Mario Szichman
Quizás el premio más temido por los escritores anglosajones es el Bad Sex Award concedido anualmente por
la revista The Literary Review de
Londres.
¿Cómo traducir Bad Sex? es arduo
hacerlo de manera literal, aunque resulta posible con circunloquios. La
intención del jurado de la publicación es galardonar frases de novelas que
reseñan labores no siempre reproductivas y se caracterizan por sus ridículas
descripciones. Un ejemplo, y no el peor, es de la novela To Love, Honour and Betray, de Kathy Lette, que recibió una
nominación en 2008:
“El miembro erecto de Sebastián era tan grande, que lo confundí con una
especie de monumento en el centro de una población”, dice la protagonista.
“Sentí la tentación de dirigir el tráfico en torno a él”.
En el curso de los años, famosos autores han sido galardonados o recibido
menciones de The Literary Review, por
sus descripciones de encuentros íntimos, generalmente entre un hombre y una
mujer, aunque no han faltado los triángulos amorosos, las orgías, o los juegos
sicalípticos entre seres del mismo sexo.
Si bien los novelistas son retribuidos por sus grotescas descripciones de
encuentros sexuales, el premio, de 250 libras esterlinas es para el lector que
envió la descripción erótica ganadora. El escritor o escritora reciben una
escultura, tan burda como sus frases sensuales, y se los invita a la ceremonia
donde son gratificados con las risotadas de una enorme concurrencia. Para
completar el agravio, deben subir a un escenario y pronunciar un discurso
aceptando el tributo.
No todos los premiados asisten a la ceremonia, al punto que Waugh amenazó
en una ocasión con contratar actores y hacerlos pasar por los ausentes autores.
Quienes aceptan acudir deben someterse a ciertos requisitos. Sus discursos
no pueden ser agresivos, o aburridos. Como desquite, pueden leer a la audiencia
fragmentos de las escenas sexuales pergeñadas por sus competidores.
Uno de los escritores que estuvo a la altura de las circunstancias fue
Nicholas Royle, premiado por su novela The
Matter of the Heart quien explicó que el texto había sido censurado por su
esposa. “Ella me prohibió escribir escenas eróticas que pudiesen ser
interpretadas como acaecidas en nuestra alcoba”, advirtió. Fue buena la
aclaración, pues en The Matter of the Heart aparece un personaje femenino llamado
Yasmin quien, “en el paroxismo del placer, hacía un ruido que oscilaba entre el
de una ballena varada en una playa, y una sirena policial”.
El premio a la peor descripción en materia sexual fue instituido en 1993
por Auberon Waugh, hijo del novelista Evelyn Waugh. El propósito, señaló en esa
ocasión el editor de The Literary Review,
era “llamar la atención a descripciones de encuentros sexuales consideradas
redundantes o superficiales, y desalentar” su inclusión en textos de
ficción.
Jonathan Littell, un excelente novelista, autor de The Kindly Ones, las memorias de un criminal de guerra nazi confeso
pero no convicto, que ganó el Premio Goncourt en el 2006, tuvo la desdichada suerte de ser nominado
para el Bad Sex Award, por algunos
sensuales pasajes donde usó la mitología griega para explicar un orgasmo. El protagonista dice que el sexo de una mujer
“me estaba observando, me estaba espiando, como la cabeza de la Gorgona, como
un Cíclope cuyo único ojo nunca parpadea”.
EL RETORNO DEL
EUFEMISMO
Como señaló Montaigne, mientras el ser humano no tiene recato alguno en
presenciar escenas de batalla, siempre se esconde para hacer el amor.
El director cinematográfico Frank Capra, uno de los grandes del cine de
Hollywood, dijo en sus memorias que “las escenas eróticas entre personas
jóvenes son tan incómodas, que causan hilaridad. Y entre personas de más edad,
son tan absurdas, que resultan insultantes… La clave es el deseo, no la
satisfacción del deseo. Es por eso que las escenas voluptuosas son tan difíciles
de escribir o de escenificar”.
Si uno observa una obra maestra del cine como Some Like it Hot (Una Eva y dos Adanes), protagonizada por Marilyn
Monroe, Jack Lemmon y Tony Curtis, podrá ver que el erotismo se expresa en
chistes de doble sentido, o en mujeres vestidas con escasas ropas, nunca en
escenas crudamente sensuales. Aparte de que el código Hayes del cine impedía
las acciones tórridas, había otro factor de gran importancia: la sugerencia,
pues llega más lejos que el exhibicionismo.
Inclusive, Hollywood tenía su propia taquigrafía del erotismo,
especialmente en los filmes policiales. Out of the Past, una de las mejores
películas de gangsters en toda la
historia del cine, mostraba a Robert Mitchum y Jane Greer furiosamente
enamorados. En determinado momento, ingresaban a un motel. Ambos se abrazaban
en un sillón. La escena siguiente mostraba la puerta de la habitación
abriéndose con violencia, y mostrando una noche tormentosa, repleta de
relámpagos. Todos los espectadores sabían que eso, en shorthand, significaba la consumación del abrazo. (Shakespeare
usaba otro eufemismo. Decía que una pareja había hecho la bestia de dos
espaldas).
Describir escenas sexuales no es fácil. Y se ha hecho más difícil en el
último medio siglo, pues el narrador debe competir con la pornografía y con
requisitos de algunas editoriales. Las relaciones sexuales se prestan más a la
farsa y a la comedia, que a la narrativa dramática. Pero su crudeza conspira
siempre contra las mejores intenciones del narrador. En mi novela La región vacía, que tiene como tema el
ataque del 11 de septiembre de 2001 contra las torres gemelas por parte de
agentes de al-Qaida, mencioné algo que aprendí siendo reportero de sucesos.
Toda nueva relación sentimental, decía, suele “comenzar con sórdidos detalles.
Cuando se investigaban casos de violencia doméstica los detectives se
concentraban en adquisiciones recientes en lencerías y en farmacias. Apenas una
mujer se conseguía un amante renovaba su ajuar de sostenes y bikinis, y
cambiaba la marca de su desodorante vaginal”.
Todavía me hacen sentir incómodo esos detalles. El amor, el enamoramiento,
necesitan siempre estar envueltos en gasa. Tal vez el romanticismo está pasado
de moda en la narrativa, pero es obvio que la cruda descripción de la cópula
amorosa causa disgusto. Aunque el concurso convocado por The Literary Review excluye a la literatura pornográfica de toda
consideración, el hecho de que famosas figuras: Norman Mailer, Tom Wolfe, o
Philip Roth, hayan sido a veces mencionados
como aspirantes al galardón, muestra el escabroso territorio que deben
recorrer los narradores.
La escritora Brenda Maddox dijo en
The New York Times que algunos críticos cuestionan el premio porque al
ridiculizar una parte primordial de la experiencia humana daña la creación
literaria. Eso es cuestionable. No hay explícitas escenas eróticas en las
novelas de Balzac, de Dostoievski o de Tolstoi, y nadie cree que eso haya
afectado la trascendencia de sus obras maestras. Por el contrario, algunas
descripciones de actos sexuales o de sus preliminares pueden acabar con la fama
de más de un escritor. Cuando Paulo Coelho, en su novela Brida, describe
un acoplamiento como “el momento en que Eva fue reabsorbida en el cuerpo de
Adán, y las dos mitades se transformaron en la Creación” (con mayúsculas), es
difícil ponerse solemne.
Y si Coelho prosigue diciendo que Eva pareció “ser alcanzada por un sagrado
rayo de luz … y el mundo, las gaviotas, el sabor de la sal, la dura tierra, el
aroma del mar, las nuevas estrellas, todo desapareció, y en su lugar surgió una
vasta luz dorada, que creció y creció hasta que tocó la estrella más distante
en la galaxia”, la tentación de reír es difícil de controlar.
En 1972, Alfred Hitchcock filmó en Londres Frenzy. En esa ocasión, se permitió una escena que nunca le
hubieran autorizado en Estados Unidos. Comenzaba con una seducción y concluía
con una violación.
Fue la única vez en que su hija, Patricia, repudió en público uno de los
filmes del padre. La escena es muy desagradable. Y nada aporta.
Es posible que Frank Capra y otros famosos directores cinematográficos
hayan estado más acertados que los novelistas, a la hora de reseñar la pasión.
El ser humano necesita disfraces y veladuras. Y los creadores, cierto nivel de
censura.
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