sábado, 23 de diciembre de 2017

El hombre que inventó la Navidad (Al menos en Gran Bretaña)

Mario Szichman


Charles Dickens


Según señaló Katherine Ashenburg en The Times Literary Supplement, cuando el 10 de junio de 1870 los periódicos londinenses anunciaron el fallecimiento de Charles Dickens, una jovencita le preguntó a una amiga: “¿Murió Dickens? ¿Eso significa que también falleció el Padre de la Navidad?”
Si Dickens no inventó la Navidad, al menos refundó las Navidades británicas. Esa celebración figuró en varios de sus numerosos libros, como The Pickwick Papers, tal vez la más jocosa de sus novelas, en otros textos dedicados anualmente a la Navidad, en Great Expectations y en la incompleta The mystery of Edwin Drood 
Edwinn Drood es un misterio al cuadrado, pues el cuasi protagonista desaparece en la parte final, bajo circunstancias sospechosas. Para complicar las cosas, Dickens le envió a su biógrafo John Forster dos cartas informándole de la trama, pero no del probable asesinato de Edwin Drood. Su fallecimiento le impidió concluir el texto.

Siempre hay un antes y un después. Es obvio que las Navidades fueron celebradas en Inglaterra siglos antes de Dickens, aunque declinaron drásticamente debido a la impugnación de los puritanos.
Ashenburg dice que desde la Edad Media, los ingleses disfrutaron de las Navidades con enorme extravagancia. Pero la festividad tenía ingredientes de orgía colectiva. Se consumían grandes cantidades de comida, y de alcohol, e imperaba el lujo en las vestimentas. Además, se consumaban ceremonias paganas, un vestigio de las saturnalias romanas, que tenían como protagonista al Señor del Desgobierno.  Detrás estaba, por supuesto, la iglesia católica romana, y la herencia de un Papa que no abominaba del paganismo.
Eso causó el repudio de los puritanos.  Una vez tomaron las riendas del poder en Londres, prohibieron las Navidades. Según dice Ashenburg, el parlamento británico se reunió en las Navidades, entre 1644 y 1656, y los soldados clausuraron iglesias y obligaron a los dueños de comercios a reabrir sus puertas. En 1647, el Alcalde Mayor de Londres recorrió las principales arterías de la ciudad para quemar adornos navideños.

REINVENTANDO LA NAVIDAD




Con la llegada de la Restauración, en 1660, también las Navidades fueron rehabilitadas. De todas maneras, los puritanos dejaron una magulladura en la conciencia de los ingleses. Las Navidades  perdieron la opulencia exhibida antes de Cromwell.
Por supuesto, en A Christmas Carol, Dickens no celebra el desenfreno. En realidad, aparte de las fiestas organizadas por los pobres,  el relato es como un monumento fúnebre, plagado de difuntos. Los recorridos por cementerios son liderados por fantasmas.
La historia tiene como protagonista a Ebenezer Scrooge, un avaro, quien es visitado por el espectro de su ex socio comercial, Jacob Marley y por los ghosts del Pasado, del Presente, y de los Años Navideños por Venir.
Cuando Dickens escribió su novela corta, los ingleses estaban dedicados a reexaminar las tradiciones navideñas, especialmente los carols, villancicos, y nuevas costumbres, como la erección de árboles de Navidad, un elemento que divide las festividades de acuerdo al hemisferio. Resulta exótico un árbol de Navidad en los países del hemisferio sur, donde el fin de año es pleno verano. En cuanto a la figura de San Nicolás con asfixiantes ropas, gorra roja, y poblada barba, resplandece con su incongruencia.
Algunos críticos literarios dicen que la inspiración de Dickens para escribir A Christmas Carol fue una visita a la escuela Field Lane Ragged, uno de los establecimientos londinenses dedicados a educar a los hambrientos niños de la calle.
Dickens había vivido la pobreza en carne propia. Debió abandonar la escuela primaria y trabajar en un establecimiento donde fabricaban betún, luego que encarcelaron a su padre en una prisión para deudores.
Los mejores personajes de su galaxia son niños o adolescentes agobiados por el medio ambiente, o mujeres y hombres de mediana edad intentando emerger de la indigencia. En Scrooge el autor descubrió su villano favorito. Lo humanizó como sólo él podía hacerlo. El trasfondo de la obra es una ciudad más alucinante que real. Por ella apenas podían transitar los personajes de su imaginación[i].
Scrooge y Londres son intercambiables protagonistas. A medida que Scrooge se va humanizando, Londres va perdiendo su ferocidad hasta convertirse en un sitio casi habitable.
Pero Scrooge solo puede transmutarse en un personaje simpático gracias a la intervención divina. Únicamente los fantasmas del Pasado, del Presente, y de los Años Navideños por Venir, son capaces de alterar la personalidad del avaro.
Es imposible considerar A Christmas Carol una historia secular. El milagro del persistente éxito de Dickens es que entretejió una alegoría. De esa manera, le brindó carga emocional a una historia de horror, que luego se trocó en cuento de hadas.
El público respondió entusiasmado ante esa fábula para todas las edades. Es interesante que Dickens irrumpiese sin problemas en el territorio de la muerte, pese a que parte de sus lectores o escuchas, podían ser niños.  (Muchos padres de clase media solían leer A Christmas Carol a sus hijos antes de que fueran a dormir. No se han hecho estudios de cómo esas lecturas afectaron a sus vástagos).
Tan exitosa fue la irrupción de Dickens en el campo de lo sobrenatural, que en 1849, seis años después de publicar A Christmas Carol, el novelista comenzó a hacer lecturas públicas del texto. Alcanzó un total de 127 lecturas, hasta 1870,  el año de su muerte. 
A Christmas Carol nunca salió de circulación. Ha sido traducida a varios idiomas, y adaptada en numerosas ocasiones al cine, al teatro, a la ópera, y a otros medios.
La fórmula del relato parece tan sencilla, que muchos deben preguntarse ¿por qué nadie lo intentó antes? La figura del avaro es tan antigua como la modernidad. Ha sido usada con provecho por Moliere y por Balzac. Pero ambos autores la cultivaron en contextos modernos.  Dickens, en cambio, la examinó como si se tratase de un monstruo decidido a destruir lazos sociales.
Scrooge comienza como un epítome del capitalismo temprano. Está convencido de que la pobreza es un designio divino, el flagelo enviado por Dios a los incapaces, los indolentes, los pobres de espíritu.
En una serie de viñetas diseñadas con gran minuciosidad, como si formaran parte del retablo de las maravillas, el autor fue mostrando la felicidad de las reuniones familiares, el goce de compartir comidas y bebidas, los bailes, los juegos, y la irrupción de la generosidad. 
Pero la Navidad de Dickens no celebra la borrachera o la gula, sino el espíritu comunal, y la caridad. Eso en la Inglaterra victoriana de mediados del siglo diecinueve, plagada de hambrunas y de conflictos sociales.
Importantes críticos celebraron la Navidad reinventada por Dickens. En 1891, el crítico estadounidense  W. D. Howells dijo que el autor había rescatado la fiesta “De la desconfianza puritana”. Y en 1922, G. K. Chesterton, un autor católico, dijo que el  novelista había salvado las Navidades justo a tiempo, cuando comenzaban a “desprenderse del control popular”, debido a la industrialización neo puritana.
Para Dickens, dice Ashenburg,  el evento religioso fue “un prisma a través del cual pudo analizar la salud o la enfermedad de la Inglaterra victoriana”.  Y el prisma se fue oscureciendo a través de los años.
Afortunadamente, el Dickens de A Christmas Carol era aún joven, optimista, y creía en un mundo nítidamente dividido entre el bien y el mal. No era difícil cotejar a Scrooge con los fantasmas del pasado, del presente, y del porvenir, y mostrar el espectro de su mezquindad, en su torpe afán por acumular monedas de oro, o su desdén ante las recompensas espirituales que ofrece la vida.


Otras novelas en las cuales irrumpe la Navidad son terriblemente sombrías, entre ellas la última, The Mystery of Edwin Drood. Pero el público, especialmente de habla inglesa, continúa aferrado a las peripecias de Ebenezer Scrooge. Y aliviado de que pese al fallecimiento de su creador,  el Padre de la Navidad sigue siendo inmortal.





[i] Aunque Dickens carecía de una educación formal, escribió 15 novelas, cinco novelas cortas, centenares de cuentos y artículos, y editó un semanario prácticamente solo, durante 20 años. Además, hizo campañas a favor de los derechos de los niños, de la educación, y de otras reformas sociales. En el siglo diecinueve era considerado el novelista más popular de todos los tiempos. En la actualidad, muchos críticos creen que era un genio. Basta leer la novela Bleak House para verificarlo.

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