domingo, 13 de septiembre de 2015

Los poderosos nunca muestran piedad, excepto cuando se convierten en víctimas


Mario Szichman
                                                                   


Ese día en los culpables aseguran
 que será reconocida su inocencia, y
 que, por misteriosas razones, nunca
 coincide con el de su interrogatorio.
Marcel Proust




En uno de sus libros de crónicas, Eduardo Galeano narraba la exasperación que le causó una excelente y muy sórdida película de Andrzej Wajda: Kanal. Era la historia de varios integrantes de la resistencia polaca que huían de los nazis atravesando las cloacas de Varsovia. Los partisanos iban muriendo, uno tras otro. Hasta que el final, quedaba uno solo vivo. Y cuando creía llegar a una esclusa para obtener la libertad, descubría que la compuerta estaba clausurada con un grueso enrejado.  
Galeano fue a ver el filme en un cine de barrio, y elogió a un espectador, que furioso por ese final, lanzaba contra el frustrado héroe de la resistencia gritos de: “¡Belilún, gil a cuadros, la p… que te parió!”  
Ignoro qué es belilún. Supongo que se trata de una persona tonta. Gil a cuadros necesitaría un largo ensayo. Gil, en el lunfardo argentino, es alguien que no aprendió nada de la vida. Pero gil a cuadros es muchísimo peor. En la década del sesenta, cuando apareció el libro de Galeano, surgió la moda de la chaqueta o paltó a cuadros, seguramente proveniente de América del Norte. En América del sur, muchos jóvenes consideraban esa prenda una directa afrenta al buen gusto. En cuanto al insulto final, no necesita aclaraciones.
Ignoro si existe alguna persona que desdeñe los finales felices. Somos seres humanos, y nos han enseñado que la justicia debe triunfar, en tanto la infamia requiere ser castigada.
El 10 de septiembre de 2015, Leopoldo López, el líder más famoso de la oposición venezolana, fue condenado a 13 años y nueve meses de prisión luego que un tribunal lo declaró culpable de incitar a la violencia en las protestas del año pasado en Venezuela. El proceso, de más de un año de duración, estuvo a cargo de una kangaroo court. Según el diccionario Webster, ese tipo de tribunal “blatantly disregards recognized standards of law or justice, ignora de manera descarada normas reconocidas de la ley o la justicia”.  Además, una kangaroo court, “ofrece con frecuencia la apariencia de un juicio imparcial y justo, aunque el veredicto ya fue decidido antes de comenzar el proceso”.  


No voy a explayarme sobre las virtudes o defectos de la justicia venezolana. Ni siquiera el más fervoroso de los chavistas cree que exista justicia en un país donde todos los poderes están secuestrados por un estado omnipresente. (Algunos podrían pensar que ese tipo de justicia es adecuada, pues el enemigo no merece ni clemencia).  
Basta recordar un solo caso: el de la jueza María Lourdes Afiuni. El 30 de junio de 2015, según informó el periódico El Universal de Caracas, Afiuni denunció ante el magistrado Manuel Bognanno la tortura, maltrato y violación que sufrió durante el año 2010 mientras estuvo privada de libertad en el Instituto Nacional de Orientación Femenina (INOF).
Según una de sus representantes, la abogada Thelma Fernández, Afiuni explicó al Tribunal “cómo le destruyeron la vagina, el ano y la vejiga cuando custodias del INOF y funcionarios del Ministerio de Justicia la violaron”.   
Afiuni recuperó su libertad –no plena– el 14 de junio de 2013, luego de tres años y medio en prisión o bajo arresto domiciliario. Fue detenida el 10 de diciembre de 2009 tras otorgar la libertad condicional al empresario Eligio Cedeño, acusado de presunta corrupción en el manejo de dólares regulados. La jueza alegó que Cedeño había estado bajo custodia por un período más prolongado que el permitido por la justicia venezolana, y que su dictamen acataba la recomendación de la comisión de derechos humanos de las Naciones Unidas.   
El 11 y 21 de diciembre de 2009, el entonces presidente de Venezuela Hugo Chávez Frías aludió a la jueza en dos cadenas de radio y televisión. En la primera la calificó de “bandida” y reclamó para ella 30 años de cárcel. En la segunda se congratuló de su arresto con las palabras: “Estás bien presa, comadre”. No vamos a entrar en sórdidos detalles sobre la vendetta personal de Chávez contra Cedeño, que se extendió a la jueza Afiuni. Pero vale la pena preguntarse: ¿Desde cuándo un presidente se atribuye funciones judiciales? Bueno, en la Venezuela chavista eso es posible porque no existe división de poderes.
Afiuni denunció que “recibió una patada con la bota de una Guardia Nacional que le causó una distorsión en una cuarta parte del seno”. Además, dijo que al lado de la celda donde fue alojada “trasladaron reclusas que ella condenó y fue víctimas de varias golpizas, y nadie hizo nada para evitarlo”. En varias oportunidades “le rociaban gasolina a su celda", dijo su representante legal.
Presumo que varios funcionarios oficialistas consideran merecido el maltrato a la jueza. Es lo que suele ocurrir cuando la justicia es dictada por una kangaroo court. En los tribunales de justicia que acatan normas legales, la jueza hubiera sido liberada de inmediato, se la hubiera indemnizado por los agravios recibidos, y todos sus agresores habrían ido a parar a la cárcel, con largas condenas.
En ese contexto de maltratos al enemigo e impunidad para los patriotas cooperantes, es arduo creer que Leopoldo López haya tenido un juicio imparcial. Y habrá seguramente otros juicios de la misma índole. La excusa es siempre la misma: Venezuela es un país soberano; nadie está autorizado a meter las narices en sus asuntos internos.  
Hace algunos días, el presidente de la Asamblea Nacional de Venezuela, Diosdado Cabello, dijo que la orden de la Corte Interamericana de Derechos Humanos en la cual se exigió la renovación inmediata a la concesión del canal televisivo Radio Caracas Televisión  era “total y absolutamente inadmisible”. Se trataba de una inaceptable injerencia de organismos internacionales. Según explicó Cabello, “nosotros decidimos ser libres y no nos calamos chantajes de nadie…no tiene valor, ni jurídico ni moral”. Cabello es líder del poder legislativo, no del poder judicial. Vaya uno a explicarle la diferencia entre crear leyes y hacerlas cumplir.
Esta es una pésima época para Venezuela, pues la justicia ha sido enviada a cuarteles de invierno. Tampoco la época alienta la humildad de los poderosos. En realidad, ninguna época es buena para reclamar humildad a los poderosos. La humildad recién arriba a buen puerto cuando los poderosos se convierten en víctimas.  
Cada vez que tropiezo con la descarada injusticia, recuerdo mi origen judío, y lo que hicieron los alemanes disfrazados de nazis con los judíos. No hubo excesiva justicia tras concluir la segunda guerra mundial.  
La máquina de moler carne creada por los nazis había requerido millones de operarios. Pero escasos de los autores intelectuales y verdugos del Tercer Reich fueron ejecutados durante los Juicios de Nuremberg (13 en total, entre 1945 y 1949).  
Adolf Hitler (1889-1945), el arquitecto principal de “la solución final del problema judío” no fue llevado a juicio porque se suicidó antes de concluir la guerra. Al parecer, la causa principal del suicidio fue su temor de que los soviéticos cumplieran con la promesa de capturarlo a fin de exhibirlo desnudo en una jaula del circo de Moscú.  
El juicio principal se realizó en Nuremberg entre el 20 de noviembre de 1945 y el 1º de octubre de 1946. Veinticuatro individuos fueron acusados, además de seis organizaciones nazis, consideradas “criminales”, entre ellas la Gestapo, la policía secreta del régimen.
El tribunal internacional determinó que todos los acusados, excepto tres, eran culpables. Doce fueron sentenciados a muerte, uno en ausencia, y el resto recibió condenas de cárcel de entre 10 años y cadena perpetua. Diez de los condenados fueron ahorcados el 16 de octubre de 1946.
Abundan los buenos libros sobre las reacciones de los arrogantes líderes del Tercer Reich una vez les llegó la hora, y dieron con sus huesos en la cárcel. Ninguno de ellos repitió sus jactancias prodigadas durante sus años de triunfos, o usó frases como “total y absolutamente inadmisible” ante los magistrados que los interrogaron en Nuremberg. Tampoco creían que sus procesos eran “una inaceptable injerencia de organismos internacionales”, o arguyeron que habían decidido ser libres y no se calaban chantajes de nadie. Si alguno de los acusados pensó que el tribunal de Nuremberg carecía de valor, jurídico o moral, se cuidó muy bien de expresar esa opinión en voz alta. 
Cuando comenzó el juicio de Nuremberg, los judíos carecían aún de un estado capaz de organizar represalias contra sus verdugos. El surgimiento de Eretz Israel data del 14 de mayo de 1948. Pero, al menos los dirigentes israelíes lograron la captura del principal ejecutor de la solución final del problema judío: Adolf Eichmann.


También Eichmann fue muy arrogante en sus días de gloria. Y muy circunspecto a la hora de poner los pies en polvorosa. Logró eludir la acción de la justicia internacional durante 15 años, buena parte de los cuales los pasó en la Argentina, uno de los mejores paraísos que encontraron muchos criminales de guerra, gracias a la generosa política de protección ofrecida por el primer gobierno de Juan Domingo Perón.  
No voy a dar muchos detalles de su estadía en la nación sudamericana, aunque puedo asegurar que pasó las de Caín, intentando mantener a su familia con un magro sueldo, primero en la provincia de Tucumán, luego en las afueras de Buenos Aires. No es absurdo señalar que Eichmann tuvo un anticipo del calvario durante su permanencia en la Argentina, hasta que comandos israelíes lo secuestraron en mayo de 1960. Eichmann fue procesado por un tribunal israelí, y ejecutado en la cárcel de Ramia en la medianoche del 31 de mayo de 1962.  
Nunca fue la encarnación de “la banalidad del mal”, como sugirió Hannah Arendt. Era un hombre muy astuto, implacable, inteligente, y con buenos conocimientos de filosofía. Pero eso sí, en su juicio siempre adoptó la pose de la víctima. Era humilde, respetuoso, y jamás se ofendía ante las preguntas del fiscal. 
Hay algo que me sigue impresionando de Eichmann, una escena que ocurrió luego de su captura por los comandos israelíes. Fue llevado a una casa de seguridad, y sus captores examinaron con prolijidad su peso y sus medidas, como si se hubiera tratado de mercancía en tránsito. En determinado momento, Eichmann pidió ir al baño. Dos agentes lo condujeron al retrete y esperaron afuera. Luego de algunos minutos, Eichmann preguntó: Darf ich anfangen? [1]
Uno de los hombres más poderosos del Tercer Reich, había llegado al nadir de su carrera, el momento en que debía pedir permiso para satisfacer la más humilde de las necesidades humanas.   
“En estas grandes épocas”, decía Karl Kraus, “que yo conocí cuando eran así de pequeñas; que volverán a ser pequeñas siempre que exista tiempo para ello… En estas épocas en que ocurren cosas que no pueden ser imaginadas, y en que aquello imposible de ser imaginado volverá a ocurrir”, es bueno tomar cierta distancia, y pronosticar lo que finalmente ocurrirá, aunque su concreción lleve algún tiempo.










           [1] ¿Puedo empezar?

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