domingo, 10 de abril de 2016

El premio “Bad Sex Award”: celebra las peores escenas eróticas de la ficción moderna


Mario Szichman






Quizás el premio más temido por los escritores anglosajones es el Bad Sex Award concedido anualmente por la revista The Literary Review de Londres.
¿Cómo traducir Bad Sex? es arduo hacerlo de manera literal, aunque resulta posible con circunloquios. La intención del jurado de la publicación es galardonar frases de novelas que reseñan labores no siempre reproductivas y se caracterizan por sus ridículas descripciones. Un ejemplo, y no el peor, es de la novela To Love, Honour and Betray, de Kathy Lette, que recibió una nominación en 2008:
“El miembro erecto de Sebastián era tan grande, que lo confundí con una especie de monumento en el centro de una población”, dice la protagonista. “Sentí la tentación de dirigir el tráfico en torno a él”.
En el curso de los años, famosos autores han sido galardonados o recibido menciones de The Literary Review, por sus descripciones de encuentros íntimos, generalmente entre un hombre y una mujer, aunque no han faltado los triángulos amorosos, las orgías, o los juegos sicalípticos entre seres del mismo sexo.
Si bien los novelistas son retribuidos por sus grotescas descripciones de encuentros sexuales, el premio, de 250 libras esterlinas es para el lector que envió la descripción erótica ganadora. El escritor o escritora reciben una escultura, tan burda como sus frases sensuales, y se los invita a la ceremonia donde son gratificados con las risotadas de una enorme concurrencia. Para completar el agravio, deben subir a un escenario y pronunciar un discurso aceptando el tributo.
No todos los premiados asisten a la ceremonia, al punto que Waugh amenazó en una ocasión con contratar actores y hacerlos pasar por los ausentes autores.
Quienes aceptan acudir deben someterse a ciertos requisitos. Sus discursos no pueden ser agresivos, o aburridos. Como desquite, pueden leer a la audiencia fragmentos de las escenas sexuales pergeñadas por sus competidores.
Uno de los escritores que estuvo a la altura de las circunstancias fue Nicholas Royle, premiado por su novela The Matter of the Heart quien explicó que el texto había sido censurado por su esposa. “Ella me prohibió escribir escenas eróticas que pudiesen ser interpretadas como acaecidas en nuestra alcoba”, advirtió. Fue buena la aclaración, pues en  The Matter of the Heart aparece un personaje femenino llamado Yasmin quien, “en el paroxismo del placer, hacía un ruido que oscilaba entre el de una ballena varada en una playa, y una sirena policial”.
El premio a la peor descripción en materia sexual fue instituido en 1993 por Auberon Waugh, hijo del novelista Evelyn Waugh. El propósito, señaló en esa ocasión el editor de The Literary Review, era “llamar la atención a descripciones de encuentros sexuales consideradas redundantes o superficiales, y desalentar” su inclusión en textos de ficción. 
Jonathan Littell, un excelente novelista, autor de The Kindly Ones, las memorias de un criminal de guerra nazi confeso pero no convicto, que ganó el Premio Goncourt en el 2006,  tuvo la desdichada suerte de ser nominado para el Bad Sex Award, por algunos sensuales pasajes donde usó la mitología griega para explicar un orgasmo.  El protagonista dice que el sexo de una mujer “me estaba observando, me estaba espiando, como la cabeza de la Gorgona, como un Cíclope cuyo único ojo nunca parpadea”. 

EL RETORNO DEL EUFEMISMO

Como señaló Montaigne, mientras el ser humano no tiene recato alguno en presenciar escenas de batalla, siempre se esconde para hacer el amor.
El director cinematográfico Frank Capra, uno de los grandes del cine de Hollywood, dijo en sus memorias que “las escenas eróticas entre personas jóvenes son tan incómodas, que causan hilaridad. Y entre personas de más edad, son tan absurdas, que resultan insultantes… La clave es el deseo, no la satisfacción del deseo. Es por eso que las escenas voluptuosas son tan difíciles de escribir o de escenificar”.
Si uno observa una obra maestra del cine como Some Like it Hot (Una Eva y dos Adanes), protagonizada por Marilyn Monroe, Jack Lemmon y Tony Curtis, podrá ver que el erotismo se expresa en chistes de doble sentido, o en mujeres vestidas con escasas ropas, nunca en escenas crudamente sensuales. Aparte de que el código Hayes del cine impedía las acciones tórridas, había otro factor de gran importancia: la sugerencia, pues llega más lejos que el exhibicionismo.
Inclusive, Hollywood tenía su propia taquigrafía del erotismo, especialmente en los filmes policiales.  Out of the Past, una de las mejores películas de gangsters en toda la historia del cine, mostraba a Robert Mitchum y Jane Greer furiosamente enamorados. En determinado momento, ingresaban a un motel. Ambos se abrazaban en un sillón. La escena siguiente mostraba la puerta de la habitación abriéndose con violencia, y mostrando una noche tormentosa, repleta de relámpagos. Todos los espectadores sabían que eso, en shorthand, significaba la consumación del abrazo. (Shakespeare usaba otro eufemismo. Decía que una pareja había hecho la bestia de dos espaldas).
Describir escenas sexuales no es fácil. Y se ha hecho más difícil en el último medio siglo, pues el narrador debe competir con la pornografía y con requisitos de algunas editoriales. Las relaciones sexuales se prestan más a la farsa y a la comedia, que a la narrativa dramática. Pero su crudeza conspira siempre contra las mejores intenciones del narrador. En mi novela La región vacía, que tiene como tema el ataque del 11 de septiembre de 2001 contra las torres gemelas por parte de agentes de al-Qaida, mencioné algo que aprendí siendo reportero de sucesos. Toda nueva relación sentimental, decía, suele “comenzar con sórdidos detalles. Cuando se investigaban casos de violencia doméstica los detectives se concentraban en adquisiciones recientes en lencerías y en farmacias. Apenas una mujer se conseguía un amante renovaba su ajuar de sostenes y bikinis, y cambiaba la marca de su desodorante vaginal”.
Todavía me hacen sentir incómodo esos detalles. El amor, el enamoramiento, necesitan siempre estar envueltos en gasa. Tal vez el romanticismo está pasado de moda en la narrativa, pero es obvio que la cruda descripción de la cópula amorosa causa disgusto. Aunque el concurso convocado por The Literary Review excluye a la literatura pornográfica de toda consideración, el hecho de que famosas figuras: Norman Mailer, Tom Wolfe, o Philip Roth, hayan sido a veces mencionados  como aspirantes al galardón, muestra el escabroso territorio que deben recorrer los narradores.
La escritora Brenda Maddox dijo en The New York Times que algunos críticos cuestionan el premio porque al ridiculizar una parte primordial de la experiencia humana daña la creación literaria. Eso es cuestionable. No hay explícitas escenas eróticas en las novelas de Balzac, de Dostoievski o de Tolstoi, y nadie cree que eso haya afectado la trascendencia de sus obras maestras. Por el contrario, algunas descripciones de actos sexuales o de sus preliminares pueden acabar con la fama de más de un escritor. Cuando Paulo Coelho, en su novela Brida, describe un acoplamiento como “el momento en que Eva fue reabsorbida en el cuerpo de Adán, y las dos mitades se transformaron en la Creación” (con mayúsculas), es difícil ponerse solemne.
Y si Coelho prosigue diciendo que Eva pareció “ser alcanzada por un sagrado rayo de luz … y el mundo, las gaviotas, el sabor de la sal, la dura tierra, el aroma del mar, las nuevas estrellas, todo desapareció, y en su lugar surgió una vasta luz dorada, que creció y creció hasta que tocó la estrella más distante en la galaxia”, la tentación de reír es difícil de controlar.
En 1972, Alfred Hitchcock filmó en Londres Frenzy. En esa ocasión, se permitió una escena que nunca le hubieran autorizado en Estados Unidos. Comenzaba con una seducción y concluía con una violación.
Fue la única vez en que su hija, Patricia, repudió en público uno de los filmes del padre. La escena es muy desagradable. Y nada aporta.
Es posible que Frank Capra y otros famosos directores cinematográficos hayan estado más acertados que los novelistas, a la hora de reseñar la pasión. El ser humano necesita disfraces y veladuras. Y los creadores, cierto nivel de censura.




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