sábado, 21 de octubre de 2017

Vida secreta de los cursos de idioma. (Relato)

Mario Szichman





El inspector de policía examinó la escena del crimen. La mujer había recibido un balazo en la mejilla, cerca de su ojo derecho. Estaba tendida junto a la mesa del comedor, rodeada de platos rotos.
El hombre estaba despatarrado a la entrada del dormitorio. Alguien le había arrojado un edredón rojo que disimulaba la sangre.
Un sargento estaba examinando cuadros en una pared.
–Póngase en la puerta de entrada—le ordenó el inspector. –Y ciérrela. Si alguien pregunta, usted no sabe nada.
El inspector se dirigió al dormitorio. En una de las mesas de luz encontró un juego de llaves, un teléfono celular, dos pares de anteojos y una libreta de anotaciones, muy gruesa.
El inspector se sentó al borde de la cama, abrió la libreta, y comenzó a revisarla. Al principio no había nada interesante. Apuntes de citas: con el psicólogo, con una hermana que en una frase se quejaba de su viudez. Un amigo le había dicho que aceptaba la invitación. ¿Para un almuerzo, para una cena? Mencionaba un restaurant.
El inspector pensó en colocar la libreta en un sobre, y entregarla en el laboratorio. Pero antes de hacerlo, notó que una página de la libreta tenía un doblez. Y allí comenzaba una nueva escritura, más fluida, con trazos más claros y firmes.
El policía comenzó a leer:

“Íbamos por la sexta lección de nuestro curso de italiano for beginners cuando apareció Bob Nelson en nuestras vidas. Bob era un exitoso empresario canadiense que visitaba la sede de su empresa en Firenze, se hacía amigo de sua collega Martina, y juntos visitaban negocios, museos, bares y restaurantes.
Al principio, la relación entre Bob y Martina era puramente amistosa. A Bob le gustaba il vino bianco, y a Martina, il vino rosso. A Bob le encantaba ir al centro de Firenze in sua machina. Martina, en cambio, prefería ir a pie. A veces –pero no siempre– coincidían en viajar en el tren subterráneo. En otras, Bob proponía usar La Metropolitana, pero Martina se negaba. Si bien se deshacía en elogios por el tren subterráneo, sugirió en varias ocasiones viajar en la machina de Bob.
Ya en la novena lección, surgió la primera dificultad, cuando descubrimos que Bob estaba casado y que su esposa vivía Al Canada.


Resultaba claro que Bob no deseaba hablar de sua moglie. Una vez, sólo una vez, informó que ella había nacido en Suiza, alla Svitzera. Pero luego, Bob se cerró como una ostra. Cada vez que Martina le preguntaba por su esposa, éste respondía con evasivas.
Las evasivas se prolongaron hasta la lezione quindici, cuando descubrimos el nombre de la esposa de Bob. Se llamaba Greta. La pareja tenía serios problemas conyugales.
Por supuesto, Bob era un dechado de cortesía. Nunca informó a quienes escuchábamos las lecciones, aquello que transcurría entre las cuatro paredes de su hogar en Toronto. Pero lo cierto es que, con una excusa u otra, Greta postergaba su viaje a Firenze para reunirse con il suo marito, su esposo.
En una ocasión  –ya habíamos llegado a la lección tuenti due– Greta anunció subbitamente que no podía abandonar Toronto. Cuando se disponía a embarcarse en el avión rumbo a Italia, descubrió que había olvidado sus tarjetas de crédito en el hogar. Eso nos pareció una débil excusa. Bob nos había informado dos lecciones antes que Greta era una mujer muy meticulosa. Poseía una extraordinaria memoria para el detalle. Nadie con esas cualidades puede olvidar las tarjetas de crédito en su casa cuando va a emprender un viaje all estero.


Cuatro lecciones más tarde, Bob decidió viajar subbitamente al Canadá, pero sin hacer alusión alguna a Greta. Eso sí que era extraño. Y aún más extraño fue lo que ocurrió a la lección siguiente: Bob retornó del viaje, piu contento, hizo una mención al bellisimo clima de Toronto, y ninguna alusión a Greta.
Mi esposa y yo debimos esperar tres lecciones más para que Greta reapareciera en la conversación. Pero la mujer parecía más un fantasma que un ser vivo. Bob, nuestro viejo conocido del curso de idiomas, comenzó a mostrar una conducta sospechosa. No se parecía en nada al Bob de las primeras lecciones, dicharachero, siempre optimista, un hombre que parecía genuinamente enamorado de su mujer y de suo lavoro. Ya en la lección vigésimo novena del curso de idiomas, sentimos una sombría premonición cuando Bob anunció que estaba vendiendo su casa en Canadá.
Martina, su amiga italiana –ni yo, ni mi esposa creímos por un momento que se tratase de una relación platónica–, le preguntó flirteando, por qué había decidido vender su vivienda. Bob dijo que intentaba comprar en Viterbo un apartamento. Para eso usaría el dinero obtenido de la venta de su casa en Toronto. Sin aludir a Greta, Martina le preguntó si no eran piu difficile los trámites para vender la casa en Toronto.
Martina no se animó a decir lo que nosotros sabíamos: era difícil, casi imposible, vender la casa sin el previo consentimiento de Greta. A menos... a menos que Bob ya no necesitara su consentimiento.
¿Se habrían divorciado en el curso de dos lecciones de italiano sin avisar a sus estudiantes? Mi esposa, que tiene una frondosa imaginación, pensó algo todavía más siniestro. Tal vez Greta había discutido violentamente con Bob cuando éste la visitó en Toronto. Tal vez reveló su amor por su amiga de Firenze. Y quizás... No, no. Era imposible. Durante las lecciones habíamos aprendido que Bob era tropo gentile, un verdadero caballero.
A la lección siguiente, Martina, de manera suave, pero imperiosa, le pidió a Bob que le explicara cómo pensaba vender la casa en Canadá sin la aprobación de Greta. Había inclusive algo de amenaza en la pregunta de Martina. Bob trató de explicar la situación. Pero sus disquisiciones eran confusas. O, al menos, no estaban al nivel de nuestros estudios.
   Y así se lo dijimos... Bueno, no a Bob. Decidimos enviar una carta a la empresa que había creado el curso de idioma, y señalamos nuestras dudas. Luego, seguimos escuchando las lecciones con renovado interés.
Hubo una serie de cambios en nuestras lecciones. La empresa que alquilaba las grabaciones, pasó del casette al disco compacto. La trama cambió, no parecía pertenecer al mismo curso. La voz de Bob adquirió un tono distinto. Le dije a mi esposa que parecía más juvenil. No, no era eso, dijo mi esposa. Era otro el hombre que recitaba las lecciones. Además, y podía ser producto de su imaginación, el nuevo Bob hablaba con premura. Parecía angustiado.
En la lección cuarenta y dos, Quarantadue, Bob desapareció completamente de los discos compactos. Volví a escribir a la empresa grabadora, señalando mi desconcierto ante esa ausencia. Tres semanas después, recibí una carta muy amable, donde el gerente de la empresa pedía disculpas, y explicaba que recibiríamos un reembolso de todas las lecciones de nuestro curso intermedio. Y como reparación, se nos enviaría un pequeño obsequio.
"... Pues habrá que esperar", decía en la libreta de anotaciones.
El inspector de policía observó que las dos páginas siguientes estaban en blanco. En la tercera, comenzaba una nueva escritura. La tinta negra había sido reemplazada por tinta verde.

Esta era la última entrada en la libreta de anotaciones descubierta por el inspector de policía:
"Siempre pensé que habían desaparecido las viejas reglas de cortesía. Pues me equivoqué: están más presentes que nunca. Nunca creí que Bob, o el actor que interpretaba a Bob, se tomaría la molestia de venir personalmente a entregar el reembolso del dinero que pagamos por las lecciones.
Me había imaginado a Bob de manera muy diferente. Bueno, la voz suele engañar. Nos habló de las dificultades que había tenido con el libreto. Sí, porque él había redactado el libreto de las lecciones.
Le dije que me había fascinado la intriga. No es habitual que en lecciones de idioma se interponga un drama pasional.
¿Había advertido entonces, me preguntó, que se había desarrollado una intriga sentimental entre Martina y Bob?"
-Bueno, le dije, aunque estaba presentada de una manera muy sutil."
-Ese era el propósito de la lección, me dijo, introducir una complicación sentimental. De lo contrario, todo se hacía muy aburrido."
-¿Formaba parte de la intriga la dificultad de vender la casa sin el previo consentimiento de sua moglie?"
-Ah, sua moglie. Sua moglie Greta ... Me alegra que haya aprovechado las lecciones".
-... A menos...
-... A menos que Bob ya no necesitara el consentimiento de Greta, añadió el personaje que interpretaba a Bob.
-Bueno, eso adquiere un nuevo twist, le dije. Usted tendría que desarrollar ese guión. Tal vez escribir una novela.
-No lo había pensado, reconoció con una sonrisa. Me imagino que usted se preguntó por qué Bob ya no necesitaba el consentimiento de Greta.
-Se me ocurrieron toda clase de escenarios desagradables, le dije con cierta picardía.
-Me temo que usted posee una imaginación desbordada, dijo Bob con una sonrisa.
-...¿Quizás librarse de Greta por algún método no convencional?, le pregunté.
-Piense en algunos de ellos -dijo contemplando el techo-. No me disgustaría compartir royalties. Luego me pidió permiso para ir al baño.
Aproveché su ausencia para venir al dormitorio y escribir mis impresiones. ¿Compartir royalties? Bueno, tampoco es cuestión de hacerse ilusiones... ¡Eso sonó como un disparo! No, como si se hubieran caído algunos platos..."

El inspector de policía cerró la libreta de anotaciones, se alzó de la cama, y retornó al comedor. Observó los cadáveres. Estaban algo más rígidos. Los fragmentados platos tenían manchas de sangre.
Ahora era necesario localizar a Bob, e investigar qué había ocurrido con sua moglie.
Se dirigió hacia la puerta de entrada. La abrió. Preguntó al sargento si alguien lo había fastidiado.
–No, inspector. Pasaron dos o tres personas, miraron con curiosidad, pero siguieron de largo.
–Usted estudió leyes—le dijo el inspector.
–Sí, pero abandoné cuando llegué a la ley Sálica. Era insoportable.
–¿Estará al tanto de leyes más modernas?
–Aunque abandoné los estudios, siempre me interesó la jurisprudencia.
–¿Tiene idea si existe un tratado de extradición entre Canadá e Italia?


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