miércoles, 15 de noviembre de 2017

El viajero del tiempo: Hugo Chávez firmó el Acta de la Independencia de Venezuela


Mario Szichman



Cada régimen utiliza sus peculiares técnicas para alterar la realidad. Hace algunos años, el gobierno de Nicolás Maduro Moros reveló que el fallecido fundador del movimiento había firmado el Acta de la Independencia de Venezuela.
Según anunció el periódico Tal Cual (29 de mayo de 2013) “Un facsímil digital del Acta de la Independencia, que contiene una reproducción fiel de la versión original, fue modificado con la finalidad de añadirle la firma del difunto Hugo Chávez Frías. El objeto se encuentra en el museo de La Casa de las Primeras Letras Simón Rodríguez, ubicada en el bulevar Panteón, entre las esquinas Veroes y Jesuitas”.
El historiador Alejandro López, encargado de La Casa de las Primeras Letras, explicó que habían modificado el Acta de Independencia disponible en la sala digital porque “consideramos a Hugo Chávez como otro prócer de la Independencia” que “merece, como cualquier otro venezolano, tener su firma allí”.
 El chavismo ha hecho varios intentos para borrar el pasado de Venezuela y reemplazarlo con su propia versión de la historia.  Ha creado heroínas inexistentes, como la generala post-mortem Dolores Dionisia Santos Moreno, también conocida como “La Inmortal de Trujillo”. (En este caso, se trata de un flagrante invento del historiador chavista Huma José Rosario Tavera), y le ha practicado la cirugía estética al Libertador Simón Bolívar, para reconfigurar su rostro y transmutarlo a mitad de camino en el de Chávez.
(Ver "Cómo esta far a la posteridad” En:
http://marioszichman.blogspot.com/2015/10/como-estafar-la-posteridad.html)
Pero incorporar al fallecido presidente al panteón de la gloria colocándolo al lado de próceres que realmente firmaron el Acta de la Independencia hace más de dos siglos, es un paso de infinita audacia.

LA RECONSTRUCCIÓN DE LA HISTORIA
                
Una expresión común en estas tierras es If you have it, flaunt it Si usted posee algo (muy especial) pues debe hacer gala de ello. ¿Y qué se hace cuando el pasado es ilusorio? Pues se lo inventa.
En El 18 Brumario de Luis Napoleón Bonaparte, Carlos Marx citó a Hegel diciendo que la historia ocurre dos veces, la primera como tragedia, y la segunda como comedia. Se duda que Hegel haya dicho eso. Al parecer, la frase fue un invento de Marx, pero es excelente.
En la Venezuela chavista la historia se ofrece primero como farsa, y luego como bufonada. Dudo que exista otra experiencia política similar al chavismo en las crónicas de América Latina.
Uno de los errores cometidos por amigos y adversarios del chavismo es suponer que ese movimiento político sigue amarrado al planeta tierra. Vale recordar que al presidente Nicolás Maduro se le apareció un pajarito en julio de 2014, cuando estaba por cumplirse el sexagésimo aniversario del nacimiento de Chávez. El pajarito, un connotado símbolo fálico del repertorio freudiano, se transfiguró en un portavoz del más allá, e informó a Maduro que Chávez estaba feliz “y  lleno de amor por la lealtad de su pueblo”.
El presidente de Argentina, Juan Perón, decía que se retorna de todas partes menos del ridículo. Ocurre que Perón creció en la Argentina, y aunque su experiencia como agregado militar en la Italia de Benito Mussolini le aflojó un poco los músculos, seguía temiendo la burla, una de las razones que convierten a los habitantes de Buenos Aires en dechados de solemnidad.
En cambio Chávez era un caribeño hijo y nieto de venezolanos, sin una gota de sangre española.  (La herencia española salvó a los hermanos Castro de incurrir en bufonadas). Chávez transitó tantas veces el ridículo, que logró blindarse contra él.
No voy a repetir las hazañas de Chávez en materia de mal gusto, de gestos improcedentes, de bravatas imposibles de llevar a cabo. Como decía Jorge Luis Borges al mencionar un mal poeta, describir a Chávez en sus desaguisados sería “una declaración de rencor”.

REPITIENDO SUCESOS

Tras indicar que la historia se daba dos veces, la primera vez como tragedia, la segunda como comedia o farsa, Marx añadió que los líderes de cada época se vestían con ropas antiguas. Los romanos se disfrazaron de griegos, y los revolucionarios franceses de romanos. Y aunque Marx no vivió para verificarlo, los revolucionarios rusos usaron emblemas y decretos copiados de la Revolución Francesa.


Hugo Chávez estaba embelesado con Simón Bolívar. Al punto que en una ocasión, ordenó desenterrar sus restos, a fin de practicarle una autopsia. Estaba convencido de que El Libertador había sido envenenado por la oligarquía colombiana. Según Chávez, quien habría dado la orden, fue Francisco de Santander, su lugarteniente durante la guerra de liberación.
Los restos de Bolívar fueron llevados a una especie de quirófano, y sometidos al escrutinio de Chávez y de otros galenos del régimen.
(https://www.youtube.com/watch?v=j3f7OpT2168)
Chávez y el resto de sus asesores se vistieron para la ocasión como cirujanos. Las cabelleras de todos ellos habían sido cubiertas por esos gorros de plástico que suelen usar las mujeres cuando se van a duchar.
¿Y después de eso qué? ¿Pensaba Chávez sentar en el banquillo de los acusados al cadáver de Santander? Es dudoso que los colombianos le hubieran remitido al difunto. De todas maneras, la historia está plagada de episodios donde seres famosos no viven tranquilos ni después de muertos. No olvidemos que la iglesia católica, presuntamente más seria que el chavismo, juzgó el putrefacto cuerpo del papa Formoso durante los dos Sínodos del Cadáver[i].  

El sínodo del cadáver juzgando al papa Formoso

Afortunadamente, a último momento, Chávez renunció a la idea de reclamar los restos de Santander, y se dedicó a otros menesteres.

LOS REDUCIDORES DE CABEZAS

En su ensayo El culto a Bolívar, el historiador venezolano German Carrera Damas reproduce Cirene, un relato del gran narrador Enrique Bernardo Nuñez. La fábula describe la evolución de los cireneses, que “vivían entregados al culto de sí mismos y al de sus héroes”. Pero había entre esos héroes un ser no solo inmortal, sino inmarcesible. Y los cireneses “lo proclamaron el hombre más grande de la tierra”.
Todos los habitantes de Cirene se dedicaron a ser historiadores “y a vivir en el pasado remoto. Esculpieron aquel nombre en columnas, arcos y templos. Y al pie de una montaña erigieron un panteón, rematado por una torre llena de símbolos”. Finalmente, el héroe se convirtió en un dios “a quien rendían el culto más ferviente”. Los sucesivos tiranos que gobernaron Cirene, decía Enrique Bernardo Nuñez, “permitían este culto y lo favorecían. Encontraban así un medio seguro de hacerse perdonar sus latrocinios”.
Mientras los demás pueblos avanzaban hacia el porvenir, los cireneses se recluyeron en el tiempo en que había existido el héroe máximo. Y un día, Cirene desapareció, tras quedar paralizada por una historia demasiada remota, y por el tedio de sus habitantes, hartos de adorar a un héroe excesivamente perfecto.
Pasaron los siglos, hasta que una expedición antropológica visitó las ruinas de Cirene y descubrió varios cráneos. En la región frontal y en el occipucio de esos cráneos,  “había un vago diseño de figura humana”. Por otra parte, los cráneos “eran reducidísimos, comparados con los de otros contemporáneos”.
Finalmente, los antropólogos descubrieron la causa de esa anormalidad. “El diseño”, dijo Nuñez, “tenía extraña semejanza con la efigie del héroe cirenés grabada en las monedas y medallas”. Como en Cirene existía una sola obsesión, el culto al endiosado héroe, su perfil terminó adueñándose “del cráneo de los desdichados cireneses”.
A mediados de 2010, el periódico Tal Cual de Venezuela comenzó a publicar una edición dominical. (Previamente, salía de lunes a viernes). Ofrecí escribir una columna semanal y dedicarla al líder máximo. El título genérico era Crónicas del siglo XXI. En cierto momento, pensé inclusive escribir un libro titulado Nuestro líder máximo: lecturas de moral razonada.
Me convertí en una especie de doctor Watson, una especie de cronista que adoraba los extraños caprichos del comandante en jefe. Mi única misión en la vida consistía en robustecer el culto a la personalidad del presidente Chávez. 
En esas columnas expliqué cómo el comandante había cambiado no solamente a Venezuela, sino al mundo. Había creado la Misión Curándose en Salud, donde cada enfermo elegía la dolencia de su predilección, había derogado los gobiernos anteriores, la muerte y el insulto, disuelto las fronteras, reciclado los espejismos para destinarlos a fines pacíficos, y creado la Misión ¡Vamos todos a parir! Tanto las mujeres como los hombres estaban constreñidos a quedar en estado interesante, pues, el comandante era partidario de la igualdad de los sexos. Otro aporte a Venezuela había sido la creación de un sistema de justicia en el cual, mediante la autogestión, los propios delincuentes se imponían las penas que estimaban adecuadas.
Y consideré inevitable que en algún momento de su arrolladora vida, el líder máximo incursionaría en el pasado para alterarlo y perfeccionarlo.

MAQUILLANDO LA POSTERIDAD

Estamos seguros de que con algunos años más de chavismo, la historia venezolana lucirá como un cuento de hadas. La incorporación de la firma del fallecido presidente venezolano al Acta de la Independencia será apenas uno de sus testimonios de grandeza. Ya tendremos crónicas donde se explicará cómo Hugo Chávez, en su incursión al pasado, salvó el 5 de julio de 1811, primer grito de libertad lanzado por los venezolanos,  para que no cayera en manos de la funesta oligarquía. O como adoctrinó al mozalbete de Simón Bolívar para que no cediera a los cantos de sirena de los escuálidos.
Surgirá un texto del propio puño y letra de Bolívar, donde se hablará maravillas de un humilde teniente coronel, amado de la plebe, encargado de cambiar decisivamente el curso de la revolución.  
Gracias a ese militar de Barinas, Venezuela tendrá otra historia. Francisco de Miranda no morirá encadenado en la Carraca, no serán exterminados por los españoles dos docenas de familiares de Bolívar, ni colgará de una jaula la cabeza estofada del general José Félix Ribas.  
Basta que el chavismo se prolongue en el tiempo, para que todo sea idílico. La pesadilla histórica habrá quedado atrás. La firma del comandante eterno quedará estampada no solo en el Acta de la Independencia, sino  en todo documento histórico, en tanto otras firmas de próceres se irán desvaneciendo de esos documentos, y luego, de la memoria colectiva.
Será un final jamás soñado por los habitantes de una patria que según el Libertador “perdurará, y será gloriosa. Y perdurará, simplemente, porque es Caribe, y no boba”.




[i] El papa Formoso (816-896) gobernó la grey católica entre 891 y 896. Su breve reinado estuvo plagado de problemas eclesiásticos y políticos. Fue sucedido por el papa Bonifacio VI, quien duró menos de un año en el papado. Su reemplazante, Esteban VI decidió juzgar a Formoso, pues lo consideraba indigno del pontificado. Formoso fue desenterrado, y procesado en el 897, en lo que se conoció como El Sínodo del Cadáver. Vestido con las ropas papales, y sentado en el trono de San Pedro, Formoso enfrentó impávido los cargos que le presentaron sus acusadores. Todas sus medidas fueron anuladas, y las órdenes que confirió, declaradas inválidas. Posteriormente, le fueron arrancadas las vestimentas papales, se le amputaron los tres dedos de su mano derecha que usaba en las consagraciones, y su cadáver fue arrojado al río Tíber. Pero Formoso no pudo descansar en paz. El papa Sergio III (904-911) se sintió insatisfecho con la condena, ordenó volver a desenterrarlo, y procesarlo en el segundo Sínodo del Cadáver. Sus restos reposan actualmente en el Vaticano.

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