domingo, 28 de mayo de 2017

“Play it again, Sam!” La invención de Casablanca


Mario Szichman



Si Estados Unidos no existiese, Hollywood lo hubiera inventado. Hollywood ha fraguado o recreado, o glorificado, o puesto en la picota todo lo que ha ocurrido en Estados Unidos. Nos ha hecho confiar muchas veces en una historia apócrifa, parcamente aproximada al entorno, aunque formidable como mito. Según decía un personaje en el filme The Man Who Shot Liberty Valance:When the legend becomes fact, print the legend.” Cuando la leyenda se transforme en realidad, imprima la leyenda.

 The Federal Bureau of Investigation, el FBI, fue reformulado por Hollywood convirtiendo a sus agentes en seres infalibles durante la era de su padre fundador, Edgar J. Hoover. En ocasiones, en numerosas ocasiones, hubo más éxitos del FBI en la pantalla grande, que en la vida real. Inclusive los gangsters, que durante la época de la Gran Depresión solían ser más populares que sus rastreadores, necesitaron trocarse en agentes del orden en la pantalla grande, a fin de atenuar el impacto de los fiascos cometidos por el FBI.
Un caso en cuestión fue el de James Cagney, el más adorado de los hombres malos del cine, quien se transmutó en agente del FBI en el filme G Men.

La película que lo catapultó al estrellato fue The Public Enemy (1931). En el filme Cagney interpretó a Tom Powers, un gangster casi inimitable… Hasta que el actor lo recreó en 1949 en White Heat, seguramente, el mejor policial norteamericano de todos los tiempos. (“Made it, Mom. Top of the World!” proclamó el criminal, mientras el mundo ardía en torno suyo).
En 1935, Cagney pasó del lado de la ley en G Men. Según historiadores cinematográficos, el filme fue resultado de presiones ejercidas por el FBI contra la productora Warner Brothers, acusada de glorificar a los delincuentes en tiempos de la Gran Depresión.
Aunque los malhechores recibían su merecido al final de la película, durante los primeros setenta minutos  disfrutaban de gran libertad, del poder y del lujo en medio de una fenomenal crisis económica. La contrapartida era que los encargados de proteger a los ciudadanos parecían ineptos cuando intentaban aplicar la ley.
Cagney aceptó en G Men el rol del abogado James “Brick” Davis, quien rehusaba defender a clientes de dudosa reputación. Tras el asesinato de su amigo, Eddie Buchanan (Regis Toomey), Davis ingresaba  al FBI, con  el propósito de llevar al homicida ante la justicia.
Al cumplirse el vigésimo quinto aniversario del FBI, en 1949, la película fue reestrenada.  Se le añadió una escena al comienzo en que un alto funcionario del cuerpo policial, interpretado por David Brian, presentaba una proyección del filme a un grupo de novatos del FBI, a fin de que estudiaran la historia del buró.
Fue una pena que en ese mismo año, el director Raoul Walsh estrenara el mejor y más devastador film de gangsters en la historia de Hollywod, White Heat. En la película Cagney alcanzaba la cumbre del sadismo y del incesto, al interpretar a Arthur "Cody" Jarrett, un psicótico enamorado de su madre, Ma Jarrett (Margaret Wycherly), quien hasta lo sentaba en su falda para calmar sus intolerables migrañas. El padre de Cody había fallecido en un asilo para enfermos mentales.

LEYENDAS A PERPETUIDAD



En cierto modo, Casablanca (1942), protagonizada por Ingrid Bergman y Humphrey Bogart, es un subproducto de esos policiales.  Es imposible que sin Bogart en el rol protagónico, la película hubiera alcanzado el estatus de leyenda. ¿Y quién era Rick Blaine? El dueño de un club nocturno y una sala de juegos en Casablanca, un poco el líder del demimonde, donde se mezclaban el consumo ostentoso, la promiscuidad sexual, la drogadicción y el juego. Aquello que transmutó a Casablanca fue el trasfondo: la segunda guerra mundial, y el flujo de refugiados.
El guion cinematográfico se basó en la obra de teatro Everybody Comes to Rick's escrita por Murray Burnett y Joan Alison en 1940, antes del ingreso de Estados Unidos en la segunda guerra mundial. La obra recién fue estrenada en el teatro Whitehall de Londres, en 1991, varias décadas después que Ilsa (Ingrid Bergman) y Rick se enamoraran en París y se reencontraran en Casablanca, con el agónico propósito de rehusar la tentación y aceptar el deber patriótico de combatir el nazismo.
La productora Warren Brothers compró los derechos de filmación de Everybody Comes to Rick's  porque su trama enaltecía las actividades de la resistencia francesa y denunciaba la barbarie nazi.
Gracias a la actuación de Humphrey Bogart, el protagonista, Rick Blaine, fue un triunfo de la ambigüedad. Enmascarado en el cinismo, jugando a la imparcialidad, Rick adquirió una tonalidad trágica que inclusive influyó en la carrera posterior del actor. En una época donde se enfrentaban millones de soldados del Eje constituido por Alemania, Japón e Italia, contra las fuerzas aliadas de Estados Unidos, Gran Bretaña y la Unión Soviética, la individualidad parecía cosa del pasado. El hombre masa, sin rostro, sin ideales, y sin principios, ocupaba el centro del escenario. Y súbitamente aparecía Rick para demostrar, con acciones, no discursos, que existían valores individuales por los cuales valía la pena luchar.
En Hollywood sabían que el público no glorificaría a un héroe de cartón. Una clara dosis de pesimismo gobernaba los actos de Rick. Así como una fuerte cuota de recelo. Y sin embargo, Rick también sugería la necesidad de proteger causas, aunque fuesen perdidas, o estuviesen a punto de perderse.
Rick era un enigma ambulante. Su rostro de jugador de póquer era acompañado por un diálogo muy escueto y preciso, y una self—deprecating ironía que lo hacía sobresalir del resto. Esos atributos pueden observarse en otros filmes de Bogart de la década del cuarenta, entre ellos To Have and to Have Not, una especie de Casablanca para pobres, o Key Largo. Hasta en films policiales como The Big Sleep, o The Maltese Falcon, el espectador tiene la impresión de que los directores no contrataron a Humphrey Bogart, sino a Rick Blaine.
Quizás uno de los aspectos más interesantes de Casablanca es lo bien que se ensambló la película con tantos elementos dispares.
Noah Isenberg en “We’ll Always Have Casablanca: The life, legend, and afterlife of Hollywood’s most beloved movie”, sugirió que el filme fue una colcha de retazos empatados. En primer lugar, la melodía central de Casablanca, escrita por Herman Hupfeld, apareció por primera vez en el musical de Broadway Everybody’s Welcome in 1931, once años antes del estreno de la película. La crítica Jody Rosen dijo que la composición no despertó mucho interés al comienzo. Pero en el contexto de la guerra, adquirió especial importancia por su “wistful longing”, su nostálgica añoranza.
“No se trata de una melodía que hace mención a la satisfacción romántica en el presente”, dice Rosen. Cuando vemos a Ingrid Bergman y a Humphrey Bogart intentando controlar sus impulsos, es obvio que la melodía permite a los frustrados amantes aceptar un eterno, insatisfecho deseo e instalarse en un mundo de fantasía imposible de transformarse en realidad cotidiana.

LA REALIDAD DETRÁS DEL MITO

La prehistoria de Casablanca puede encontrarse en un viaje que hizo a Europa Murray Burnett, coguionista de la obra teatral Everybody Comes to Rick's. Burnett, un judío, profesor de inglés con aspiraciones de dramaturgo, visitó Europa en 1938 acompañado de su esposa.
En Amberes, la familia de la esposa de Burnett les pidió ayuda. Tenían parientes en Austria que deseaban huir. Pero los nazis habían impuesto las llamadas Leyes de Nuremberg, que prohibían a los judíos llevarse su dinero o sus bienes a otro país. Como los Burnett eran ciudadanos estadounidenses, no estaban sujetos a esas regulaciones.
Murray Burnett pudo conocer, en vivo y en directo, cómo funcionaba la maquinaria nazi. Y también descubrió el llamado “refugee trail,” el sendero de los refugiados, que aparece trazado en un globo terráqueo al comienzo de Casablanca: de Marsella a Marruecos, de allí a Lisboa, y finalmente a través del Atlántico, hacia Estados Unidos.
Los Burnett lograron contrabandear buena parte de los valores de su familia fuera de Austria, valiéndose justamente de su condición de norteamericanos. “Cuando subimos al tren”, recordó el dramaturgo, “Yo llevaba anillos de diamantes (de sus familiares) en cada dedo. Y mi esposa lucía un pesado abrigo de piel en pleno agosto”, el mes más caluroso del año en Europa occidental.  
La otra parte de la trama fue urdida luego que los Burnett cruzaron la frontera austríaca.
Una noche, mientras visitaban un club nocturno en los suburbios de Niza, al sur de Francia, observaron la presencia de muchos militares. El barman les comentó que el sitio era frecuentado también por refugiados de varios países. Y el encargado de animar la velada era un pianista negro, procedente de Chicago. “¡Qué escenario para una obra de teatro!” le comentó Burnett a su esposa.
De retorno a Manhattan, Burnett,  junto con Joan Allison, escribieron en 1940 la obra Everybody Comes to Rick’s. Pero en ese momento, no había ningún empresario teatral interesado. Por lo tanto, vendieron la obra a Warner Brothers, un estudio conocido por sus puntos de vista antinazis.
Quizás la suerte mayor de Burnett y Allison fue que Everybody Comes to Rick’s llegó a las oficinas de Warner Brothers al día siguiente del ataque japonés a Pearl Harbor.

LA LEYENDA PERSISTE

Tras su estreno inicial, la principal atracción de Casablanca fue Humphrey Bogart, no la espléndida Ingrid Bergman, cuya luminosa presencia persiste invicta entre las grandes actrices de Hollywood.
Stefan Kanfer, uno de los biógrafos de Bogart, dijo que tras la muerte del actor, The Brattle Theatre, un cine de la universidad de Harvard, inició la exhibición anual de sus filmes.
“Empapados de agonía romántica”, dijo Kanfer, “los estudiantes se identificaron con la noble desdicha pasional de Rick Blaine, tras abandonar a Ilsa. Una y otra vez los estudiantes regresaron al Brattle. Lucían trench coats (impermeables) y de su labio inferior colgaba un cigarrillo. Cantaban La Marsellesa, y repetían de memoria las frases” pronunciadas por Bogart en el filme.
Lucy Scholes reconoció en The Times Literary Supplement, que hay películas mejores que Casablanca. “Pero ninguna otra demuestra de manea más conspicua la visión mitológica de Estados Unidos”, un país “duro en el exterior, con una moral en su interior. Capaz de sacrificio y de romance, sin necesidad de sacrificar el individualismo que conquistó un continente”.

Cuando “observamos hoy Casablanca”, añade Scholes, “recordamos la compasión y el heroísmo que nos exigen las crisis humanitarias”. Rick Blaine “sigue siendo, todavía, la clase de héroe que el mundo necesita en la actualidad”. 

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