domingo, 15 de marzo de 2015

Hillary Clinton: ¿La Cristina Fernández de América del Norte?


Mario Szichman

(Una síntesis de este artículo apareció en la revista Fin de Semana del periódico Tal Cual, con el seudónimo de Harry Blackmouth)



Existen en Estados Unidos políticos tradicionales. Y luego, están los otros.
Quizás el más famoso de los otros fue el republicano Richard Milhous Nixon,  trigésimo séptimo presidente de los Estados Unidos (1969–1974), y el único en renunciar al cargo, a raíz del escándalo Watergate.  La palabra Watergate alude al complejo de oficinas de Washington D.C. donde tenía su sede el Comité Nacional Demócrata. El 17 de junio de 1972, varios hombres ingresaron al sitio, e instalaron micrófonos en sitios inaccesibles a fin de registrar las conversaciones de los rivales de Nixon. Hubo una prolongada investigación del FBI, y William Mark Felt, subdirector de la agencia policial, empezó a proporcionar información a Bob Woodward y Carl Bernstein, periodistas de The Washington Post, indicando que tanto el ingreso de los llamados “plomeros” a la sede demócrata, como los intentos de encubrimiento,  habían contado con la complicidad de funcionarios del departamento de Justicia, del FBI, de la CIA, y de la Casa Blanca.  
Como simple nota al margen: en tanto Woodward y Bernstein se cubrieron de gloria, y fueron reencarnados por Dustin Hoffman y Robert Redford en el filme All the President´s Men, Felt fue reconocido recién en el 2005 como el informante que suministró los datos. En el mundo donde se cruza el periodismo y la política, es fácil dejarse seducir por la fábula y olvidarse de la historia real. Woodward y Bernstein se limitaron, en parte, a transcribir los apuntes dictados por el alto funcionario del FBI, o a seguir las pistas que éste les brindó. Si bien la decisión de Felt de revelar los entretelones del escándalo fue una demostración de patriotismo, el motivo inicial fue la venganza. Felt decidió sacar los trapitos al sol porque sus jefes le negaron una promoción que él creía merecida. Nunca hay que descuidar el rol del individuo en la historia.
En estos últimos días, Hillary Rodham Clinton, ex secretaria de Estado y ex candidata presidencial por el partido Demócrata, que fue derrotada por Barack Obama en las primarias de 2008, ha vuelto a ser noticia. La señora Clinton es la casi segura candidata presidencial de su partido en las elecciones de 2016, y de nuevo la prensa se está haciendo un festín con sus tribulaciones,  y con sus titubeos al borde de la ética.   
El periodista conservador Jeffrey Lord dijo en un reciente artículo en The American Spectator que la dirigente demócrata debería ser rebautizada Hillary Milhous Nixon. “Las grabaciones de Nixon (de conversaciones telefónicas de sus rivales), los correos electrónicos de Hillary”, dijo Lord, “apuntan a una defensa similar, que causa miedo”.
Otra nota al margen: Nixon tuvo como contrincantes a formidables intelectuales. Una de las grandes piezas del periodismo político norteamericano la escribió Norman Mailer. En su libro Miami and the Siege of Chicago, Mailer analizó las convenciones presidenciales demócrata y republicana de 1968, y caracterizó a Nixon como el eterno jano bifronte de la política estadounidense. Según el novelista, Nixon era “muy diestro a la hora de trabajar ambos lados de una pregunta. De esa manera, las dos mitades enfrentadas de la audiencia quedaban luego convencidas que él era uno de ellos”.  
Un ejemplo: Nixon podía decir: “Si bien la homosexualidad es una perversión castigada por la ley, y una intolerable ofensa para una comunidad respetuosa de los principios, al mismo tiempo es una forma de vida para todos aquellos que la practican”. Mailer aventuraba que esa sería la respuesta del candidato republicano en el caso de que participase en una reunión convocada de manera conjunta por la Asociación Benevolente de la Policía y por la Sociedad Mattachine, un grupo encargado de luchar por los derechos civiles de los gays.

EL CORREO SECRETO DEL ZAR

Hillary Clinton ha mostrado en reiteradas ocasiones que está por encima de la ley, aunque  a nivel técnico permanece dentro de sus límites. El presidente Barack Obama, primer magistrado de la nación, está obligado a usar el correo electrónico oficial. Esto es, cada uno de sus mensajes es archivado para la posteridad. Y si eso es obligatorio para el presidente de Estados Unidos, es factible que la misma norma rige para sus subordinados. Bueno, Hillary Clinton fue una de sus subalternas. Ejerció la secretaría de Estado entre el 2009 y el 2013. En ese lapso, a diferencia de su jefe, y probablemente de otros colegas del resto del gabinete, tenía un correo electrónico oficial y otro privado. ¿Cuál era el motivo?
Es imposible preguntarle a la dirigente demócrata. De manera inevitable, sus respuestas suelen ser pueriles e implausibles. Todavía se ignora si Hillary se convertirá en la Cristina Fernández de América del Norte, o si Cristina Fernández empezó su carrera como la Hillary Clinton de América del Sur, pero en ambos casos, se mantienen los mismos atributos  –además de su vínculo marital con un presidente o ex presidente–: cada vez que la niña es pescada en falta trata de eludir apuros urdiendo falsedades que envidiaría el barón de Munchausen.
Basta hacer un recuento de las hipótesis que barajó la presidenta argentina cuando apareció muerto el fiscal Alberto Nisman, quien la estaba investigando por sus presuntos acuerdos con las autoridades iraníes para pasar debajo de la alfombra a los supuestos responsables del atentado contra un centro comunitario judío donde fueron asesinadas 85 personas. Primero fiscal Alberto Nisman ofreció como hipótesis un suicidio. Quizás Nisman estaba avergonzado por haber dudado de la integridad personal de Cristina Fernández y optó por autoinmolarse. Luego, cuando se divulgó que Nisman, veinticuatro horas antes de aparecer muerto, habló con un periodista sobre sus temores de ser asesinado, Cristina Fernández formuló otra conjetura: el fiscal había sido inmolado por las fuerzas oscuras que pretendían poner en duda la integridad personal de la jefa de estado.
Aunque Hillary Clinton no ha puesto en peligro de autoinmolación o inmolación a un fiscal ansioso por escudriñar sus secretos, lo cierto es que siempre está caminando en la cuerda floja de la legalidad.  
Un ejemplo ¿por qué necesitaba una cuenta personal de correo electrónico siendo secretaria de Estado? Respuesta de Hillary: “Nadie desea que su correo electrónico personal sea divulgado. Creo que la mayoría de las personas entienden eso y respetan el derecho a la privacidad.” Excelente respuesta. Luego añadió que esa correspondencia privada tenía que ver con “la planificación de la boda de mi hija Chelsea, o los arreglos para el funeral de mi madre, notas de condolencia a los amigos, así como rutinas de yoga, vacaciones familiares, u otras cosas que se encuentran en los buzones de entrada”.   
Ignoramos cuantas bodas ha planificado Hillary Clinton, la cifra de funerales que debió arreglar, cuantas notas de condolencia a sus amigos envió, u otras tareas personales, que no incluyeron, ciertamente mensajes a su esposo, Bill Clinton. El expresidente reconoció hace poco que solo despachó dos correos electrónicos en su vida.  
De todas maneras, las cuentas de Hillary no cuadran: antes de retirarse como secretaria de Estado, ordenó borrar más de 30.000 de sus correos personales. Y entre ellos, no mencionó la parte más jugosa: el intercambio de mensajes con poderosos donantes.
The Washington Post dijo el pasado 25 de febrero que “la Fundación Clinton aceptó millones de dólares de siete gobiernos extranjeros cuando Hillary Rodham Clinton fue secretaria de Estado. Eso incluyó (al menos) una donación que violó el acuerdo de ética del gobierno de Obama”.  
El periódico dijo que eso podría causar un conflicto de intereses. “Existe el temor de que esos países habrían usado las donaciones a la fundación con el propósito de obtener favores” de la ex secretaria de Estado, indicó el matutino.
La Fundación Clinton asegura que el dinero siempre fue destinado a las buenas causas. Pero, como demostró The Washington Post, algunos de los caritativos gobiernos  “han tenido complicadas relaciones a nivel diplomático, militar y financiero” con Washington. Eso incluye a Arabia Saudí, que entregó a la fundación Clinton entre 10 y 25 millones de dólares,  Kuwait, Qatar, Oman, Argelia, Australia, Noruega y hasta la República Dominicana.   
El diario no ha encontrado hasta el momento “un potencial comandante en jefe tan estrechamente asociado con una organización que ha pedido respaldo financiero a gobiernos extranjeros”.  
Muchos se preguntan si entre los más de 30.000 mensajes por email enviados al basurero de la historia porque lidiaban, presuntamente, con la planificación de la boda de Chelsea, los arreglos para el funeral de la madre de Hillary, notas de condolencia a los amigos, rutinas de yoga, o vacaciones familiares,  figuraban intercambios entre la secretaria de Estado y algunos gobernantes obsesionados con la caridad. Por supuesto, la señora Clinton lo niega. Y muchos querrían creer en su buena fe, en su honestidad, y en su ética a prueba de bombardeos. El problema es que los rivales republicanos dudan de sus credenciales.
Ahora, Jason Chaffetz, presidente del Comité de Supervisión de la Cámara de Representantes, anunció que piensa citar a la señora Clinton para que explique qué hizo con su correo electrónico personal. Chaffetz, republicano por Utah, dijo que desea preguntarle a la ex secretaria de Estado por qué borró esos decenas de miles de emails sin consultar a nadie, y quien decidió qué correos electrónicos había que entregar a los archivos del departamento de Estado y cuales podían ser eliminados.
Edward Luce, columnista de The Financial Times, dijo que “con los Clinton, siempre hay un ocultamiento de la verdad que aguarda a ser desenterrado”.  Los correos electrónicos borrados de las computadoras de Hillary Clinton parecen pertenecer a esa categoría.
¿Podrá Hillary sobrevivir a la crisis? Ella siempre mostró su garra cuando estaba casi en la lona. Es cierto, perdió frente a Obama en las primarias de 2008, pero en las semanas finales peleó como una leona, y ganó estado tras estado, aunque ya era demasiado tarde, pues la ventaja de Obama era imposible de superar. En cambio, en la actualidad, no tiene rivales en su partido. Y eso no es bueno. Algún otro aspirante que tenga un affair con su jefa de campaña, o que esconda un secreto familiar, sería un alivio para la señora Clinton. Al menos algún acto de libertinaje permitiría a los periodistas cebarse con otro desdichado.
Esa ausencia de precandidatos obliga a la prensa a concentrarse en Hillary Clinton. Más de un periodista intentará extraer el mayor beneficio posible del más diminuto documento que pueda examinar.
Tal vez los emails que Hillary ordenó borrar eran triviales. Pero, como promedio, fueron más de 30 diarios. ¿Cuántos de ellos fueron dedicados a la planificación de la boda de Chelsea, y otros asuntos personales? Debe quedar un resto bastante substancial que lidia con otras cuestiones.
Hay algo que Hillary nunca aprendió, pese a que su marido es un maestro como operador político, y un hombre que sigue conservando gran popularidad: lo peor que se puede hacer con los periodistas es tratarlos como infradotados. La lógica reacción es que más de uno se la quiera cobrar.
En 1971, cuando Richard Nixon se lanzó como candidato a presidente, se inició una campaña de algunos grupos vinculados a los demócratas donde se preguntaba a los electores si le comprarían un carro usado al abanderado republicano. Al parecer, existe ahora una campaña similar para formularle la misma pregunta a Hillary Clinton. Estamos seguros que ella aplicará todos los tecnicismos legales necesarios para demostrar que se le puede tener plena confianza. Y el carro usado, inevitablemente, tendrá una falla que los psicoanalistas suelen calificar de caracterológica.  




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