domingo, 2 de octubre de 2016

Sea Change, de Jeremy Page.“La mujer siempre llega, cuando estamos preparados para recibirla”


Mario Szichman


En el relato En la colonia penitenciaria, Franz Kafka describe el uso de un instrumento de tortura que registra la sentencia en la piel del condenado.  Kafka era muy adicto a encarnar refranes. Es evidente que la máquina de ejecución tiene un propósito: demostrar que la letra con sangre entra.
Sea change, la segunda novela del escritor británico Jeremy Page anuncia, ya en el título, la intención del protagonista. Sea change puede traducirse también como viraje, o cambio radical, y es lo que ocurre con Guy, su personaje principal, aunque el cambio se registra en el mar (the sea) y no por las razones habituales.
Es una novela trágica, y al mismo tiempo optimista. Además, tiene un final feliz. (Soy adicto a los finales felices).
El relato comienza con una horrenda muerte en la familia. Guy y su esposa, Judy, están disfrutando de un día de vacaciones con su hija, Freya. De manera inexplicable, mientras juegan al aire libre, en un sitio de East Anglia, aparece un caballo encabritado, arremete contra la familia, y mata a la hija, de cuatro años de edad.  La escena recuerda un lúgubre cuento de hadas. El resto de la historia transcurre más en la mente del protagonista que en su vida cotidiana.
Tras ese inicio trágico, vemos a Guy, cinco años más tarde, a bordo de una vieja barcaza holandesa, The Flood,  (inundación), recorriendo el estuario de Blackwater, frente a la costa de Essex, intentando volver a vivir, convencido de que su única verdad, “es que la vida se ha detenido, aunque no el tiempo”.
Es innegable que Guy está buscando alguna forma de suicidio. Ya lo intentó junto con Judy, tras la muerte de su hija.
            En una ocasión, se aleja nadando de su barcaza, y el lector intuye que es para no regresar. “Flotando tan lejos de The Flood”, dice el autor, “se sentía incorpóreo. Pensaba con mayor claridad. Sus últimos años eran como una soga deshilachada, cada hebra ansiando soltarse de esa cosa que había sido en alguna ocasión su vida. Ahora, esa vida carecía de todo soporte, estaba debilitada, se iba desentrañando”.
Los desafíos que se plantea Guy son la manera en que desea encarar la muerte. Pero, como decía Nietzche, “Todo aquello que no me mata, me hace más fuerte”.
La defensa, para Guy, no está en arriesgar su cuerpo en sus pugnas con el mar, sino en razonar su vida, encontrar alguna explicación a esa inclemente angustia, salvarse.  Y allí surge la magia de Sea Change. El único consuelo de Guy es escribir un diario, donde registra sus emociones, sus desengaños. Al mismo tiempo, diseña un relato alternativo imaginando qué hubiera sucedido si su hija Freya continuase viviendo. Pues la vida se nutre de casualidad, de contingencia. Si cada uno de nuestros instantes es precario, repleto de opciones ¿Cuántos futuros nos aguardan?
La tarea de Guy va aún más allá. El suyo no es un diario más, es la minuciosa recreación de una vida apócrifa compartida con seres queridos. Excepto por la intervención de la tragedia y de sus múltiples corolarios.
Guy vive dos vidas, una de ellas, a bordo de su barcaza, la otra, en la quimera de una persistente relación con Judy y con Freya. Es una vida plena, su hija existe, su esposa continúa con él. Es imaginada sobra la base de las ausencias, pues ha sido reanudada meses después de la muerte de Freya, tras su separación de Judy.
El simulacro ideado por Guy no busca un final feliz. Necesita afrontar, en esa vida alternativa, los mismos dolores y decepciones que nos acechan en la vida real, y aún peores. El protagonista no está dispuesto a canjear esa existencia por un cuento de hadas. Por el contrario, en esa segunda, imaginaria vida, afronta peligros, dudas, que previamente había decidido ignorar. Y por una razón terapéutica: porque la tragedia no había irrumpido dejando una herida imposible de cerrar.
Lejos de ser curativo, el diario se convierte en otra alternativa de las pesadillas. Guy tenía una relación de amor con Judy. En el diario, retoñan la sospecha, los celos.
Judy era una cantante, formaba parte de un conjunto musical, compartía triunfos y desencantos con varios compañeros. El diario que escribe Guy va seleccionando los recuerdos. A través de su transcripción y selección, el protagonista queda convencido de que Judy ha tenido un affair con Phil, un guitarrista al que le han amputado una pierna.
Recién después de una separación de cinco años Guy siente el despertar de los celos, que expresa en su diario. Y no solo se trata de celos, sino de una feroz necesidad de humillar a su hipotético rival. Hay una escena tragicómica donde Phil se desprende de su pierna postiza y la deja abandonada en un banco. Luego, se dirige a un sofá donde está sentada Judy. Ambos comienzan a conversar en voz baja. Guy advierte el silencio que cunde entre frases dispersas y se convence que Judy lo está engañando.
Cuando Judy decide irse a dormir e ingresa en su cuarto, Guy aprovecha para recoger la pierna postiza de Phil, y se la devuelve. Enseguida se aleja del lugar, y observa el sofá donde Phil y Judy se habían sentado. “Ese sofá rojo”, piensa Guy, “es el emblema de la culpa, un objeto teñido de vergüenza, parte de la traición que él alentó”. Por lo tanto, Guy se dirige al cuarto de Phil, golpea a la puerta, y le pega un formidable puñetazo. Phil cae al suelo, y allí queda, “aceptando a plenitud” el castigo propinado.
La aprensión ha reemplazado a la realidad, inclusive a la realidad psíquica de Guy. Un ser normal puede enardecerse cuando se entera de la infidelidad actual de su cónyuge, pero es improbable que exhiba una furia similar con algo que pudo o no haber ocurrido años antes de su separación.
El dolor que aflige a Guy, y del cual es incapaz de recuperarse, lo obliga a recrear una vida conyugal que nunca pudo existir. Guy ignora cómo eliminar sus fantasmas.  La experiencia ficticia con esa familia reconstituida tras la muerte de la hija, “forma una parte tan regular de su rutina”, dice el autor, “que es a veces más real que la vida que compartieron”. 
No solo la pena agobia a Guy, sino la necesidad de ser leal con sus fraguados recuerdos. El diario comienza como una tarea de prolongar la existencia de un matrimonio, y de repente, se convierte en el escorpión que se muerde la cola. Los recuerdos, verdaderos o falsos, carecen de la dinámica que posee la vida. Guy intenta devolverles esa energía. En ese tránsito, los personajes empiezan a perder el control, y buscan atajos muy difíciles de encontrar en la vida cotidiana.
Es como si el protagonista anticipara la destrucción de esa familia, pese a que en su diario personal impidió la muerte de su hija. Parte de los conflictos que se iban disipando durante la vida en común, se agudizan, tras desaparecer el soporte de la realidad.
En el curso de su vagabundear por el mar, Guy encuentra a una madre y a su hija, y se hacen amigos. Marta es una mujer muy seductora, al igual que Rhona, su hija. Ambas se sienten atraídas por Guy, quien recuerda un viajero del tiempo. Es diez años más joven que Marta, y le lleva a Rhona quince años de edad. Cada mujer le propone un destino diferente: Marta, la tranquilidad de una vida sin excesivos descalabros, la aceptación de que buena parte de su vida ya ha transcurrido. Rhona es la aventura, la inestabilidad, la amenaza del adulterio, como habría ocurrido con Judy.

Jeremy Page
El novelista construye sus personajes y sus escuetos diálogos con gran intensidad. Todos ellos se protegen, y temen lastimar al otro. Son apasionados, sensibles, y no mienten. Además, son imprevisibles. Tan imprevisibles como los personajes que Guy describe durante la reinvención de una vida familiar con Judy y Freya.
“Traté de mantener todo aglutinado”, dice Guy, “pero todo se está cayendo a pedazos. Una vez más, todo se está cayendo a pedazos. Y yo soy incapaz de controlarlo”.
En la parte final de la novela, Guy empieza a escribir otro diario, donde Judy y Freya han sido sustituidas por Marta, la mujer que conoció cinco años después de separarse de Judy. Es un diario que apuesta al futuro, a un nuevo comienzo.
Y finalmente, Guy termina por aceptar lo inevitable. La vida que forjó en su diario, mucho más cruel que aquella que compartió con su familia, hasta el arribo de su tragedia, es incapaz de soslayar la pérdida. Sin importar nuestras peores premoniciones, o anticipar pesadumbres, es quimérico conjurar la vida.

Y es cuando reaparece Marta, la mujer que reemplazará a Judy, brindándole una segunda ocasión de reparar su tránsito por este mundo. Porque, como solía decir Hemingway: “La mujer siempre llega, cuando estamos preparados para recibirla”. 

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