jueves, 6 de noviembre de 2014

Los evangelios gnósticos y el rol esencial de la mujer



Mario Szichman




En 1945, en Nag Hammadi, Egipto, fueron descubiertos en el interior de una enorme jarra de arcilla trece rollos de papiro forrados en cuero. Esos rollos incluían el Evangelio de Tomás, el Evangelio de Felipe, el Evangelio de la Verdad, y el Evangelio de los Egipcios. Otros textos eran atribuidos a los discípulos de Jesús, tales como El Libro Secreto de Jaime, El Apocalipsis de Pablo, La Carta de Pedro a Felipe, y El Apocalipsis de Pedro. Conocidos en la actualidad como Los Evangelios Gnósticos, esos textos han causado una enorme controversia. Se los considera “heréticos”, a fin de oponerlos a los evangelios ortodoxos.

Si analizamos la historia de las revoluciones, a partir de la francesa de 1789, veremos que el monopolio de la ortodoxia pertenece al triunfador, y el de la deslealtad al derrotado.  

En su extraordinario libro The Gnostic Gospels, Elaine Pagels muestra la forma en que la iglesia cristiana evolucionó, desde sus humildes orígenes, hasta convertirse en una institución que, a través de una alianza con el poder imperial romano, logró perdurar más de veinte siglos. El análisis de los evangelios gnósticos es ejemplar porque nos muestra una vía alterna para el desarrollo de una de las tres religiones monoteístas del planeta. Y eso incluye una visión muy diferente del Jesucristo “ortodoxo”, así como del papel esencial que desempeñó la mujer en los inicios de esa nueva religión.

Por primera vez, gracias a esos evangelios, presuntamente escritos una o dos generaciones después de la crucifixión de Jesús, el fundador de la religión habla con sus propias palabras, no a través de las versiones de sus discípulos. Y en el “reportaje”, Jesús es un hombre de carne y hueso que inclusive incurre en la pasión egoísta de un hombre enamorado. Por ejemplo, en el Evangelio de Felipe se nos informa que “la compañera de El Salvador es María Magdalena. Cristo la amaba más que a todos los discípulos, y solía besarla con frecuencia en la boca. Los discípulos se mostraron ofendidos… y le preguntaron: ´ ¿Por qué la amas a ella más que a todos nosotros? ‘Y El Salvador les respondió (con otra pregunta): ´ ¿Por qué no los amo a ustedes como la amo a ella?´” 

Además, Cristo cuestiona en esos evangelios la inmaculada concepción o la posibilidad de que un muerto pueda resucitar. Pagels dice que el fundador de la religión cristiana aparece en esos textos no como un iluminado sino como un iluminista: cree en la razón, no en los milagros. Y la serpiente, que en la ortodoxia cristiana encarna la tentación, en los evangelios gnósticos representa el principio de la divina sabiduría. Y para añadir el insulto a la injuria, el narrador cambia totalmente el significado de El Jardín del Edén, al describirlo desde el punto de vista de la serpiente. Mientras “El Señor” amenaza a la primera pareja humana con la muerte, si se arriesga a comer del fruto del bien y del mal, la serpiente indica a Adán y Eva  la necesidad de “conocer”, aunque eso represente la expulsión del paraíso. (Es curioso que la tarea intelectual aparezca como una transgresión vinculada al acto sexual).

En el Evangelio de Tomás existe el siguiente pasaje: “Estas son las palabras secretas que profirió Jesús en vida, y que su hermano gemelo, Tomás Judas, transcribió”. Entonces ¿Jesús no era hijo único? ¿La inmaculada concepción involucraba dos vástagos en vez de uno?

En otro texto titulado “El trueno y la mente perfecta”, se revela que el poder divino pertenece a la mujer:


“Porque yo soy el principio y el fin.

 Soy la virtuosa y la escarnecida.

Soy la prostituta y la mujer sagrada…

Soy la estéril, aunque muchos son mis hijos…

Soy el silencio que resulta incomprensible…

Y la proclamación de mi nombre”.



LA APOSTASÍA



Al parecer, los gnósticos fueron un verdadero dolor de cabeza para los padres de la iglesia. Quizás el problema principal era que en esas sectas protocristianas la mujer no estaba subordinada al hombre, era su igual. Mientras la tradición cristiana –y previamente la judía, y posteriormente la musulmana– exaltan un Dios masculino, los gnósticos le brindan a la divinidad atributos de ambos sexos. Aunque los intérpretes de las doctrinas ortodoxas dicen que Dios es asexuado, lo cierto es que se lo define en términos masculinos: Dios es el rey, el amo, el maestro, el juez, el padre. Pagels destaca el ejemplo de María, la madre de Jesús. Si bien es “la madre de Dios”, nunca es “La Madre Diosa”. Y en la Santísima Trinidad, están el padre y el hijo, pero el tercero en discordia es el espíritu, un ser asexuado.  

Frente al machismo de los padres de la iglesia, varias sectas de comienzos del cristianismo, como los Montañistas y los Valentinianos, o “herejes” como Marcion, designaron a mujeres en cargos importantes, inclusive en el obispado. Los Montañistas tenían dos mujeres como fundadoras: Prisca y Maximilla. Los Valentinianos veneraban a algunas mujeres como profetisas. Otras actuaron como maestras y sacerdotisas.  

Pero, al consolidarse la iglesia, las mujeres comenzaron a ser desalojadas de sus cargos. En el segundo siglo de nuestra era, en la Primera Epístola a los Corintios, se dice que “las mujeres deben mantener silencio en las iglesias. No están autorizadas a hablar. Ellas son subordinadas. Es vergonzoso que una mujer hable en la iglesia”.  Y Tertuliano fue más explícito. “Está prohibido que una mujer hable en la iglesia, o que enseñe, o que bautice, o que ofrezca la eucaristía, o que exija compartir alguna función masculina … incluido el oficio sacerdotal”.  

La masculinización de la prédica religiosa sirvió para acrecentar el autoritarismo. Como hubiera dicho Freud, empezó a imperar el narcisismo de las pequeñas diferencias. Nunca hubo grandes divergencias doctrinarias  entre los profetas de cada revolución. El único problema consistía en averiguar quién tomaba el poder y lo conservaba.  

A medida que el sector ortodoxo se afianzó, empezó la caza de brujas. El obispo Ireneo, dice Pagels, acusó a los Valentinianos  de fomentar la herejía contra Cristo. Como buen paranoico, su principal razón para suponerlos herejes era que aunque pensaban igual que los ortodoxos, se negaban a acatar la autoridad de sus líderes. El obispo admitió que los propios Valentinianos estaban desconcertados con las imputaciones lanzadas por los ortodoxos. “Ellos preguntan por qué si confiesan las mismas cosas, y sostienen las mismas doctrinas, nosotros los calificamos de herejes”. La respuesta puede encontrarse fácilmente en los procesos que ordenó José Stalin contra los discípulos de Bujarin y de Trotsky en la década del treinta del siglo pasado. Esos herejes soviéticos eran “desviacionistas”. ¿En qué consistía esa desviación? En rechazar a Stalin como líder absoluto.  

¿Cómo se hace para distinguir los evangelios gnósticos de los ortodoxos? Pues muy sencillo: se condena al ostracismo o a la hoguera a quienes difunden esos evangelios. Basta que alguien sea exiliado o muera en la hoguera para descubrir que era en realidad un apóstata encargado de difundir herejías.




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