miércoles, 25 de octubre de 2017

Balzac: un constante ardor romántico, sin las agotadoras secuelas de la pasión sexual


Mario Szichman

“La pasión es la suma total de la humanidad.
Sin pasión, la religión, la historia,
 El romance, el arte, serían inútiles”.
Balzac




Balzac no era precisamente un Adonis. El mismo lo reconoció. En Esplendor y miserias de las cortesanas, se retrata en un novelista “con aspecto de asesino... bajo, gordo, que se desplaza como un barril”.
Su obesidad era tal, que solía romper sillas al sentarse. Y además, aunque era muy apasionado, rehusó muchas veces una noche galante, porque eso significaba una novela menos.
Escribía como un endemoniado. Decía que su método era muy sencillo. Todo consistía en redactar una sentencia, ampliarla hasta convertirla en un párrafo, y cada párrafo transformarlo en un capítulo.  Era también, un esclavo de la escritura. Solía escribir un promedio de doce horas por día, comenzando después de la cena, y concluyendo tras el amanecer. La condena a galeras se prolongó casi hasta el momento de su muerte.
En sus cartas, señalaba que un novelista necesitaba un lugar tranquilo para trabajar, un hogar repleto de objetos bellos, costosos, para crear “felicidad y un sentimiento de libertad intelectual”, y café lo bastante fuerte para mantener el flujo de la inspiración durante al menos dos meses. Luego, era necesario aceptar la tiranía del trabajo a través de deudas, y firmar contratos con las editoriales que contuvieran claúsulas draconianas, para que la disciplina se fortaleciese mediante la compulsión.
Otros elementos necesarios eran varios seudónimos y sitios donde esconderse de los acreedores.  Y finalmente, se requería vivir en un estado de constante ardor romántico, sin las agotadoras secuelas de la pasión sexual.  (Por cierto, Ernest Hemingway decía que se abstenía de hacer el amor cuando estaba en la fase final de una novela, pues la escritura y la sexualidad “fluyen por los mismos canales”).
¿Cuál es el input real de Balzac? Es difícil dar una cifra precisa. Tengo una magnífica edición digital de Delphi Complete Works of Honoré de Balzac. Consta de 13.825 páginas. Hay aproximadamente más de cien novelas, cuentos, ensayos, obras de teatro. Pero eso no es todo. Hace algunos años, la Bibliothèque de la Pléiade publicó dos volúmenes de las cartas de Balzac, editadas por Roger Pierrot y Hervé Yon.
Como señaló Graham Robb en The Times Literary Suplement, Balzac guardó todas las cartas, y “al parecer, respondió inclusive a las más insultantes”. El intercambio de misivas tuvo también otros beneficios. Gracias a una carta anónima, enviada en 1832 por la condesa polaca Hanska, conoció a quien se convertiría en su esposa. Se casaron en 1850, dieciocho años más tarde, cinco meses antes de la muerte de Balzac. Pero la correspondencia con mujeres le sirvió al escritor para buscar otras parejas.
Según Robb, el narrador tuvo relaciones íntimas con al menos tres de sus admiradoras. “Tal vez existió un placer incestuoso”, dice el crítico, “en acostarse con mujeres que hablaban como personajes de sus novelas”.
En una ocasión, una mujer le escribió diciéndole que había leído y releído todas sus obras, y quería saber si el Balzac de carne y hueso era tal como lo había imaginado.
“Necesito saber si sus encantadoras creaciones provienen del corazón, o de la cabeza”, decía la mujer en su carta.
La mujer no podía recibirlo en su casa, “nuestra sociedad, con todos sus abrumadores prejuicios, no lo permite”, señalaba. “Pero puedo decir esto: aparezca en el  foyer de la Ópera el lunes, a la una de la mañana, y acérquese a mí. Estaré vestida de negro, de la cabeza a los pies, con lazos rosados en mis mangas”. Ese lunes en particular, era el penúltimo día de carnaval, cuando se realizaba un baile de máscaras en la Ópera. Es posible que Balzac haya ido disfrazado para disfrutar de uno de sus placeres: observar sin ser visto.

RIVAL Y ADMIRADOR

Robb dice que la más interesante carta en que se alude al oficio de escritor proviene no de Balzac, sino de Stendhal, el autor de Rojo y Negro. Stendhal, seudónimo de Marie-Henri Beyle, agradeció a Balzac por su encomiosa reseña de La Cartuja de Parma.
Se trata de esa célebre carta en que Stendhal revela su técnica para redactar novelas. Según decía, cada mañana, a fin de entrar “en sintonía” con sus sentimientos, leía el Código Napoleónico. Además, buena parte de su novela se la había dictado a su secretario, sin hacerle revisión alguna antes de publicarla.
Stendhal tenía una gran admiración por Balzac, al punto que le envió una copia de la novela en la cual había intercalado páginas en blanco donde el escritor debería responder a preguntas acerca de estilo y técnica narrativa. Ese invaluable documento nunca salió a la luz.
En realidad, de la caudalosa correspondencia de Balzac, los futuros novelistas poco pueden extraer. Recomendaba ser correcto con la gramática, y no comenzar a escribir hasta que se agotara el primer flujo de entusiasmo. Una vez sentado en su escritorio, debía narrar pensando que sería leído por una mujer. Además, había que trabajar al menos doce horas por día, nunca leer reseñas de los libros publicados, sin importar si eran elogiosas o denigrantes, y lidiar con el dueño de la editorial como si se hubiera tratado de un sirviente perezoso.
En una carta dirigida a su madre, en 1832, Balzac le dijo: “La correspondencia me está matando. En ocasiones debo escribir a dos personas al mismo tiempo... mi vida es un milagro constante; es increíble cómo me las arreglo para producir tanto”.
En 1833, una de sus admiradoras le escribió: “Mi esposo rompió su carta en mil pedazos delante de mis ojos. ¿Por qué se le ocurrió enviar la carta a mi casa a una hora en que todas las mujeres todavía están durmiendo y todos los maridos se hallan aún en sus hogares?”

EL ESCRITOR COMO UN POSEÍDO



En  cierta ocasión, Balzac describió a una sonámbula que tras colocar su mano en el estómago del novelista y examinar su cerebro, retrocedió horrorizada diciendo: “Esa no es una mente. Más bien es un mundo”.  
Generoso hasta la exasperación, Balzac contaba con un equipo de amigos y corresponsales que se dedicaban a criticar ferozmente su escritura. “Las correcciones”, dice Robb, “eran invariablemente aceptadas”. 
Balzac tenía gran cantidad de talentosas amigas. Cuando una de ellas, Zulma Carraud, le pidió en 1835 que ayudara a un joven que deseaba ser escritor, le respondió: “El talento para escribir no es contagioso, debe adquirirse con lentitud. Un escritor debe esperar al menos diez años antes de poder vivir de su pluma. ¿Quién desea pasar los diez años que yo pasé en esa empresa? ¿Tiene su amigo la protección de la cual yo disfruté? ¿Conocerá mujeres que podrán ampliar su mente, en medio de caricias? ¿Tendrá tiempo para visitar los salones? ¿Posee genio para la observación? ¿Podrá recolectar ideas que florecerán quince años más tarde? Un escritor es un fenómeno que nadie entiende”.
Balzac comenzó a escribir primero para los folletines, que luego transformaba en novelas. Pero la censura era muy estricta en las publicaciones periódicas.  El editor literario de Le Siècle, periódico en el cual Balzac publicó su novela corta Pierrette, le advirtió que debía atenuar las descripciones. No era posible señalar explícitamente los riesgos que corrían las mujeres maduras cuando contraían matrimonio. “Los detalles acerca de los huesos y músculos que devienen demasiado rígidos para el momento del parto, el daño que el acto de frotar puede causar a las adolescentes... Eso es obviamente demasiado claro y carnal para los lectores de Le Siècle”, señalaba el editor.
Toda clase de esquelas llegaban a manos de Balzac. Cartas de potenciales suicidas, otras pidiendo consejos sobre técnicas de seducción, ofertas de secretarias para trabajar en su narrativa, pedidos de referencias.
Una vez Balzac concluía alguno de sus proyectos, comenzaban sus lamentos. Se quejaba constantemente de su labor de esclavo. Era un prisionero “con una bola de acero y una cadena, pero sin una lima” para cortar la cadena. En otras ocasiones se comparaba con un monje enclaustrado, con un barco atrapado en el hielo, con un soldado encerrado en un cuartel, con un “ahogado” o con un perro.

EL AMOR TARIFADO

Con la excepción de madame Hanska, su única esposa, que le brindaba un título de nobleza, Balzac siempre pensó en cónyuges exclusivamente por la tranquilidad financiera que ofrecían.
En 1839, el escritor le pidió a Zulma Carraud que le encontrara una esposa “de unos 22 años de edad” (en ese momento Balzac tenía cuarenta), que poseyera una fortuna de 200.000 francos, aunque se conformaba con la mitad, siempre que la dote pudiese ser aplicada a resolver sus dificultades económicas.  Zulma se negó a cooperar. Tras leer las novelas de su amigo, sabía que el matrimonio podía ser la antesala del infierno. Recordaba una de sus frases: “Nunca asisto a una boda sin que mi corazón se llene de lágrimas”.
Robb dice que la mayor parte de las cartas que recibía Balzac era de admiradoras.
“Resulta difícil determinar”, dice Robb, “si las mujeres hablaban como personajes de La Comedia Humana  porque habían consumido tantas novelas de Balzac, o porque las novelas eran un retrato tan preciso de las personas que las leían”.
Una de ellas le escribió agradeciéndole que le diera una voz propia, y le explicó su drama: “Soy una viuda sin fortuna. Nunca conseguiré bastante dinero para comprarle a mi hija una de esas cortesanas masculinas denominadas ´maridos´”.
Otra mujer le informó que pertenecía a un grupo de lectura que se reunía en secreto. “Inquisidores mundanos nos obligan a veces a condenar ciertos capítulos de sus obras”, decía la mujer, “pero una vez nos reunimos, susurramos a las otras: ´¡Amo a Balzac!´ ¡El conoce todas las miserias que padecen las mujeres´!”
Tras publicarse la primera edición de la correspondencia de Balzac, en 1876, la reacción de famosos escritores fue bastante despectiva. Henry James dijo que “la urgencia de su hambre por obtener dinero es expuesta de una manera cruda”. Y Gustave Flaubert señaló que sus cartas, si bien lo revelaban como “un hombre espléndido a quien podía amarse”, al mismo tiempo mostraban a un ser humano “demasiado preocupado por el dinero, y con escaso amor por el arte”.
Pero Balzac era mucho más que eso. Desde el principio de su carrera literaria, debió mostrar a sus padres que podía mantenerse con su trabajo.
En una ocasión un amigo de la familia intentó encontrarle un empleo. Balzac reaccionó horrorizado. Corría el peligro de mudarse en un ciudadano normal. “Entonces, me convertiré en un empleado, en una máquina, en un caballo de circo... y pasaré a ser, como cualquier otra persona”, escribió.
Afortunadamente, el genio se impuso a toda tentación de una vida mediocre, y su producción marcó buena parte del siglo diecinueve y organizó parte de la literatura del siglo veinte. Antes que Marcel Proust apareciera como un parteaguas, Balzac era siempre pensado como el precursor de una nueva manera de narrar.
No estaba equivocado en sus delirios cuando la mítica sonámbula observó su cerebro, y en lugar de encontrar una mente tropezó con un mundo.


No hay comentarios:

Publicar un comentario