Mario Szichman
Cuando estaba
escribiendo Los Papeles de Miranda, mi
novela talismán, pues me permitió conocer a un ser excepcional, tuve que
explorar parte de la historia de Rusia. Francisco de Miranda visitó Rusia, y conoció
a la emperatriz Catalina –no, ella no fue su amante, aunque sí una excelente
amiga que lo ayudó con sus contactos en varias capitales europeas– así como a
sus principales funcionarios. El Precursor narró en su Colombeia algunos episodios de su viaje a uno de los santuarios del
despotismo oriental en Europa. (El otro fue el Imperio Otomano, ahora reducido
a Turquía).
Uno de los
personajes que más le fascinó a Miranda fue Scherbatovsky, el jefe de la
Tercera Administración, la policía secreta de Catalina. Scherbatovsky iniciaba
sus interrogatorios propinando un formidable golpe a la mandíbula al sospechoso.
La silla donde se sentaban los interrogados estaba ubicada sobre una puerta
trampa. Si a Scherbatovsky no le gustaban las respuestas, apretaba un
dispositivo y la silla caía a un foso lleno de ratas.
Para los
intrépidos viajeros que visitaron Rusia en los siglos dieciocho y diecinueve
–por ahí circulan las memorias del marqués de Custine[i],
que nunca han estado out of print–
esa inmensa nación era, básicamente el reino del knut. El knut era un látigo
constituido por anudadas tiras de cuero usado para castigar a criminales,
aunque para las autoridades rusas la concepción de criminal era muy vasta, e
incluía a la mayoría de los muyiks, los campesinos (en realidad siervos de la
gleba, hasta su emancipación a mediados del siglo diecinueve).
Cuando la Revolución
Bolchevique acabó con la dinastía de los Romanoff, la mayoría de los rusos
pensó que se abría una nueva época, y que el sol de la civilización calentaría
los huesos de sus antepasados. Pero el nuevo zar de todas las Rusias pronto
impuso su knut de hierro. Josef Vissarianovich Dzhugashvilli, más conocido como
Stalin, impuso un reino de paranoia y terror que está indeleblemente retratado
en 1984 de George Orwell. Recuerdo
siempre un chiste que me decía mi padre. Cuando le preguntaban a un campesino ruso
quien era mejor, si el zar o Stalin, respondía: “El zar. Él también nos pegaba,
pero al menos nos permitía llorar”.
Tras la caída de
la Unión Soviética, muchos pensaron que en esa ocasión, sí se inauguraba una
nueva época. Volvieron a equivocarse. Los viejos hábitos son difíciles de
desterrar. En Dr. Strangelove,
Stanley Kubrick presentaba a un personaje, un científico nazi interpretado por
Peter Sellers, ansioso por adoptar los modales y la ideología de la Gran
Democracia del Norte. Pero a veces fallaba en sus intentos, y de manera
totalmente instintiva, hacía el saludo nazi.
Hace más de una
década que Rusia es gobernada por Vladimir Putin. Cuando no es presidente, es
primer ministro, pero nunca suelta el coroto, como dirían en Venezuela, otro
país donde los gobernantes se eternizan en el poder. Y Putin, que fue
funcionario de la KGB durante 16 años, tiene sus instintos zaristas muy
desarrollados. Sus enemigos no sufren el castigo del knut, pero a veces,
padecen muertes mucho más horribles, como ocurrió con Alexander Litvinenko, un
ex funcionario de la KGB y luego del Servicio de Seguridad Federal de Rusia,
quien pidió asilo político en el Reino Unido a comienzos de la pasada
década.
El primero de
noviembre de 2006, Litvinenko enfermó súbitamente y fue hospitalizado. Falleció
tres semanas más tarde. Había sufrido envenenamiento con polonium-210. En su
lecho de muerte, el ex funcionario acusó directamente a Putin del
envenenamiento, señalando que era en represalia por sus denuncias contra el
aparato de inteligencia ruso. Durante un proceso que se realizó en Londres en
el curso de los años 2014–2015, un funcionario de Scotland Yard dijo que “el
estado ruso se encuentra involucrado de una u otra forma” en el asesinato de
Litvinenko.
JUZGANDO A LOS
MUERTOS
Pero la furia de
Putin contra sus enemigos ya trasciende las fronteras de la existencia. En al
menos una ocasión, su gobierno decidió procesar un cadáver en un intento por
encubrir su asesinato.
En enero de
2013, la justicia rusa ordenó procesar a un muerto, Sergei L. Magnitsky, un contador
que había formulado varias denuncias contra las autoridades acusándolas de
fraude.
Según dijo The Financial Times, el caso Magnitsky
"es egregio, bien documentado, y encapsula el lado oscuro del
putinismo". Funcionarios del sistema de Rentas Internas de Rusia
aprovecharon la estructura del fondo de inversiones Hermitage Capital, para robar 230 millones de dólares del Estado.
Cuando Magnitsky, el contador de Hermitage
Capital, descubrió el fraude y presentó evidencias, revelando los nombres
de varios funcionarios que habían participado en la estafa, el gobierno de
Moscú actuó como lo hacen los gobiernos de nuestras repúblicas bananeras: mandó
a la cárcel al encargado de formular la denuncia tras acusar a Magnitsky de
orquestar el dolo. Una vez en la cárcel, las autoridades rusas, dijo The Financial Times, negaron al preso “tratamiento
para un grave problema estomacal y eventualmente lo golpearon hasta matarlo”.
A fines de 2010,
el caso Magnitsky tuvo grandes repercusiones en Europa y América del Norte. El
Parlamento Europeo exigió que se prohibiera el ingreso de 60 funcionarios rusos
a naciones de la Comunidad Europea. Se supone que estarían vinculados al
asesinato de Magnitsky. El Parlamento de Canadá ordenó que no se otorgaran
visas y se congelaran las cuentas de los funcionarios presuntamente
involucrados. A su vez, el Congreso de Estados Unidos sancionó la Ley
Magnitsky, también bloqueando la entrada de esos funcionarios. El gobierno de
Moscú reaccionó vedando el ingreso al país de personas acusadas de violación de
los derechos humanos, y canceló el permiso a parejas estadounidenses que
deseaban adoptar a niños rusos.
La decisión de
un tribunal ruso de juzgar al abogado asesinado tendría como propósito
demostrar que Magnitsky era culpable de fraude, y que se hizo justicia. Pero
los críticos del gobierno de Putin dicen que en realidad, el juicio post-mortem
intenta intimidar a la familia de Magnitsky a fin de evitar que siga reclamando
una investigación sobre las circunstancias de su muerte.
En enero de
2014, el periódico británico The
Independent, dijo que las autoridades de Moscú habían añadido otro insulto
a la memoria de Sergei Magnitsky. “Primero fue apresado”, señaló el diario,
“luego falleció, tras serle negado tratamiento médico. Más tarde le hicieron un
proceso póstumo. Ahora (Magnitsky), el abogado ruso que osó divulgar un fraude
de 140 millones de libras esterlinas, es acusado de haber perpetrado el
crimen”.
Magnitsky fue
sometido a una segunda, póstuma investigación aún más absurda que la primera.
Las autoridades rusas querellaron al muerto diciendo que había cometido fraude.
Esto es, el mismo fraude que el contador se había encargado de revelar. También
limpiaron el prontuario de los funcionarios acusados por Magnitsky de
corrupción administrativa.
En Estados
Unidos, el Congreso aprobó la “Ley Magnitsky”, en parte un homenaje al contador
de 37 años de edad, asesinado en la cárcel, y en parte una investigación con el
propósito de averiguar todo lo relacionado con su muerte. Cerca de 20
funcionarios rusos implicados en la muerte de Magnitsky tienen prohibida la
entrada a Estados Unidos.
Bill Browder, el
financista británico–estadounidense propietario de Hermitage Capital que contrató a Magnitsky para revisar las cuentas
de sus subsidiarias en Rusia, ha liderado una campaña con el propósito, dijo,
de divulgar la vasta corrupción en el país gobernado por Putin.
Browder dijo a The Independent que “el proceso de las
autoridades rusas a un muerto, años después de asesinarlo, muestra la cínica
basura representada” por el gobierno de Putin. “En tanto los asesinos de Magnitsky
se hallan en libertad, el estado sigue profanando su memoria, y aterrorizando a
su familia”.
El caso de Magnitsky,
como antes el de Litvinenko, ha sido una pesada carga para Putin, ansioso por
lucir como un demócrata amante de las libertades civiles. Además, siempre
merodea el fantasma de la mafia rusa. Según la prensa internacional, el dinero
del fraude descubierto por Magnitsky fue usado por un cartel del crimen
organizado para apoderarse en el 2007 de las subsidiarias de Hermitage Capital. Luego, el cartel
presentó un reclamo fraudulento y obtuvo el mayor reembolso de impuestos de
toda la historia rusa.
En vez de seguir
las investigaciones abiertas por Magnitsky, el contador fue arrestado en el
2008 por los mismos funcionarios impositivos a los cuales había acusado de
complicidad en el fraude. Durante 11 meses, Magnitsky permaneció encarcelado sin
que se le iniciara un proceso. Murió en noviembre de 2009 en la prisión
moscovita de Matrosskaya Tishina. Había recibido una formidable paliza de sus
guardias, y nunca recibió tratamiento.
En la práctica
judicial internacional son escasos los juicios póstumos. Y cuando ocurren, es
porque familiares del sospechoso desean limpiar su nombre. Es muy difícil que
esos casos se reabran a solicitud de la policía, dijeron a The New York Times expertos en leyes.
Browder dijo al
diario que el caso tiene como propósito amedrentar a miembros de la familia
Magnitsky a fin de que no sigan reclamando la pesquisa del asesinato.
Es muy fácil
descubrir cuando un gobierno es autocrático: siempre inventa nuevos métodos de
castigo contra los opositores. Y Rusia, con su larga tradición oscurantista,
está ahora reviviendo el juicio a los muertos como una novedosa manera de
mantener en ascuas a los vivos.
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