sábado, 23 de junio de 2018

"A la saga de la novísima novela histórica Las dos muertes del general Simón Bolívar" de Juan Joel Linares Simancas



El profesor Juan Joel Linares Simancas, de la Universidad Nacional experimental
Simón Rodríguez, Venezuela, escribió este ensayo sobre mi novela  Las dos muertes del general Simón Bolívar. El trabajo forma parten del libro El libro Trilogía de la Patria Boba de Mario Szichman. Una propuesta de novela histórica del Siglo XXI. Trabajos críticos sobre su obra. (2014), que reúne ensayos críticos sobre mis novelas Los papeles de Miranda, Las dos muertes del general Simón Bolívar Los años de la guerra a muerte.  MS







Juan Joel Linares Simancas


            La novela histórica, en tanto  propuesta que ha brotado desde los albores mismos de la representación, asume un referente que se vuelca en discurso ficcional para alcanzar   posiciones destacadas en torno al discurso histórico, con el fin de generar reacciones o de replantearse otras miradas que si bien han establecido el ordenamiento cultural e ideológico también ha configurado un sistema que en gran medida apunta hacia la conformación de nuestras “comunidades imaginadas”. Estas experiencias narrativas de corte histórico, en este caso particular la nueva novela histórica de reciente aparición, van a permitir  el escenario para generar los otros discursos negados, acaso subyugados por  ese otro planteamiento del poder y sus interdictos. De manera que, la novela histórica, en tanto  representación de lo real, se convierte en fundamento para deconstruir los códices establecidos y oficiados por la historiografía: receptáculo de lo real que enuncia y limita los otros aspectos que han nacido de la conciencia de un sujeto. Conciencia que determinará la capacidad para interrogarse sobre los hechos verificados y verificables por el discurso histórico propiamente dicho.
Ante la crisis que subyace en  los estamentos de la modernidad y el surgimiento de una crisis de fundamento –en cuanto al fin de la historia– se propone, desde concepciones intersubjetivas,   el distanciamiento de este horizonte que durante algún tiempo mantuvo los escenarios para que, de esta manera se lograra perpetuar en el tiempo una conciencia que contribuyera a disciplinar los estamentos de orden que las ciencias históricas aguardaban para sí. En este sentido, la novela histórica clásica   sostiene  las estructuras   pero además reproduce  el discurso para enarbolar las glorias y acontecimientos heroicos; negando de esta manera a un sujeto: partícipe de su propia historia,  confinándolo  al silencio y a la subordinación. Esta negación  traerá como consecuencia el planteamiento y al mismo tiempo la instauración de otro orden que será puesto en representación a través de las distintas manifestaciones artísticas; entre ellas, la novela histórica o la novela en la historia, refiriéndose a ese discurso narrativo que tiene en la historia un asidero como recurso de la verdad,  que será puesta desde un distanciamiento para elaborar,  y así desplazar lo que consideramos hechos o registros para inaugurar los otros sentidos que acaecen en la novela histórica moderna; sentidos que pueden ser leídos desde la semiótica cultural que admite inflexiones en el sujeto que enuncia, pero que además cuestiona, desde su propio campo de verificabilidad, los enunciados dominantes que la historia de archivo y documentos han configurado desde sus propios dominios y núcleos de sentidos. De manera que, la novela histórica o la novísima novela histórica, propuesta que mira con detenimiento los hechos acaecidos en una época pasada, los cuestiona desde sus propias redes; y así construye el otro discurso que partirá esencialmente de un sujeto que observa,  también desde sus propias redes discursivas trayendo del pasado escrituras canonizadas por la norma que la  propia historiografía contempla. De manera que, haciendo una aproximación desde el ámbito de la semiosfera donde autor y lector del texto narrativo (historia y ficción), comportan aspectos que van a determinar los lugares de enunciación que generarán encuentros y desencuentros desde el propio plano narrativo.
            Desde  concepciones históricas, el lector revisa y lee, pero además se contamina y será su propia aproximación  lo que determinará lo causal en el hecho de traer la historia hacia el presente. El escritor de novela histórica propiciará también una suerte de contaminados encuentros, ya que este además posee miradas hacia ese hecho acaecido, y lo que pretende desde la ficción hacernos saber y darnos a  conocer y comprender.
Observamos de esta manera por un lado la posición que asume frente a los discursos oficiales de poder,  acaso lagunas discursivas que se van diseminando con el pasar del tiempo. Como consecuencia, se aparta en aras de constituir un referente que marque una suerte de distanciación no solo con los personajes  que activamente participan en el entramado narrativo sino que a su vez son elaborados con el fin de contribuir con la instauración de nuevos códigos, altamente sugestivos . En este sentido, Carlos Pacheco asienta que “nuestra novela histórica funcionó tradicionalmente, de manera especial hacia mediados del siglo XIX, como bastión de refuerzo en el proceso de diseño, desarrollo y consolidación de los proyectos nacionales en cada uno de nuestros países” (Pacheco, 2001: 209); y  que  desencadenaría  una serie de circunstancias que pretendieron leer el mundo, y así descifrarlo para establecer desde sus murallas inalcanzables un  discurso que luego sería  rebatido, no solo por el sujeto que enuncia,   sino también por el lector quien asumirá posiciones críticas y que se permitirá, desde sucesiones de interpretación, la otra lectura que abrirá horizontes de certezas pero también de incertidumbres ante estas representaciones narrativas. En este sentido, el relato que parte esencialmente de referentes históricos, nacido desde los albores de la criticidad y de la subjetivación de los sujetos, reconfigurará otro sentido para la historia,  que seguramente ofrecerá desde visiones reales la aparición de una conciencia que ya no será la que deconstruya sus lógicas, sino que también desacralice y desmitifique  las intenciones afirmativas por la propia ciencia histórica concebida como lo que no se debe tocar, ni siquiera mirar con detenimiento; de lo contrario estaríamos poniendo al descubierto aspectos de poder, muy ligado por supuesto, a  una verdad que la misma historia y sus tentáculos han construido;  y de esta manera enarbolar una vez más las glorias con sus héroes, abriendo así la brecha para su legitimación, la cual se apoya en un poder político.
La intención de los diferentes discursos históricos es afirmar un sistema que mida los fundamentos objetivos, en cuanto a principios que permitan enaltecer los acontecimientos que solamente den sentido y razón a sus propios intereses. Se trata de intereses con cierta carga ideológica necesaria para su perpetuidad.
            En cierta medida, podríamos afirmar que   la novela histórica será una suerte de contraofensiva que surgirá desde una conciencia que no pretende radicalizar el discurso oficial histórico, ni asumir que la nueva novela histórica plantee la reinvención de la historia; tal como lo señaló Carlos Pacheco citado por Carrillo. (Carrillo, 2004: 132)
 En este sentido, tanto la historia como la literatura se entrecruzan con otros discursos, produciendo una mirada subjetiva de la historia, como género discursivo que comporta sus propias lógicas. El cuerpo textual se asume desde una perspectiva donde participan activamente otros mecanismos de significación. La representación de los héroes, que había sido manejada por el discurso del poder omnímodo de forma ideologizada, en Szichman se transforma en cuanto el narrador devuelve la voz al  sujeto histórico, mostrándolo con sus debilidades y flaquezas. Con ello se logra que tanto el cuerpo narrativo, como el discurso histórico novelesco cobre un nuevo sentido y resignificación. Tanto los personajes como el propio argumento  devienen en sentido cuando son tomados por la novela histórica desde principios de cercanía y no de “ajenidad”. Podríamos decir que no son meros instrumentos o entes de papel, sino que también comportan niveles de conciencia y es parte de su universo discursivo propiamente dicho. En un extenso artículo titulado “El proceso independentista venezolano; una lectura semiótica”, el investigador Luís Javier Hernández Carmona (2011) hace un paréntesis que parte fundamentalmente de estos enunciados: concebir el discurso histórico como referente que brota desde la semiótica de lo afectivo para entender las distintas relaciones que se han tejido en torno a la diversificación que  la propia historia se ha vislumbrado. De allí que la novísima novela histórica tome también parte de estos escenarios para acercarnos a sus héroes desde concepciones que han surgido desde la modernidad; un tanto para comprender y así deconstruir los estamentos de la historia como red de anhelados encuentros y con ello, generar procesos intersubjetivos que permitan identificar aspectos correlativos a los de la identidad y del deseo. En este sentido, las experiencias en cuanto a novelas históricas latinoamericanas contemporáneas estarán signadas fundamentalmente por estas pulsiones que si bien indagan acerca del pasado, como parte de esa identificación, también buscarán respuestas acerca de su propia historia. Recordemos la imprecisión y desmesurado tratamiento que el propio discurso histórico ha tenido, sobre todo en el proceso independentista venezolano.
Pero también podríamos pensar que “esa búsqueda es, histórica” tal como lo señalara Margoth Carrillo. Tales imprecisiones, acaso vacíos han, dado como respuesta al  nacimiento de un nuevo discurso, que no será distante ni siquiera considerado ajeno con respecto al tratamiento de la historia. En un  caso muy particular y a lo que nos llama a revisar es la novela Las dos muertes del general Simón Bolívar (2007) del escritor argentino Mario Szichman, quien escribe precisamente acudiendo a los signos ya mencionados anteriormente. La novela cuyo personaje principal es Simón Bolívar narra desde un escenario donde confluyen  sucesivos tiempos denominados cicloramas, que entrarán a formar parte  mediante la ficción, en un arsenal discursivo donde se cuentan  los últimos días del Libertador. Este procedimiento estético dentro de la novela que hacemos mención se contrapone a lo que comúnmente se venía prefigurando en la novela histórica tradicional, puesto que el tiempo no será lineal, sino que  en la medida que va transcurriendo los hechos estos se irán mostrando de manera fragmentada o a pedazos. Podría decirse que, en cuanto a la estructura   de  la novela con referentes históricos, estos se van dando de acuerdo  a cómo se aparecen  desde el recuerdo y la memoria.
Otro de los aspectos es la configuración del personaje. Para Lukács el personaje  como figura central y desde la composición clásica de la novela histórica  se asumirá como  mediocre y prosaico; y que en la nueva novela histórica, particularmente en la que hacemos mención a Bolívar y a  su representación según Víctor Bravo “no será invencible, sino frágil y lleno de dudas y contradicciones” (Bravo, 2007: 111).
Según los principios fundacionales,  la novela va a concentrar entre su estructura narrativa lo concerniente al destino del cuerpo patrio y al suyo como discurso que será puesto en el texto como un moribundo que rememora a partir de un enunciado relegado desde un ámbito de la muerte. Bolívar delira, y es  a partir de allí que  comienza a generarse como en una especie de pieza de teatro las otras historias como el encuentro con Francisco de Miranda durante su visita a Londres en 1810, y desde allí las otras historias que este contará desde el juego o la mentira que consistirá en que sólo se hace uso de ella para establecer otra lógica, pero que además permitirá la sucesión y la reconfiguración de estadios propios del discurso histórico oficial, digamos lo que ha acompañado a las empresas fundacionales  de las repúblicas. Para esto Bolívar dirá que luego de la muerte de Miranda, que sucederá seis después, seguirán siendo las mismas mentiras y con ellas, la  de la ficción. De manera que, este encuentro sostenido para llevar a cabo las ideas libertarias será ridiculizado en reiteradas ocasiones.
El ocultamiento de la identidad del propio Bolívar y de sus intenciones fijará sentido cuando su mentor lo oculte en esa trama de mentiras y sucesivas imprecisiones. Recordemos que Bolívar tenía a su cargo una encomienda para la independencia de las colonias españolas; y aun así Miranda crea desde su universo textual  una suerte de engaños que incomodarán al propio Bolívar, quien dirá que esas mismas patrañas y mentiras también formarán parte de su propio arsenal discursivo que adquirirá cuerpo desde la enunciación.
Un  sujeto que  cuenta su propia historia anunciando de entrada su ubicación en el propio discurso, que trazará desde el comienzo con un Yo, reconociéndose de esta manera no  como personaje de una leyenda que se hizo posteriormente historia, sino que abarcará en esa primera muerte las otras muertes que se harán posibles cuando todo caiga como en un telón de teatro; y quedarán escritas en documentos oficiales logrando de esta manera perpetuar otro orden,  pero que se convertirán en mentiras y de nuevo en historia, como discurso sacralizador. Se  tenderá otra trampa  que disfrazará  no solo el discurso historiográfico, sino todo aquel que pretenda atrapar y crear de esta manera una especie de inmortalidad. Al Libertador se le hace una máscara pero también se le registra con la conformidad de un héroe o de un padre para que de esta manera se le inmortalice su pensamiento y su acción. Pensamientos y acciones que serán ordenados para representar, desde el poder, la configuración de constructos patrios.
Estas serán las que determinarán en un futuro las consignas oficiantes de un poder que está sobre los hombres, pero no con ellos. Bolívar, en medio de las incertidumbres y los desaciertos emprendidos durante las guerras de independencia, se halla desvanecido; pero esto no hará que sienta que a su alrededor se trama la traición;  y con ella, la anulación de los espacios discursivos que se entretejerán una vez que todo acabe con la muerte,  a la que manifiesta no temerle: “no es la muerte lo que me preocupa, querido amigo, sino la inmortalidad, que impide a una persona descansar tranquila en su tumba” (Szichman, 2004: 219). Una traición que rozará todos los escenarios o los entramados de la misma historia que negará su propio discurso en la posteridad anulando sus interdictos conceptuales.
            En el primer capítulo de la novela se suscitarán no sólo  aspectos de la memoria, también será  la nostalgia y la melancolía que desencadenará  los otros entrecruzamientos y paralelismos entre una historia y otra. Sucesos entre los que acompañan al Libertador y la memoria como una suerte de instancia que no acaba en el hecho discursivo, también este cobrará sentido y significado a partir del juego que se establece con los otros personajes que son percibidos por Bolívar como ayudantes,  pero que además son los que permitirán entrelazar las sucesos que en el pasado fueron lo que determinaron  el hilo entre el presente, pasado y  futuro. En cada uno de esos cicloramas o estadios temporales se mostrarán cada uno de los personajes, acaso actores, cada uno con sus propias historias y sus misterios. Por ejemplo Révérend, médico de cabecera, quien asumirá desde concepciones científicas el discurso de la razón, aunque se hallará signado además por aspectos filosóficos y hará que el propio diagnóstico ofrecido por Révérend sea desde la sensibilidad y no desde afecciones propiamente físicas. Para esto se lee “no deben olvidarse las afecciones morales, vivas y punzantes, como las que afligen continuamente el alma del General” (Szichman, 2007: 61)  que será fijada en documentos o boletines, pero que además contribuirá en parte a absolverlo de toda traición que se ha  ventilado desde las esferas del poder.
El General huele la traición, que no puede definirla, acaso precisarla de quien pueda venir; y esto le va generando al Libertador asuntos que poco a poco se tornarán  en los propios vacíos que la misma historia construye a través de mentiras y secretos que guardan también los que lo acompañan, y que se irá consumiendo en la medida en que la historia transcurre como en un enrevesado nido de serpientes. Ahí está Lebranche, el escultor, que fijará desde la escultura su máscara digna de  héroes y padres fundacionales. Sin embargo, Lebranche oculta algo, y será metaforizado a partir de los mismos quehaceres de su oficio. Por lo tanto, la soga y el yeso serán insistentemente nombrados, generando de esta manera  una serie de conectores entre su pasado y su  presente. 
José Palacios, criado y acompañante,  solo es enunciado por boca del Libertador,  pero actúa para  reconfigurar otro de los destinos inciertos y poco conocidos por la historia y es representado a partir de las sutiles descripciones que hace Bolívar de su criado, de quien no cree que venga la traición.
Otro interlocutor, Perú de Lacroix, registrará a través de la escritura los acontecimientos y fijará desde el orden y la representación un universo que se corresponderá no desde la cronología, sino desde el ciclorama donde se podía contemplar lo referente a los hechos que ocurren  en un plano presente. De alguna manera se logran visualizar todos los tiempos en uno solo; y de allí, se precisan con mayor tino las causas y consecuencias que podían desprenderse de nuestras acciones presentes. El Libertador no confiaba en la cronología la cual servía “solamente para olvidar los enemigos más antiguos” (Szichman, 2004: 223). En  el ciclorama “todo estaba en un mismo plano” (…) “Uno se colocaba en el centro y la historia se escurría ante sus ojos, todo al mismo tiempo. Y cada uno tenía la posibilidad de elegir la época y el futuro que más le conformara” (Szichman, 2004: 223)
Sin embargo, El Libertador atendiendo a sus más prosaicas reflexiones, acude desde esta perspectiva a recordar un pasado que ya no será el que comporte esas indagaciones por medio de un ciclo que se vuelve memoria, cuando hace referencia a este objeto que permite visualizar todos los tiempos en uno. Para esto dirá Bolívar:

 …en el ciclorama emerge de nuevo la figura de Miranda, cargando su propio tiempo con él. Un tiempo que nada tiene que ver con nuestra época. Boves murió lanceado en 1814, Miranda murió en una prisión en Cádiz dos años más tarde, pero la distancia que hay entre ambos es inmensa. Boves es mi contemporáneo. Miranda es tan remoto como un cónsul romano. Está separado no sólo de nuestro tiempo sino de nuestra geografía, y especialmente de nuestra atmósfera (Szichman, 2004: 224).

            El ciclorama, en contraposición al orden de la historia, será puesto en escena a través de la memoria, que es también una suerte de nostalgia y de melancolía por los sucesos que fueron y que ahora vuelven  a posarse en una conciencia que está plegada a un presente de amargas decisiones e incontables desaciertos, ante los sueños libertarios. De allí, la negación hacia lo propiamente cronológico  que simboliza   el tiempo lineal. Será la novela histórica la que traiga todos estos aspectos desplazados, acaso negados por el discurso oficial dominante. Pero también podríamos pensar que es la novela como planteamiento de la modernidad una suerte de ciclorama donde todos los tiempos confluyen.
En una entrevista el mismo Mario Szichman declaraba abiertamente que una de las ventajas que tiene la nueva novela histórica sobre la historia es que nos evita la cronología, y que podíamos visualizar “un episodio   desde distintos ángulos, y cada vez, mostrar mejor a los personajes” (Linares, 2012: 166)    
            Este procedimiento dentro de la novela histórica se va diseminando desde distintos planos y recurrencias. Discursos paralelos que  se van entrecruzando desde que comienzan hasta que  termina con la muerte del Libertador, para volver a su ciclo de origen. Y la historia, que está siendo representada por sus actores, o actantes en un drama que constantemente huele a traición, se tornará en discurso revisitado, podríamos decir deconstruído, resignificado, para establecer desde esas mismas miradas otro sistema de signos culturales que constantemente son dinamizados por estas novedosas propuestas narrativas de corte histórico.
Sin embargo, el mismo discurso oficiante y complaciente eclipsará todo intento por  desmesurar los contenidos ofrecidos por el cuerpo textual que será puesto en reiteradas ocasiones como episodios que en nada contribuyen a ese otro discurso que se irá desperezando por los sujetos que participan en el discurso narrativo histórico, cuando entren a un sistema de signos de ordenación, y rechazará todo aquel contenido raro, o poco usual en las ciencias historiográficas. En una parte del texto se dice:
Ordenamiento desde los propios discursos oficiales que se abrazará a las glorias con sus padres enarbolando una vez más las grandes batallas y empresas libertarias de toda la América del Sur. De acuerdo a lo citado anteriormente, podemos inferir los propósitos que  la propia historia  ha venido construyendo. Se trata de un corpus que arropa, pero que al mismo tiempo desplaza no sólo el argumento que  la propia historia  ha venido consolidando, sino también el ocultamiento de una historia personal, digamos amorosa, carnal y humana. Bolívar como figura central dentro del texto es desplazado como cuerpo, y puesto bajo los dominios supremos de la historia.
Esa Historia aplazará todo intento de ese  sujeto sensible que padece, pero que además siente  los embates que el mismo documento soporta como evidencia para crear desde un imaginario que se hará real cuando sus héroes asciendan y se hagan inmortales. La inmortalidad, “que impide a una persona descansar tranquila en su tumba” (Szichman, 2004: 219).  Así los márgenes, pliegues y periferias serán consumados en el olvido. Ni siquiera estarán puestos al pie de las páginas; para  ello dirá Bolívar “Algo raro está ocurriendo. Primero los libros pierden páginas con datos importantes. Luego se trastocan los tipos en una gacetilla” (Szichman, 2004: 252). Trastocar, que es igual a seleccionar u ordenar los contenidos de la historia que debían  trascender,  y así construir referentes o constructos fundacionales de las recientes naciones y posibles proyectos constitucionales que también serán  sometidos al escrutinio emanado del poder. De allí que también se comience a precisar otra de las historias poco abordadas, salvo algunas tentativas epistolares que sostuvo el Libertador con la  quiteña Manuela Sáez, y que en la novela de Szichman encontrará asideros para representar a un Bolívar que teme por los innumerables desaciertos acaecidos a su alrededor, pero también a un ser desde la sensibilidad que solo el amor hace posible. En este sentido, Bolívar nos dirá “Recién con Manuela llego al amor adulto. Sólo a ella me atrevo a tocarla, sentirla, saborearla y enlazarla a mí por todos los contactos” (Szichman, 2004: 45) Y desde allí, es de  donde parte el sujeto que despliega todo un referente acerca del amor, Manuela será Elena,  Eurídice: todos los nombres en uno. Bolívar, al igual que los poetas románticos del siglo XIX, se abrazará a una sola propuesta: un ser desnudo ante lo abominable del mundo. Y será Ella,  como diría Juan Sánchez Peláez “la que burla mi carne, la que solloza en mi sombra, mi fuerza ante el paisaje. Ella,  nos dirá el poeta Manuela / Elena, es alga de la tierra ola de mar” (Sánchez, 1993: 53). Y será ella la que inicie ese gran viaje hacia la comprensión del mundo y sus reiterados desafíos.
Bolívar sucumbe ante la maga que lo desafiará constantemente en los devenires de la historia y  que también será desplazada hacia los confines inesperados. “Será tan fácil” nos dirá el narrador “borrar las huellas que dejó Manuela durante su estadía, mi amable loca” (Szichman, 2004: 255) y así se irán  igualmente esfumando todos los recuerdos a partir de una ensoñación que volverá siempre desde la memoria del Libertador que hará como una especie de inventario, acaso de escrutinio donde seguirá los pasos a sus enemigos y las palabras que su amanuense recopilará u ordenará. Y su amada Manuela se despedirá en medio de delirios y convulsiones. “sintiendo no tanto el temor de ese cuerpo adusto como la dulzona piedad que recibirá en los años futuros. Me duermo seguro que al despertar el cuerpo de Manuela brillará ausente en la reposera” (Szichman, 2004: 249).
Sin embargo, nada puede hacer Bolívar para salvar a su amable loca del destino retrospectivo, cuando será expuesta al escarnio público por sus detractores y enemigos. Y dirá el Libertador “el hijo bastardo es reconocido, el militar  que se ha excedido en su salvajismo es amnistiado, el juez prevaricador es perdonado, el cura pecador es exiliado a otra parroquia, las tierras confiscadas son devueltas, pero la amante descarriada siempre termina en el muladar” (Szichman, 2004: 267).
Manuela volverá a los silencios  que deviene de esa historia oficial y será confinada a la indeterminación más cruel. Cercenará su voz en medio de los acontecimientos más adustos que solo son trazados desde un poder omnímodo y gradual. Y así como ella, también lo será  Bolívar: ajeno y distante como su voz. El telón caerá desde una sucesión de espacios que solo la novela histórica abarca, y seguirá extinguiéndose, y los espectadores de ese teatro volverán a su rutina olvidándolos  para siempre.
De esta manera, la propuesta narrativa histórica de Mario Szichman es considerada desde actitudes nacidas de la crítica y el cuestionamiento de los fundamentos establecidos por el discurso histórico, en un planteamiento que si bien dialoga constantemente con los hechos del pasado también arroja miradas que han consistido precisamente en reinterpretar acontecimientos históricos de gran relevancia. Así, de una manera celebratoria, se acude a nuevos horizontes de reflexión, en torno a las figuras que han sido y que siguen estando bajo el dominio oscurantista y oficial de la historiografía.
Otro de los  aspectos contenidos en la novela de Szichman es el que tiene que ver  con el tratamiento del discurso histórico, y de qué manera se vuelca produciéndose en  una suerte  de  irreverencia y cierta pauta irónica que da por sentada la forma deconstructiva en cuanto a principios de composición narrativa clásica. Esos principios comportaban entre sus núcleos de poder lo concerniente “a legitimar y reproducir una noción de nación” (Pacheco, 2001: 210) el punto más resaltante en reiteradas experiencias narrativas consideradas como su punto más resaltante. En la novela de Szichman ese enfoque parece estar creando nuevas certezas de diálogo. Es por ello, que esta novela  podría ser entendida en función de lo que la investigadora Margoth Carrillo ha señalado, con bastante precisión, como el nuevo discurso histórico contemporáneo y que se estaría considerando en novedosas propuestas literarias con referentes históricos. Uno de ellos, es la capacidad de interrogación y una aptitud crítica respecto al pasado. Para esto dirá Carrillo “En todo ello observamos también un trabajo en el que se incorporan, niegan, afirman u omiten aspectos de la tradición literaria o de la historia, en aras de proponer una idea de la novela o de la misma realidad quizá mucho más densa y compleja que la anterior” (Carrillo, 2004: 143). Ahora es necesario preguntar ¿Qué aspectos se pretenden “incorporar, negar o afirmar” con la nueva novela histórica que no fueron considerados en su momento por la tradición  literaria, y que ahora,  con estas nuevas experiencias narrativas, se intentan abordar de manera real y con cierta aptitud crítica que ha emergido de la propia conciencia de un sujeto que ha brotado desde un universo de significación y sentido? Con esta formulación se estarían asomando otras dimensiones que sería  conveniente revisar en posteriores investigaciones, abriendo sucesivos horizontes acerca de la novísima novela histórica.
La novela de Szichman se teje en torno al argumento histórico que será puesto, en reiteradas ocasiones, en un constante diálogo para resignificar los acontecimientos que devienen en sentido. Dentro del hilo discursivo, los personajes asumen una voz  que proponen una versión de la historia y de sus circunstancias, que los definen y los dinamizan como sujetos y no como simples recursos narrativos. Con esa premisa, la historia como argumento  cobrará un nuevo sentido y nuevos códigos se abrirán para su comprensión. En relación al diálogo, Carrillo dice que es una forma primordial de abordar la historia, de explorar y profundizar en un tiempo y en una tradición que se actualizan y cobran vida, sin restricciones en el cuerpo  textual” (Carrillo, 2004: 148).
En Las dos muertes del General Simón Bolívar esa tendencia se establece en la medida en que los personajes no son meros instrumentos o recursos propios de la narración, sino que poseen conciencia y se mueven en una trama donde reflexionan sobre ese  mismo discurso oficial en que están inmersos. Además, analizan el  destino que los glorificará o los sepultará bajo un cúmulo de escombros discursivos.
Los personajes cobran otro significado a partir de su enunciación de sujetos que poseen voz y que determinarán su propio destino. Es por eso que la nueva novela histórica versará sobre estos eventos que si bien revisan o cuestionan los sucesos del pasado también inauguran acontecimientos que solo la narrativa histórica contemporánea es capaz de relatar. Sin lugar a dudas crea una especie de distanciamiento sobre estas dos formas de narrar.  Creemos que la nueva novela en la historia se producirá desde la certeza y la cercanía de nuevos horizontes que sobre el pasado se han tenido, y con ellos, la posibilidad de precisar nuevas miradas de comprensión y diálogo. Sin caer en una suerte de especulación seudo temática acerca de estas novedosas e inteligentes propuestas narrativas, pensamos  que ciertos episodios de nuestra historia y de las historias de nuestro contexto aún siguen siendo revisitados como consecuencia de los innumerables desaciertos que la misma historiografía ha pretendido desde sus torres de marfil hacernos leer y comprender como parte de su campaña que ha silenciado sistemáticamente las otras versiones sometiéndolas y expurgándolas de todo signo raro o poco habitual. Quizás se deba, en parte, a que estas experiencias narrativas con referentes históricos constantemente siguen estando bajo la mirada colectiva con el fin de “ofrecer nuevas versiones estéticamente retrabajadas de lo ya sabido” y someter a la memoria – colectiva, también un sistema de imágenes culturales siempre en proceso de reconstituirse – a un nuevo escrutinio, cuestionador y resemantizador” (Pacheco, 2001: 211). En este sentido, la novela Las dos muertes del general  Simón Bolívar del escritor Mario Szichman celebra desde la otra orilla nuevos horizontes que han permitido la adopción de novedosas estrategias que nos acercan a nuestra historia: esta vez sin ambages, ni sombras.  
Referencias Bibliohemerográficas: 
Bravo, Víctor. 2007. El señor de los tristes y otros ensayos. Caracas: Monte Ávila.
Carrillo, Margot. 2004 “La novela histórica  las posibilidades de un género”. Revista    CONCIENCIACTIVA. Nº 6. Pp. 128-153.
Hernández Carmona, Luís Javier. 2011 “El proceso independentista venezolano; una     lectura semiótica”. Revista Ágora. Nº 27. Pp. 99- 118
Linares Simancas, Juan Joel. 2012 “Entrevista a Mario Szichman La historia latino-    americana está por hacerse” Revista Ágora. Nº 30. Pp. 164-175.
Pacheco, Carlos. 2001 “La historia en la ficción hispanomericana contemporánea:     perspectivas y problemas para una agenda crítica.” Revista Estudios. Nº18. Pp. 205-221.   Sánchez Peláez, Juan. 1993. Poesía. Caracas Monte Ávila Editores.
Szichman, Mario. 2004. Las dos muertes del general Simón Bolívar. Caracas. El Centauro Editores.



1 comentario:

  1. Gracias amigo por recordar este trabajo. Recién elaboré una reseña del libro del profesor Luis Javier " Transgredir para historiar...", luego te lo envío, un abrazo...

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