Mario Szichman
Uno de los relatos más irritantes y más famosos de Henry James se titula The Beast in the Jungle. La irritación proviene de su lerda trama. Nada ocurre entre los protagonistas, John Marcher, y su amiga, May Bartram. Los personajes hablan de manera muy enigmática, como si tuvieran dificultades para modular las palabras. Y el tiempo se desliza interminable. Los años pasan, sin que nada ocurra, hasta que sobreviene lo inevitable: uno de los personajes muere, y el otro queda totalmente devastado por la pérdida.
La fama de The Beast in the Jungle entre los
críticos literarios proviene de su lerda trama, de las enigmáticas palabras que
se entrecruzan entre sus protagonistas, del interminable transcurrir del
tiempo, y de la tragedia final: la muerte de uno de los personajes, y el dolor
que abruma al sobreviviente.
Un elemento central a
la hora de decidir la calidad de The
Beast in the Jungle es la pugna entre el lector y el crítico. El lector
tiene una comunicación directa con el texto. El crítico es un intermediario
entre el lector y el escritor.
En Estados Unidos la
figura del intermediario ha alcanzado niveles difíciles de entender en otras
sociedades. Recuerdo que en una ocasión entrevisté al novelista John Irving, un
respetable narrador, autor de The World
According to Garp, que fue llevado al cine con gran éxito. Es un placer
hablar con Irving. No sólo por su conocimiento de literatura, sino por su
sencillez. Empezó su carrera profesional como quarterback de un equipo de fútbol americano. Pero al parecer, el
departamento de publicidad de su casa editorial no quería que Irving estuviera
a solas con un periodista. ¿Tenía algún secreto que ocultar? Lo ignoro. Lo
cierto es que el narrador se apareció con dos intermediarias, dos empleadas de
relaciones públicas. El propósito de esas cancerberas era escuchar las
preguntas que yo le formulaba a Irving, y asentir o disentir con la cabeza. Por
suerte ninguna de mis preguntas resultó peligrosa, y la conversación se deslizó
de manera muy amena. Un detalle: en ningún momento las empleadas se sentaron
aunque abundaban los sillones.
En cualquier actividad
que se realiza en esta sociedad, y el mundo intelectual no escapa a sus pautas,
el intermediario termina siendo el personaje central. Por ejemplo, la mayoría
de las editoriales no aceptan un escritor que sea “unagented,”, que carezca de agente literario. Y la tarea de ese
personaje, según señalaba el agente literario Noah Lukeman en su libro The First Five Pages, es rechazar manuscritos. Tal como indica en
su introducción, “Los agentes y editores no leen manuscritos para disfrutar de
ellos. Los leen… solamente con el propósito de descartarlos. Y créanme, ellos
buscarán cualquier razón que puedan esgrimir” para librarse de ellos. Afortunadamente,
la madre de Lukeman era escritora, y cuando Lukeman mostró su “ primer
(terrible) novela a su agente cuando yo tenía 16 años”, el agente literario de
la mamá no ejerció su tarea principal, la de rechazar manuscritos. Una
demostración de que el trato personal, y la amistad, siguen imperando en todas
partes, inclusive en el país de los intermediarios.
ELIGIENDO
LO INDESCIFRABLE
¿Cuál es
la función del crítico literario en esta sociedad de intermediarios? Con
limitadas excepciones, descifrar textos. Y obviamente, es mejor abrevar en
textos abstrusos.
La fama
excepcional de Finnegan´s Wake, la
última novela de James Joyce, es que se trata de una obra totalmente
ininteligible. El crítico Michael Chabon, en un excelente ensayo titulado What to Make of Finnegan´s Wake?
Publicado en The Times Literary
Supplement del 12 de julio de 2012, narra la odisea que sufrió al intentar
desentrañar la novela. Chabon admira el Ulysses
y The Dead, y considera obras de
Joyce como Araby, A Little Cloud y Ivy Day in the Committee Room “obras maestras”, a las que revisita
año tras año, cada vez más deslumbrado por la lección del maestro.
Finalmente,
hace más de tres décadas, Chabon tropezó con Finnegan´s Wake. Un compañero de estudios lo desafió a que abriera
la novela en cualquier página, y le explicara qué significaba. Pero Chabon no
necesitó ir tan lejos. Bastaba con la primera frase:
“riverrun, past Eve and Adam’s, from
swerve of shore to bend of bay, brings us by a commodius vicus of recirculation
back to Howth Castle & Environs”.
Luego,
Chabon llegó a la tercera frase:
bababadalgharaghtakamminarronnkonnbronntonnerronntuonnth
unntrovarrhounawnskawntoohoohoordenenthurnuk!
unntrovarrhounawnskawntoohoohoordenenthurnuk!
Lo único que pudo colegir el crítico fue
que se trata de una de las palabras más largas del idioma inglés, aunque Chabon
duda que sea inglesa.
El
crítico ha pasado un cuarto de siglo intentando descifrar Finnegan´s Wake. Todavía no lo ha logrado. Y lo confiesa con gran
honestidad. Otros críticos mantienen una enigmática sonrisa cuando se menciona
el Finnegan´s Wake. La misma que
exhibía Lee Harvey Oswald, el asesino de John Kennedy, cuando explicaba teorías
geopolíticas a sus amigos. Finnegan´s
Wake es la Piedra de Roseta de la crítica literaria moderna pues ningún
lector puede resolver por su cuenta el enigma de la novela. (Al parecer,
tampoco los críticos, pero al menos ellos pueden exhibir autoridad).
EL
ACERTIJO
Primero escuché en un audiobook The Beast in the Jungle. Recién después la leí. Suelo escuchar libros antes de irme a dormir. Pero The Beast in the Jungle me causó
insomnio. Eso fue afortunado, pues me ahorró una
pesadilla. Luego, humillado, me puse a revisar libros de crítica literaria
donde aludieran al relato. Es curioso cómo varían las interpretaciones con el
devenir de los años.
Es claro que el
destino de su protagonista, John Marcher,
está marcado por un raro secreto. En eso coinciden todos los críticos. ¿Tiene
que ver el raro secreto con el temor de Marcher de que en algún momento en su
vida se registrará algún evento espectacular o catastrófico? También de ese
factor depende la lectura. Si el raro secreto está vinculado a una catástrofe,
la lectura puede enfilar en una dirección. Si será la secuela del raro secreto la
causante de la catástrofe, el desenlace es muy diferente.
Al parecer, Henry James
quedó tan hechizado con el raro secreto, que el resto de la narración,
destinado a explicar la relación entre John Marcher y May Bartram, no sólo es
tedioso sino inexplicable.
En el hiato entre la
publicación de The Beast in the Jungle
y la actualidad, algo hizo variar la comprensión del texto: el triunfo del
psicoanálisis.
El relato es tan
enigmático porque, como indica un crítico, es una especie de confesión o
parábola de la vida íntima de James, quien nunca se casó, y nunca tuvo
relaciones sexuales con mujeres. El escritor estaba desesperado por revelar su
intimidad. Y al mismo tiempo, lo aterraba divulgarla. Y en ese forcejeo, el
relato empezó a tambalear.
Es posible que May
Bartram estuviese enamorada de John Marcher. Y que John Marcher fuese lo que se
conocía en mi familia como un “calientasillas”, el eterno novio que nunca se
animaba a declarar su amor. Bueno, reconozco que estoy simplificando un poco el
relato. En realidad, May y John eran simples amigos. La amistad se prolongaba a
lo largo de los años sin que trascendiera al roce de manos, y se hundiera en
una desenfrenada pasión.
Tal vez el lector se
haga una idea mejor si recuerda el film The
Remains of the Day, protagonizado por Anthony Hopkins y Ema Thompson. Ambos
trabajan como criados en la mansión de un fascista lord inglés. La bellísima y
talentosa Ema Thompson ha quedado prendada del sirviente. Y en una escena ambos
se miran a los ojos. No recuerdo si el protagonista le ha arrebatado a la dama
una carta, o algo que ella desea mantener en secreto. En realidad, no importa.
Lo único que importa es la mirada de adoración de Ema Thompson, y la controlada
desesperación de Anthony Hopkins que se muere por besarla, y no se atreve.
Bueno, esa parecería ser la situación entre May Bartram y John Marcher. Excepto
por un detalle: May Bartram desea carnalmente a John Marcher. Y John Marcher
sólo está enamorado de John Marcher.
La clave de la
exasperada banalidad de The Beast in the
Jungle (críticos que respeto muchísimo, como Peter Brooks, podrían
estrangularme por esta profanación del texto de James) se divulga en las
primeras páginas. May Bartram se reencuentra con John Marcher tras una década.
Ambos se vieron por primera vez en Italia. Y hay detalles que hablan de un gran
narrador. (¿Quién puede negar que James era un gran narrador?) Por ejemplo,
todos los recuerdos que conserva Archer sobre el primer encuentro son falsos.
May debe corregir cada uno de ellos. Marcher inclusive se equivoca al mencionar
la ciudad del primer encuentro. Él cree que fue en Roma. En realidad, fue en
Nápoles. Es evidente que May se empecinó en recordar a John. Y que John está
demasiado arropado en sí mismo para recordar encuentros que no lo tengan como
su protagonista.
En ese primer
encuentro John le revela a May un secreto. Las conjeturas de ese secreto han
llenado muchos libros de ensayo. Un composite,
como esos retratos hablados que diseñan dibujantes en jefaturas policiales,
indicaría que algo acecha en el futuro de John Marcher,
como “una bestia en la selva”. A medida
que nuevas generaciones se incorporan a la crítica, el secreto de John Marcher adquiere
otros matices. La bestia que lo acecha es la revelación de su erotismo
“enfermo”.
EL CRÍTICO CRÍPTICO
Hay textos, o filmes,
u obras de teatro, que son valorizados cuando se considera que su contenido no
es una soberana estupidez, sino que guarda un secreto. Recuerdo que algo así me
ocurrió con La sirena del Misisipi,
una película dirigida por Francois Truffaut y protagonizada por Catherine
Deneuve y Jean Paul Belmondo. Después de películas como Los 400 golpes, La noche americana, La novia vestía de negro, Disparen sobre el pianista y El último Metro
¿Quién es capaz de dudar del genio de Truffaut? Y los mismos elogios se pueden
prodigar a la pareja protagónica. Sin embargo, La sirena del Misisipi parece una solemne tontería. Las actuaciones
son exageradas, la trama, inverosímil. Sólo cuando el espectador advierte que
está presenciando una parodia, todo cambia. Es como si modificáramos la
dioptría de nuestros lentes.
El fuerte de Henry
James era el secreto, el enigma, el acertijo, la sutileza. Pero no la ironía.
Por eso Otra vuelta de tuerca es, en
mi opinión, su obra maestra. Hay cierto sarcasmo en la historia de esa
gobernanta de dos niños que ve fantasmas. Sarcasmo, pero no ironía. Un siglo
después de ser publicada, la nouvelle
sigue atrayendo a los críticos. Si se lee Otra
vuelta de tuerca desde el punto de vista de la gobernanta, es posible
suponer que los niños son controlados por fantasmas. Si se atiende a la
historia desde la mirada de los niños, es innegable que la gobernanta es una
psicótica afectada por una atribulada sexualidad. Los fantasmas que ve son los
de una pareja de sirvientes. Ella sospecha que los niños podrían haber sido
víctimas de abuso por parte de alguno de ellos. Pero desde otra perspectiva, es
factible que los sirvientes hayan sido amantes, y en esos fantasmas la
gobernanta sólo descubre huellas de sus propias fantasías eróticas. Finalmente,
cuando la gobernanta trata de proteger a uno de los niños, termina
asfixiándolo.
En el caso de John
Marcher, de su romance, o de su falta de romance con May Bartram, no hay razón
alguna para que ambos se sigan viendo a lo largo de los años. Inclusive es
difícil percibir por qué perdura una amistad que en ocasiones recuerda a un
matrimonio de seres que han superado inclusive la barrera del aburrimiento.
Henry James sabía describir a la perfección estados crepusculares, pero parecía
no entender la pasión, la bestia en la selva.
Hay algunos críticos que
consideran irrelevante, inconvincente, la obsesión de Marcher con su destino
final. Pero son los menos. El resto prefiere seguir hilvanando enigmas,
colocándose entre el texto y el lector, buscando oscuras alusiones o
inexplicables vínculos emotivos.
LA BESTIA EN EL CLOSET
Es obvio que James se
sentía incómodo con su sexualidad, y abrumado por la culpa. Hay una frase al comienzo
de The Beast in the Jungle que revela
quién es John Marcher: “Por supuesto, el resto del mundo creía que él era queer. Pero sólo May estaba enterada de
lo queer que era, y por encima de
todo, por qué”. En los últimos años, la palabra queer sólo parece significar una cosa: homosexualidad. Los estudios
literarios que analizan la homosexualidad en escritores o en textos son rotulados
en el mundo de habla inglesa como “queer
theory.” Es evidente que cuando James escribió The Beast in the Jungle, la palabra queer tenía otras connotaciones.
El diccionario indica
que la primera mención a queer como
equivalente de homosexual es de 1922, décadas después de la publicación del
relato de James. Pero eso nada indica. Muchas
palabras circulan durante décadas sin ser registradas en un diccionario. Pero
si se observan los sinónimos de queer,
la mayoría apuntan a un desvío de la norma, al desequilibro, a la inestabilidad
(emocional). James sabía cómo usar las palabras. Y el queer John Marcher es un queer
avant la–lettre.
James
escribió The
Beast in the Jungle a comienzos del siglo veinte, cuando el
homosexual era un ser mucho más perseguido que en la actualidad y estaban muy
frescas las circunstancias del proceso a Oscar Wilde. Al mismo tiempo, el
psicoanálisis freudiano estaba en sus comienzos, y parecía existir una
sexualidad “saludable”, higiénica (todavía en este país hay algunos crédulos
convencidos de ese dogma) y otra sucia y deshonesta. Deberían pasar bastantes
años para que el criterio de Sigmund Freud – que en realidad se remonta a los
griegos– empezara a cuestionar algunas de esas opiniones. Pues nuestra
naturaleza animal no ha progresado mucho desde el comienzo de la historia, y el
deseo siempre parece precedido por la perversión. Es posible pensar que la
bestia que intentó dominar Henry James no era la bestia en la selva, sino la
bestia en el closet.
Excelente exposición, Mario. La combinación entre lo cinematográfico, la literatura y las teorías y críticas literarias es sorprendente y muy real. En el feminismo la teoría queer está sobre el tapete. Quien se precie de ser estudioso del feminismo y no conoce la teoría queer dejará de tener prestigio y respeto de los demás. Manejas un humor muy fino. Mis felicitaciones por este artículo.
ResponderEliminarGuadalupe Carrillo
Profesora Investigadora de la UAEM.
Gracias, querida Guadalupe, por tus cálidas palabras. No sé si he logrado resolver el enigma de La bestia en la selva, pero descubrir el cuento a partir de la exasperación que me causó su lectura, me ayudó a pensar algo más en la fascinación que ejerce Henry James en muchos críticos modernos. Y sospecho que también la exasperación es saludable a la hora de leer a los grandes. Pues Henry James es un gran escritor, e inclusive en sus caídas muestra la marca del genio. Como estoy convencido que en la oposición está la vida, lidiar con ese texto me ayudó no sólo a denigrar algunos atributgos de la narrativa de James, sino a revisar varios textos que me parecen admirables, como "Otra vuelta de tuerca".
EliminarFue muy grato recibir tu sabio comentario, Guadalupe