miércoles, 23 de septiembre de 2015

El ardid de Ponzi y de otros estafadores en el país de la segunda oportunidad


Mario Szichman



«Charles Ponzi» 
 Boston Library (21 de diciembre de 008/weekinreview/21rampell.html NYT); en.wikipedia.org  
Boston Library (NYT); en.wikipedia.org. Disponible bajo la licencia Dominio público vía Wikimedia Commons 


Algún día, muchos inversionistas norteamericanos deberán erigirle un monumento a Charles Ponzi (1882 –1949), uno de los más grandes estafadores en la historia de Estados Unidos. (El otro es Oscar Hartzell, quien entre 1914 y 1938 convenció a más de 70.000 ahorristas norteamericanos  que a cambio de módicas sumas de dinero, los premiaría con el tesoro de sir Francis Drake).
La frase Ponzi´s scheme, o el ardid, o la intriga de Ponzi, resucita de manera periódica, cada vez que otro notable estafador es noticia de primera plana. Hace algunos años, el último discípulo de Ponzi fue Bernard Madoff, un brillante inversionista, un filántropo, y un pilar de la comunidad, quien defraudó a sus clientes en unos 50.000 millones de dólares.

Bernard Madoff

La astucia para engañar al prójimo suele modernizarse y prosperar. Madoff descubrió un poderoso incentivo para atrapar incautos: desdeñarlos. Solía rechazar la mayoría de las ofertas de seres acaudalados que deseaban invertir en sus negocios. Muchos futuros embaucados debían pedirle de rodillas que aceptara sus caudales.
¿En qué consiste el Ponzi´s scheme? Las variantes son infinitas, pero básicamente, radica en persuadir a los ahorristas de que pueden obtener ganancias fabulosas tras hacer modestas inversiones. Ponzi prometió a sus clientes ganancias de un 100 por ciento en un lapso de 90 días. Su maniobra, al principio legítima, consistía en adquirir en otros países cupones postales con descuento, y venderlos a su valor real en Estados Unidos. Los primeros inversionistas cobraban puntualmente el dinero. Eso atrajo a otros capitalistas. Y el Ponzi´s scheme adquirió la típica forma de la pirámide financiera. En la cúspide, algunos pocos se beneficiaban de las transacciones de otros centenares que estaban en la base. El dinero de quienes llegaban tarde –tras la bonificación que se cobraba Ponzi-- iba a parar a los primeros inversionistas. Para que funcionara la trama era necesario conseguir nuevos incautos que aportaran fondos frescos. Muchas personas hipotecaron sus viviendas o entregaron a Ponzi los ahorros de toda su vida. También hubo otras que en lugar de aceptar las ganancias, las reinvirtieron.


Según el Premio Nóbel de Economía Paul Krugman, si el Ponzi´s scheme es tan mencionado en los últimos años no es solamente en homenaje a Madoff, sino a que la crisis económica de 2008-2009 fue causada por muchos Ponzi y por muchos Madoff.
“¿Cuan diferente es la historia del señor Madoff de la industria de inversiones en su conjunto?” preguntó Krugman en The New York Times.
El único pecado de Madoff fue tomar atajos, en lugar de seguir la rutina habitual de los banqueros de inversiones. Como esos seres impacientes que a los diez minutos de cortejar a una dama le proponen directamente ir a la cama, Madoff descartó el previo trabajo de seducción. Un banquero de inversiones arma primero su trampa, se rodea de una junta directiva, manda construir un impresionante edificio, envía información trimestral que ni él mismo entiende, y se dedica a jugar con el dinero de sus clientes hasta que se agotan los incautos encargados de proporcionar ahorros a la pirámide. 
Krugman mencionó un prototipo que puede aplicarse a una vasta sección de la industria financiera norteamericana. “Analicemos el ejemplo hipotético”, dice, “de un gerente de inversiones que inserta en el dinero de sus clientes gran cantidad de deudas, y luego invierte el total en valores de alto rendimiento –aunque riesgosos– tales como títulos respaldados por hipotecas (incobrables). Durante un tiempo, por ejemplo, mientras la burbuja de la industria de la vivienda siga creciendo el banquero “obtendrá grandes ganancias y recibirá grandes bonificaciones. Luego, cuando la burbuja estalle, y sus valores se transformen en basura tóxica, sus inversionistas perderán en gran cantidad, pero él mantendrá sus bonificaciones”. (The New York Times, 19 de diciembre de 2008).
¡Y qué bonificaciones! Krugman dijo que en el 2008, el salario promedio de los empleados en el sector de inversiones fue cuatro veces más alto que el ingreso promedio en el resto de la economía. “Ganar un salario de un millón de dólares (anuales) no era nada especial. Inclusive salarios de 20 millones de dólares o más eran bastante comunes”, indicó.
 “El sistema de sueldos de Wall Street”, señaló el economista, “recompensa con generosidad la apariencia de beneficio, inclusive si se trata de una ilusión”.

PERSIGUIENDO A LOS CULPABLES

A medida que la economía de Estados Unidos se fue derrumbando durante la crisis,  como un castillo de naipes, otros afloraban: los erigidos por estafadores.  
“Sólo en el último mes” de febrero de 2009 “hemos investigado a sinvergüenzas en Pensilvania, Nueva York, Carolina del Norte, Iowa, Idaho, Texas y Hawai", declaró a The Financial Times Bart Chilton, inspector de la CFTC (Commodities Futures Trading Commission), un organismo regulador que vigila mercados de materias primas y de ventas a término en acciones y en intercambio de divisas.
Chilton dijo que la agencia estaba investigando “centenares de individuos y de entidades vinculados con fraudes al estilo Ponzi”. (The Financial Times, 20 de marzo de 2009).  
       Pese a su fama, Ponzi no fue siquiera el más exitoso de los estafadores de su época. El honor corresponde a Oscar Hartzell, quien ofreció a potenciales inversionistas recompensarlos con el tesoro de Francis Drake, el explorador y aventurero inglés del siglo XVI. Esto es, una vez pudiera recuperarlo.  
Es interesante descubrir que cuando más astuto es el estafador, más etéreos son los objetos que promete. Otros célebres estafadores ofrecían objetos tangibles: Victor Lustig vendió en dos ocasiones la torre Eiffel, un espléndido monumento que puede verse desde cualquier zona de París, y del cual existen innumerables postales. Y el falsificador holandés Hans van Meegeren vendió al jefe nazi Hermann Goering un auténtico Vermeer que él mismo diseñó en su estudio. En cambio Hartzell ofreció algo intangible, un presunto tesoro que ni siquiera había sido rescatado.  
Aunque el esquema parecía haber sido inventado por un hombre con cierta deficiencia en sus neuronas, entre 70.000 y 80.000 norteamericanos creyeron en él, y le entregaron sus ahorros.
Entre 1914 y 1938, Hartzell recibió millones de dólares de personas que confiaban más en él, que en su fantástico esquema. Y lo demuestra un hecho: cuando fue finalmente arrestado, sus seguidores continuaron enviándole dinero y firmaron numerosas peticiones reclamando su libertad.  
Hay un detalle muy interesante, que demuestra cómo la gran tragedia americana suele emplazarse en estafadores y capitanes de industria. Al final de su vida, el propio Hartzell empezó a creer en su fraude. Recluido en una cárcel, le informó a su psiquiatra que una vez recuperara la fortuna, “Me convertiré en Francis Drake. Recibiré el nombre de Francis Drake. Han desaparecido los grandes aventureros como él. Yo soy ahora Sir Francis Drake”.

LO QUE VA DE AYER A HOY

Es posible que Hartzell haya sido el último de los robber barons del siglo diecinueve. (Robber barons, o magnates ladrones era el término que aplicaban los periodistas investigativos a personajes como el millonario petrolero John D. Rockefeller, o a los empresarios Andrew Carnegie, y Cornelius Vanderbilt, o a todos aquellos que son recordados en la actualidad gracias a las becas otorgadas por sus descendientes para hacer perdonar sus travesuras).  
Pero inclusive los Robber barons parecen gigantes al lado de los escuálidos que llevaron a Estados Unidos al peor colapso desde la Gran Depresión. Pues los robber barons se hicieron ricos empleando claros métodos inmorales, arruinando a sus competidores mediante prácticas corruptas, destruyendo a los sindicatos a través de la infiltración de rompehuelgas contratados en la agencia de detectives Pinkerton, y llevando a la miseria y a la desesperación a millones de trabajadores y pequeños rentistas. Y sin embargo, al final del día, esos atracadores algo dejaron: fábricas, empresas de servicios públicos, caminos y líneas ferroviarias. En cambio, los actuales capitanes del capitalismo tardío no han dejado más que un gran vacío, incluidas salas de conferencia deshabitadas y bóvedas de bancos donde el dinero brilla por su ausencia.

EL PAÍS DE LA SEGUNDA OPORTUNIDAD

Estados Unidos es uno de los pocos países del mundo donde seres que han fracasado en previas empresas o gobiernos siempre tienen la oportunidad de mostrar que la segunda es la vencida, o de incurrir en nuevos fracasos sin ser castigados.
Jurek Martin, quien fue jefe de la oficina en Washington de The Financial Times, menciona entre aquellos funcionarios que recibieron una segunda oportunidad a Robert McNamara, arquitecto de la guerra de Vietnam, que “logró recrearse a sí mismo como presidente del Banco Mundial”; a Edward Kennedy, “que prosperó desde la condición de personaje lascivo a la de león liberal”; a Robert Byrd que tras militar "en el Ku Klux Klan se convirtió en la conciencia del Senado" y a Al Gore, “que luego de ser un deplorable candidato presidencial está ahora salvando a la tierra”. (The Financial Times, 10 de julio de 2009).
Otro ejemplo es Richard Fuld, el director general de Lehman Brothers, quien “fue capaz de tomar una empresa perfectamente sana, de 158 años de antigüedad, y transformarla en polvo”, según dijo Nicholas D. Kristof, columnista de The New York Times. En vez de ir a la cárcel, o ser echado por incompetente, Fuld recaudó “casi 500 millones de dólares en compensaciones totales entre 1993 y el 2007”.  
En el año 2007, Fuld obtuvo 45 millones de dólares en compensaciones. “Eso equivale a obtener 17.000 dólares por hora” con el único propósito de borrar a una empresa del mapa”, dijo Kristof (The New York Times, 18 de septiembre de 2008).
Ahora, Estados Unidos en su totalidad, observa un fenómeno político que es imposible imaginar en otra parte del planeta.   

En otras culturas, el empresario Donald Trump sería mirado con malos ojos por acogerse al Capítulo Once de la ley de Quiebras cada vez que necesita protegerse de inversionistas que reclaman sus haberes. Según indicó The Economist en un artículo publicado el 12 de agosto del 2004, la cadena Trump Hotels entró dos veces en quiebra en un lapso de apenas 12 años. Sin embargo, The Donald es cada vez más popular. Se ha lanzado como precandidato presidencial por el partido Republicano, y tiene gran ventaja en las encuestas, demostrando una vez más que conquistar enemigos y fracasar en los negocios es el mejor sucedáneo del éxito. 

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