miércoles, 25 de enero de 2017

Jorge Luis Borges no dejaba títere con cabeza


Mario Szichman



Jorge Luis Borges era muy entrevistable. Han sido publicados numerosos trabajos sobre sus diálogos con periodistas y académicos. Uno de ellos, “Entrevistas con Jorge Luis Borges”, de Jean de Milleret, causó bastante escozor en círculos literarios de Buenos Aires cuando fue publicado en la década del setenta. Tal vez porque Borges dedicó parte de la conversación a demoler el mundo de la revista Sur y de su propietaria, Victoria Ocampo, además de embestir contra parte de la cultura española como un toro al que le agitan un manto.

Por cierto si alguien desea conocer un poco más el mundo de Sur, es indispensable leer el ensayo de Amy K. Kaminsky Argentina, Stories for a Nation (University of Minnesota Press, Minneapolis, 2008). El libro es una especie de gabinete de las maravillas. La autora observa a la Argentina y a los argentinos como un viajero del tiempo sometido a constantes sorpresas. Confronta el rutilante o inventado pasado de esa nación con su magro presente, y nos recuerda, con persistencia, con fresca mirada, desde el extremo norte del mundo habitado, a una nación que, como Brasil, siempre aguarda un promisorio futuro que jamás logra concretar. Ya en el primer capítulo del libro de Kaminsky titulado Bartered Butterflies, surge la extrañeza que nos obliga a observar a la Argentina con nuevos ojos, a través de esa confrontación/ sumisión, entre Virginia Woolf, la gran dama de las letras inglesas, y esa gran dama de las letras argentinas llamada Victoria Ocampo.
¿Qué veía Victoria Ocampo en Virginia Woolf? ¿Qué veía la intelectual argentina en la escritora inglesa? Al menos, sugiere Kaminsky, no era una relación entre iguales. Woolf nunca ocultó su desdeñosa superioridad. En cierta ocasión, la autora de Mrs. Dalloway, le preguntó a su colega argentina cómo eran las azules mariposas de las Pampas. La fundadora de la revista Sur se encargó de narrar en sus memorias que para complacer a Woolf, “a quien idolizaba”, le regaló un set de mariposas ensambladas y enmarcadas, alimentando de esa manera “la fantasía que le permitiría ingresar” en el mundo de Woolf.

Por supuesto, dice Kaminsky, tras ese dificultoso ingreso en el jet set comandado por la escritora británica, Ocampo quiso mostrar el rostro oculto de la intelectualidad bonaerense. La Argentina inventada por la revista Sur, era un país de intelectuales con sensibilidad europea, civilizados, y agrega Kaminsky, “blancos”.
(Ver: Argentina: la carga del hombre blanco

Si bien Borges ingresó en el mundo de Sur, nunca se sintió cómodo en ese cenáculo literario. Y en las conversaciones con Milleret surgen algunas de las razones. La principal de ellas era el status monetario. Victoria Ocampo era una oligarca, de esas que cuando viajaban a Europa a comienzos del siglo veinte, transportaban una vaca en el barco, a fin de tomar leche fresca. Y Borges pertenecía a una familia de alcurnia, aunque venida a menos.
Su vínculo con Sur, y su vida modesta, le dijo Borges a Milleret, lo ponían en una posición falsa. Inclusive “me sentía algo humillado”.  Por un lado, “iba a lo de Victoria Ocampo y cuando llegaban escritores de renombre compartía sus charlas, les hablaba; veía mi nombre citado con cierta frecuencia; publicaba en periódicos y revistas”. Pero en la vida real, “ganaba 240 pesos mensuales en un empleo subalterno (como bibliotecario). Era una situación  penosa y ambigua”.
Un recuerdo de Borges retrata muy bien ese universo. “Una vez dos mujeres de mundo, dos amigas, fueron a visitarme a la Biblioteca… Dos días después, me telefoneó una de ellas para pedirme un favor. Había pensado, de común acuerdo con su amiga, que yo hacía un trabajo un poco ridículo, y que debía prometerle encontrar otro sitio donde pudiese ganar mil pesos por mes. Trabajar en un barrio suburbano por 240 pesos le parecía una manera de hacerme notar, de hacerme el excéntrico y el interesante, de pretender espantar a la gente. No podían pensar que yo no hubiese podido encontrar otra cosa. La gente demasiado rica no puede imaginarse la pobreza: acaso solo se forme una imagen de la miseria. Pero como yo estaba pulcramente vestido, usaba corbata, sombrero… bueno… como tenía el aspecto de un burgués, entonces debía ganar mil pesos por mes”.

EL DERBY DE DEMOLICIÓN

Milleret permitió a Borges explayarse en su feroz ironía contra colegas, y también desmantelar algunas de las premisas que convertían a Sur en una de esas “famosas obras del tedio” como calificaba Borges a ciertos textos clásicos. (Reveló que si bien releía la poesía de Víctor Hugo, “cuando traté de leer Los Miserables, nunca pude”. Todos aquellos que intentamos en vano la lectura de esa novela, le estaremos a Borges eternamente agradecidos por esas palabras de consuelo).
Borges sentía aversión por buena parte de España (“Desde hace tres siglos España no conoce más que fracasos, aunque los españoles son muy valientes personalmente”) y de la literatura española. Decía que “nunca había encontrado nada notable” en Juan Ramón Jiménez. Un poeta como Valle Inclán “me parece bastante malo. Es un farsante, y ni siquiera muy maligno”. Miguel de Unamuno “me hizo mucho mal. Traté de imitar su prosa, es decir, escribir cuidadosamente cosas que debían tener un tono espontáneo, haciendo expresamente frases desdichadas, haraganeando con ser torpe”.
Tampoco su opinión de Ortega y Gasset era piadosa. “Tengo de él un recuerdo tan vago como de sus libros. Es cierto que no los frecuenté mucho. Hay allí algunas ideas interesantes, pero el estilo es intolerable. Ortega, que era muy inteligente, tendría que haberse dado cuenta que necesitaba un negro que le redactara los libros”.
Y en un dardo contra Ortega y Gasset que también alcanzó a Victoria Ocampo, señaló Borges: “Victoria posee una gran cultura francesa: piensa y escribe todo en francés. No siente en español. Por ejemplo, no puede juzgar la poesía en lengua española. Muchas veces me preguntó si un poema era malo o bueno. Incluso me confesó una vez que le estaba muy agradecida a Ortega y Gasset por haberle demostrado que la lengua española era capaz de literatura, algo que ella nunca hubiese sospechado”.

SUR, PAREDÓN Y DESPUÉS…


Quizás la revista Sur pase a la historia de la cultura argentina como otra famosa forma del tedio. Para Borges, era también sinónimo de mezquindad. “Formé parte del grupo fundador. Pero no se nos pagaba. Durante diez años, Sur no pagaba a sus colaboradores, puesto que su propósito era difundir la cultura”.
Por otra parte, decía Borges, “Victoria Ocampo tenía una concepción bastante curiosa de lo que constituía una revista literaria. No quería publicar más que textos de colaboradores ilustres, y no le interesaban las notas sobre teatro, cine, conciertos, libros… Y todo eso constituye la vida de una revista. Es decir, lo que quiere encontrar el lector. Mientras que si se encuentra un artículo de cuarenta páginas firmado Homero, y otro de cincuenta, firmado Víctor Hugo, no hace más que fatigarse. Eso no es para él una revista”.
Para Borges, “la única manera de hacer una revista es contar con un grupo de personas que compartan las mismas convicciones, los mismos odios, en tanto que la colección de textos de escritores ilustres no constituye una revista. Eso no es más que una antología mensual con un texto de Valéry junto a otro de Huxley, que por cierto tienen valor, pero no tiene demasiado importancia para una revista”.
Y como trasfondo, Sur parecía un barco sin timonel.
“Aunque Victoria Ocampo se interesaba infinitamente por Sur, creo que la secretaria era la que finalmente publicaba lo que quería”.
De todas maneras, añadía Borges con galantería, “Sur fue y sigue siendo un elemento capital  en la evolución de la cultura argentina, y el mérito esencial le corresponde a Victoria Ocampo”.
En el medio, estaba la fascinación de Borges por el cine. Y eso, aún después de perder la vista. Cuando Milleret le preguntó cómo hacía para “ver un filme”, Borges admitió que siempre era escoltado (en general, “por hermosas mujeres”, añadió Milleret). La acompañante se encargaba de añadir comentarios sobre la fotografía, permitiendo que esa película “escuchada”, pudiese, además, ser imaginada. Aunque, añadía Borges, “cuando me decían que la fotografía era excelente, eso, para mí, constituía un acto de fe”.
Borges “vio” Lawrence de Arabia, y Kartum. Su veredicto es muy iluminador. “Vi tres veces Kartum”, dijo a su entrevistador. “Lo creo infinitamente superior a Lawrence de Arabia. Es que la derrota resulta estéticamente muy superior a la victoria. Es la idea de la antigua tragedia. Se siente desde el principio que el héroe va a morir y que va a la derrota. Esto le da una dignidad que un vencedor no puede alcanzar, la del hombre que va hacia la muerte más o menos de manera voluntaria, y que lo sabe de antemano”.
En las entrevistas con Milleret, el escritor no tuvo pudor en hablar de su ceguera, y le quitó todo halo romántico.
El entrevistador le elogió a Borges una frase que el escritor había dicho a un periodista del New York Times: “Ahora que el mundo está todo dentro mío, veo mejor, porque puedo ver además todas las cosas que sueño”. Milleret comentó: “Es un pensamiento muy bello, más conmovedor para quien lo conoce a usted”.
La respuesta de Borges fue implacable: “Dije eso simplemente para consolarme”, indicó. “Para engañarme a mí mismo. Nadie puede decir una cosa como esa, y creérsela. ¿No está de acuerdo?”
No creo que el libro de Milleret integre el canon de los adoradores y adoratrices de Borges. Es demasiado insolente, down to earth, y peor, mucho peor aún, inmensamente divertido.


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