domingo, 30 de octubre de 2016

““The Autobiography of Joseph Stalin” de Richard Lourie: El poder absoluto siempre corrompe de manera absoluta


Mario Szichman



La fama tiene un extraño efecto sobre los seres humanos a quienes favorece. Anula sus pasados. En las ocasiones en que es posible observarlos antes de su acceso al pináculo del poder, ofrecen la idea de que en su etapa anterior eran homúnculos. Luego, junto con el mando, se apropian de virtudes mágicas, una de ellas, la imposibilidad de equivocarse. José Stalin es uno de esos seres. Y si el culto a la personalidad no hubiera existido, sus panegiristas lo hubieran inventado.
Al igual que la mayoría de los líderes revolucionarios rusos, su nombre final fue un seudónimo. Nació como Josef Visarianovich Dzugahsvilli en Gori, gobernación de Tiflis, en diciembre de 1878, y falleció en marzo de 1953, a los 74 años de edad, en Moscú. (Lenin se llamó inicialmente Vladimir Ilyich Ulyanov, y León Trotsky, Lev Davidovich Bronstein).
Lenin y Trotksky eran buenos teóricos, y fenomenales propagandistas. Lenin solo estaba interesado en la teoría marxista, y en el asalto al poder. Trotsky era muy superior como historiador y estilista. Su Historia de la Revolución Rusa es incomparable. Fue también un excelente estratega militar y creó, prácticamente de la nada, el Ejército Rojo, que emergió victorioso de la guerra civil.  

En cuanto a Stalin, en una época más moderna podría ser calificado como enforcer. Organizó huelgas, y acopió fondos para el partido Bolchevique mediante atracos a bancos, secuestros, extorsiones y asesinatos. Fue a la cárcel en varias ocasiones. Desterrado generalmente a Siberia, se fugó de prisión casi tantas veces como fue detenido. Según el novelista Lourie, habría sido también informante policial. En ese caso, no fue el único, ni el más prominente.  
Llegó un momento en que la Ojrana, la policía secreta del zar, contaba con tantos informantes y agentes dobles, que parecía en condiciones de liderar a ciertos grupos  revolucionarios. Al menos en un caso, eso ocurrió, con Yevno Azef, uno de los fundadores del partido Socialista Revolucionario, quien se especializó en atentados contra personeros del régimen.
Azef fue agente de la Ojrana desde 1893, ocho años antes de la creación del partido Socialista Revolucionario. Y en dos distintos escenarios, hasta la revelación de sus funciones, logró traicionar a todos los miembros de la “Organización  de Combate”.  Al mismo tiempo, se le atribuyen tres famosos asesinatos durante el régimen del zar Nicolás II: el del ministro del Interior, Vyacheslav Plehve (1904), el del tío del zar, el Gran Duque Sergio (1905) y el del Padre Gapon (1906).   
En uno de esos twists que solo parecen haberse registrado en la Rusia prerrevolucionaria, Azef, a través de sus informantes policiales, descubrió que Gapon, un sacerdote ortodoxo y líder obrero, estaba al servicio de la Ojrana. La tarea del sacerdote era desviar a las masas de objetivos revolucionarios, y encaminarlas hacia el sendero trazado por el oficialismo zarista.
Por lo tanto, el agente doble Azef, organizó el asesinato del agente doble Gapon. Como solían decir en los viejos tiempos, siempre resulta conveniente dar un tirito para el gobierno, y otro para la revolución.

AJUSTES DE CUENTAS

En el primer párrafo de The Autobiography of Joseph Stalin, Lourie pone las cartas sobre la mesa. Piensa Stalin: “Leon Trotsky is trying to kill me,” León Trotsky intenta asesinarme. Pero no se trata de un asesinato físico, sino moral. Trotsky está escribiendo una biografía de Stalin (fue publicada después de su asesinato en México), y su intención es revelar “eso”, un crimen “cuya divulgación podría destruir la mística de autoridad por la cual gobierno”.  
Las reflexiones de Stalin comienzan en 1937, cuando ya se han concretado las purgas contra sus enemigos políticos. En el futuro le aguarda su pugna con Adolf Hitler. Tal vez la premisa de Lourie ofrece excesiva importancia a la figura de Trotsky, si se toma en cuenta que el líder de la Cuarta Internacional estaba exiliado en México, en el distrito capitalino de Coyoacán, y que los trotskistas habían sido diezmados.
Pero, elegir el año 1937 para comenzar la narración, no es desatinado. Faltan dos años para que se inicie la segunda guerra mundial, ha estallado la guerra civil en España, en la cual los comunistas tuvieron destacada participación, y el líder del Kremlin necesitaba un férreo control de sus fuerzas, antes de enfrentar al nazismo.  
De todas maneras, como luego lo demostró Stalin, en ese momento le preocupaba más su frente interno que Hitler. Cuando los alemanes invadieron la Unión Soviética, fue un paseo militar. Entre otras cosas, porque Stalin ordenó diezmar al estado mayor soviético. Afortunadamente, había todavía generales rusos de primera.
Quizás alertado por las objeciones de algunos de los lectores de su manuscrito, Lourie decidió agrandar la figura de Trotsky. El personaje de Stalin lo señala de manera explícita: “Trotsky no es el enemigo porque tiene muchos seguidores. Trotsky es el enemigo pues es el único hombre en la tierra capaz de ocupar mi sitio en el Kremlin”. Es un argumento implausible. Los únicos que podían poner en peligro a Stalin, eran sus allegados directos. Si se observa lo ocurrido tras la muerte del líder soviético, quienes tomaron las riendas del poder fueron justamente sus vasallos más fieles, seres que, acatando también las normativas de todo devoto secuaz, terminaron traicionando su legado, y denunciándolo ante la opinión pública mundial. Nikita Kruschev, uno de sus aduladores, denunció las purgas de Stalin durante el famoso Vigésimo Congreso del Partido Comunista celebrado en febrero de 1956.   
Pero Lourie es un novelista, no un teórico. Es obvio que la trama de su novela solo podía prosperar en base a un conflicto central, y a una figura como Trotsky, famosa en vida, y aún más famosa tras su asesinato a manos del español Ramón Mercader, en agosto de 1940. Por lo tanto, asignó a Trotsky poderes casi omnímodos. El exiliado líder parecía conocer un secreto de Stalin que podría contribuir a su derrocamiento.

La narración adquiere vigor e intensidad cuando Stalin narra su vida, o las peripecias que enfrentó hasta convertirse en líder del Kremlin. Inclusive tiene ciertos toques de humor que aligeran su contenido y lo hacen más ameno.
Como buen gobernante paranoico, Stalin estaba rodeado de dobles, cuya misión era recibir las balas que algún asesino necesitaba alojar en el cuerpo del personaje original. En cierta ocasión, Stalin y su doble están desplazándose en una limusina por el centro de Moscú. De repente, Stalin observa a un borracho, y le ordena al chófer del vehículo que detenga la marcha. “Bajé la ventanilla del asiento trasero”, dice Stalin. “Es difícil describir la expresión en el rostro del borracho cuando observó el interior del automóvil y vio ¡a dos Stalins! ´Tendría que beber menos´ le dije. El vehículo se alejó a toda marcha”.
Los capítulos dedicados a la juventud de Stalin, a su ascenso en las filas bolcheviques, o el proceso a famosas figuras soviéticas, así como algunos de los diálogos con rivales, constituyen la parte mejor de The Autobiography of Joseph Stalin. La novela se devora, pues tiene las virtudes de la historia, del policial, y está repleta de aventuras.
Lourie sabe dar credibilidad y tres dimensiones a sus personajes. Algunos de ellos, como Bujarin, uno de los teóricos predilectos de Lenin, o Yagoda, jefe de la policía secreta hasta su caída en desgracia, crecen en el relato, son inclusive más creíbles que el mismo Stalin.
El hecho de que la colisión entre Stalin y Trotksy se revele a través de dos discursos, muestra las posibilidades y frustraciones del texto. Las opiniones de Trotsky sobre Stalin no fueron personales. Él mismo insistió en que su biografía del líder del Kremlin era exclusivamente “política”.
¿Pensó alguna vez Lourie en una secuela, haciendo que Trotsky juzgase a Stalin como ser humano? Si alguna vez lo hizo, eso ya está descartado. Al comienzo de la novela, es muy claro: “Sin importar qué espíritu me poseyó para redactar este libro”, señala, “deseo ahora que se haya alejado para siempre”.


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