miércoles, 4 de enero de 2017

El populismo autocrático: De hologramas, impunidad, y realismo mágico


Mario Szichman




“Yo jamás en mi vida, nunca he aspirado a ningún cargo  
                         en la vida de nada. Junto al comandante Chávez, 
Siempre soñé llegar a viejito al lado de él”.
Nicolás Maduro, presidente de Venezuela


El 16 de diciembre de 2016, el periódico El Nacional de Venezuela emplazó, en una de sus páginas de la versión digital, un video con el siguiente título: “Holograma de Chávez volvió a recorrer Caracas”.  Aunque según la versión oficial, Hugo Chávez Frías falleció el 5 de marzo de 2013, tres años después su figura continúa recorriendo las calles de la capital de Venezuela. También sus ojos escrutadores asoman en algunos muros de las ciudades. La idea es corroborar que el comandante es eterno. 
También su movimiento político, el chavismo, suele perseverar en logros ajenos. En el 2015,  el periódico digital Tal Cual de Caracas informó que el gobierno venezolano había comenzado a atribuirse la construcción de obras públicas concretadas durante administraciones anteriores. Según dijo la publicación, “En el liceo Fermín Toro de Caracas, una institución fundada en 1936 y cuya sede actual en El Silencio data de 1946”, hay una placa en la entrada, “fechada en 2006, que afirma que tal obra fue ´ejecutada´ por el gobierno de Hugo Chávez Frías”. El diario añadió: “No hay aclaratoria de que tal placa se haya puesto con motivo de una remodelación o rehabilitación”. Y es dudoso que el gobierno aclare algún día el malentendido. En poco tiempo más,  el liceo Fermín Toro de Caracas formará parte de la herencia cultural del Movimiento Quinta República.  La mentira suele pasar desapercibida en el populismo, una sociedad de irresponsabilidad ilimitada entre cuyos atributos principales figura la impunidad.
Supongamos que una persona visita una repartición pública y cuestiona lo señalado en la placa que adorna una pared del liceo. ¿Acaso un empleado se dignará recibir la queja; querrá un superior investigar la denuncia? ¿A cuenta de qué? Si en Venezuela actuasen las instituciones, ningún funcionario se atrevería a inscribir en el bronce un embuste tan flagrante.  Pero el populismo opera bajo el radar. Tiene la infalible presunción de que si se miente de manera constante, algo siempre queda. 

DISTOPÍAS


John Hurt en el film 1984

Hay tres novelas claves para entender los autoritarismos del siglo veinte: Nosotros, de Eugene Zamiatin, Un mundo feliz, de Aldous Huxley, y 1984, de George Orwell.  Zamiatin y Orwell, aludieron al modelo soviético de absolutismo. Las distopías descriptas en esas novelas siguen siendo modelos de autocracia, aunque Un mundo feliz discrepa de las otras dos porque sus gobernantes no parecen demasiado interesados en retener el mando. Se trata de una sociedad muy conformista, algo hedonista. No hay sadismo, o dificultades imposibles de resolver. Los dirigentes no muestran gran apetito de poder. Quizás esa es la principal diferencia entre la novela de Huxley y las de Zamiatin y Orwell. Las purgas de Hitler y especialmente de Stalin, resultan inexplicables en Un mundo feliz.
El crítico Neil Postman, al cotejar los mundos descriptos en 1984 y en Un mundo feliz, señaló que el enclave elegido por Huxley parecía más siniestro que el de Orwell, pues en lugar de prohibición proponía saturación. 
“Lo que más temía Orwell”, dijo Postman, “era a los seres que prohibían libros. Lo que más temía Huxley era que desaparecieran las razones para prohibir libros, pues no habría persona alguna interesada en leerlos”. 
En tanto Orwell temía  a quienes negaban  información, Huxley sentía pánico por quienes brindaban tal cantidad de información, que podían reducir al ser humano a la pasividad y el egoísmo. A Orwell le preocupaba el encubrimiento de la verdad. Huxley temía que la verdad naufragara en un mar de irrelevancia. Y el propio Huxley, al analizar su novela, dijo que los racionalistas y los defensores de las libertades civiles permanecían alertas para enfrentarse a la tiranía, y solían olvidar “la casi infinita avidez del ser humano por las distracciones”.  

LA DICTADURA COMO BANALIDAD

En las distopías mencionadas previamente, los narradores suelen describir un estado muy bien organizado capaz de destruir toda forma de oposición. Decían de Benito Mussolini que lideraba una dictadura atenuada por la incompetencia. Pero eso dista de ser cierto. Cuando los italianos se enorgullecían de que gracias a Mussolini los trenes siempre llegaban a horario, eso no era una falacia. Existía un método y una lógica en la locura. La sociedad estaba regimentada. Cada sector debía asistir a festividades, marchas y desfiles. 
El famoso filme de propaganda nazi El Triunfo de la Voluntad (1935) dirigido por Leni Riefenstahl, y que reseña el Congreso del partido nazi en Nuremberg, en 1934, al que asistieron más de 700.000 simpatizantes nazis, es una buena muestra de esa regimentación. El individuo desaparece en la masa, es apenas un segmento de escenografía. El poder aparece como omnímodo. 
La más alarmante de las tres distopías mencionadas sigue siendo la de Orwell, porque el individuo carece de escapatoria. Muchos de los temas habían aparecido previamente en Nosotros, de Zamiatin, de la cual Orwell hizo una reseña varios años antes de publicar 1984.
Para que un estado totalitario logre perdurar, la tarea más importante es acabar con toda disidencia. Los métodos son siempre los mismos: castigo del opositor, vilipendio, y burla. Hay que separar al animal de la recua, ponerlo en primer plano, y aislarlo, antes de eliminarlo. 
En la tarea deben colaborar todos los ciudadanos. En Venezuela a los delatores se los denomina “patriotas cooperantes”. Aunque pertenecen a familias, la familia desaparece como institución. (Ya en 1984  los niños eran adiestrados para delatar a sus padres). 
A eso hay que sumar un Benefactor, o un Hermano Mayor, líder indisputado e indiscutible, y obviamente, el Mortal Enemigo, un disidente que se ha transfigurado en un ser omnímodo, monstruoso, capaz de congregar una camaradería de disidentes ansiosos por cometer cualquier acto de crueldad, inclusive gratuito, contra el pueblo y sus representantes. (Maduro ha calificado en repetidas ocasiones a Leopoldo López como “El monstruo de Ramo Verde” nombre de la prisión donde está encarcelado el líder opositor desde el 2014). 

TIRANÍAS Y TELEVISORES

Todos esos elementos requieren de una parafernalia especial. Los buenos y los malos deben ser “bigger than life,” y el estado, omnisciente. En 1984, televisores provistos de cámaras ocultas espían a los ciudadanos las veinticuatro horas del día. También la historia es reescrita las veinticuatro horas del día. 
El drama de Winston Smith, su protagonista, es que necesita separar la verdad de la fantasía, y recordar el pasado. Pero hay un problema: su tarea en el Ministerio de la Verdad consiste exclusivamente en falsificar el pasado reformulando artículos en publicaciones para que la mentira vuelva a transfigurarse en verdad y ratifique el perpetuo éxito del Partido.
Otra tarea de los empleados del ministerio es destruir los documentos que puedan desmentir las afirmaciones de los jerarcas. De esa manera, no hay una sola prueba que el gobierno está mintiendo. 
Un día, Winston Smith visita un negocio de antigüedades, se enamora de un cuaderno, lo compra, y empieza a escribir apuntes. Y los apuntes lo conducen a explorar el pasado que el Partido niega. Ese cuaderno donde intenta reseñar la verdad del tiempo pretérito, lo conducirá a la cárcel y a la ejecución.
Uno de los aciertos de Orwell fue fechar la novela en un futuro cercano, apenas 35 años después de su publicación. Tanto Un mundo feliz como Nosotros transcurren varios siglos más tarde. La ventaja para el lector es que puede identificarse fácilmente con las pesadumbres de su protagonista, y con su entorno, la ciudad de Londres en plena decadencia. Sus habitantes se enfrentan a un totalitarismo muy moderno, plagado por constantes amenazas externas, y por la total incertidumbre. ¿Qué es cierto? ¿Qué es falso? ¿Cómo se puede habitar un universo donde la verdad es tergiversada cada día, y es imposible desmentir las falsedades? 

LAS DISTOPÍAS DE LA PERIFERIA

No puedo imaginar un solo dirigente, ni siquiera el más ardiente de los populistas, que enuncie estas palabras: “De repente entró un pajarito, chiquitico, y me dio tres vueltas acá arriba (…) Silbó un ratico, me dio una vuelta y se fue. Yo sentí el espíritu de él (de Chávez)”. Esas palabras fueron proferidas por el presidente de Venezuela Nicolás Maduro. Y con total convicción. ¿Alguien imagina que otro jefe de estado o de gobierno diga algo similar y continúe un día más en el poder? Es cierto que frases similares suelen ser oídas, pero no en una transmisión en cadena nacional de radio y televisión, sino en ciertos establecimientos  donde muchos desdichados intentan apaciguar sus problemas mentales con ayuda de especialistas. Algunos de ellos, tras una serie de tratamientos, consiguen abandonar esos lugares. Pero apenas incurren en otra conversación con el pajarito, vuelven al sitio de reclusión y visten nuevamente una especie de manto talar cuyas mangas son cruzadas sobre el estómago, y se prolongan en lazos que ciñen el cuerpo humano como si fuese un matambre.
Antes que Nosotros, y Un mundo feliz, y 1984, un genio llamado Alfred Jarry, creó la obra de teatro Ubu rey, estrenada a fines del siglo diecinueve en París. Ubu irrumpe en el escenario gritando “¡MIERDRA!” (Sí, con dos erres) y encarna, según algunos críticos, “todo lo grotesco e innoble del poder político y del gobierno”. Se trata de un capitán del ejército que por instigación de su esposa decide derrocar al rey de Polonia e instalar una feroz dictadura. Para eso sube los impuestos a la estratósfera, saquea las arcas del gobierno, y maneja el poder de la manera más corrupta posible. El usurpador tiene grandes dimensiones físicas, y en su enorme panza muestra una espiral, pues dedica buena parte de sus jornadas a observarse el ombligo.
La agudeza de Jarry consistió en mostrar una nueva clase de tirano. Ubu no le teme al ridículo, desdeña el asco que inspira en sus súbditos. Y eso lo hace invencible. Al menos en el corto plazo.
La tarea más persistente de un ser humano es el hallazgo de nuevas curas. Pero mientras no se localice la naturaleza del mal, seguirá sucumbiendo a sus efectos. 
Cuando estaba haciendo investigaciones para una novela histórica, estudié los efectos  del mercurio y de diamantes molidos, en el organismo de los enfermos. Ambos eran considerados remedios infalibles. La única razón era que se trataba de medicamentos muy costosos. Se pensaba que si un remedio era caro, debía ser bueno. Cuando los pacientes acaudalados recibían píldoras mezcladas con diamantes molidos, solían morir desangrados.

Mientras se desconozcan las causas del triunfo de los regímenes totalitarios, y su versión menos ostentosa en las repúblicas bananeras, será muy difícil prescindir de ellos. El acierto de una cura depende del diagnóstico. Ni Zamiatin, ni Huxley, ni Orwell, nos pueden ayudar en las pesquisas. Cuando los venezolanos estudien las razones por las cuales un presidente no teme al ridículo, habla con un pajarito y, como su antecesor, somete a sus ciudadanos a un lavado de cerebro cotidiano, difundiendo hologramas de los merodeos de su comandante eterno, tal vez empiecen a elaborar maneras para emerger de la pesadilla. Quizás habría que revisitar la obra de Alfred Jarry.

2 comentarios:

  1. Y ojalá los estadounidenses estudien cómo eligieron a un presidente que no teme al ridículo y habla COMO un pajarito, mediante tuits...

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Querido Daniel: Feliz año nuevo para tí y tu familia!
      Como suelen decir en estas tierras: "Amanecerá y veremos". Hace un tiempo escribí un post: “IT CAN’T HAPPEN HERE” Esto no puede ocurrir aquí… hasta que ocurre aquí. La novela de Sinclair Lewis que anticipó a Donald Trump.
      http://marioszichman.blogspot.com/2016/08/it-cant-happen-here-esto-no-puede.html
      Me siento un viajero del tiempo. Ignoro qué va a ocurrir en Estados Unidos. Me preocupa el personaje, aunque como periodista, comparto contigo la maldición de vivir en tiempos muy interesantes. Un abrazo.

      Eliminar