domingo, 16 de noviembre de 2014

CIUDADES FANTASMAS


Mario Szichman


Llevo un prolijo recuento de mis novelas, pero hay un volumen de ensayos, El imperio insaciable, que a veces se desvanece de mi memoria. No sé si resulta traumatizante por su escritura, por la época en que lo armé, o por el tema.   
En realidad, el trabajo fue un destilado de los artículos que escribí para el periódico Tal Cual durante la crisis financiera del 2008-2009, que me tocó de refilón. La agencia noticiosa donde trabajaba ofreció en esa época la jubilación anticipada, y aunque cuando escucho la palabra jubilación me ocurre lo mismo que le pasaba al ministro de Propaganda nazi Joseph Goebbels cuando le mencionaban la palabra cultura, y me tienta sacar un revólver, la oferta resultó conveniente, y me permitió dedicarme más horas por día a mis novelas y a la corresponsalía de Tal Cual.
Por cierto, si el lector quiere un consejo, a la hora de elegir una carrera dentro del periodismo absténgase del trabajo de agencia. Pues deberá hacer traducciones, una tarea indolora, incolora e insípida, o cubrir fuentes oficiales, algo invariablemente mortífero. Es mucho mejor el reportaje, o cualquier sección noticiosa. El novelista Gore Vidal decía que cuando en Estados Unidos surgía un genio del periodismo, de inmediato lo enviaban a cubrir deportes. Y no bromeaba. Así empezó Ring Lardner, un cuentista incomparable. En último lugar en la escala periodística norteamericana, añadía Vidal, figuraban quienes se dedicaban a cubrir las fuentes de arte y cultura. No recuerdo ningún genio que haya surgido de esa comarca.
A veces, las peores decisiones terminan siendo las mejores, gracias a los insensatos vericuetos que traza el destino. A poco de jubilarme decidimos, con mi esposa, Laura, irnos un tiempo a la Florida. Al principio pensé que lo único provechoso que puede hacerse en esa zona es desertarla a la mayor velocidad posible, y evocarla luego. Tal vez la Florida no es un territorio sino un producto de la imaginación. Un amigo me dijo que le agradaba porque quedaba cerca de Estados Unidos. Y después están sus incomparables escritores de novelas policiales, como John D. MacDonald, Charles Willeford y Carl Hiassen. Ellos adoptaron ese estado como propio y los resultados han sido espléndidos. Ignoro en qué parte de la Florida vivían o viven, cuáles son sus fuentes nutricias, pero al menos en los casos de Willeford y de Hiassen el gran motor de su creación es la perpetua indignación y un humor que posee las tonalidades de la tinta china.
Si tuviera que elegir un tema para una posible novela emplazada en La Florida sería el de las ciudades fantasmas, un fenómeno difícil de encontrar en otros países. En Light in August, William Faulkner hace una sabia descripción de esos pueblos que se forjan en un día, en medio de un bosque, y luego desaparecen, corroídos por las lluvias, una vez los leñadores han concluido la devastación, y enfilan hacia otra zona. Jim Thompson hace algo parecido en Wild Town, describiendo un área donde han descubierto petróleo.  
Cuando la crisis golpeó en Estados Unidos, los efectos se sintieron con más dureza en algunas ciudades, entre ellas Miami. Los grandes centros comerciales daban una impresión sobrecogedora, alrededor de una tercera parte de sus negocios habían cerrado sus puertas. Coral Gables, el distrito comercial por excelencia, donde está Miracle Mile, mostraba similares señales de devastación.

LA CRISIS Y SUS SECUELAS

Un lector de The New York Times resumió de esta manera lo que significó el colapso del mercado de la vivienda en Estados Unidos, especialmente en La Florida. “La transformación de nuestros hogares y comunidades en instrumentos financieros destruyó nuestro país”, dijo David Banks en una carta enviada al periódico. “Nuestra economía está en ruinas, pero también nuestras ciudades… Y en Florida, donde he vivido toda mi vida, tenemos comunidades enteras con viviendas vacías y edificios de apartamentos cuyas ventanas lucen sombrías en la noche. Las ciudades no son otra cosa que bienes de corto plazo fabricadas con yeso. Es muy deprimente”.
En esa época, no sé si ahora, era suficiente con llamar al número de teléfono 239-939-1145 para realizar un paseo en lancha por la costa de la Florida y visitar viviendas que habían ido a foreclosure (ejecución de hipotecas) pues sus propietarios no podían seguir pagando los intereses mensuales. Los foreclosure boat tours permitían recorrer kilómetros y kilómetros de bellas playas moteadas de palmeras y observar viviendas que en las buenas épocas se cotizaban entre los cuatrocientos mil y los dos millones de dólares, y que en plena crisis se obtenían a por lo menos un cuarenta por ciento menos que su valor original.
En los seis primeros meses de 2009, 268.064 propiedades en la Florida fueron a foreclosure. Sólo California superó a la Florida en la ejecución de hipotecas.   
Aunque el precio de una vivienda había dejado de ser un problema para los compradores, sí lo era el estado de la urbanización en la cual estaban emplazadas esas casas. Los norteamericanos, acostumbrados a ver pueblos fantasmas en las películas del Lejano Oeste, no deseaban vivir cotidianamente la experiencia de lugares donde todo resonaba con ecos por falta de habitantes. Recorrer en la noche una de esas comunidades podía ser algo incómodo. Muchas casas  servían de cajas de resonancia, repitiendo a lo largo de una calle lo que una persona pronunciaba en una habitación. Y los servicios públicos comenzaron a deteriorarse, pues la falta de habitantes redujo la recaudación de impuestos.
En la Florida, donde todo crece de manera exuberante, mantener las cosas en buen estado es imprescindible, desde las pinturas en las paredes hasta el agua en los estanques. Inclusive el cuidado de jardines y de parques es una tarea de primera necesidad. De lo contrario, las raíces de árboles y arbustos se extienden en todas direcciones, se apropian de  las tuberías, taponan acueductos y convocan la llegada de una vida subterránea, especialmente serpientes venenosas, según informó en un folleto el centro comunitario de Sunny Isles. Ese tipo de reptiles puede desplazar con rapidez otras formas de vida, especialmente seres humanos y sus mascotas.
Recuerdo lo ocurrido con el complejo edilicio Trump Towers en la comunidad playera de Sunny Isles. Se trata de tres majestuosas torres, ubicadas junto al mar. Según el folleto impreso en papel satinado, cada una de las Trump Towers tiene 45 pisos y unos 300 apartamentos. Los precios de oferta inicial iban desde 650.000 dólares a cuatro millones.
Durante varios meses, los residentes del área pudieron observar en la torre número uno alrededor de quince apartamentos alumbrados. En la torre número dos, apenas unos ocho. Pero la torre número tres parecía ser la sede del fantasma de la Ópera: no había un solo apartamento iluminado. ¿Qué hacía en la torre tres ese ejército de empleados, desde el conserje hasta el personal de limpieza, cuya misión era atender a los inexistentes huéspedes? ¿Cómo se sentían en esas lujosas cárceles los valet de estacionamiento que debían estar a la orden 24 horas por día para no aparcar vehículo alguno? Esos condominios tenían servicios de seguridad que no protegían a nadie, entrenadores en gimnasios vacíos, ascensoristas que nunca recibían pasajeros, y encargados de acicalar ventanas inmensas que iban del piso al techo y de pared a pared. Y eso sin descuidar los guardavidas que montados en sus altas torres vigilaban con binoculares para evitar que algún nadador proveniente de edificios vecinos se ahogase en su playa.
Los consorcios que erigieron las Torres Trump, así como otros condominios situados en la llamada "Golden Coast", la costa dorada de Miami Beach, sufrieron el mismo destino. Durante mucho tiempo no lograron vender sus propiedades porque el mercado se había derrumbado. Y tampoco podían rebajar el precio pues sería imposible resarcir las pérdidas. Por otra parte, los edificios perderían la mágica aura que conlleva ofrecer propiedades de un lujo extravagante.  
Y era impensable reciclarlos. ¿Tal vez convertirlos en oficinas? ¿Oficinas de qué, de venta de apartamentos? Pues el boom económico del sur de la Florida se basó en el mercado de la vivienda. Por lo tanto, esos edificios continuaron atendidos por un ejército de empleados cuyo único propósito era evitar todo deterioro mientras aguardaban el momento en que fuesen habitados por seres humanos, no por fantasmas.  
Cada profesión engendra sus peculiares pesadillas. Una de mis recurrentes desazones es despertarme angustiado, convencido que un libro que ya publiqué, todavía no lo he escrito. Es lo que me ocurre con El imperio insaciable. Hay algo de inconcluso, algo que necesita ser dicho, pero no ya en el formato del ensayo, sino de la ficción. No descarto la idea.
            Algo similar me ocurrió con La región vacía, la novela sobre los ataques del 11 de septiembre. Durante mucho tiempo, fue un libro de non fiction, que tenía este título provisorio: 2001, odisea de las torres. Escribí centenares de páginas, pero había algo que no funcionaba. Hasta que alguien me ofreció un filón señalándome que el tema no ingresaba en el territorio del ensayo. ¿Por qué no lo transmutaba en una novela?  
Es obvio que uno aprende de sus frustraciones. Claro está, también resulta conveniente apelar a la imaginación dialógica y consultar con buenos editores, que poseen una especial varita mágica, capaz de encontrar una veta creadora en un territorio que el escritor puede creer absolutamente yermo.


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