Mario
Szichman
(Una versión resumida de este
artículo apareció el 10 de julio de 2014 en el periódico Tal Cual de Caracas)
No hay mejor epitafio para la selección brasileña de
fútbol que esta frase publicada el 12 de julio en The New York Times: “Holanda derrotó a Brasil, 3–0, para concluir en tercer lugar en la Copa
Mundial, coronando un horrendo final de dos juegos en que Brasil fue superado
por 10-1”.
Tal como señalé en el periódico Tal Cual, la épica derrota de Brasil frente a Alemania por 7-1,
causó un milagro. El milagro es la reconversión de un amigo brasileño en un
ferviente creyente en Dios. Durante décadas, mi amigo se vanaglorió de ser un
agnóstico. Hasta el 8 de julio de 2014. “Hoy mi fe ha renacido”, me explicó el
amigo, vía Skype. “Mi deseo era que
la selección brasileña perdiera ante Alemania por escaso margen, pero que
perdiera. Me contentaba un resultado de 1-0. Pero esta derrota histórica me
demuestra que Dios existe. Es la peor humillación que ha sufrido la selección
brasileña en toda su historia, corrobora que fue un terrible error realizar el
Mundial de Fútbol, acabará con los delirios de reelección de Dilma Rouseff, y
obligará a revelar un montón de chanchullos más fáciles de ocultar si
conseguíamos el campeonato. Una derrota por 1-0 hubiera sido obra de la
casualidad. Esta catástrofe sólo puede ser obra de la intervención divina”.
Muchos compatriotas de mi amigo
brasileño parecen compartir su criterio. Y ya hay evidencias de que los
habitantes de ese enorme país no piensan enfrentar la catástrofe de buen
talante.
Tras concluir el partido
Brasil–Alemania, circularon versiones de un atraco en masa en Rio de Janeiro,
durante una fiesta de simpatizantes de la selección nacional, y en las calles
de San Pablo varios fanáticos quemaron banderas brasileñas inclusive antes de
finalizar el encuentro. Dirigentes políticos habían alertado sobre nuevas
manifestaciones de protesta en caso de que Brasil fuese eliminado.
“Como todos los brasileños, me siento
muy, pero muy triste por la derrota”, dijo la presidenta brasileña en Twitter.
“Brasil, levántate”, añadió la jefa de estado, “sacúdete el polvo, ponte otra
vez de pie”.
Seguramente, los brasileños le harán
caso. Se levantarán, se sacudirán el polvo, se pondrán de pie y en las
elecciones de octubre pondrán fin a sus ilusiones de reelección.
LA MANO EN
EL BOLSILLO AJENO
Durante los preparativos para el
Mundial del Cuarto Mundo, el gobierno de Brasil no perdió la ocasión de
despilfarrar recursos. Los brasileños ya han perdido noción de donde vienen y
hacia donde enfilan líneas férreas, cables carriles, acueductos y otros enormes
elefantes blancos que hacen pasar al gobierno venezolano por un modelo de ascetismo.
Ahí está el sistema de Metro en
Salvador, un faraónico sistema de transporte iniciado hace diez años, durante
el boom económico. El sistema nunca entró en servicio.
Luego, se gastaron 1.800 millones de
dólares para construir un ferrocarril que debía atravesar 1.600 kilómetros de
zonas áridas del país. Vastos tramos de la línea férrea Transnordestina en el
noreste de Brasil, han sido abandonados. El proyecto, iniciado en el 2006,
desplazó a gran cantidad de personas de sus poblaciones. El gobierno no ha
pagado hasta ahora indemnizaciones por las tierras confiscadas. Los costos del
Transnordestina han ascendido a 3.200 millones de dólares, y podría ser
completado alrededor del 2016. O tal vez nunca.
Edificios públicos diseñados por el
famoso arquitecto Oscar Niemeyer, ese genio extraterreste que creó la
inhabitable ciudad llamada Brasilia, donde todo prospera, menos los seres
humanos, fueron abandonados apenas concluyó su construcción.
Se erigieron costosos estadios en
ciudades como Manaos y Brasilia, donde hay escasos fanáticos. Y para llevar la malversación a la
estratósfera, el gobierno federal se
dedicó a construir sistemas de transporte terrestre y ferroviario cuyo propósito
inicial era llevar espectadores a los estadios. Esos sistemas fueron concebidos
para ser finalizados mucho después de la conclusión del torneo de fútbol.
Gil Castello Branco, director del grupo
Contas Abertas (cuentas abiertas),
una organización brasileña dedicada a denunciar chanchullos administrativos,
dijo: “estamos despertando a una realidad: inmensos recursos han sido
despilfarrados en extravagantes proyectos. Entre tanto, nuestras escuelas
públicas siguen siendo un desastre, y nuestras calles continúan contaminadas
por aguas cloacales”.
PAN Y CIRCO
Tras la debacle de 2014, las
autoridades brasileñas se aprestan al desastre ecológico de 2016, cuando se
realizarán las Olimpíadas.
Varias de las competencias acuáticas se
llevarán a cabo en la Bahía de Guanabara. Mario Moscatelli, un biólogo marino, dijo
que la contaminación en la zona es para alquilar balcones. “El gobierno puede
emplazar portaaviones para recolectar la basura de la bahía, y el problema no
será resuelto”, indicó. “La bahía sigue siendo una letrina”. Y lo seguirá
siendo. Eduardo Paes, alcalde de Rio de Janeiro, dijo a The Associated Press que la ciudad no podrá cumplir con su promesa
de limpiar la bahía de Guanabara para las Olimpíadas. La promesa fue formulada
en el 2009, cuando se asignó a Río de Janeiro la realización de los juegos.
Lars Grael, una leyenda de los deportes
acuáticos de Brasil, quien ganó dos medallas olímpicas, dijo que en cuatro
ocasiones que recorrió la bahía en su embarcación tropezó con cadáveres. Grael
dijo que la bahía es “sombría, marrón, y apesta”. El medallista recomendó mudar
los eventos acuáticos a otra parte de Brasil donde las aguas no estén tan
contaminadas.
Sin embargo, no hay mal que por bien no
venga. Por una parte, la derrota de la selección de fútbol de Brasil ha sido
tan descomunal, que es imposible su repetición, al menos en nuestras vidas.
Después de todo, la previa derrota descomunal de Brasil en un torneo de fútbol
fue en 1920, cuando Uruguay le dio una paliza por 6-0.
Pero, lo más importante de todo es que los
brasileños saben que el país necesita buscar otro rumbo. “La época del pan y el
circo” se acabó, dijo Lisa Rodrigues da Cunha Saud al New York Times, tras observar el juego de Brasil y Alemania. “No
necesitamos estadios. Lo que necesitamos son hospitales y escuelas”.
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