sábado, 18 de enero de 2014

La bestia en el closet





Mario Szichman


 
      Uno de los relatos más irritantes y más famosos de Henry James se titula The  Beast  in  the Jungle. La irritación proviene  de   su   lerda  trama.  Nada ocurre  entre  los  protagonistas, John Marcher, y su amiga, May Bartram. Los personajes hablan de manera muy enigmática, como si tuvieran dificultades para modular las palabras. Y el tiempo se desliza interminable. Los años pasan, sin que nada ocurra, hasta que sobreviene lo inevitable: uno de los personajes muere, y el otro queda totalmente devastado por la pérdida.
La fama de The Beast in the Jungle entre los críticos literarios proviene de su lerda trama, de las enigmáticas palabras que se entrecruzan entre sus protagonistas, del interminable transcurrir del tiempo, y de la tragedia final: la muerte de uno de los personajes, y el dolor que abruma al sobreviviente.
Un elemento central a la hora de decidir la calidad de The Beast in the Jungle es la pugna entre el lector y el crítico. El lector tiene una comunicación directa con el texto. El crítico es un intermediario entre el lector y el escritor.
En Estados Unidos la figura del intermediario ha alcanzado niveles difíciles de entender en otras sociedades. Recuerdo que en una ocasión entrevisté al novelista John Irving, un respetable narrador, autor de The World According to Garp, que fue llevado al cine con gran éxito. Es un placer hablar con Irving. No sólo por su conocimiento de literatura, sino por su sencillez. Empezó su carrera profesional como quarterback de un equipo de fútbol americano. Pero al parecer, el departamento de publicidad de su casa editorial no quería que Irving estuviera a solas con un periodista. ¿Tenía algún secreto que ocultar? Lo ignoro. Lo cierto es que el narrador se apareció con dos intermediarias, dos empleadas de relaciones públicas. El propósito de esas cancerberas era escuchar las preguntas que yo le formulaba a Irving, y asentir o disentir con la cabeza. Por suerte ninguna de mis preguntas resultó peligrosa, y la conversación se deslizó de manera muy amena. Un detalle: en ningún momento las empleadas se sentaron aunque abundaban los sillones.
En cualquier actividad que se realiza en esta sociedad, y el mundo intelectual no escapa a sus pautas, el intermediario termina siendo el personaje central. Por ejemplo, la mayoría de las editoriales no aceptan un escritor que sea “unagented,”, que carezca de agente literario. Y la tarea de ese personaje, según señalaba el agente literario Noah Lukeman en su libro The First Five Pages, es rechazar manuscritos. Tal como indica en su introducción, “Los agentes y editores no leen manuscritos para disfrutar de ellos. Los leen… solamente con el propósito de descartarlos. Y créanme, ellos buscarán cualquier razón que puedan esgrimir” para librarse de ellos. Afortunadamente, la madre de Lukeman era escritora, y cuando Lukeman mostró su “ primer (terrible) novela a su agente cuando yo tenía 16 años”, el agente literario de la mamá no ejerció su tarea principal, la de rechazar manuscritos. Una demostración de que el trato personal, y la amistad, siguen imperando en todas partes, inclusive en el país de los intermediarios.

ELIGIENDO LO INDESCIFRABLE

¿Cuál es la función del crítico literario en esta sociedad de intermediarios? Con limitadas excepciones, descifrar textos. Y obviamente, es mejor abrevar en textos abstrusos.
La fama excepcional de Finnegan´s Wake, la última novela de James Joyce, es que se trata de una obra totalmente ininteligible. El crítico Michael Chabon, en un excelente ensayo titulado What to Make of Finnegan´s Wake? Publicado en The Times Literary Supplement del 12 de julio de 2012, narra la odisea que sufrió al intentar desentrañar la novela. Chabon admira el Ulysses y The Dead, y considera obras de Joyce como Araby, A Little Cloud y Ivy Day in the Committee Room “obras maestras”, a las que revisita año tras año, cada vez más deslumbrado por la lección del maestro.
Finalmente, hace más de tres décadas, Chabon tropezó con Finnegan´s Wake. Un compañero de estudios lo desafió a que abriera la novela en cualquier página, y le explicara qué significaba. Pero Chabon no necesitó ir tan lejos. Bastaba con la primera frase:
“riverrun, past Eve and Adam’s, from swerve of shore to bend of bay, brings us by a commodius vicus of recirculation back to Howth Castle & Environs”.
Luego, Chabon llegó a la tercera frase:
bababadalgharaghtakamminarronnkonnbronntonnerronntuonnth
unntrovarrhounawnskawntoohoohoordenenthurnuk!
Lo único que pudo colegir el crítico fue que se trata de una de las palabras más largas del idioma inglés, aunque Chabon duda que sea inglesa.
El crítico ha pasado un cuarto de siglo intentando descifrar Finnegan´s Wake. Todavía no lo ha logrado. Y lo confiesa con gran honestidad. Otros críticos mantienen una enigmática sonrisa cuando se menciona el Finnegan´s Wake. La misma que exhibía Lee Harvey Oswald, el asesino de John Kennedy, cuando explicaba teorías geopolíticas a sus amigos. Finnegan´s Wake es la Piedra de Roseta de la crítica literaria moderna pues ningún lector puede resolver por su cuenta el enigma de la novela. (Al parecer, tampoco los críticos, pero al menos ellos pueden exhibir autoridad). 

EL ACERTIJO

Primero escuché en un audiobook The Beast in the Jungle. Recién después la leí. Suelo escuchar libros antes de irme a dormir. Pero The Beast in the Jungle me causó insomnio. Eso fue afortunado, pues me ahorró una pesadilla. Luego, humillado, me puse a revisar libros de crítica literaria donde aludieran al relato. Es curioso cómo varían las interpretaciones con el devenir de los años.
Es claro que el destino de su protagonista, John  Marcher, está marcado por un raro secreto. En eso coinciden todos los críticos. ¿Tiene que ver el raro secreto con el temor de Marcher de que en algún momento en su vida se registrará algún evento espectacular o catastrófico? También de ese factor depende la lectura. Si el raro secreto está vinculado a una catástrofe, la lectura puede enfilar en una dirección. Si será la secuela del raro secreto la causante de la catástrofe, el desenlace es muy diferente.
Al parecer, Henry James quedó tan hechizado con el raro secreto, que el resto de la narración, destinado a explicar la relación entre John Marcher y May Bartram, no sólo es tedioso sino inexplicable.
En el hiato entre la publicación de The Beast in the Jungle y la actualidad, algo hizo variar la comprensión del texto: el triunfo del psicoanálisis.
El relato es tan enigmático porque, como indica un crítico, es una especie de confesión o parábola de la vida íntima de James, quien nunca se casó, y nunca tuvo relaciones sexuales con mujeres. El escritor estaba desesperado por revelar su intimidad. Y al mismo tiempo, lo aterraba divulgarla. Y en ese forcejeo, el relato empezó a tambalear.
Es posible que May Bartram estuviese enamorada de John Marcher. Y que John Marcher fuese lo que se conocía en mi familia como un “calientasillas”, el eterno novio que nunca se animaba a declarar su amor. Bueno, reconozco que estoy simplificando un poco el relato. En realidad, May y John eran simples amigos. La amistad se prolongaba a lo largo de los años sin que trascendiera al roce de manos, y se hundiera en una desenfrenada pasión.
Tal vez el lector se haga una idea mejor si recuerda el film The Remains of the Day, protagonizado por Anthony Hopkins y Ema Thompson. Ambos trabajan como criados en la mansión de un fascista lord inglés. La bellísima y talentosa Ema Thompson ha quedado prendada del sirviente. Y en una escena ambos se miran a los ojos. No recuerdo si el protagonista le ha arrebatado a la dama una carta, o algo que ella desea mantener en secreto. En realidad, no importa. Lo único que importa es la mirada de adoración de Ema Thompson, y la controlada desesperación de Anthony Hopkins que se muere por besarla, y no se atreve. Bueno, esa parecería ser la situación entre May Bartram y John Marcher. Excepto por un detalle: May Bartram desea carnalmente a John Marcher. Y John Marcher sólo está enamorado de John Marcher.
La clave de la exasperada banalidad de The Beast in the Jungle (críticos que respeto muchísimo, como Peter Brooks, podrían estrangularme por esta profanación del texto de James) se divulga en las primeras páginas. May Bartram se reencuentra con John Marcher tras una década. Ambos se vieron por primera vez en Italia. Y hay detalles que hablan de un gran narrador. (¿Quién puede negar que James era un gran narrador?) Por ejemplo, todos los recuerdos que conserva Archer sobre el primer encuentro son falsos. May debe corregir cada uno de ellos. Marcher inclusive se equivoca al mencionar la ciudad del primer encuentro. Él cree que fue en Roma. En realidad, fue en Nápoles. Es evidente que May se empecinó en recordar a John. Y que John está demasiado arropado en sí mismo para recordar encuentros que no lo tengan como su protagonista.
En ese primer encuentro John le revela a May un secreto. Las conjeturas de ese secreto han llenado muchos libros de ensayo. Un composite, como esos retratos hablados que diseñan dibujantes en jefaturas policiales, indicaría que algo acecha en el futuro de John Marcher, como “una bestia en la selva”.  A medida que nuevas generaciones se incorporan a la crítica, el secreto de John Marcher adquiere otros matices. La bestia que lo acecha es la revelación de su erotismo “enfermo”.

EL CRÍTICO CRÍPTICO

Hay textos, o filmes, u obras de teatro, que son valorizados cuando se considera que su contenido no es una soberana estupidez, sino que guarda un secreto. Recuerdo que algo así me ocurrió con La sirena del Misisipi, una película dirigida por Francois Truffaut y protagonizada por Catherine Deneuve y Jean Paul Belmondo. Después de películas como Los 400 golpes, La noche americana, La novia vestía de negro, Disparen sobre el pianista y El último Metro ¿Quién es capaz de dudar del genio de Truffaut? Y los mismos elogios se pueden prodigar a la pareja protagónica. Sin embargo, La sirena del Misisipi parece una solemne tontería. Las actuaciones son exageradas, la trama, inverosímil. Sólo cuando el espectador advierte que está presenciando una parodia, todo cambia. Es como si modificáramos la dioptría de nuestros lentes.
El fuerte de Henry James era el secreto, el enigma, el acertijo, la sutileza. Pero no la ironía. Por eso Otra vuelta de tuerca es, en mi opinión, su obra maestra. Hay cierto sarcasmo en la historia de esa gobernanta de dos niños que ve fantasmas. Sarcasmo, pero no ironía. Un siglo después de ser publicada, la nouvelle sigue atrayendo a los críticos. Si se lee Otra vuelta de tuerca desde el punto de vista de la gobernanta, es posible suponer que los niños son controlados por fantasmas. Si se atiende a la historia desde la mirada de los niños, es innegable que la gobernanta es una psicótica afectada por una atribulada sexualidad. Los fantasmas que ve son los de una pareja de sirvientes. Ella sospecha que los niños podrían haber sido víctimas de abuso por parte de alguno de ellos. Pero desde otra perspectiva, es factible que los sirvientes hayan sido amantes, y en esos fantasmas la gobernanta sólo descubre huellas de sus propias fantasías eróticas. Finalmente, cuando la gobernanta trata de proteger a uno de los niños, termina asfixiándolo.
En el caso de John Marcher, de su romance, o de su falta de romance con May Bartram, no hay razón alguna para que ambos se sigan viendo a lo largo de los años. Inclusive es difícil percibir por qué perdura una amistad que en ocasiones recuerda a un matrimonio de seres que han superado inclusive la barrera del aburrimiento. Henry James sabía describir a la perfección estados crepusculares, pero parecía no entender la pasión, la bestia en la selva.
Hay algunos críticos que consideran irrelevante, inconvincente, la obsesión de Marcher con su destino final. Pero son los menos. El resto prefiere seguir hilvanando enigmas, colocándose entre el texto y el lector, buscando oscuras alusiones o inexplicables vínculos emotivos. 

LA BESTIA EN EL CLOSET

Es obvio que James se sentía incómodo con su sexualidad, y abrumado por la culpa. Hay una frase al comienzo de The Beast in the Jungle que revela quién es John Marcher: “Por supuesto, el resto del mundo creía que él era queer. Pero sólo May estaba enterada de lo queer que era, y por encima de todo, por qué”. En los últimos años, la palabra queer sólo parece significar una cosa: homosexualidad. Los estudios literarios que analizan la homosexualidad en escritores o en textos son rotulados en el mundo de habla inglesa como “queer theory.” Es evidente que cuando James escribió The Beast in the Jungle, la palabra queer tenía otras connotaciones.
El diccionario indica que la primera mención a queer como equivalente de homosexual es de 1922, décadas después de la publicación del relato de James. Pero eso  nada indica. Muchas palabras circulan durante décadas sin ser registradas en un diccionario. Pero si se observan los sinónimos de queer, la mayoría apuntan a un desvío de la norma, al desequilibro, a la inestabilidad (emocional). James sabía cómo usar las palabras. Y el queer John Marcher es un queer avant la–lettre.
James escribió The Beast in the Jungle a comienzos del siglo veinte, cuando el homosexual era un ser mucho más perseguido que en la actualidad y estaban muy frescas las circunstancias del proceso a Oscar Wilde. Al mismo tiempo, el psicoanálisis freudiano estaba en sus comienzos, y parecía existir una sexualidad “saludable”, higiénica (todavía en este país hay algunos crédulos convencidos de ese dogma) y otra sucia y deshonesta. Deberían pasar bastantes años para que el criterio de Sigmund Freud – que en realidad se remonta a los griegos– empezara a cuestionar algunas de esas opiniones. Pues nuestra naturaleza animal no ha progresado mucho desde el comienzo de la historia, y el deseo siempre parece precedido por la perversión. Es posible pensar que la bestia que intentó dominar Henry James no era la bestia en la selva, sino la bestia en el closet.



2 comentarios:

  1. Excelente exposición, Mario. La combinación entre lo cinematográfico, la literatura y las teorías y críticas literarias es sorprendente y muy real. En el feminismo la teoría queer está sobre el tapete. Quien se precie de ser estudioso del feminismo y no conoce la teoría queer dejará de tener prestigio y respeto de los demás. Manejas un humor muy fino. Mis felicitaciones por este artículo.
    Guadalupe Carrillo
    Profesora Investigadora de la UAEM.

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    1. Gracias, querida Guadalupe, por tus cálidas palabras. No sé si he logrado resolver el enigma de La bestia en la selva, pero descubrir el cuento a partir de la exasperación que me causó su lectura, me ayudó a pensar algo más en la fascinación que ejerce Henry James en muchos críticos modernos. Y sospecho que también la exasperación es saludable a la hora de leer a los grandes. Pues Henry James es un gran escritor, e inclusive en sus caídas muestra la marca del genio. Como estoy convencido que en la oposición está la vida, lidiar con ese texto me ayudó no sólo a denigrar algunos atributgos de la narrativa de James, sino a revisar varios textos que me parecen admirables, como "Otra vuelta de tuerca".
      Fue muy grato recibir tu sabio comentario, Guadalupe

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