miércoles, 20 de abril de 2016

En Rusia todavía juzgan a los muertos


Mario Szichman


    

 Cuando estaba escribiendo  Los Papeles de Miranda,  mi novela talismán, pues me permitió conocer a un ser excepcional, tuve que explorar parte de la historia de Rusia. Francisco de Miranda visitó Rusia, y conoció a la emperatriz Catalina –no, ella no fue su amante, aunque sí una excelente amiga que lo ayudó con sus contactos en varias capitales europeas– así como a sus principales funcionarios. El Precursor narró en su Colombeia algunos episodios de su viaje a uno de los santuarios del despotismo oriental en Europa. (El otro fue el Imperio Otomano, ahora reducido a Turquía).
      Uno de los personajes que más le fascinó a Miranda fue Scherbatovsky, el jefe de la Tercera Administración, la policía secreta de Catalina. Scherbatovsky iniciaba sus interrogatorios propinando un formidable golpe a la mandíbula al sospechoso. La silla donde se sentaban los interrogados estaba ubicada sobre una puerta trampa. Si a Scherbatovsky no le gustaban las respuestas, apretaba un dispositivo y la silla caía a un foso lleno de ratas.
      Para los intrépidos viajeros que visitaron Rusia en los siglos dieciocho y diecinueve –por ahí circulan las memorias del marqués de Custine[i], que nunca han estado out of print– esa inmensa nación era, básicamente el reino del knut. El knut era un látigo constituido por anudadas tiras de cuero usado para castigar a criminales, aunque para las autoridades rusas la concepción de criminal era muy vasta, e incluía a la mayoría de los muyiks, los campesinos (en realidad siervos de la gleba, hasta su emancipación a mediados del siglo diecinueve).
      Cuando la Revolución Bolchevique acabó con la dinastía de los Romanoff, la mayoría de los rusos pensó que se abría una nueva época, y que el sol de la civilización calentaría los huesos de sus antepasados. Pero el nuevo zar de todas las Rusias pronto impuso su knut de hierro. Josef Vissarianovich Dzhugashvilli, más conocido como Stalin, impuso un reino de paranoia y terror que está indeleblemente retratado en 1984 de George Orwell. Recuerdo siempre un chiste que me decía mi padre. Cuando le preguntaban a un campesino ruso quien era mejor, si el zar o Stalin, respondía: “El zar. Él también nos pegaba, pero al menos nos permitía llorar”.
      Tras la caída de la Unión Soviética, muchos pensaron que en esa ocasión, sí se inauguraba una nueva época. Volvieron a equivocarse. Los viejos hábitos son difíciles de desterrar. En Dr. Strangelove, Stanley Kubrick presentaba a un personaje, un científico nazi interpretado por Peter Sellers, ansioso por adoptar los modales y la ideología de la Gran Democracia del Norte. Pero a veces fallaba en sus intentos, y de manera totalmente instintiva, hacía el saludo nazi.
      Hace más de una década que Rusia es gobernada por Vladimir Putin. Cuando no es presidente, es primer ministro, pero nunca suelta el coroto, como dirían en Venezuela, otro país donde los gobernantes se eternizan en el poder. Y Putin, que fue funcionario de la KGB durante 16 años, tiene sus instintos zaristas muy desarrollados. Sus enemigos no sufren el castigo del knut, pero a veces, padecen muertes mucho más horribles, como ocurrió con Alexander Litvinenko, un ex funcionario de la KGB y luego del Servicio de Seguridad Federal de Rusia, quien pidió asilo político en el Reino Unido a comienzos de la pasada década. 
      El primero de noviembre de 2006, Litvinenko enfermó súbitamente y fue hospitalizado. Falleció tres semanas más tarde. Había sufrido envenenamiento con polonium-210. En su lecho de muerte, el ex funcionario acusó directamente a Putin del envenenamiento, señalando que era en represalia por sus denuncias contra el aparato de inteligencia ruso. Durante un proceso que se realizó en Londres en el curso de los años 2014–2015, un funcionario de Scotland Yard dijo que “el estado ruso se encuentra involucrado de una u otra forma” en el asesinato de Litvinenko.

JUZGANDO A LOS MUERTOS

      Pero la furia de Putin contra sus enemigos ya trasciende las fronteras de la existencia. En al menos una ocasión, su gobierno decidió procesar un cadáver en un intento por encubrir su asesinato.
     En enero de 2013, la justicia rusa ordenó procesar a un muerto, Sergei L. Magnitsky, un contador que había formulado varias denuncias contra las autoridades acusándolas de fraude.
      Según dijo The Financial Times, el caso Magnitsky "es egregio, bien documentado, y encapsula el lado oscuro del putinismo". Funcionarios del sistema de Rentas Internas de Rusia aprovecharon la estructura del fondo de inversiones Hermitage Capital, para robar 230 millones de dólares del Estado. Cuando Magnitsky, el contador de Hermitage Capital, descubrió el fraude y presentó evidencias, revelando los nombres de varios funcionarios que habían participado en la estafa, el gobierno de Moscú actuó como lo hacen los gobiernos de nuestras repúblicas bananeras: mandó a la cárcel al encargado de formular la denuncia tras acusar a Magnitsky de orquestar el dolo. Una vez en la cárcel, las autoridades rusas, dijo The Financial Times, negaron al preso “tratamiento para un grave problema estomacal y eventualmente lo golpearon hasta matarlo”.
      A fines de 2010, el caso Magnitsky tuvo grandes repercusiones en Europa y América del Norte. El Parlamento Europeo exigió que se prohibiera el ingreso de 60 funcionarios rusos a naciones de la Comunidad Europea. Se supone que estarían vinculados al asesinato de Magnitsky. El Parlamento de Canadá ordenó que no se otorgaran visas y se congelaran las cuentas de los funcionarios presuntamente involucrados. A su vez, el Congreso de Estados Unidos sancionó la Ley Magnitsky, también bloqueando la entrada de esos funcionarios. El gobierno de Moscú reaccionó vedando el ingreso al país de personas acusadas de violación de los derechos humanos, y canceló el permiso a parejas estadounidenses que deseaban adoptar a niños rusos.
      La decisión de un tribunal ruso de juzgar al abogado asesinado tendría como propósito demostrar que Magnitsky era culpable de fraude, y que se hizo justicia. Pero los críticos del gobierno de Putin dicen que en realidad, el juicio post-mortem intenta intimidar a la familia de Magnitsky a fin de evitar que siga reclamando una investigación sobre las circunstancias de su muerte.
      En enero de 2014, el periódico británico The Independent, dijo que las autoridades de Moscú habían añadido otro insulto a la memoria de Sergei Magnitsky. “Primero fue apresado”, señaló el diario, “luego falleció, tras serle negado tratamiento médico. Más tarde le hicieron un proceso póstumo. Ahora (Magnitsky), el abogado ruso que osó divulgar un fraude de 140 millones de libras esterlinas, es acusado de haber perpetrado el crimen”. 
      Magnitsky fue sometido a una segunda, póstuma investigación aún más absurda que la primera. Las autoridades rusas querellaron al muerto diciendo que había cometido fraude. Esto es, el mismo fraude que el contador se había encargado de revelar. También limpiaron el prontuario de los funcionarios acusados por Magnitsky de corrupción administrativa.
      En Estados Unidos, el Congreso aprobó la “Ley Magnitsky”, en parte un homenaje al contador de 37 años de edad, asesinado en la cárcel, y en parte una investigación con el propósito de averiguar todo lo relacionado con su muerte. Cerca de 20 funcionarios rusos implicados en la muerte de Magnitsky tienen prohibida la entrada a Estados Unidos.
      Bill Browder, el financista británico–estadounidense propietario de Hermitage Capital que contrató a Magnitsky para revisar las cuentas de sus subsidiarias en Rusia, ha liderado una campaña con el propósito, dijo, de divulgar la vasta corrupción en el país gobernado por Putin.  
      Browder dijo a The Independent  que “el proceso de las autoridades rusas a un muerto, años después de asesinarlo, muestra la cínica basura representada” por el gobierno de Putin. “En tanto los asesinos de Magnitsky se hallan en libertad, el estado sigue profanando su memoria, y aterrorizando a su familia”.
El caso de Magnitsky, como antes el de Litvinenko, ha sido una pesada carga para Putin, ansioso por lucir como un demócrata amante de las libertades civiles. Además, siempre merodea el fantasma de la mafia rusa. Según la prensa internacional, el dinero del fraude descubierto por Magnitsky fue usado por un cartel del crimen organizado para apoderarse en el 2007 de las subsidiarias de Hermitage Capital. Luego, el cartel presentó un reclamo fraudulento y obtuvo el mayor reembolso de impuestos de toda la historia rusa.
      En vez de seguir las investigaciones abiertas por Magnitsky, el contador fue arrestado en el 2008 por los mismos funcionarios impositivos a los cuales había acusado de complicidad en el fraude. Durante 11 meses, Magnitsky permaneció encarcelado sin que se le iniciara un proceso. Murió en noviembre de 2009 en la prisión moscovita de Matrosskaya Tishina. Había recibido una formidable paliza de sus guardias, y nunca recibió tratamiento.
      En la práctica judicial internacional son escasos los juicios póstumos. Y cuando ocurren, es porque familiares del sospechoso desean limpiar su nombre. Es muy difícil que esos casos se reabran a solicitud de la policía, dijeron a The New York Times expertos en leyes.

      Browder dijo al diario que el caso tiene como propósito amedrentar a miembros de la familia Magnitsky a fin de que no sigan reclamando la pesquisa del asesinato.
      Es muy fácil descubrir cuando un gobierno es autocrático: siempre inventa nuevos métodos de castigo contra los opositores. Y Rusia, con su larga tradición oscurantista, está ahora reviviendo el juicio a los muertos como una novedosa manera de mantener en ascuas a los vivos.




[i] Empire of the Czar, A Journey Through Eternal Russia, Doubleday, New York, 1989.

No hay comentarios:

Publicar un comentario