miércoles, 10 de mayo de 2017

I Am The Cheese de Robert Cormier. Una literatura juvenil que debería ser prohibida para menores de 18 años


Mario Szichman



Cuando tenía siete años, vi una película argentina titulada Si muero antes de despertar, dirigida por Hugo Christensen y con guión de un gran dramaturgo español, Alejandro Casona. El guión está basado en If I Should Die Before I Wake, un relato de Cornell Woolrich,  famoso autor de novelas de suspenso, todas ellas dotadas de una sabia cuota de horror.
La trama de Si muero antes de despertar se centra en un niño cuyo padre, un detective, investiga varios asesinatos de menores. Una compañera de escuela del niño le informa de un hombre muy bueno, que le ha regalado dulces. La intención del hombre es llevar a la niña a una casa donde podrá obsequiarle toda clase de golosinas. El ruego de la niña es que el protagonista nunca revele su secreto. Cuando la niña aparece asesinada, su compañero decide honrar su promesa, y no informa a su padre, el detective, que ha visto al perpetrador llevarse a la niña.
Seis décadas más tarde sigo recordando el filme y el perverso rostro del actor Homero Cárpena, encargado de interpretar al asesino de niños. Es difícil entender por qué la censura del cine argentino permitió difundir sin restricción alguna una película sobre un violador de menores.
La misma perplejidad me ha causado descubrir, en el territorio de la narrativa juvenil, la novela I Am the Cheese de Robert Cormier. Por cierto, se trata de una obra maestra. Y aunque trajo al autor muchas recompensas, también le causó bastantes problemas. Especialmente, su final. Uno de los críticos dijo que en tanto la mayoría de los relatos juveniles finalizan “al menos con un atisbo de esperanza, o con un ´Y vivieron felices para siempre´, en el caso de I Am the Cheese, nada de eso obtenemos”.
El relato comienza con un adolescente, Adam Farmer, que está pedaleando en su bicicleta. Adam lleva un paquete para su padre, y necesita llegar rápido. El lector se reclina en un sofá, y se dispone a leer una novela de aventuras que podría enfilar en la tradición de Tom Sawyer, o de Huck Finn.
El problema de ese viaje en bicicleta es que insume una enorme distancia. El padre de Adam vive muy lejos. El adolescente debe ir de Massachusetts a Vermont. Se trata de un viaje de muchas millas. Además, el medio de transporte es totalmente inadecuado. La bicicleta es anticuada. Y a eso se añade un clima, de otoño avanzado. Tras recorrer cierta distancia, Adam está agotado. Se acerca la noche. ¿Tendrá algún sitio donde pueda descansar?
I Am the Cheese no ofrece al lector protección alguna. Ni siquiera una novela tan temible como La isla del tesoro, de Robert Louis Stevenson, nos deja tan desamparados. La vida de Jim Hawkins, el adolescente que protagoniza la historia, no corre peligro sino al final de la novela, aunque Long John Silver, el cocinero y líder de una banda de piratas, es un ser implacable con otros seres. Jim se siente más protegido con el pirata que cuando vivía en su posada, junto con su madre y su enfermo padre. Y la viril, genuina simpatía de Long John Silver por el joven se exhibe en numerosas ocasiones.
Es obvio que Stevenson se vio muchas veces tentado de acortar la existencia del pirata, y que más de uno de sus amigos debe haberlo disuadido, pues como antihéroe, Long John Silver es insuperable.
¿Quién protege al protagonista de I Am the Cheese? Su viaje para reencontrarse con su padre es una odisea plagada de peligros y de seres desagradables. Por otra parte, Adam no es el personaje más adecuado  para enfrentarlos. Sin embargo, la novela logra atrapar al lector y no soltarlo hasta la última frase.
Cormier creó, además, una narrativa esquizofrénica. Los capítulos del viaje de Adam hacia el reencuentro con su padre están intercalados con la transcripción de una entrevista, en la cual el joven es interrogado por un profesional acerca de enigmáticas personas que habitaron su pasado. ¿Quién es el interrogador: un médico, un policía, un secuestrador? Además, el adolescente parece flotar en un ambiente de barbitúricos. Siempre le están administrando algún medicamento o substancias similares a un suero de la verdad. Y su invariable lucha consiste en intentar encubrir ese pasado cada vez más ominoso.
Poco a poco, emerge la posibilidad de que alguna agencia del gobierno está interesada en descubrir los secretos de la familia de Adam. Si es cierto que su nombre es Adam –no, no lo es. O que el interés del interrogador se concentra en su familia –en parte. La preocupación primordial es averiguar secretos capaces de comprometer a una poderosa organización.
El novelista añadió otra capa a la intriga. Se ignora si el viaje del protagonista de Monument, Massachusetts a Rutterburg, Vermont, se registra antes, o después de los interrogatorios. O en qué consiste precisamente ese viaje.
La mirada del escritor muestra una lúcida desconfianza que se acerca a la paranoia. Ni los aparentes protectores protegen, ni las instituciones cuentan con la solidez esperada. El mundo que transita Adam en su bicicleta encuentra escasos seres amables, y muchos claramente siniestros. Y la trama consta de dos pasados y de dos presentes.
Recién al final de la implacable persecución de Adam –que concluye en el comienzo—el lector consigue armar las piezas del rompecabezas.
Un elemento importante en la narración son los perros. Ni uno solo de ellos es amable. Adam es el constante objeto de su persecución. También los adolescentes son sus enemigos, que consideran su bicicleta un objeto codiciado. En cierto momento de su viaje, Adam es atropellado por un vehículo. El dueño rápidamente lo auxilia, y lo coloca en la parte trasera. Pero su esposa se limita a formular comentarios desdeñosos, y a mostrar su desprecio por el joven.
El autor también logró jugar con la temporalidad de una manera original. Hay dos tramas que se entrecruzan en el presente. El tratamiento médico/ interrogatorio de Adam, y su viaje en bicicleta que él imagina lo conducirá a Rutterburg, en Vermont.

Tal vez el contexto en que Cormier escribió la novela ayude a entender ese clima de paranoia que hace sospechar a Adam de todo y de todos. (Tampoco Adam se llama Adam).


I Am the Cheese fue publicada meses después del escándalo Watergate que obligó al presidente Richard Nixon a renunciar al cargo. El escándalo reveló la conspiración de algunos funcionarios del partido Republicano para descubrir secretos del partido Demócrata, a fin de aprovecharlos con fines electorales. La palabra “conspiración” estaba en todas las bocas, así como la existencia de un gobierno invisible capaz de alterar las reglas del juego.
A medida que avanza la narración, descubrimos que el padre de Adam, un valiente reportero que ha descubierto vínculos entre la mafia y un gobierno local, debe huir con su familia, y acogerse a un programa de protección de testigos.
Sin embargo, a poco de andar, el amparo es reemplazado por una creciente desprotección. ¿Ha sido infiltrada la organización encargada de salvaguardar a testigos? La novela sugiere que la familia del protagonista está a merced de fuerzas capaces de cometer cualquier delito a fin de protegerse del escrutinio de los guardianes de la ley.
Adam empieza a desconfiar de su familia. Todo adquiere una segunda interpretación. En un momento determinado, por decisión de alguna agencia, sus padres deben morir.
Un crítico sugirió con acierto que la bicicleta en que Adam viaja a Vermont se parece a una rueda de hámster. Y esa es la realidad.
Adam no está pedaleando incansablemente en su bicicleta para encontrar a su padre. Durante toda la novela, el joven ha usado la bicicleta para dar vueltas alrededor de la institución en que se halla encarcelado, mientras imagina que se dirige a Rutterburg. Hay muchas versiones del infierno, y el autor nos ofrece una bastante verosímil. 
La narrativa de Cormier, especialmente en su otra novela famosa, The Chocolate War, no parece ofrecer pasaje de regreso. Sin embargo, mucho admiradores, la mayoría adolescentes, prefieron su compleja visión del mundo, a una narrativa edulcorada, poblada de finales felices.

Como él mismo lo señaló en una entrevista: “Si ustedes buscan un final feliz, han tropezado con el escritor equivocado”.

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