En julio de 2012, asistí al XXXIX Congreso del
Instituto Internacional de Literatura Iberoamericana celebrado en Cádiz. Tuve
el galardón de que las profesoras venezolanas —y además trujillanas, que es un
galardón multiplicado— Alexis del Carmen
Rojas Paredes, Libertad León González, y Carmen Virginia Carrillo, analizaran
mis novelas Los Papeles de Miranda, Las dos muertes del general Simón Bolívar,
y A las 20:25 la señora pasó a la
inmortalidad. La asistencia a ese Congreso fue para mí otra gran divisoria
de aguas. Pues si el apetito viene comiendo, la literatura viene escribiendo, y
los aportes de estas investigadoras me
ayudaron a trazar un nuevo rumbo en la tarea de escribir.
También conocí en Cádiz a la profesora
Brigitte Natanson, otra amiga reciente que se convirtió en mi amiga para
siempre. El texto que adjunto es para mí otro galardón. Además de estar muy
bien escrito, me permite aprender de errores, y traspiés. La crítica que me
apasiona es aquella que me enseña. El
texto de Brigitte, me enseña mucho. M.S.
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Brigitte Natanson[i]
Como apunta el historiador de las
migraciones Fernando Devoto, seis millones de inmigrantes son seis millones de
historias distintas. Bien se sabe que la Argentina construyó su proyecto de
nación moderna invitando a “los hombres del mundo” a poblarla. Si bien la mitad
de aquellos seis millones de inmigrantes deseosos de “hacer la América” en la
Argentina volvieron a sus países de origen, la otra mitad se integró a este
proyecto de nación pero también provocó cierto rechazo entre una oligarquía
clasista. La literatura se hace eco de este choque de culturas, tanto por parte
de los que se sienten “invadidos” y que temen por la “pureza” de la lengua
castellana (Cambaceres, Martel o Argerich etc.), como, poco a poco, por los
propios inmigrantes agradecidos e idealizantes (Gerchunoff, Sicardi y
Grandmontagne), cuyos hijos y nietos, con cierta distancia temporal,
reconstruirán las historias de vida en distintas tonalidades.
En las novelas de la saga de los Pechof,
Mario Szichman, descendiente de una de esas familias inmigrantes judías de
Europa del Este, cuenta les desventuras de algunos de ellos. La tercera,
publicada en 1980 se titula A las 20:25
la señora entró en la inmortalidad[1],
y ya desde el título se indica el poco respeto por los mitos, fundacionales o
no. La situación de partida es la siguiente: acaba de fallecer Eva Perón, se ha
suspendido casi toda actividad, y entre otras los permisos de inhumar. Pero
también ha fallecido Rifque Pechof, la hija de Dora, y el único médico que
parece dispuesto a prestarles ayuda es un antisemita de ley. La tensión de todo
el libro radica en el intento, con ayuda de un “manager”, de hacer pasar la
familia Pechof, —inmigrada desde la lejana Rusia, por una familia patricia
argentina, muy católica, de rancio abolengo y que ha participado en los
acontecimientos fundadores de la nación— para conseguir el famoso permiso del
médico. Esa situación inextricable permite desvelar las pretensiones
aristocráticas de algunas familias argentinas, fundamentadas por un supuesto
linaje, pero también las del propio grupo, en una avalancha de manifestaciones
de auto-irrisión.
Nos interesa en esta ponencia
analizar en particular las modalidades de la desmitificación a través del
humorismo y la auto-irrisión, el arma de los desarmados. La lectura de esta
novela convoca imágenes burlescas que recuerdan el mejor cine mudo: Charlie
Chaplin o más aún los hermanos Marx, con sus juegos de dobles sentidos, es
decir la “introducción de las imágenes mentales en el burlesco”, según las
palabras de Deleuze.
MUERTE Y DESMITIFICACIÓN
Si bien la escena en el
cementerio del íncipit resulta incomprensible en una primera lectura, al
anticipar una situación resultante de otra defunción en la familia, las
siguientes plantean claramente el problema:
El velorio de la Señora convirtió a
Buenos Aires en una ciudad de desarrollo detenido […] (SZICHMAN
: 15)
La vida cotidiana quedó atrofiada en el primer día del velorio de
la Señora y los Pechof, que aún no habían sepultado a Rifque, su compartida
sobrina, fueron informados que el gobierno había cancelado la firma de los
certificados de defunción hasta nuevo aviso. […]
–No nos pueden hacer eso–había gritado Jaime Pechof […] –Soy un veterano. Mi nombre es
Javier Gutiérrez Anselmi–añadió. Jaime Pechof había soñado desde niño con
pertenecer a la aristocracia argentina y siempre que visitaba alguna oficina de
la administración pública blandía su nuevo apellido, tan ligado al solar
nativo.
–Nada puedo
hacer hasta nuevo aviso–le dijo el portero, y le dio un bidón de formol para
que pudiera conservar el cadáver de Rifque en la bañera. –Eso sí, después me
trae el bidón, porque hay carestía del producto. Es que la batalla contra el
agio y la especulación nunca cesa. (16)
Al inicio, la muerte cobra dos
significados, y ambos son detonantes de la intriga: por un lado está la muerte
de Eva Perón, cuyo cuerpo es sometido a un proceso de eternización (tratamiento
anti pudrición) y por otro la muerte de Rifque, cuyo cadáver, siguiendo las
leyes físicas de todo mortal, se está pudriendo en la bañera por causa de la
muerte de la Señora.
Pero hay más muertes: aludíamos a
la primera página, una escena en el cementerio, y es que en realidad, como lo
recuerda Jaime, a la familia Pechof, y, por extensión, a los judíos, nunca les es
suficiente con un drama:
¿No puede
existir una desgracia por vez? Eso era lo bueno de ser goi. Siempre había una
sola desgracia por vez. Si se moría la Señora, no se moría también el marido de
la Señora. Tiempo al tiempo. En cambio, en su familia, las desgracias parecían
sincronizadas para que una arrastrara a la otra. (281)
El primer misterio en el cementerio –una foto
con un rostro tapado por dos manos, que solo sus familiares son capaces de
identificar— se verá desvelado a lo largo de la novela. Itzik, el hermano
menor, al sufrir una enfermedad mortal, se niega a entregar una foto suya y a dejarse fotografiar, sirviéndose para ello de
mil artimañas, como si con ello pudiera aplazar la muerte. Asistimos entonces a
un complejo juego de relaciones imbricadas entre la muerte de la primera dama,
de alguna manera la historia oficial, y sus ecos dentro de la pequeña historia
de la familia Pechof en sus intentos de (re)construcción.
La desmitificación de la primera
dama se repite, explícita o implícitamente, en varias ocasiones. Gladys es una
prostituta que trabaja con Dora, la hermana de Jaime, quien se enamora de ella
y pretende desposarla. La historia de Jaime con Gladys parece remedar de forma
subliminal la de Juan y Eva Perón. Las alusiones al “cuerpo ausente” empiezan
con la manera poco ortodoxa que tiene Gladys de atender a sus clientes: los
pone a tejer y vigila su estado de excitación, pero nunca se deja tocar. Surge
entonces una frase que, si bien no tiene nada que ver, recuerda la ausencia del
cuerpo de Eva Perón, robado y escondido por un oficial del ejército durante 16
años: “El cuerpo ausente de Gladys era el aglutinante de todas las
simulaciones” (150). Ese desplazamiento de significado no impide la
identificación. Y más aún cuando, a continuación, en el capítulo titulado
“génesis/éxodo”, Jaime dedica todos sus esfuerzos, no a embalsamar el cuerpo,
como el de Eva Perón, sino a “intent[ar] envasar a Gladys en una caja de
madera”, que resulta demasiado pequeña. No pasa un año, como ocurriera con el
embalsamamiento del cuerpo de la “Abanderada de los Humildes”, sino diez días,
pero con la misma necesidad de tapar el olor: “Con la nariz tapada por un
pañuelo empapado en perfume, Jaime contempló el cuerpo, que parecía dispuesto a
traicionar las rectas líneas del cajón.”(154). Solucionado el problema al
sustituir el cajón inservible por un reloj de pie, acomoda el cuerpo con
algunas dificultades y varias fracturas, e intenta “un entierro discreto”. Pero
el taxista encargado de seguir la carroza que lleva el cuerpo de Gladys se
pierde, y con ello desaparece el cadáver de la novia. Los motivos son otros,
son más bien ridículos, entre otros una pelea con el taxista y la consiguiente
noche en la comisaría. Luego el casi anonimato del amago de entierro resulta
diametralmente opuesto al acontecimiento nacional que fue el entierro de Eva
Perón.
En este juego de correspondencias
y oposiciones entre la mítica esposa de Perón y la familia de Jaime, cabe
señalar otro aspecto. En los debates sobre la pluralidad, la multiplicación del
nombre de Eva, la interpretación de la supuesta autobiografía La razón de mi vida –libro estratégico
de promoción política encargado por Juan Perón- encontramos varias
manifestaciones de deconstrucción y reconstrucción de la identidad. Como señala
Luis A. Intersimone:
El desdoblamiento que Eva sufre es doble: al nivel de la
enunciación (múltiples escritores/autores) y al nivel del enunciado (dos
“Evas”, un nombre propio plural, algo
que es imposible). Como farsa o engaño y como actuación (performance) política. La misma dualidad está duplicada: Eva es dos
literalmente (por el falogocentrismo oculto detrás suyo) y simbólicamente (por
los roles que ostenta). (2007: 21)
Recordemos también que Eva Perón
rechazó el apellido materno Ibarguren para tomar el de su progenitor, Duarte
—aunque éste no la reconoció— para escapar del estigma de la bastardía, y que
empezando por el teñido del pelo, se creó a sí misma, tanto física como
políticamente a partir del momento en que llegó a Buenos Aires. Ese modelo
logrado de construcción simbólica, hace resaltar más todavía el fracaso de la
familia Pechof al intentar también el cambio de identidad, en cuanto a nombres,
apellidos y aspectos materiales (la casa amueblada…). La búsqueda, los
interrogantes sobre el padre y los inventos sobre el abuelo se aproximan a los de
Eva Perón pero difieren bastante los resultados.
DESMITIFICACIÓN DE OTROS MITOS
NACIONALES
Siendo los mitos nacionales parte
de la prueba de integración, ninguno se salva: es necesario instruir a Itzik sobre
el tango y su máximo representante, Carlos Gardel, para evitar que manifieste
su ignorancia o poco interés por el héroe nacional:
–Y vos ¿sabés si este señor es bueno o malo?– preguntó [Itzik] tendiéndole la revista.
– ¿Vos decís Carlos Gardel? Es un gran cantor de tangos. Aunque a
mí me gusta mucho más Agustín Magaldi– dijo Natalio, que siempre necesitaba
diferenciarse de las admiraciones de los demás, pues era un librepensador.
(163)
Con la mención del cantor Magaldi
se da otro discreto toque de referencia: también conocido como “el Gardel del
interior”, el cantante fue quien empujó a Eva Perón hacia su carrera de actriz
ayudándola a salir de Junín para radicarse en Buenos Aires.
– ¿Tangos? […]
–Un tango es música. Comienza con un juramento, a veces con una
traición, y termina: chan, chan. Los tangos
hablan del alma y del corazón. […]
–Mejor que yo
le explique– dijo Natalio frenando a Salmen. –Estoy tratando de aplicar mis
teorías. Itzik ¿Sabés acaso lo que es una mina?
–La mina es una schvartze[2]
que va a Plaza Italia. Y en La Enramada, que es un bailongo, viene el novio,
bah, lo que ellas dicen que es el novio, y le mete una puñalada. El tango es
para ordinarios y cabecitas– sintetizó Salmen.
–Pero, ¿qué te ponés a opinar?– lo encaró Jaime entrando también
en la pieza.
– ¿Cómo vamos a sentirnos orgullosos de nuestro acervo nacional si
odiamos el tango? No le creas– le rogó a Itzik. –El tango expresa nuestro más
caro sentir. Hay que llorar la muerte del zorzal criollo. (163-164)
Resulta impensable no adherirse a
la pasión nacional, a pesar de los matices introducidos por los distintos
hermanos. Si bien para uno –Salmen— el tango apela a los grandes sentimientos
humanos, para otro –Natalio— se resume a una temática banal, trágica y vulgar,
solo apto para “ordinarios y cabecitas”. Lejos de aceptar este dictamen, Jaime
no quiere ver ninguna contradicción entre la posibilidad de participar de esa
identificación más bien popular y de un proyecto familiar más exigente, que los
elevaría muy por encima tanto de su estatuto de pobres inmigrantes como de esos
proletarios despreciados (los “cabecitas”, de “cabecitas negras”). Más
adelante, Jaime no va a dejar de pronunciar una de esas frases grandilocuentes
aprendidas con el manager, mostrando así su profundo y sincero apego al tango:
“–Mirá, esa es la música de mi ciudad. ¡Qué ganas de ser un malevo!– dijo Jaime
admirado.” (167) De esa manera, pretende integrar el equilibrio entre las
buenas maneras de la aristocracia y el derecho o el deseo de encanallarse
ligeramente.
Es
más: Jaime ha asimilado tan profundamente el tango y la poesía popular que
termina influyendo su visión del mundo, sugiriendo interrogantes y
comparaciones autorrealizadoras:
No te entiendo, le dijo Jaime
a Gladys una vez que se sentía lleno de ternura hacia ella, no te
parecés a nadie. ¿No serás como la costurerita que dio aquel mal paso, y lo peor de todo, sin
necesidad? Tres semanas
después, como la costurerita que dio aquel mal paso, Gladys se apareció con
síntomas de una enfermedad incurable. (175)
El narrador se deja llevar por
una lógica extradiegética e intertextual, la de la historia contada en el poema
de Evaristo Carriego, “La costurerita que dio el mal paso”, retomada a su vez
por la literatura popular[3].
DESMITIFICACIÓN DE LA HISTORIA
ARGENTINA
Y es que la historia de Gladys,
como la de Dora, como otras pequeñas historias de la novela, se refiere a
acontecimientos históricos conocidos. Después de ser abandonada por su
prometido durante un viaje a París, Dora conoce la suerte
de muchas jóvenes engañadas y llevadas a ejercer la prostitución en un Buenos
Aires cuyo desequilibrio poblacional llegó a nueve hombres por una mujer en los
años de fuerte inmigración. El narrador basa pues la suerte
de Dora en un episodio reconocido de esta historia, invirtiendo una vez más su
significado; aunque en este caso es más bien ella quien reivindica su condición
y su oficio para sí y sus compañeras. Aunque algo frustradas, ellas terminan
yendo al cine porque al teatro no pueden ir ni prostitutas y ni cafishios,
impedidos por la prohibición de la colectividad organizada en su lucha contra
las redes mafiosas judías[4]. En
el capítulo “génesis”, Dora lee una crónica “sobre la trata de blancas en
Sudamérica” (de nuevo se lee entre líneas la alusión al libro de Albert
Londres) e intenta sin éxito relacionar lo que lee con la propia vida. Se trata
aquí de invertir el significado de lo que fue la prostitución en la Argentina,
y eso a través de una relación intertextual con la leyenda de una foto de la
famosa revista Caras y Caretas, en la
que aparece Dora, caracterizada como: “Simpática inmigrante española con su
marido. La coquetería, que no está reñida con la pobreza, tiene aquí una
interesante cultora”. (120)
El
engaño es triple: Dora no es española, sino judía, el hombre a su lado no es su
marido, y su “coquetería” poco tiene que ver con la pobreza. Sintetiza de esa
manera la desmitificación operada en la novela sobre este momento de la
historia. Esa imagen va a reaparecer en varias oportunidades en la novela, pero
la primera vez que la ve Dora su nivel lingüístico en español no le permite
entender el significado de la leyenda, lo que provoca un paralelismo entre el
engaño público y privado, recurso frecuente en la novela.
Otro
episodio inventado de pies a cabeza es narrado por el propio Jaime. Se trata
del relato de la participación del supuesto abuelo Ivanovski en un intento de
traición al general Sarmiento, uno de los padres de la patria. La cita es
larga, pero la historia complicada, necesaria para la construcción de la
familia Gutiérrez Anselmi. Por primera vez, el manager tiene que admitir los
enormes progresos de Jaime.
Jaime encendió un
cigarrillo y comenzó.
–Fue un agosto de mil
ochocientos setenta y cuatro. Corría la presidencia de Sarmiento, el ilustre
sanjuanino. Abuelo, el heroico general Ivanovski, era leal al presidente.
[…] De pronto, insurge contra Sarmiento
el general Arredondo. Sarmiento avizora el peligro y dice a abuelo: General
Ivanovski, sospecho de Arredondo. Disponga vigilancia […] el traidor Arredondo
pide audiencia y le dice a Sarmiento: Señor presidente, solicito licencia.
Sarmiento se niega […] insiste Arredondo, necesito esa licencia. Míreme el
pañuelo, y le muestra un pañuelo todo ensangrentado. Síntoma de que estaba héctico, porque lo de la tisis vino después. Sarmiento
[…] concede licencia a Arredondo. Pero lo de Arredondo era un ardid para alzar
las tropas en Santa Fe. Abuelo Ivanovski […] le dijo a Sarmiento: Señor
presidente ¿Y si se trata de una añagaza? Es
lo mismo que argucia. No olvidemos
que así hablaban los criollos en esa época. Sarmiento dice: Velay, seguro
que lo es, y manda a abuelo a perseguir al tránsfuga. Abuelo Ivanovski parte y
de repente tropieza con Arredondo en una posta. Había reventado sus caballos y
aguardaba los de refresco. Arredondo finge inocencia, hace promesas de sumisión
al poder constituido e invita a abuelo a un brindis. Abuelo se pasa de copas.
Indicio de que era un criollo viejo. ¿Cuándo
se ha visto a un judío borracho? Arredondo deja a abuelo durmiendo su
embriaguez y va al telégrafo. Se hace pasar por abuelo y manda a Sarmiento un
despacho de éste o parecido jaez: Traidor Arredondo localizado. Aguardo
órdenes. Firmado Ivanovski. Sarmiento riposta: General Ivanovski destino país
sus manos. Vigilancia estrecha traidor Arredondo. Suprimió algunas preposiciones para ahorrar dinero. […] Abuelo
[…] dijo, este bellaco de Arredondo me
jugó sucio... […] mandó a Sarmiento otro telegrama. Decía, poco más o menos
así: Nunca fui Ivanovski, pero siempre le fui leal. Firmado: Ivanovski. Como
que empieza a picarle el gusano de la curiosidad, ¿no?–consultó Jaime al
manager.
[…] Un soldado llamado
Ivanovski había desertado. El capitán del regimiento dijo a abuelo que era un
baldón anotar en el libro de bajas: Ivanovski desertor. Propúsole rebautizarse
Ivanovski. A cambio, le dio sueldos atrasados del desertor. Ciertamente esos emolumentos no fueron
tocados por abuelo. Los donó al protomedicato... Bueno, merced a ese
trance, abuelo, nacido Arredondo, devino Ivanovski. Y el traidor Arredondo cayó
muy tarde en la cuenta de su fratricidio... Y, ¿qué tal?– preguntó Jaime.
Por primera vez, el manager tuvo que reconocer los progresos
de Jaime. (233)
De por sí ya cómico por lo rebuscado
de los enredos identitarios, el relato ofrece además un humorismo duplicado por
la lectura entre líneas y las observaciones insertadas[5]
en el relato, a veces metalingüísticas, otras propias de varios tópicos judíos
como este : “¿Cuándo se ha visto a un judío borracho?”. La frase es utilizada
por Jaime para rematar toda tentativa de recordar su origen. El conjunto de
esas intervenciones de Jaime narrador persigue un único objetivo: probar su
perfecta asimilación de las relaciones de honor en la gesta militar, su
perfecto dominio de las formas lingüísticas en uso en la sociedad criolla y borrar
toda huella judía en esa historia.
Si se relaciona ese episodio
bélico con la experiencia relatada por otro de los hermanos, Pinie, en el
capítulo “lamentaciones”, de cómo se salvó de un pogromo, se impone de nuevo
esa irreductibilidad de la experiencia judía de víctimas masacradas con la
heroicidad de los militares argentinos. De la misma manera que Jaime, Pinie se
inventa al filo del relato toda la historia, simplemente porque le permite
estar en una reunión convocada por un amigo, Manes Tajmer, reunión en la que
puede comer a gusto. El delicioso pan francés probado por Pinie desencadena el
relato:
-Mil novecientos cuarenta y uno. Había nevado toda la noche. Salí
de mi casa. Buscaba pan. Los chicos pedían pan. Mi mujer pedía pan. Cinco
chicos. Tres varones y cuatro nenas.
-Tres y cuatro son siete –le dijo Tajmer.
-Exacto. La familia aumentó porque vinieron parientes de
Australia. […]
Vuelvo de la panadería. Había pasado el pógrom. Permiso, voy a
picar.
-Aquí hay arenques, si gusta –le ofreció la esposa de Tajmer.
-¿Muchos muertos? –preguntó Tajmer tenso.
-Ignoro. Un solo sobreviviente. […]
-¿Cómo se llevaron a la gente? -preguntó el de bifocales.
-Misterio. Borrados del mapa. Le voy a comer un poco más de erink
porque está exquisito. […]
-Eso no concuerda con lo que sabemos –dijo el de bifocales […] Los
nazis no eran tan prolijos.
-No llegué al pógrom, qué le diré: por diez minutos. Menos. Si el
panadero me tiene el pan un poco antes, caigo justo en el medio. Me lo perdí de
casualidad. (124)
Cuando siente que el público ya
no acepta su versión, Pinie procura salvar la situación hablando de cañones y
aviones, pero su intento fracasa al chocar con los conocimientos de la historia
real de los bombardeos de los aliados y su propia actuación tan poco heroica:
-Yo estoy en el loj y pienso: ¿de qué lado me pongo? ¿Apoyo a los
aviones o a los cañones? Un dilema. Tampoco podía ponerme de ningún lado porque
el pozo era redondo. Daba vueltas y vueltas sin saber dónde ir. Así que al
final me quedé en el loj. Ni para arriba ni para abajo, ni para los costados.
Que ellos se dispararan hasta cansarse. Además estaba en tierra de nadie. Esa
no era mi guerra. Me quedé en el loj.
-Seis millones de tus hermanos cayeron, y no era tu guerra –le
dijo Tajmer. (126)
Al final, indignados, los
integrantes lo echan de la reunión. El principio distanciador del humorismo
permite aquí llegar a lo más difícil, pero quizás lo más necesario: reírse de
la propia tragedia, única manera de cambiar su mirada hacia el mundo, sino el
mundo mismo. La indignación de los oyentes se entiende, se comparte, pero es
más fuerte la complicidad con el antihéroe que quiere salvar el pellejo.
Jaime construía su relato
paródico de los relatos épicos para confortar la construcción de la identidad;
Pinie lo hace, de alguna manera, también para sobrevivir en la sociedad.
Y es que, definitivamente, como
sintetiza Beatriz Sarlo refiriéndose a esa novela de Szichman, la parodia
[…] profundiza este juego de diferencias. Todo separa a los judíos
de los cristianos, desde los estados de ánimo a las enfermedades: los judíos
tienden a la autoconmiseración y a sufrir de los intestinos; los cristianos son
despóticos y sus hijos sólo tienen enfermedades elegantes, que curan con
penicilina. Los judíos tienen tics, los cristianos “maneras”, (buenos) modales
(SARLO, 2007 : 374).
EL FRACASO DEL CAMBIO DE
IDENTIDAD
A pesar de todos esos esfuerzos
por inventarse una nueva identidad para integrarse a la sociedad de recepción,
al final de la novela, cuando termina el duelo nacional, los miembros de la
familia Pechof no se pueden alegrar porque su situación ha empeorado: entre
todos y en una escena dantesca, acaban con la vida del médico como única y
falsa salida. Otra vez tienen que huir, pero ni así:
El reloj está funcionando– anunció Pinie. – ¿Se fijó?
Jaime vio que el reloj de la
torre de los Ingleses se sacudía y que las agujas, inmovilizadas por la
pintura, se iban desprendiendo de las ocho y veinticinco. […] –Hay que apurarse– urgió Jaime.
–Se terminó el velorio. Rápido, antes que la policía vuelva a las comisarías.
(320)
Recurso estilístico a lo largo de
la novela y en la vida real, el “arma de los desarmados”, incluso en sus
vertientes más negras, deja paso a un arma real en tanto que resorte dramático
en la ficción. Pero el único en tener un “arma real”, una pistola, es el
médico. Dispara dos veces cuando lo atacan y sólo logra hacer trizas una vasija
con una bailarina pintada, símbolo del intento de argentinización; la otra bala
alcanza un sillón. La comicidad de la escena del asesinato del médico reposa en
la situación burlesca: quieren callarlo porque el plan ha fracasado y, como
Charlie Chaplin frente a los todopoderosos (sean representantes del orden o
nazis), utilizan cualquier instrumento para defenderse y, de alguna manera,
vengarse. Veamos las armas improbables: el muñón de Jaime —no solo el arma de
un desarmado, sino también la de una víctima de la violencia que además actúa independientemente
de su voluntad— un martillo, una pava de agua hirviente, un repasador[6],
dos broches, y un mazo de madera.
–Yo a usted lo denuncio. Como que hay Dios– lo amenazó el médico.
Jaime […] sin saber de dónde surgía, vio que su muñón
chocaba en la nariz del enemigo.
–No lo quise hacer. Le juro que no lo quise hacer– dijo Jaime
arrepentido, pero ya no había forma de replegarse. El médico sacó una pistola
empavonada, y golpeó a Jaime en la oreja. Se escapó un tiro y un jarrón, en
el que se veía una bailarina, se agrietó primero, y se desmenuzó después.
Pinie vino corriendo y golpeó al médico con un martillo. El disparo seguía
retumbando en la casa. El manager se escurrió hacia el vestíbulo y huyó a la
calle. El médico volvió a disparar y la bala se hundió en un sillón. Dora vino
de la cocina con una pava de agua caliente y la vació en la nuca del médico.
(272)
Y cuando Jaime le pregunta a su
hermana Dora porqué le ha vertido en el cuello agua hirviente, ella le contesta:
–Ya me tenía cansada con
sus insinuaciones– dijo Dora. (272), provocando un efecto cómico la
desproporción entre el motivo y la reacción.
“En la familia Pechof no
existe el ingrediente de la salvación, ni siquiera a través de la escritura que
recupera el pasado; […] Todos los personajes caen bajo
la rúbrica crítica que anula la purificación de
los ideales; toda fórmula
simplista se cierra sobre su enunciado”. (SOSNOWSKI, 1987 : 118)
El equilibrio, más o menos
respetado durante la novela con sus numerosos quiebres de sentido, se torna
imposible. Han estado todos los personajes en equilibrio precario, haciendo
piruetas en una tabla enjabonada, dando vueltas y vueltas y acabando de pie.
Pero el fracaso de todo el montaje los devuelve a su condición de judíos
errantes: de una u otra manera tienen que volver a armar los carruajes.
De ahí la
larga y anafórica enumeración de las pérdidas en una página final que casi abandona
todo humorismo y se vuelve melodramática :
Nada de viajar hacia el puro desierto amarillo para fundar una
estirpe. Nada de carretas prestigiosas, nada de cajas estibadas en anchos
armarios, nada de jamones, lenguas, champaña u oporto, nada de caballos
fustigados, nada de ver al río Saladillo ni la sólida marga del cauce mezclada
con caparazones de tortugas calcinadas. Nada de cruzar el río correntoso y
crecido. Nada de baqueanos clavando sus espuelas en los ijares de los caballos.
Nada de pitos intactos, nada de manos viajando en la trayectoria de una
granada, nada de genealogías perpetuadas en retratos al óleo de Pueyrredón,
Pellegrini o Morel. Nada de abuelos jueces o generales. Nada de abuelas duras,
de facciones angulosas, enfrentadas a las hordas unitarias. Nada de parientes
botarates que, victoriosos o desplazados, eran siempre los dueños de la tierra.
Nada de niños con nombres estrafalarios, nada de amitos, nada de criados. Nada
de malones atacando por sorpresa. Nada de tías locas muriendo de amor en
altillos o conventos. […]
Abundarían los cabos sueltos, las promesas entabladas con
tenacidad y luego desleídas en juegos de palabras […] ordenando una vida
familiar de conspiradores y un sistema de propagación de faltas como reaseguro
ante todo conato de independencia.
Porque atrás quedaba Rifque y una foto equivocada, y en la
camioneta estaba el baúl y el médico adentro para confirmar que su lucha por
librarse de una historia sin futuro, debía comenzar nuevamente desde cero.
(285-286)
La desmitificación arranca de
acercamientos improbables, a veces anunciados como tales — como en la ficción
de las hazañas del inventado abuelo de Jaime—, a veces escondidos detrás de
escenas grotescas como la del intento de sepelio de su novia Gladys.
Como en el humorismo basado en
choques entre temas transcendentes y afirmaciones triviales, la desmitificación
funciona como golpes certeros para despertarnos de nuestras convicciones y
hacernos ver el mundo con otros lentes.
Se podría avanzar la idea de que
todos los personajes de la familia Pechof son antihéroes destinados a fracasar
en todos sus intentos, y eso es lo que los convierte en personajes entrañables.
Acentuados los defectos, invertidas las cualidades, la acumulación de
situaciones hiperbólicas hace de la novela una suma de incalculable valor (y
sabor).
Bibliografía
INTERSIMONE,
Luis A., « Las Dos Evas, Los Dos Borges, Los Dos Perón », Chasqui:
Revista de Literatura Latinoamericana, vol. 36 / 1, mayo
2007, p. 18‑32, [En línea : http://www.jstor.org/stable/29742157].
SUÁREZ,
Patricia et GIACOMETTO, Leonel, Trilogía Peronista: Las 20 y 25 ;
Puerta de Hierro ; La Eterna, Buenos Aires, Teatro Vivo, 2005,
116 p.
SARLO,
Beatriz, Escritos sobre literatura argentina, Buenos Aires, República
Argentina, Siglo Veintiuno Editores, 2007, 486 p., (« El hombre y sus
obras »).
SOSNOWSKI,
Saúl, La orilla inminente: escritores judíos argentinos, Buenos Aires,
Editorial Legasa, 1987, 171 p., (« Omnibus »).
SZICHMAN,
Mario, A las 20:25, la señora entró en la inmortalidad, Hanover, N.H.,
U.S.A.; New York, NY, Ediciones del Norte, 1981, 292 p. (La nueva versión,
en digital, publicada en el 2012, con prólogo de la profesora Carmen Virginia
Carrillo, puede conseguirse en Amazon, Barnes and Noble, y en otros outlets
como iBooks, Scribd, y Kobo.
[1] En
una reciente reedición, se ha modificado ligeramente este título para que
reprodujera exactamente esas palabras, cuidadosamente elaboradas, con las que
se anunció el fallecimiento
de Eva Perón por la radio: A las 20:25 la Señora pasó
a la inmortalidad. Tercera edición: Editorial Aleph/ Aleph
Publishing House, New Jersey, USA, 2012. Cabe señalar también la utilización de ese dato
temporal cargado de significaciones como título, esta vez a secas, en otra obra
relacionada con Eva Perón, la
pieza teatral de Patricia Suárez: Las
20 y 25 (2005).
[2] Literalmente, “negra” en idish. Comúnmente utilizado de forma
despectiva.
[3] Véase por ejemplo Josué Quesada, « La
costurerita que dio aquel mal paso », en Margarita Pierini, (sel. y
pról.), La novela semanal (1917-1926): Una hora millonario; Una madre, en
Francia; La costurerita que dio aquel mal paso, [Quilmes], Universidad
Nacional de Quilmes, 1999.
[4] Varias novelas recientes cuentan la lucha de
una mujer, Raquel Liberman, para acabar con ese tráfico de mujeres por parte de
la organización Zvi Migdal, denunciada en su época en el famoso libro de Albert
Londres, Le chemin de Buenos Aires
(1927), inmediatamente traducido al español. Se puede citar La polaca de
Myrta Shalom (2003) y El infierno prometido de Elsa Drucaroff (2006).
El tema también aparece en el cómic Tango,
a media luz, de Hugo Pratt.
[5] El subrayado es nuestro en la cita.
[6] Paño de cocina.
[i] Brigitte Natanson,
catedrática, Departamento de Español, Universidad de Orléans
(Francia)
Dirección electrónica académica: brigitte.natanson@univ-orleans.fr
Congreso
JALLA, 4 al 8 de agosto de 2014. (Pluralidad
y diversidad: saberes incómodos y sub-versiones literarias y culturales en
América Latina).
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