domingo, 21 de mayo de 2017

Vestir al desnudo: El hombre invisible de H.G. Wells

Mario Szichman

El acosado hombre invisible que
tiene que dormir con los ojos abiertos
porque sus párpados no excluyen la luz 
es nuestra soledad y nuestro terror”.
Jorge Luis Borges



Más allá de la espléndida cita de Borges sobre El hombre invisible de Herbert George Wells, el escritor argentino hizo varias alusiones a uno de los personajes más extraordinarios de la narrativa moderna. Porque el hombre invisible convoca todo tipo de aprensiones. Por un lado, recuerda un súper hombre, capaz de alterar la vida de sus semejantes. Pero Borges logró evaluarlo más allá de la admiración. Griffin, el protagonista de la novela, aunque maligno es un ser indefenso. Disfraza su imperceptible cuerpo con vestimentas que exageran su anormalidad. Solo es poderoso cuando puede transitar sin ellas, totalmente desprotegido.
En el capítulo cuarto de la novela, uno de los hombres que tropieza con Griffin le comenta a su interlocutor: “No había una mano, apenas una manga vacía. ¡Dios mío! ¡Creí que era una deformidad! … Luego pensé que había algo raro en todo eso. ¿Por qué diablos mostrar una manga abierta cuando no hay nada en ella? Y no hay nada en ella, se lo aseguro. Nada existe más abajo, hacia la articulación. Pude observar hasta el hombro, y vislumbré apenas una trémula luz brillando a través de una rasgadura de la tela”.


Curiosamente, el filme The Invisible Man, dirigido por James Whale, y estrenado en 1933, tiene más impacto que la novela. Eso se debe al contraste entre la burda presencia de Griffin, interpretado por Claude Rains, y su llamativa ausencia. Envuelto en vendajes, prácticamente de la cabeza a los pies, Griffin es apenas una exasperada voz. Cuando se libra de ellos con el propósito de concretar alguna acción, los objetos transitan en el aire: un candelabro con una vela encendida, una probeta de laboratorio, un plato con comida. Y la magnífica escena final, previa a la reaparición del cuerpo, delata la presencia del protagonista por las gotas de sangre surgidas de la nada que van cayendo en la nieve, tras ser herido de muerte.
 Wells publicó El hombre invisible en 1897, durante una explosión de talento creativo que produjo también La máquina del tiempo, y La guerra de los mundos, otras dos obras de ciencia ficción que han fraguado decenas de imitaciones.
La trama de El hombre invisible puede encontrarse en la alusión hecha por Platón a El anillo de Gyges en su libro La República. El anillo autoriza a su portador a convertirse en un ser invisible, y con propósitos inhumanos. Según Platón, toda persona inteligente abandona sus normas morales si pierde el temor de ser atrapada y castigada por cometer injusticias.
Nada puede aproximarse más a la idea del fantasma que el hombre invisible. Wells nos informa que Kemp, uno de los personajes que colaboró con  Griffin en sus investigaciones,  “se quedó en medio de su cuarto a fin de observar las vestiduras sin cabeza”. Según Kemp, contemplar a Griffin “anula todas mis preconcepciones. Son capaces de convertirme en un demente. ¡Pero son reales!”
Kemp debe estrechar una mano invisible. Su compañero es apenas a dressing gown, una bata de noche que habla, y profiere amenazas: “Quiero que me comprendas”, le dice Griffin a Kemp. “¡No quiero que existan intentos por obstaculizar mis tareas, o por capturarme! De lo contrario… “
Uno de los aspectos más fascinantes de la novela es la manera en que Wells confronta la salud mental de Kemp con el descenso de Griffin en la locura. Y es a través de la pantomima de la invisibilidad. “Griffin se sentó en la mesa del desayuno”, dice Wells. “Había una bata sin cabeza y sin manos que limpiaba labios invisibles en una servilleta sostenida de manera milagrosa”.

H.G.Wells con Orson Welles        

LA BUENA GENTE DEL CAMPO

La primera parte de la novela narra la irrupción de un extraño en una posada de la pequeña población inglesa de Iping. Se trata de una figura muy peculiar, que se encierra en su habitación para realizar experimentos científicos. Pesados ropajes y el rostro totalmente vendado, encubren al extraño, y lo hacen muy llamativo. Recién en la tercera parte, tras abandonar Iping dejando a su paso algunos heridos que han intentado capturarlo por cometer algunos desmanes, descubrimos el pasado de Griffin. Se trata de un científico que inventó una fórmula para hacerse invisible. Tras sufrir los inconvenientes de esa mutación y desesperado por volver a instalarse en un cuerpo ostensible, Griffin se hunde en la locura.
En el medio de la trama, Wells nos revela una brillante idea sobre la manera de convertir los objetos en invisibles: nuestro mundo es una ilusión creada por la luz. Técnicas de refracción podrían lograr la evaporación de nuestros cuerpos. Aunque la premisa es cuestionable, al menos uno de sus aspectos permitió a la narración reflejarse de manera tan poderosa en el cine —en blanco y negro—. La paleta del director artístico se restringe a luces y sombras, sin matices intermedios.
Pero a Wells, un gran conocedor de la tragedia, no le interesaban los efectos especiales sino el personaje central, así como sus penosas limitaciones. La principal de ellas, como lo destacó Borges, era su imposibilidad de dormir, “porque sus párpados no excluyen la luz”. Una reflexión interesante por parte de un escritor que terminó ciego.
Al mismo tiempo, Griffin, un hombre con la portentosa capacidad de cometer el mal y eludir sus consecuencias, obtiene escaso provecho de sus malandanzas. Es cierto, puede escamotear objetos, y obtener mucho dinero. Pero no logra disfrutar del producto de su robo. En realidad, el único beneficio de ser invisible, es cometer asesinatos sin el peligro de ser capturado.  
Como en todas sus novelas de ciencia ficción, Wells cuestionó el sitio que ocupa el científico en nuestro mundo. En realidad, contribuyó poderosamente a forjar el mito de The mad scientist, el científico loco. Un ejemplo posterior fue el Doctor Mabuse, creado por el novelista Norbert Jacques, y recreado en tres filmes por Fritz Lang.
Mabuse es un maestro del disfraz que se beneficia de la tecnología moderna para crear “una sociedad criminal”.  Es un paso más allá del urdido por Wells. Mabuse cuenta con un cuerpo visible en el cual deposita sus distintas apariencias. Nada de eso ocurre con Griffin, para quien la ropa es la única manera de exhibir su presencia en el mundo.
Wells dudaba de la sabiduría humana cuando se trataba de experimentos científicos. Basta ver cómo confronta a los habitantes del pueblo de Iping con el hombre invisible. Es obvio que la mayoría de los residentes de Iping son religiosos y muy supersticiosos. Griffin, en cambio, tiene una mente científica, que involucra la ausencia de piedad con otros seres humanos. El médico nazi Josef Mengele, encargado de tutelar los ensayos médicos en el campo de concentración de Auschwitz, creía que estaba contribuyendo al progreso de la humanidad cuando hacía experimentos con gemelos univitelinos. Los consideraba perfectos especímenes para sus estudios, pues mientras uno de ellos padecía, el otro servía de control. 
En el caso de Wells, aunque se inclinaba hacia el progreso de todas las ramas del saber científico, conocía la otra parte: el riesgo detrás del progreso. Encarnar a un nuevo tipo de científico en un hombre invisible fue un toque de genio. Ofreció al investigador un amplio campo para experimentar con sus congéneres, sin aparente peligro por sus indeseables consecuencias. Pero, la parte filosófica de Wells no podía aceptar esa idea. Nadie puede jugar a ser Dios con total impunidad. Aunque el enemigo parece acechar siempre afuera, terminamos víctimas de nuestras perversas intenciones.
Enfrentado Griffin, el científico, a seres que desprecia, plagados de supersticiones, se convierte primero en un paria y luego en un destructor. La teoría puede satisfacer hasta cierto punto. Pero luego surge, de manera inevitable, el ser humano, saturado de contradicciones, y con torpes atisbos de trascendencia.
Mientras centenares de escritores brillaron en su época, y luego abandonaron el escenario sin dejar recuerdos, Wells y sus novelas de ciencia ficción como El hombre invisible muestran una gran persistencia. Todas ellas parten de una ilusión: el perpetuo adelanto del ser humano. Luego, cuando comienza la experimentación, surgen las dificultades, y brota la amenaza del caos.
Las ilusiones de Griffin tropiezan con una realidad que su arrogancia nunca tomó en cuenta. Su incorporeidad absoluta es como la marca de la bestia. Griffin se basa en lo intangible, hasta que descubre su horror. Y cree que si recupera el cuerpo, rescatará su humanidad. Pero ya es tarde para todo. Solo la muerte le devolverá sus tres dimensiones.
En ese sentido, la ironía mayor de la novela radica en una frase del autor ya bien avanzada la narración: “Inclusive si un hombre fuese hecho de vidrio, seguiría siendo visible”. En su tránsito hacia la impiedad, Griffin ha dejado de existir en este mundo.


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