miércoles, 22 de febrero de 2017

Daniel Hoffman: POE POE POE POE POE POE POE


Mario Szichman



La fama de Edgar Allan Poe (1809—1849) es tan equívoca como su vida. Y nadie la resumió mejor que James Russell Lowell en su propia época:

Here comes Poe with his Raven, like Barnaby Rudge[1],
Three fifths of him genius, two fifths sheer fudge.”

Tres quintas partes de genio, dos quintas partes de puros disparates. ¿Cuánto de Poe es puro genio? ¿Cuánto es puro disparate?  ¿Estaban equivocados Charles Baudelaire o Paul Verlaine cuando lo consideraban su maestro? Walt Whitman, el mejor poeta que produjo el siglo diecinueve en Estados Unidos, solo tenía en cuenta un rival: Edgar Allan Poe, aunque aseguraba que “toda su poesía anidaba en su prosa”.
T.S. Elliot, que se sentía agraviado por el ensayo de Poe Filosofía de la Composición, debió reconocer: “nadie puede asegurar que su propia escritura no haya recibido la influencia de Poe”. Un poeta serio, como Elliot, estaba obligado a conceder que quizás había sido hechizado por un charlatán de feria, alguien capaz de desarticular The Raven, su poema más famoso, a fin de exponer los engranajes de un aceitado mecanismo revestido con el nombre de poesía.
En Filosofía de la Composición, Poe cometió varios sacrilegios. El principal de ellos fue intentar poner fin a la leyenda del poeta como un ser excepcional. En un mundo donde los intelectuales tienen la pésima costumbre de tomarse en serio, Poe era una anomalía. Podía padecer más tribulaciones que una docena de poetas malditos, pero su persona como escritor no divulgaba el secreto. Pensaba que un poeta, un narrador, era apenas un artífice interesado solo en el efecto que causaría su obra en el público. Se consideraba un simple intermediario en la tarea de seducir al cliente.

Harry Clark: Poe

Estamos hablando de mediados del siglo diecinueve, y del norte de Estados Unidos previo a la guerra civil. Poe debía ganarse la vida en múltiples menesteres, no solo escribiendo artículos para revistas y periódicos, algunos bastante sensacionalistas, sino también recitando sus poemas, y en ocasiones, sus cuentos. ¿Quiénes eran sus rivales? No precisamente escritores. Uno de ellos era de la categoría de Phineas Taylor Barnum, el famoso empresario que congregaba en salas teatrales a cuanto freak andaba suelto. Seres diminutos, seres gigantescos, artistas del hambre, geeks sobreviviendo en un foso, eran el material humano de Barnum, y también de Poe. (Recordemos La fosa y el péndulo. Recordemos El entierro prematuro). Compañías de cómicos y trágicos de la legua, recorrían ciudades y suburbios ofreciendo misterios religiosos, y, aún más excepcional, obras de William Shakespeare. Pues Shakespeare no era en esa época El Bardo que los mejores actores británicos del siglo veinte se hartaron de interpretar, sino un dramaturgo sensacionalista, un fabricante de potboilers, cuyos principales personajes eran adúlteros, asesinos de niños, sepultureros, amantes casi impúberes, y bufones.
Es factible que Poe haya puesto al descubierto su proceso creativo como una forma secundaria de ganar dinero. ¿Cuál era su alternativa? ¿Mostrarse al público como un ser emotivo, una entidad inefable, trascendente, inexplicable? En ese caso ¿quién querría escuchar sus poemas? Barnum y Shakespeare eran mucho más interesantes. El sortilegio de Poe consistió en demostrar al público que la magia estaba al alcance de todo el mundo. Era cuestión de exhibir el mecanismo, los engranajes de cualquier trastorno. Y, aún más importante, exponer que pese a mostrar los bastidores, el hechizo seguía funcionando en el escenario. Bastaba con usar las herramientas adecuadas. Y así, a la vista de todos, conseguir que ese espectador, o lector, se inquietaran, presintiesen cosas inexpresables, descubrieran la sutileza, la belleza, el horror, y contuviesen su incredulidad.
Un poema, decía Poe, necesita cierta recortada duración, para que el autor pueda leerlo en el transcurso de una sola velada. También requiere un elemento capaz de impresionar a la audiencia. ¿Cuál es el tema más interesante? La pasión amorosa. ¿Quién encarna mejor esa pasión? Una bella mujer. ¿Cuál es el mejor método para hacer fluir las lágrimas de los espectadores? Mencionar la muerte. Y puesto que no hay nada más conmovedor que la muerte de una bella mujer, la trama del poema The Raven se aloja en ese argumento. También conviene añadir un elemento iterativo que acreciente la angustia. Y en ese sentido, aseguraba Poe, la palabra Nevermore, nunca más, resultaba casi inevitable.
Ese imperativo de deslumbrar en voz alta a la audiencia, se puede aplicar a muchas de sus narraciones. Excepto por la trilogía de la Rue Morgue, que tiene como protagonista a August Dupin, sus relatos suelen ser bastante escuetos. El barril de amontillado puede recitarse en menos de una hora. Y lo mismo ocurre con El retrato oval, El entierro prematuro, La máscara de la muerte roja, El corazón delator, El extraño caso del señor Valdemar.
Veamos la primera frase de El barril de amontillado: “Toleré mil injurias de Fortunato de la mejor manera posible, pero cuando se atrevió al insulto, juré vengarme”. Nunca sabremos cual fue el insulto que precipitó la muerte de Fortunato, y dudo que algún lector sienta interés alguno por averiguarlo. Poe nos coloca de inmediato en el lugar del agraviado, y muy pocos, aunque ignoren la causa, lamentan su venganza. Además, es una venganza proclamada a viva voz. Todas esas obras pueden representarse perfectamente en un escenario, especialmente en un teatro del gran guignol. Los diálogos no son proferidos, sino gritados, las emociones son desaforadas.
Eliot quiso explicar el atractivo que despertaba Poe en sus lectores denigrando sus glándulas. “Es innegable que Poe tenía un poderoso intelecto”, decía Eliot en un ensayo de 1948. “Pero parece el intelecto de una persona que aunque dotada de grandes atributos, no ha alcanzado la pubertad. Las formas que adquiere su vivaz curiosidad son aquellas en que se complace una mentalidad pre adolescente: las maravillas de la naturaleza, la mecánica, lo sobrenatural, las cifras y criptogramas, los acertijos y laberintos, los mecánicos jugadores de ajedrez… La variedad y ardor de su curiosidad deleita y asombra. Pero, al final, su excentricidad y su falta de coherencia terminan por cansar”.
Sin embargo, Poe, a diferencia de Eliot, nunca nos cansa. Esa mentalidad que, según el poeta inglés, no había alcanzado la etapa reproductiva, parece contradecir aquello que las biografías, especialmente la excepcional de Daniel Hoffman[i], señalan con obstinación. Si hay algo que puede aplicarse a Poe, es el título de un libro escrito por Piera Aulagnier, Guy Rosolato, y otros tres psicoanalistas: El deseo y la perversión.  Si de algo adolecía Poe, era de una mentalidad pueril. Nunca la impotencia sexual es puerilidad. Además, nadie escribe cuentos como La caída de la casa Usher, o El entierro prematuro, o Ligeia, o Berenice, si cree en cuentos de hadas. En todos esos relatos, anida el avieso amor por las muertas.

TRIBULACIONES

Una de las extravagancias de Poe era su capacidad para racionalizar emociones que devastaron su vida. Por un lado estaban las amantes que habitaban su poesía y sus relatos, con su carga de necrofilia y de variadas perversiones. Por el otro estaba su vida personal, más maligna que el conjunto de sus narraciones, más desdichada que el grueso de sus poemas.
Nada humano le era ajeno a Poe. Su santísima trinidad estaba constituida por tres mujeres: su madre, su esposa, y su suegra. Perdió a su madre cuando tenía dos años de edad, luego a su esposa, y finalmente a su suegra. Eran tres maneras diferentes de sobrellevar pasiones incompletas, algo muy distinto a sufrir amores preadolescentes.
Pero además, un hombre “normal” —si es que existe algo tan impreciso como la normalidad— no se va a vivir con su tía, Maria Clemm, y con su hija Virginia Eliza Clemm, quien era prima carnal del poeta. Poe compartió la vida con Virginia prácticamente desde que ella era un bebé. A los 26 años de edad, cuando Poe era un notable buen mozo, abundantemente perseguido por las damas, decidió casarse con Virginia, que en ese momento tenía 13 años de edad. El matrimonio duró once años, hasta la muerte de la esposa, a los 23 años. Muchos dudan que el matrimonio se haya consumado. Algunos psicoanalistas muy famosos, entre ellos Marie Bonaparte, aseguran que Virginia murió doncella. (Hoffman nombra el famoso poema Annabel Lee, dedicado justamente a una maiden que no puede ser otra que la esposa niña).
Si Poe nos sigue inquietando, si seguimos recordando de él aunque sea uno solo de sus cuentos, es porque explica, de manera indiscutible, su retorno del infierno en numerosas ocasiones. Solo Dante nos ofreció más detalles de ese incómodo lugar. Solo Poe nos negó el pasaje de regreso.
En uno de sus momentos de incómoda lucidez, Poe enunció este desafío: “Para que un hombre revolucione, de una sola vez, el mundo universal del pensamiento humano… solo necesita escribir y publicar un pequeño libro. Su título debe ser simple, sus palabras escasas, sencillas: ´Mi Corazón al Desnudo´. Pero ese pequeño libro debe ser leal a su título”.

En realidad, para Poe existía un solo infierno. Cada día, como ese artesano que desarmaba y reconstruía emociones a fin de alcanzar el mayor efecto en sus poemas, su tarea consistía en revisar sus posesiones, buscar el modo de causar un gran efecto en la sensibilidad de sus espectadores o lectores y elegir, siempre con infinito cuidado, la aflicción de cada día.



[1] Barnaby Rudge, una novela histórica de Charles Dickens,  tal vez la menos leída de toda su producción, tiene como protagonista a un ser ingenuo que merodea por la narración acompañado de su mascota, un cuervo, A Raven. Y The Raven es el poema más famoso de Poe.



[i] Poe Poe Poe Poe Poe Poe Poe. Doubleday, Nueva York, 1972.

2 comentarios:

  1. Poe siempre deslumbra, tal cual lo narras y desnarras.
    ¿Sabías que murió de rabia?

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    1. María Alexandra: ignoraba el dato. Creí que había fallecido tras una prolongada borrachera. ¡Feliz noche!

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