Mostrando entradas con la etiqueta Francisco de Miranda. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Francisco de Miranda. Mostrar todas las entradas

domingo, 29 de enero de 2017

Francisco de Miranda y William Burke. La fascinante historia de un personaje inexistente

Mario Szichman



Allan R. Brewer-Carías es un historiador y jurisconsulto venezolano experto en derecho constitucional. Si el lector ingresa en el catálogo de la Biblioteca del Congreso, en Washington, descubrirá que por lo menos 228 volúmenes forman parte de su obra, aunque la lista no es exhaustiva.
En cierta ocasión, Brewer-Carías visitó la biblioteca, y una de sus funcionarias expresó su asombro al observarlo en vivo y en directo. Nunca supuso que se trataba de una persona de carne y hueso. Lo imaginaba como un ser mítico, de improbable existencia. Como otro personaje al cual menciona en uno de sus libros: SOBRE MIRANDA, Entre la perfidia de uno y la infamia de otros y otros escritos.[i]
El volumen de ensayos fue preparado en homenaje a la memoria de Francisco de Miranda en el bicentenario del fallecimiento del Precursor en la prisión de La Carraca, en Cádiz. Es una labor de indispensable lectura y promoción, porque no ha existido en América Latina un personaje ni remotamente similar a ese caraqueño que peleó en las revoluciones de Estados Unidos, de Francia, y de la América Española.
(Hay un solo latinoamericano cuyo nombre está cincelado en el Arco de Triunfo de París: Francisco de Miranda).
Napoleón dijo de él: “Este Quijote, que no está loco, tiene fuego sagrado en el alma”.
Aunque los revolucionarios franceses llevaron a Miranda a la cárcel, tras la derrota en la batalla de Neerwinden, Bélgica, en marzo de 1793, y Marat exigió que lo guillotinaran, un tribunal dictaminó que el verdadero traidor era el general Charles François Dumouriez, jefe de Miranda, quien luego se pasó a los austríacos.
Claude François Chauveau-Lagarde, abogado de Miranda, demostró su inocencia y el militar caraqueño salió del tribunal en hombros de sus acólitos. (El Precursor tuvo más suerte que tres de las damas defendidas por el abogado: Madame Roland, Carlota Corday y la reina María Antonieta. Todas ellas fueron guillotinadas. Pero luego debió pasar por otras cárceles francesas, debido a sus vínculos con los girondinos).
El subtítulo parcial del libro de Brewer—Carías: Entre la perfidia de uno y la infamia de otros, alude al episodio decisivo en la vida de Miranda: la traición de sus propias huestes lideradas por el díscolo jovencito Simón Bolívar.  
Miranda capituló ante el capitán de fragata de la marina española, Domingo Monteverde, tras la derrota de las fuerzas patriotas en junio de 1812. Uno de los principales responsables de la debacle de los patriotas fue el teniente coronel Bolívar, quien se hallaba a cargo del Castillo de San Felipe, en Puerto Cabello.
Ante el asedio de los españoles, Bolívar huyó del fuerte junto con algunos de sus hombres de confianza. Ni siquiera tuvo la perspicacia de destruir las armas y las municiones, que ayudaron a Monteverde en su tarea de reconquistar la capitanía general de Venezuela.
Bolívar se refugió luego en su hacienda de San Mateo, y durante algunos días ni siquiera osó comunicarse con Miranda. Finalmente le escribió una carta acongojada y quejumbrosa, pidiéndole perdón a su mentor, por no haber sabido defender el castillo. Es una carta maestra, especialmente, por su contenido lacrimógeno, Bolívar parece un niño balbuceante sorprendido en flagrante delito por su progenitor. Basta ver algunas de sus frases: “Después de haber agotado todas mis fuerzas físicas y morales ¿con qué valor me atreveré a tomar la pluma para escribir a usted, habiéndole perdido en mis manos la plaza de Puerto Cabello?” le pregunta a Miranda.
Luego le pide a su jefe “que me dé algunos días para tranquilizarme, recobrar la serenidad que he perdido al perder a Puerto Cabello; a eso se añade el estado físico de mi salud, que después de trece noches de insomnio, de tareas y de cuidados gravísimos, me hallo en una especie de enajenamiento mortal”[ii]. Bolívar recuerda en su misiva las tribulaciones del joven Werther.

REACCIONES ENAJENADAS

La pesadumbre de Bolívar duró poco. Cuando Miranda advirtió que la República se había perdido, no buscó atribuir a otros la derrota, y asumió toda la responsabilidad, iniciando negociaciones con los españoles para la firma de un armisticio, rubricado el 25 de julio de 1812 en la hacienda de Bolívar.
Repuesto de su aflicción, Bolívar y otros oficiales patriotas acusaron a Miranda de traicionar a la república. Y para sumar el insulto a la injuria, entregaron al jefe revolucionario a los españoles en el puerto de La Guaira.
Debido a los servicios brindados por Bolívar a la monarquía española, Monteverde le entregó al teniente coronel Bolívar un pasaporte, con el cual pudo huir a Curazao.
Bolívar nunca se arrepintió de la traición a Miranda. Por el contrario, luego de su deplorable conducta, el que se convertiría en Padre de la Patria, intentó enviar a Miranda al pelotón de fusilamiento. Pero, como señaló públicamente, varios de sus compañeros se lo impidieron. Miranda nunca mencionó la actitud de Bolívar. Solo señaló en una carta que había sido apresado por los españoles a raíz de “la perfidia de uno y la infamia de otros”.

LOS DOS ROSTROS DE LA INDEPENDENCIA

Brewer—Carías analiza ese jano bifronte de la lucha por la independencia de la Capitanía General de Venezuela representado por Miranda y Bolívar, y aunque sin preguntarse quién tenía la razón, es obvio que se inclina por el héroe civil que fue Miranda, y se aleja de la herencia caudillesca de Bolívar. 
Uno de los capítulos más apasionantes del libro es el dedicado a mostrar el heroísmo intelectual de Miranda, quien en Londres congregó en torno suyo a importantes pensadores, en su afán por luchar a favor de la independencia de una América Latina libre de hombres providenciales.
El autor del ensayo muestra cómo la casa de Miranda en Londres, ubicada en el 58 de Grafton Way, fue un centro de teóricos y expertos en política, en derecho, y en instituciones. Ilustres figuras como James Mill, Jeremy Bentham, José Blanco White, Fray Servando Teresa de Mier, y Juan Pablo Viscardo y Guzmán, entre otros, contribuyeron a la difusión del pensamiento libertario, en Inglaterra, y luego en la Capitanía General de Venezuela.
Pero el personaje más enigmático de todos ellos es William Burke.
El autor del libro realiza una verdadera labor detectivesca para demostrar que ese ubicuo personaje, como esos hologramas de Hugo Chávez que suelen circular por Caracas, es a figment of imagination, un invento de Miranda para propulsar su labor libertaria.
Muchos de los escritos de Miranda llevaron la firma de William Burke. El autor indica que “Burke” fue además “el autor” de más de 80 editoriales publicados en La Gaceta de Caracas entre 1810 y 1812. Todos ellos, “con importantísima información sobre los progresos del constitucionalismo en Norte América”.
Pero “Burke” no solo fue el alter ego de Francisco de Miranda. En ocasiones, contradijo sus teorías, en otras, su apellido aglutinó labores colectivas. Tres o cuatro intelectuales se asociaron para escribir panfletos, editoriales, o inclusive libros. Todo el material, estuvo destinado a propulsar la independencia de la América española.
William Burke, un personaje inexistente, protagonizó sin embargo algunos episodios apasionantes del Precursor en tierras americanas. Y luego, súbitamente se borró del mapa. La última mención a ese ser imaginario es a dos William Burke que se habrían embarcado en la fragata inglesa Sapphire, una embarcación anclada en La Guaira, y cuyo propósito inicial era rescatar a Miranda de sus enemigos.
Pero Burke no cesará de rondar la imaginación de los historiadores. Algunos de ellos han esbozado teorías alternativas sobre su presencia en la tierra. Allan Brewer—Carías será en buena parte responsable de esa resurrección de un intelectual que careció de nacimiento previo. La indagación del autor sobre las peripecias del Precursor como dador de sangre intelectual, es peerless.  
Miranda merece ser rescatado todos los días. Puso su espada al servicio de la libertad en tres naciones. Su furia intelectual, su sabiduría, nunca han sido superadas en América Latina. Fue, posiblemente, un héroe imperfecto. Sí, el héroe imperfecto más grande que ha dado nuestro continente. Si hubiera sido en Venezuela el Libertador, en lugar del Precursor, tal vez la tierra del sol amada se hubiera salvado de muchos salvadores de la patria. Excesivas glorias militares postran a muchos pueblos en la indigencia civil.
--------------------0---------------------
El intelectual venezolano Allan Brewer—Carías fue Senador por el Distrito federal; Ministro de Estado para la Descentralización, y Miembro de la Asamblea Nacional Constituyente de 1999. Ahora vive en Nueva York, y sigue produciendo libros de manera incesante. Su trabajo sobre Miranda es uno de los últimos, aunque en el caso de Brewer—Carías todos sus libros suelen ser penúltimos. Siempre está trabajando en nuevos volúmenes.




[i] Colección Cuadernos de la Cátedra Fundacional de Historia del derecho, Charles Brewer Maucó, Universidad Católica Andrés Bello,. Caracas / New York, 2016. 302 páginas.

[ii] El texto completo de la carta está en El General Miranda, del Marqués de Rojas. Puede conseguirse en Google Books.

domingo, 27 de noviembre de 2016

¿Qué habría ocurrido si Miranda, y no Bolívar, hubiera sido el Libertador de Venezuela?



Mario Szichman



La profesora Libertad León González (Universidad de Los Andes-NURR) presentó en fecha reciente, en el IV Congreso de Semiótica y Educación, que se realizó en Trujillo, su ponencia La novela histórica de la emancipación, diálogos discursivos en la red. En su trabajo analizó La tragedia del generalísimo (1989) de Denzil Romero, y mis novelas Los papeles de Miranda (2000) y Las dos muertes del general Simón Bolívar (2004).

Existe una doble generosidad en la profesora León González; no solo por ubicar mis textos junto al narrador venezolano Denzil Romero, sino por brindarme espacio en la literatura de un país al que no pertenezco por origen; solo por devoción. No voy a explicar de manera detallada todo lo que debo a Venezuela —a la Venezuela de verdad, que concluyó en esa tragedia bufa rebautizada como chavismo—. Me basta señalar que Venezuela me protegió, me dio trabajo, me brindó entrañables amigos, y, algo para mí importante: una voz, y la libertad de expresar mis opiniones, aunque en ocasiones hayan sido virulentas, y en otras, injustas.
Nadie me cerró la puerta de los periódicos o revistas porque mis criterios fuesen polémicos. Cuando viví en Venezuela (1967-1971—1975-1980) fui alentado por escritores venezolanos para que ofreciera mis discrepancias, no mis halagos.
Recuerdo que en cierta ocasión, criticaron la página editorial de The Wall Street Journal porque uno de sus columnistas, Alexander Cockburn, era un izquierdista de barricada, y lo acusaban de tener muchos prejuicios contra el capitalismo. Fue entonces que el editor de la página publicó un artículo diciendo: “No contratamos a Cockburn por su imparcialidad. Lo contratamos, de manera exclusiva, por sus prejuicios”. Me han acusado de muchas cosas, y de arbitrario, entre ellas, pero nunca me han denigrado por aburrir al lector, por defraudarlo, o por menospreciarlo.
Escribí La trilogía de la patria boba porque Nelson Luis Martínez, el director del periódico Últimas Noticias de Caracas, me proveyó de toda una biblioteca sobre la historia de Venezuela, comenzando por varias biografías del Precursor Francisco de Miranda, que sigo considerando el héroe imperfecto más grande de América Latina.

Esa trilogía fue una gran divisoria de aguas. Publiqué Los papeles de Miranda en 1980, tras veinte años de sequía. No era sequía por falta de manuscritos, sino por ausencia de editoriales  interesadas en mi narrativa.  Puse fin a la sequía cuando, en vez de insistir en narraciones sobre una familia judío argentina, opté por sumergirme en la novela histórica, y ni siquiera de la Argentina, sino de Venezuela. Un extraño en tierra extraña encontró terreno fértil para su imaginación en la tierra roja y heroica, como la calificó Enrique Bernardo Núñez,  otro grande entre los grandes de Venezuela. (La profesora Margot Carrillo ha escrito un bello trabajo, El sentido de la modernidad en Cubagua, que nos permite advertir la sabiduría con que Nuñez hilvanaba textos de una asombrosa modernidad. Eso lo demostró en Cubagua y en La galera de Tiberio).
Leer el texto de la profesora León González  fue, realmente, como instalarme en la máquina del tiempo. (En esta época estoy muy obsesionado con el tema del viajero del tiempo). Su análisis de la novela histórica, es ejemplar. Señala que tanto Denzil Romero como el que esto escribe “realizan un tratamiento diferente de la narración, de los acontecimientos, de la acción y los personajes. La distancia está en el giro formal que toman los elementos simbólicos intrínsecos como el mito y el logos”.
Hay otro punto que me interesa destacar: “Los personajes en la novela histórica latinoamericana actual y en particular, en las novelas seleccionadas”, dice la profesora León González, “transforman lo mítico en celebración del lenguaje. La narración en primera persona (el subrayado es mío) diversifica las visiones del mundo en los personajes protagonistas, dando lugar más allá de una dialéctica, a una dualéctica de voces, juicios falsos y hasta cuestionadores de los destinos, en cada episodio de vida relatado”.
Creo que es un muy buen hallazgo, en un texto repleto de ellos. Y me gustaría explicitarlo. La presión que una persona recibe desde la escuela primaria para honrar a sus héroes, es una gran censura que afecta a un escritor de novelas históricas. Todos los héroes observan el horizonte de perfil, todos están montados en caballos –también de perfil. Cada gesto invoca a la gloria. Quienes lo rodean están enterados, desde el principio, que San Martín, Bolívar, Miranda, Páez, son seres superiores. Además de pronosticar el futuro, eran infalibles. La profesora Libertad León González ha abierto la puerta a una premisa que cambia el sentido del hecho histórico, al aludir a la primera persona del singular. (Solo los héroes epónimos usan la primera persona del plural).
Cuando se escribe una novela histórica desde la primera persona, el cuerpo se entromete, abre el terreno a las enfermedades, y obviamente, a la sexualidad. Me imagino, para dar un ejemplo, cómo sería una novela acerca de Jesús narrada en primera persona. (Tal vez existe). Soslayemos las enfermedades y las pasiones. ¿Cómo podemos percatarnos de los apóstoles desde la mirada y la opinión de Jesús? ¿Hablaba con ellos sobre mujeres, aunque fuese simplemente para mencionar sus actividades reproductivas? Por lo menos en The Gnostic Gospels, Elaine Pagels hace referencia a un Jesús que era criticado por los apóstoles pues mostraba un amor demasiado humano, por María Magdalena.
En mis novelas puse a hablar a Miranda y a Bolívar, en primera persona. Una tarea que para un porteño de Buenos Aires, no fue fácil. El che debió ser reemplazado por el tú, junto con los aforismos. La figura que habla desde la primera persona no es la que podemos describir desde la tercera persona del singular. Y la mirada es muy diferente. Ahí está el caso de Bolívar, un hombre que nunca miraba a los ojos, como un villano del gran guiñol. Y que tal vez lo era. Fue quien entregó a Miranda a los españoles, junto con uno de sus subalternos, Carlos Soublette. Y ordenó el fusilamiento del general Manuel Piar, uno de los grandes héroes de la independencia, tras un juicio amañado. El fiscal fue Soublette.
Miranda contemplaba el mundo de una manera diferente. Era, también, un viajero del tiempo. Participó en tres revoluciones: la de Estados Unidos, la de Francia, y finalmente, la que ahogó en sangre la Gran Colombia.  Era, ciertamente, el más universal de los americanos. Dicen que fue amante de Catalina de Rusia. Es bastante improbable, pero es obvio que la emperatriz fue su protectora. Conoció a las principales figuras de la revolución americana, se sintió cómodo en sus salones. Tuvo la desdicha de apostar por los girondinos, el bando equivocado en la Revolución Francesa. Y lo pagó caro. La guillotina fue en varias ocasiones muy proclive a cercenar su cuello. Era un militar de la vieja escuela, y cuando retornó en segunda ocasión a la Capitanía General de Venezuela –la primera fue en 1806, en una fracasada expedición a la Vela de Coro—no solo era ya un anciano, sino también un anacronismo. Él había conocido los horrores de la Gran Revolución en Francia. Y los patriotas que lo recibieron al principio con muestras de júbilo y abominaron luego de él, estaban en otra cosa. El gorro frigio formaba parte de la indumentaria.
¿Qué influencia pueden tener los padres de la patria en el desarrollo de un país? La profesora León González indaga en uno de los temas fundamentales de esa pregunta, a través de la confrontación de Bolívar con Miranda luego que los españoles acabaron con la primera república. No imagino a Miranda firmando el decreto de guerra a muerte, no puedo imaginar a Bolívar sin ese decreto que concluía: “Españoles y canarios, contad con la muerte, aun siendo indiferentes, si no obráis activamente en obsequio de la libertad de la América. Americanos, contad con la vida, aun cuando seáis culpables”.  (15 de junio de 1813)
Todos los futuros son imprevisibles, se forjan y se desechan cada veinticuatro horas. Pero, ni aún el peor de los opresores lidia con sus enemigos de la misma manera con o sin un decreto de guerra a muerte. Y el mismo Bolívar lo comprobó siete años más tarde, cuando firmó con el general español Pablo Morillo el “Tratado de Armisticio y Regularización de la Guerra”, en Santa Ana, estado Trujillo, poniendo fin a la guerra de exterminio.  
Creo que un padre fundador puede alterar el futuro de una nación. Miranda retornó muy tarde a la Capitanía General de Venezuela, cuando ya los dados estaban echados. Quizás era inevitable lo que ocurrió después. Quizás. Pero las huellas que dejó Bolívar en la lucha por la independencia, son casi imposibles de borrar. Su herencia política dejó a Venezuela convertida en un cuartel. ¿Cuántos años de democracia real ha existido en el país en los dos últimos siglos? Cuando se analiza la horrenda Venezuela actual, vale la pena preguntarse si Bolívar no era, en el fondo, un protochavista. O si su principal enemigo, José Tomás Boves, era muy diferente a él.
Leer, y releer el inteligente trabajo de la profesora León González, ayuda a formularse muchas preguntas incómodas. Y en esta ocasión, más que nunca. Creo que los próceres trazan o dificultan nuestro destino. La obscena manera en que Hugo Chávez usufructuó el mito bolivariano, fue posible porque existía en Bolívar algo que lo permitió.
Nada surge de la nada.  Cada pueblo lidia con sus problemas de una manera diferente. Oliver Cromwell se entronizó como dictador en Inglaterra, pero pagó caro su audacia. Nadie paga cara su audacia en Venezuela. Sobran los antecedentes. Hay una inmensa capacidad de olvidar con toda premura, y de sumergirse en nuevos disparates.  Y también una gran ineptitud para avizorar el futuro, sentarse a reflexionar.
La profesora León González ha ofrecido en su ensayo otro buen punto de partida para analizar  lo que ha ocurrido y está ocurriendo en Venezuela. Nunca le di mucha importancia a la novela histórica, aunque, por cierto, quizás la mejor narración que se ha escrito, es una novela histórica: La guerra y la paz, de León Tolstoi.
En un trabajo anterior, “Los años de la guerra a muerte y la lógica del tramposo” (http://marioszichman.blogspot.com/2016/11/los-anos-de-la-guerra-muerte-y-la.html) señalé justamente cómo la lucha por la independencia en la Capitanía General de Venezuela tenía atributos del juego de azar, plagada de apuestas imposibles de ganar.
Si se observa lo que ha ocurrido en el país a partir de 1999, se verá que la casualidad ha primado sobre cualquier plan o proyecto de país. Un amigo mío me contó que al comienzo del gobierno de Chávez su hermano, un contratista de obras, presentó a un militar bolivariano un proyecto, creo que para la construcción de un depósito. Nada importante,  pero necesario. Cuando el contratista le entregó el proyecto, junto con un cálculo de costos, el militar abrió una de las gavetas de su escritorio, extrajo una gran cantidad de bolívares –menos devaluados que en la actualidad—y se los entregó, contante y sonante. El contratista le explicó que él no trabajaba así. Iba a presentar un recibo del dinero, y necesitaba varios documentos para certificar  la ejecución de la obra, con el propósito de presentarlos ante un ministerio. Fue entonces cuando el militar lo miró despectivo a los ojos, y le dijo: “Chico, ¿tú qué eres, un paranoico?” le ordenó que le devolviera el dinero y lo echó de su despacho.
Esa es la manera casual de trabajar en la Venezuela actual. Nadie debe rendir cuentas de nada. Bueno, quita y no pon, como dicen los españoles, y se acaba el montón. Y el país se convierte en una sociedad de irresponsabilidad ilimitada. ¿Dónde aprende un pueblo sus modales, o su futuro?
Cada vez estoy más convencido de la utilidad de la novela histórica. Es como una especie de pentagrama. Permite descubrir la música que deseamos escuchar, y también evita que desentonemos. Tal vez los ejemplos de Miranda y de Bolívar parecen muy lejanos en la historia. Pero las opciones que presentan están tan vigentes hoy, como la época en que transitaron por el mundo. (Me sigo quedando con Francisco de Miranda).






domingo, 14 de agosto de 2016

Las venganzas personales de Vladimir Putin


Mario Szichman



Alexander Litvinenko, exfuncionario del servicio de seguridad de Rusia, asesinado en Londres.

Escribir es siempre una buena excusa para asesorarse con bibliografía que de otra manera dejaríamos de lado. Por eso me agrada escribir novelas históricas y brindar coherencia a un mundo que suele carecer de toda lógica.
Quizás el botín bibliográfico con más gemas fue el que obtuve mientras proyectaba la novela Los papeles de Miranda. El Precursor Francisco de Miranda fue un hombre universal. Peleó en tres revoluciones: la de Estados Unidos, la de Francia, y la de las colonias españolas. Conocía varios idiomas, y visitó la mayor parte de Europa en sus años mozos. Su curiosidad era tan insaciable como su pasión amorosa.
La leyenda decía que cuando llegó a Rusia, enamoró a la emperatriz Catalina. En ese caso, la leyenda no se corresponde con la realidad. Catalina y Miranda no fueron amantes. Pero la emperatriz fue una buena amiga, le presentó a personajes importantes, y le permitió, en parte, conocer los pasadizos del poder. En cierto momento,  Miranda perdió el favor de la corte, quizás por sus comentarios, tal vez por su inquisitiva mirada, o porque alguno de los numerosos favoritos de Catalina empezó a sentir celos de ese apuesto sudamericano.
Pero en su visita a Rusia, Miranda aprendió bastante, entre otras cosas, a temer el omnímodo poder de sus gobernantes. Todo, en definitiva, dependía de la buena o mala voluntad de un zar, o de una zarina.
Rusia, como Turquía, sigue siendo en Europa, uno de los enclaves del despotismo oriental. La democracia nunca ha conseguido suelo propicio para florecer.  Cuando Miranda visitó Rusia, faltaba casi un siglo para la liberación de los siervos de la gleba. Los nobles rusos solían comprar tierras, junto con los campesinos que las habitaban. Era un régimen de esclavitud total. Y una de las obras maestras de Nikolai Gogol, Almas muertas, es la épica novela de un pícaro, Chichikov, quien hace su fortuna comprando títulos de posesión de siervos (almas) que han fallecido.
El esquema de Chichikov es el siguiente: el gobierno ruso cobraba impuestos a los propietarios de tierras en base a los siervos que poseía, de acuerdo al censo. En esa época, los censos eran infrecuentes. Los propietarios de tierras terminaban pagando impuestos por siervos que habían perecido. Esas almas muertas, que solo existían en el papel, servían para que Chichikov las usara como garantía de un enorme préstamo. Su intención era apropiarse del préstamo, y huir con el dinero.
Las estafas que cometen los individuos en cada país son como el retrato en negativo de una administración gubernamental. La novela de Gogol fue devastadora. Mostró las triquiñuelas que podían urdirse en un estado absolutista donde la ley se obedecía, pero no se acataba.
Miranda no tuvo ocasión de comprobar los méritos del gobierno de Catalina, pero sí verificar su crueldad.  En la novela señalaba que la emperatriz presentó al Precursor en cierta ocasión “a un hombre bajito, calvo, una especie de simpático bufón”. Ese simpático bufón era Scherbatovsky, el jefe de la Tercera Administración, la policía secreta de Catalina. Miranda dice en la novela: “He oído bastante de Scherbatovsky. Sus interrogatorios los inicia habitualmente propinando un formidable golpe en la mandíbula del sospechoso. Cuentan que la silla donde se sientan los interrogados está ubicada sobre una puerta trampa. Si a Scherbatovsky no le gustan las respuestas, aprieta un dispositivo y la silla cae a un foso lleno de ratas”.

CÓMO PROPICIAR UNA GUERRA

The Times Literary Supplement publicó en fecha reciente un análisis de dos libros sobre la Rusia posterior a la caída de la Unión Soviética.  Uno de ellos es de David Satter: The Less You Know, The Better You Sleep, Russia’s road to terrorism and dictatorship under Yeltsin and Putin. Cuando menos sepa, mejor podrá dormir, el camino de Rusia hacia el terrorismo y la dictadura, bajo Yeltsin y Putin; y otro de Luke Harding: A Very Expensive Poison, The definitive story of the murder of Litvinenko and Russia’s war with the West: Un veneno muy costoso, la historia definitiva sobre el asesinato de Litvinenko y la guerra de Rusia con Occidente. Ambos trabajos ofrecen buenas explicaciones sobre esa tenebrosa personalidad que es el habitante del Kremlin, quien se ha venido alternando como presidente y primer ministro de Rusia desde 1999. Putin fue primer ministro entre 1999 y el 2000, presidente desde el 2000 al 2008, y nuevamente primer ministro entre el 2008 y el 2012. En la actualidad, se desempeña como presidente de la Federación Rusa. Como se verá, es un hombre indispensable que se mantendrá en el trono hasta que intervenga la biología.
Ya mencioné en un post anterior la manera en que se administra la justicia en la Rusia moderna. (Ver mi post: En Rusia todavía juzgan a los muertos del 20 de abril de 2016.
       En esa oportunidad escribí sobre  el caso de Sergei L. Magnitsky, un contador que había formulado varias denuncias contra las autoridades acusándolas de fraude. En enero de 2013, la justicia rusa ordenó procesar a Magnitsky, quien ya estaba muerto.
Según dijo The Financial Times, el caso Magnitsky “es egregio, bien documentado, y encapsula el lado oscuro del putinismo”. Funcionarios del sistema de Rentas Internas de Rusia aprovecharon la estructura del fondo de inversiones Hermitage Capital, para robar 230 millones de dólares del Estado. Cuando Magnitsky, el contador de Hermitage Capital, descubrió el fraude y presentó evidencias, revelando los nombres de varios funcionarios que habían participado en la estafa, el gobierno de Moscú actuó como lo hacen los gobiernos de nuestras repúblicas bananeras: mandó a la cárcel al encargado de formular la denuncia tras acusarlo de orquestar el dolo. Una vez en la cárcel, las autoridades rusas, dijo The Financial Times, negaron al preso “tratamiento para un grave problema estomacal y eventualmente lo golpearon hasta matarlo”.
Según la reseña de los libros de David Satter y Luke Harding publicada en el TLS, ambos autores son “periodistas intransigentes, quienes trabajaron en Rusia y fueron expulsados del país por sus escritos. Y no es difícil entender por qué. Satter y Harding escriben acerca del lado más oscuro de la política rusa, en particular corrupción y asesinato en los niveles más altos del Kremlin”.
Satter examina los “horrendos atentados contra edificios de apartamentos en septiembre de 1999, que muchos han atribuido de manera directa a Vladimir Putin, quien había sido designado primer ministro en fecha reciente”-
Satter se hallaba en Rusia en la época de las cuatro explosiones separadas, que causaron la muerte a cerca de unas 300 personas en tres ciudades. Posteriormente, el periodista obtuvo información de "disaffected members”,  individuos descontentos, de los servicios rusos de seguridad. Mientras el gobierno de Moscú aseguraba que los atentados habían sido cometidos por chechenios en represalia por los ataques rusos contra ellos en Daguestán, tras la invasión de Rusia en agosto de 1999, los descontentos miembros de los servicios de seguridad le dijeron a Satter que esas aseveraciones eran falsas. La planificación de esos atentados hubiera requerido entre cuatro y cuatro meses y medio para organizarlos. Por lo tanto, esa planificación debía haber comenzado antes de la invasión rusa a Daguestán. 
De acuerdo a Satter, existían evidencias de que los organizadores de los ataques habían actuado por encargo de la FSB de Rusia, la agencia que reemplazó a la KGB. La prueba era que el hexógeno utilizado en los explosivos solo era producido en una sola fábrica de Rusia, en la región de Perm. La fábrica era custodiada por la FSB.
El periodista señaló que los atentados en tres ciudades rusas tenían como propósito justificar una nueva invasión a Chechenia.

INVESTIGACIÓN DE UN CIUDADANO
POR ENCIMA DE TODA SOSPECHA

En cuanto al libro de Luke Harding, lidia con el asesinato de Alexander Litvinenko, un ex funcionario del FSB, quien buscó refugio en Gran Bretaña. Litvinenko fue envenenado en Londres, en el 2006, con polonium-210, un letal agente radioactivo.
El caso fue investigado por las autoridades judiciales británicas, y la conclusión del alto magistrado sir Robert Owen, fue que existían abrumadoras evidencias de la complicidad del Kremlin en el homicidio. Por supuesto, el gobierno de Putin ha desechado el veredicto de Owen, e insiste que nada tuvo que ver en el caso.
Lo más interesante en el homicidio de Litvinenko, según la reseña del TLS, es descubrir el motivo. Aunque los dos acusados del asesinato del desertor, Andrei Lugovoi y Dmitry Kovtun, fueron procesados, las razones resultan incomprensibles.
La versión corriente es que Litvinenko fue envenenado tras denunciar en noviembre de 1998, en una conferencia de prensa televisada, la práctica de asesinatos del FSB, y su corrupción. Litvinenko fue expulsado de la agencia, y encarcelado. En el 2000, logró huir a Gran Bretaña.
La investigación que se hizo tras su muerte demostró que Kovtun y Lugovoi, un ex funcionario de la KGB que trabajaba con Litvinenko en labores de consultoría, llevaron el polonium-210 cuando viajaron a Londres desde Rusia en octubre de 2006.
Los dos hombres lograron administrar el veneno a Litvinenko el primero de noviembre de ese año, en el bar Pine del hotel Milenio,  donde el desertor se reunió con ellos y bebió té.  
El veneno provenía de las instalaciones de Avangard, en la ciudad rusa de  Sarov. “Los dos hombres no habrían podido obtener el polonio sin la complicidad del FSB”, dijo la reseña en TLS. El FSB se encarga de proteger las instalaciones nucleares rusas. “El FSB nunca se habría embarcado en ese audaz asesinato repleto de enredos políticos para las relaciones de Rusia con Occidente, sin el consentimiento de Putin”, añadió el artículo.
Resulta obvio que Litvinenko era un cordero para el sacrificio por sus denuncias sobre los vínculos entre el Kremlin y el crimen organizado, señaló Harding. Sin embargo, eso no cuenta toda la historia. Otros traidores al FSB no corrieron la misma suerte que Litvinenko. Allí están los casos de Oleg Kalugin y Yury Shvets, altos funcionarios de la KGB que huyeron a Estados Unidos y divulgaron mayores confidencias que Litvinenko. O de Oleg Gordievsky, quien escapó a Gran Bretaña en 1985 y cooperó con el MI6 durante años.
Harding sugiere otra razón intensamente personal. Durante la investigación presidida por el juez británico Owen, se determinó que Litvinenko había estado desde hacía mucho marcado por el Kremlin. En un video de adiestramiento militar de 2002,  fuerzas especiales practicaban tiro al blanco usando como objetivo una fotografía del desertor.
Según declaró Marina Litvinenko al autor del libro, “con Putin, todo es personal”. El error que habría cometido el desertor fue acusar a Putin de mantener relaciones sexuales con menores.
El 5 de julio de 2006, Litvinenko publicó un artículo en Chechen Press, titulado “el pedófilo del Kremlin”. En el artículo se describía un reciente incidente en que el líder ruso salió del Kremlin y saludó a un grupo de turistas. Putin se aproximó a un niño, se arrodilló, alzó su camiseta, y lo besó en el estómago. “El mundo quedó shockeado”, dijo Litvinenko en su crónica. “Nadie podía entender por qué el presidente ruso había hecho una cosa tan extraña”.  Posteriormente,  Litvinenko aseguró, aunque solo basándose en rumores, que Putin era conocido en la KGB como un pedófilo, y que una vez se convirtió en jefe del FSB, ordenó destruir grabaciones de video donde lo mostraban manteniendo relaciones sexuales con menores.
Pocos días después de la publicación del artículo de Litvinenko, la Duma rusa aprobó una enmienda a una ley antiterrorista sancionada meses antes, que autorizaba al FSB a perseguir en el exterior presuntos terroristas rusos y extremistas. En la enmienda se ampliaba la definición de quienes podían ser eliminados por los servicios de seguridad. Eso incluía personas que difamaban “a aquellos que ocupaban un cargo gubernamental”.
Según la persona que hizo la reseña de los libros en el TLS, “la ley, de manera clara, fue diseñada teniendo en cuenta a Litvinenko”.
Aunque se trata de conjeturas imposibles de corroborar, Putin ya ha expresado su filosofía política de manera muy clara. En el 2000, dijo en una entrevista: “Si alguien se muestra nervioso, el enemigo pensará que es más fuerte que él … Por eso hay que golpear primero, y golpear con tanta fuerza, que el enemigo no pueda ponerse de pie”.

Hace tres lustros que Putin es el amo y señor de Rusia, un país que nunca se ha librado de gobernantes omnímodos. Tal vez el asesinato de Litvinenko no es una razón de estado, sino una cuestión intensamente personal.

domingo, 24 de julio de 2016

Simón Bolívar, el hombre de las dificultades imposibles de resolver


Mario Szichman

“Solo existe la verdad que hiere”
Napoleón Bonaparte





En 1829, Henri La Fayette Villaume Ducoudray Holstein, publicó Memoirs of Simon Bolivar: President Liberator of the Republic of Colombia,  en la editorial S. G. Goodrich, de Boston, Massachussets. El libro fue luego traducido al alemán y al francés. Recién en el 2010, es decir, 180 años después, apareció una edición en castellano (Terra Firma editores).
Ducoudray Holstein es una de las bestias negras de los pergeñadores del mito bolivariano, al igual que otros militares europeos que revistaron en los ejércitos de La Gran Colombia. En mi opinión, todos ellos, especialmente Gustavus Hippisley en su Narrative of the Expedition to the Rivers Orinoco and Apure in South America, Londres, 1819, y el anónimo autor de Recollection of a Service of Three Years During the War of Extermination, by an Officer of the Colombian Navy (1828), son muy superiores a la mayoría de los historiadores venezolanos, con excepción de Vicente Lecuna, autor de Crónica Razonada de las guerras de Bolívar. Aunque Lecuna era un fervoroso bolivariano, sus argumentos son muy respetables, y es invaluable a la hora de reseñar batallas. Es de lamentar que el culto a Bolívar haya sido una de las piedras angulares de todo presidente asentado en el Palacio de Miraflores. (En ese sentido, recomiendo de manera entusiasta, el ensayo El culto a Bolívar, del gran historiador German Carrera Damas, donde demuele el mito con gran ironía y excelentes fuentes).
Puede acusarse a Ducoudray Holstein de escribir acerca del héroe epónimo con indignación, porque Bolívar se rehusó a darle varias promociones previamente prometidas; pero nadie le puede negar sus aptitudes militares o su prolija documentación.
Ducoudray Holstein sirvió en Francia durante toda la época de la Revolución, y fue luego agregado al estado mayor de Napoleón Bonaparte. Tras la caída del emperador de los franceses, decidió ofrecer sus servicios en la Gran Colombia, y obtuvo en Cartagena el más alto rango militar, el de jefe de brigada. Fue comandante en jefe de los fuertes de Boca Chica, y estuvo en contacto con Bolívar y sus subalternos durante varios años. Muchas de las acusaciones que formuló contra el Libertador están corroboradas en numerosas fuentes. De su excelente libro puede obtenerse un vívido retrato del jefe de los independentistas  de la Gran Colombia. Tal vez el prócer pierde bastante de sus méritos, aunque gana como ser humano. Un héroe de carne y hueso es más importante para su pueblo que el creado por las oficinas de propaganda de sus gobiernos. Ofrece al menos a sus seguidores la posibilidad de emularlos, al menos en sus virtudes.
            Ducoudray Holstein era capaz de reconocer los méritos del Libertador. En uno de los capítulos dice: “Debo hacer justicia al general Bolívar. Puedo afirmar que jamás ha sido un hombre avaro, o que se muera por hacer dinero. Es muy generoso, y poco o nada le importa el dinero. Lo vi una vez vaciando su saquillo de dinero y darle a un oficial hasta el último doblón, quien le había pedido dinero a razón de su salario. Cuando éste se fue, el general se dio la vuelta y me dijo: ´Este pobre diablo está más necesitado que yo, y estas monedas de oro son insignificantes para mí, le he dado todo lo que tenía´”.
No es fácil otorgar al enemigo virtudes, especialmente, en materia de dinero. Balzac solía decir que no se puede ser un gran hombre a bajo precio. Y Bolívar, en ese sentido, era un gran hombre. Tras ser uno de los hombres más ricos de la Capitanía General de Venezuela, terminó no en la pobreza, sino en la miseria.  La lucha por la independencia de varias naciones de América Latina consumió sus ahorros, y no es leyenda, sino realidad, que al morir solo tenía una camisa. Estaba sediento de gloria. Todo lo sacrificó en esa empresa.
Pero, como lo han demostrado otros próceres también sedientos de gloria, la ambición le hizo cometer  numerosos desaciertos. Fue muy cruel y muy mezquino en el tratamiento a sus rivales, comenzando por el Precursor Francisco de Miranda [i].
Bolívar asumió el comando de la fortaleza más poderosa de Venezuela, la de Puerto Cabello, en septiembre de 1811. En junio de 1812, prisioneros españoles confinados en la ciudadela se alzaron, mataron a sus guardias, y la tomaron. Bolívar, en una acción que luego copiaría en varias ocasiones, huyó de la fortaleza como alma que lleva el diablo. Lo acompañaban ocho de sus oficiales, entre ellos Tomás Montilla, uno de sus amigos. Los historiadores coinciden en que la debacle de la Primera República fue resultado de la caída de Puerto Cabello. Bolívar, temiendo ser recriminado por Miranda, encomendó a Tomás Montilla la tarea de explicarle al Precursor, la mala nueva. (Karl Marx dijo en un ensayo periodístico que Bolívar era “el mariscal de las derrotas”).
Entre tanto, Domingo Monteverde, jefe de las fuerzas españolas, logró revertir la  situación en la capitanía general, pues los 1.200 prisioneros españoles en Puerto Cabello constituían una fuerza militar muy respetable. Además, había grandes depósitos de armas y de municiones, y el puerto, uno de los mejores de Venezuela, le permitiría recibir suministros necesarios para continuar la lucha.
La toma de Puerto Cabello por los españoles fue una de las peores catástrofes de la prolongada guerra por la independencia. Desmoralizó a las fuerzas patriotas, hizo que varias docenas de valiosos oficiales  renunciaran al servicio, y que otros directamente desertaran.
Tras recibir la noticia de la caída de Puerto Cabello en su cuartel general de La Victoria, Miranda descubrió que todo estaba perdido, y cuando Monteverde le ofreció una “honrosa capitulación”,  que nunca cumplió, el generalísimo aceptó.
La capitulación fue firmada el 26 de julio de 1812, Miranda pasó de La Victoria a Caracas. De allí se dirigió al puerto de La Guaira, en su intento por abandonar Venezuela a bordo de la corbeta inglesa Saphire.
En La Guaira esperaban a Miranda el comandante militar republicano Manuel María Casas, el jefe político de la localidad, el doctor Miguel Peña, y el teniente coronel Simón Bolívar. Ese triunvirato se encargó de traicionar a Miranda, y de entregarlo a los españoles. Ducoudray Holstein da una excelente descripción de lo ocurrido ese 30 de julio de 1812, algo factible de corroborar en una muy buena biografía de William S. Robertson.
Tras la captura de Miranda, los conjurados le escribieron una carta a Monteverde, informándole de su arresto. Miranda fue enviado en una embarcación a Puerto Rico, y de allí a Cádiz. Murió cuatro años más tarde en el fuerte de La Carraca, sus restos nunca fueron hallados, y ahora, en el Panteón Nacional, solo se hallan sepultados los restos de Bolívar, aunque El Precursor hizo méritos más que suficientes para compartirlo.
Ducoudray Holstein añade que poco después de la entrada de Monteverde a Caracas, Bolívar “tuvo una audiencia con este comandante español, quien lo recibió muy atentamente, y le expresó su satisfacción de que él, Bolívar, hubiese sido un instrumento para poder castigar al traidor Miranda, un rebelde para su Rey. Monteverde prontamente le otorgó un pasaporte para abandonar el país, y escuchando que era su deseo viajar a Curazao, le entregó una carta con una gran recomendación” a un comerciante inglés que debía viajar en la misma embarcación. A bordo de la nave ocurrió un interesante incidente. Cuando el comerciante abrió la carta de Monteverde, y descubrió que el portador de la misma era Bolívar, “expresó en fuertes términos su desaprobación por la conducta” del futuro Libertador en relación a Miranda, “y sin permitirle responder ni una palabra, le ordenó abandonar la embarcación”.  Aunque Bolívar “intentó en vano justificarse” ante el comerciante,  dice el autor de las memorias, “fue obligado a bajarse de la embarcación”. Por suerte consiguió otra en que también viajaba su primo, José Félix Ribas, un valiente general de la independencia, a quien, años más tarde, los españoles capturaron, asaron su cabeza, y la colgaron de una jaula frente a su residencia en Caracas, para que su esposa la observara de manera cotidiana desde la ventana de su dormitorio. (Eso lo conté en la novela Los años de la guerra a muerte).
Ducoudray Holstein señaló que Bolívar tuvo “la fortuna de beneficiarse gracias a la valentía, habilidad y patriotismo de otros. Cuando Ribas fue asesinado, Bolívar huyó. (Manuel) Piar conquistó Guayana en la ausencia de Bolívar, y a pesar de este triunfo, fue condenado a muerte”. Por cierto, la conquista de Guayana por Piar abrió el camino a la reconquista de Venezuela. Bolívar siempre estuvo obsesionado con Caracas, aunque esa ciudad se caracterizó por ser la primera en rendirse, y  la última en liberarse. El vergonzoso juicio a Piar, amañado con la ayuda del general Carlos Soublette, quien fue su fiscal, muestra lo peor de Bolívar: no toleraba rivales.
El general José Antonio Páez, el mejor guerrero de la independencia de la Gran Colombia, “era victorioso cuando Bolívar no estaba con él, y vencido cuando Bolívar dirigía las operaciones militares”. Otro gran militar, el mariscal Antonio José de Sucre, quien obtuvo la victoria decisiva de las armas patriotas, “ganó la Batalla de Ayacucho en Perú cuando Bolívar estaba enfermo”, señaló Ducoudray Holstein.
El historiador alega que un jefe militar más diestro que Bolívar podría haber derrotado a los españoles en tres meses durante la llamada Campaña Admirable de 1813, pero que despilfarró la victoria de una manera incomprensible. Bolívar estaba más interesado en controlar el poder y en ser un dictador omnímodo, señala el historiador, que en afianzar las instituciones. Y un poder absoluto exige encargarse de todas las tomas de decisiones, sin delegar en nadie la autoridad.
     Muchas de las razones de la victoria final de Bolívar no están en sus conquistas militares, sino en la situación que vivió España en la segunda década del siglo diecinueve, a partir del Pronunciamiento del comandante Rafael de Riego  el 1º de enero de 1820 en Cabezas de San Juan, Sevilla. Aunque el pronunciamiento fue resultado de un golpe militar  entre oficiales de las tropas destinadas a luchar contra la sublevación americana, en ese momento los españoles tenían fuerza suficiente para seguir combatiendo a los patriotas. Es necesario agregar que en esa ocasión, Bolívar se manejó como un hábil político.
En junio de 1820, y a raíz de asonada de Riego, el general español Pablo Morillo recibió órdenes de negociar con los insurrectos. Posteriormente Bolívar y Morillo se reunieron en la ciudad de Santa Ana, y firmaron una tregua de seis meses, seguida por otra denominada “La Regularización de la Guerra”.
Aunque el poder de España en las colonias se prolongó algo más allá de la derrota de Ayacucho, muchos asignan el debilitamiento del ejército a la sublevación de Riego, y a las luchas intestinas en la Península entre liberales y absolutistas.
El libro de Ducoudray Holstein, además de resultar apasionante y estar muy bien escrito, contribuye a un mejor conocimiento de la historia latinoamericana porque no solo analiza la figura de Bolívar,  sino los dos pueblos que integraron la Gran Colombia, sus abismales diferencias, su cultura, sus anhelos, y sus proyectos.
Para entender la trágica Venezuela actual, es útil analizar la sociedad de la Capitanía General de Venezuela. Había un germen de autoritarismo representado por Bolívar, que nunca pudo ser eliminado.
Cuando Bolívar viajó al Perú para intervenir en su guerra civil, y dominar a las facciones del marqués de Torre Tagle y de José de la Riva Agüero, mostró sus virtudes y defectos, que nunca lo abandonaron.
Señalé en un trabajo previo que lo habitual en un caudillo era emplazarse en un lugar, y desde allí iniciar la conquista del poder. Pero ese no era el estilo de Bolívar. Él estaba varado en el centro de la nada, rodeado por la anarquía. Tal vez por eso algunos sectores patriotas lo convocaron a Lima. Era el hombre de las dificultades. Su tarea no consistía en remediar calamidades: solo en vaticinarlas y augurar tiempos peores.
Muchos  de los militares que habían iniciado la brega con Bolívar estaban muertos, otros se pudrían en las cárceles de España o habían abandonado la lucha, algunos cansados, otros disgustados, todos burlados. Sólo quedaban en pie de guerra los carentes de influencia o los rebosantes de cinismo. Entre ellos, Bolívar emergía como un gigante.
Al comienzo de la lucha, Bolívar había ostentado esperanzas del mismo modo en que otros lucían escarapelas en sus sombreros. Pero descubrió temprano que los ilusos morían en la primera línea del frente. Vivir consistía en sobrevivir, la tregua era mejor que el combate, el solaz del amor más memorable que el choque entre ejércitos rivales. Y un día, cuando estuvo a punto de ser asesinado por un negro de su confianza en Jamaica, reconoció la clarividencia de toda desilusión. El pueblo solo rendía culto a las pitonisas que vaticinaban derrotas. Nadie se perpetuaba en el poder augurando el bienestar. Bolívar logró participar en los gobiernos patrios tras anclar su destino a la adversidad de los tiempos futuros.
Los peruanos habían convocado a Bolívar a fin de corroborar que era imposible salvar al Perú. Era necesario retroceder a la época del diluvio universal para encontrar una comarca semejante. Y como trasfondo estaba siempre la guerra civil. Los Pizarro se habían enfrentado a los Almagro, el virrey La Serna se había opuesto a Pezuela, Riva Agüero al Congreso, Torre Tagle a Riva Agüero. No pasaba día sin que una facción se dividiera y sus miembros se agredieran con denuedo. Y sin importar quién saqueaba esas tierras, lo primero que hacía era bautizar con otros nombres a sus habitantes naturales, a sus ríos, a sus montañas, para tornarlos extraños en tierra extraña.
Taumaturgo de la política, no pasaba un mes sin que Bolívar renunciara a cargos, honores, o prebendas. Aunque amaba el poder, odiaba administrarlo, examinar las cuentas del erario público, conversar con ministros que tutelaban sus sonrisas como los clérigos preservaban la eucaristía. Bolívar dedicaba más tiempo a declinar responsabilidades que a gobernar. Y cada renuncia a ejercer el poder lo hacía más omnímodo. Napoleón le había enseñado que los reales emblemas del poder eran su sombrero bicornio, sus botas hasta los muslos, su sable corvo, el gesto de acariciar el lóbulo de algún general sumiso. El resto consistía en titubear, esperar a que otros se decidieran a fracasar, hartos de tantos preámbulos.
La demora era la esposa fiel de Bolívar. Nunca lo había traicionado. El destino de quienes se habían apresurado a desafiarlo era siempre una lápida al borde de su sepulcro, o una losa pesando sobre su reputación. Bolívar se agrandaba en el fiasco. Sus palabras eran acatadas de manera abyecta; sus proyectos de leyes eran sancionados a mano alzada. Quien no era dócil se hacía sospechoso, quien lo cuestionaba, se convertía en traidor. La fidelidad consistía en asociarse a la arbitrariedad acaudillada por Bolívar.
En definitiva, Bolívar no era venezolano,  era caraqueño. No había nacido en los Llanos, como Páez, no tenía la ferocidad y convicción del Diablo Briceño, primer postulante de la Guerra a Muerte, un andino.
Siempre me encantó la definición que hizo el historiador español Mariano Torrente de Caracas y de sus habitantes. En su libro Historia de la revolución hispanoamericana decía Torrente:
“La capital de las provincias de Venezuela, Caracas, ha sido la fragua principal de la insurrección americana. Su clima vivificador ha producido los hombres más políticos y osados, los más emprendedores y esforzados, los más viciosos é intrigantes, y los más distinguidos por el precoz desarrollo de sus facultades intelectuales. La viveza de estos naturales compite con su voluptuosidad, el genio con la travesura, el disimulo con la astucia, el vigor de su pluma con la precisión de sus conceptos, los estímulos de la gloria con la ambición de mando y la sagacidad con la malicia. Con tales elementos no es de extrañar que este país haya sido el más marcado en todos los anales de la revolución moderna”.
Bolívar es un excelente ejemplo.





[i]  Ver el trabajo de la profesora Carmen Virginia Carrillo “Dos siglos de la muerte de Francisco de Miranda” publicado en este blog el 13 de julio de 2016, donde analiza la personalidad del Precursor a través de la historia y de la ficción en su ensayo El precursor de la independencia hispanoamericana a tres voces.
http://marioszichman.blogspot.com/2016/07/dos-siglos-de-la-muerte-de-francisco-de.html