen directamente ir a la cama, Madoff descartó el previo
trabajo de seducción. Un banquero de inversiones arma primero su trampa, se
rodea de una junta directiva, manda construir un impresionante edificio, envía
información trimestral que ni él mismo entiende, y se dedica a jugar con el
dinero de sus clientes hasta que se agotan los incautos encargados de
proporcionar ahorros a la pirámide.
Krugman mencionó un prototipo
que puede aplicarse a una vasta sección de la industria financiera
norteamericana. “Analicemos el ejemplo hipotético”, dice, “de un gerente de
inversiones que inserta en el dinero de sus clientes gran cantidad de deudas, y
luego invierte el total en valores de alto rendimiento –aunque riesgosos– tales
como títulos respaldados por hipotecas (incobrables). Durante un tiempo, por
ejemplo, mientras la burbuja de la industria de la vivienda siga creciendo el
banquero “obtendrá grandes ganancias y recibirá grandes bonificaciones. Luego,
cuando la burbuja estalle, y sus valores se transformen en basura tóxica, sus
inversionistas perderán en gran cantidad, pero él mantendrá sus
bonificaciones”. (The New York Times,
19 de diciembre de 2008).
¡Y qué bonificaciones! Krugman
dijo que en el 2008, el salario promedio de los empleados en el sector de
inversiones fue cuatro veces más alto que el ingreso promedio en el resto de la
economía. “Ganar un salario de un millón de dólares (anuales) no era nada
especial. Inclusive salarios de 20 millones de dólares o más eran bastante
comunes”, indicó.
“El sistema de sueldos de Wall Street”, señaló
el economista, “recompensa con generosidad la apariencia de beneficio,
inclusive si se trata de una ilusión”.
PERSIGUIENDO A LOS CULPABLES
A medida que la economía de
Estados Unidos se fue derrumbando durante la crisis, como un castillo de naipes, otros afloraban:
los erigidos por estafadores.
“Sólo en el último mes” de
febrero de 2009 “hemos investigado a sinvergüenzas en Pensilvania, Nueva York,
Carolina del Norte, Iowa, Idaho, Texas y Hawai", declaró a The Financial Times Bart Chilton,
inspector de la CFTC (Commodities Futures
Trading Commission), un organismo regulador que vigila mercados de materias
primas y de ventas a término en acciones y en intercambio de divisas.
Chilton dijo que la agencia
estaba investigando “centenares de individuos y de entidades vinculados con
fraudes al estilo Ponzi”. (The Financial
Times, 20 de marzo de 2009).
Pese a su fama, Ponzi no fue
siquiera el más exitoso de los estafadores de su época. El honor corresponde a
Oscar Hartzell, quien ofreció a potenciales inversionistas recompensarlos con
el tesoro de Francis Drake, el explorador y aventurero inglés del siglo XVI.
Esto es, una vez pudiera recuperarlo.
Es interesante descubrir que
cuando más astuto es el estafador, más etéreos son los objetos que promete.
Otros célebres estafadores ofrecían objetos tangibles: Victor Lustig vendió en
dos ocasiones la torre Eiffel, un espléndido monumento que puede verse desde
cualquier zona de París, y del cual existen innumerables postales. Y el
falsificador holandés Hans van Meegeren vendió al jefe nazi Hermann Goering un
auténtico Vermeer que él mismo diseñó en su estudio. En cambio Hartzell ofreció
algo intangible, un presunto tesoro que ni siquiera había sido rescatado.
Aunque el esquema parecía
haber sido inventado por un hombre con cierta deficiencia en sus neuronas,
entre 70.000 y 80.000 norteamericanos creyeron en él, y le entregaron sus
ahorros.
Entre 1914 y 1938, Hartzell
recibió millones de dólares de personas que confiaban más en él, que en su
fantástico esquema. Y lo demuestra un hecho: cuando fue finalmente arrestado,
sus seguidores continuaron enviándole dinero y firmaron numerosas peticiones
reclamando su libertad.
Hay un detalle muy
interesante, que demuestra cómo la gran tragedia americana suele emplazarse en
estafadores y capitanes de industria. Al final de su vida, el propio Hartzell
empezó a creer en su fraude. Recluido en una cárcel, le informó a su psiquiatra
que una vez recuperara la fortuna, “Me convertiré en Francis Drake. Recibiré el
nombre de Francis Drake. Han desaparecido los grandes aventureros como él. Yo
soy ahora Sir Francis Drake”.
LO QUE VA DE AYER A HOY
Es posible que Hartzell haya
sido el último de los robber barons
del siglo diecinueve. (Robber barons,
o magnates ladrones era el término que aplicaban los periodistas investigativos
a personajes como el millonario petrolero John D. Rockefeller, o a los
empresarios Andrew Carnegie, y Cornelius Vanderbilt, o a todos aquellos que son
recordados en la actualidad gracias a las becas otorgadas por sus descendientes
para hacer perdonar sus travesuras).
Pero inclusive los Robber barons parecen gigantes al lado
de los escuálidos que llevaron a Estados Unidos al peor colapso desde la Gran
Depresión. Pues los robber barons se
hicieron ricos empleando claros métodos inmorales, arruinando a sus
competidores mediante prácticas corruptas, destruyendo a los sindicatos a
través de la infiltración de rompehuelgas contratados en la agencia de
detectives Pinkerton, y llevando a la miseria y a la desesperación a millones
de trabajadores y pequeños rentistas. Y sin embargo, al final del día, esos
atracadores algo dejaron: fábricas, empresas de servicios públicos, caminos y
líneas ferroviarias. En cambio, los actuales capitanes del capitalismo tardío
no han dejado más que un gran vacío, incluidas salas de conferencia
deshabitadas y bóvedas de bancos donde el dinero brilla por su ausencia.
EL PAÍS DE LA SEGUNDA OPORTUNIDAD
Estados Unidos es uno de los
pocos países del mundo donde seres que han fracasado en previas empresas o
gobiernos siempre tienen la oportunidad de mostrar que la segunda es la
vencida, o de incurrir en nuevos fracasos sin ser castigados.
Jurek Martin, quien fue jefe
de la oficina en Washington de The
Financial Times, menciona entre aquellos funcionarios que recibieron una
segunda oportunidad a Robert McNamara, arquitecto de la guerra de Vietnam, que
“logró recrearse a sí mismo como presidente del Banco Mundial”; a Edward
Kennedy, “que prosperó desde la condición de personaje lascivo a la de león
liberal”; a Robert Byrd que tras militar "en el Ku Klux Klan se convirtió
en la conciencia del Senado" y a Al Gore, “que luego de ser un deplorable
candidato presidencial está ahora salvando a la tierra”. (The Financial Times, 10 de julio de 2009).
Otro ejemplo es Richard Fuld,
el director general de Lehman Brothers,
quien “fue capaz de tomar una empresa perfectamente sana, de 158 años de
antigüedad, y transformarla en polvo”, según dijo Nicholas D. Kristof,
columnista de The New York Times. En
vez de ir a la cárcel, o ser echado por incompetente, Fuld recaudó “casi 500
millones de dólares en compensaciones totales entre 1993 y el 2007”.
En el año 2007, Fuld obtuvo 45
millones de dólares en compensaciones. “Eso equivale a obtener 17.000 dólares
por hora” con el único propósito de borrar a una empresa del mapa”, dijo
Kristof (The New York Times, 18 de septiembre
de 2008).
Ahora, Estados Unidos en su
totalidad, observa un fenómeno político que es imposible imaginar en otra parte
del planeta.
En otras culturas, el
empresario Donald Trump sería mirado con malos ojos por acogerse al Capítulo
Once de la ley de Quiebras cada vez que necesita protegerse de inversionistas
que reclaman sus haberes. Según indicó The
Economist en un artículo publicado el 12 de agosto del 2004, la cadena Trump Hotels entró dos veces en quiebra
en un lapso de apenas 12 años. Sin embargo, The Donald es cada vez más popular.
Se ha lanzado como precandidato presidencial por el partido Republicano, y
tiene gran ventaja en las encuestas, demostrando una vez más que conquistar
enemigos y fracasar en los negocios es el mejor sucedáneo del éxito.
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