domingo, 13 de noviembre de 2016

Newton Thornburg: Un genio del noir que necesita ser redescubierto permanentemente

Mario Szichman



Su mayor logro es Cutter and Bone, una novela noir que llegó como una exhalación, en 1976, y de la misma manera se desvaneció en el aire. El filme basado en la novela, y titulado Cutter's Way, transitó las pantallas de cine en 1981 con la misma premura, y luego, fue olvidado. El crítico de cine Michael Goldfarb dijo que se trataba de una “genuina obra maestra ya relegada”.
No es fácil encontrar en un filme a dos personajes que sigan con tanta fidelidad la trayectoria de los héroes de la novela. El director checo Ivan Passer tuvo la fortuna de tropezar con dos jóvenes actores, Jeff Bridges, cuya carrera levantó vuelo tras la comedia de los hermanos Cohen The Big Lebowski,  y John Heard, quien interpreta al lisiado veterano de guerra Alex Cutter y se roba la película. (Heard no tuvo la suerte de Bridges. Los directores de Hollywood rehusaron servirse de su talento, confinándolo a roles secundarios).
La novela, una obra maestra escrita por Newton Thornburg, es propiedad exclusiva de Cutter, un desperado que solo posterga el suicidio mientras aguarda una señal divina y ser extraído del lodazal en que se ha convertido su vida. Y Richard Bone, su partner, a veces amigo, a veces su enemigo, y de manera constante el depredador que anhela acostarse con su esposa, Mo, finalmente lo provee de la excusa, o el método, para abandonar la pobreza, o quizá prolongar su vida.
¿Qué hace de Cutter and Bone una novela tan especial?: los personajes, los diálogos, y el sitio donde transcurre, el sur de California. Curiosamente, es una novela muy de época. Esa es, tal vez, la razón de su fugacidad. Cada generación necesita redescubrirla, volver a sumergirse en lo que significó la guerra de Vietnam, una tragedia muy cercana para quienes la padecieron, muy alejada de la realidad del estadounidense medio, ansioso por enriquecerse, y con la mayor premura.
Los dos focos de Cutter and Bone están representados por Cutter, el lisiado, anclado en la guerra, en el cinismo –representa otra generación perdida– y por Bone, un male prostitute, que se gana la vida de manera precaria, intentando seducir a mujeres quince o veinte años mayores que él. Ninguno de los protagonistas comenzó como un lumpen. Cutter es hijo de millonarios, y Bone, al final de su adolescencia, tenía ambiciones burguesas que logró concretar, casándose con una mujer de clase media, y obteniendo un empleo rentable. Pero la guerra, para Cutter, el hastío, para Bone, alteró las perspectivas.

Escena de Cutter's Way

Thornburg tenía la incómoda cualidad de Louis Ferdinand Celine. Nos introducía en un mundo ajeno al nuestro, y nos obligaba a observar aquello que nos pone incómodos o nos avergüenza aceptar.
Ya la primera escena de Cutter and Bone marca el tono. Bone se está afeitando con una Lady Remington en el baño de un motel, tras haber hecho el amor con una maestra, que junto con dos amigas viajó de Fargo, Dakota del Norte, a Santa Barbara, para disfrutar de algunos días de playa. “La lógica” de esas turistas era que “si no aparecían hombres, se limitarían a visitar sitios históricos o rebuscar en negocios de antigüedades”.
Bone sale del baño, y la escena siguiente es todo un ejercicio en humillación. La maestra ha encargado champagne y camarones para consumirlos en el cuarto. El encargado de traer la orden le guiña el ojo a Bone “probablemente porque la  mujer ha firmado la cuenta”. Luego, su ocasional amante formula el comentario: “Se dice que los mariscos son buenos para la virilidad ¿es cierto?” Y Bone le responde: “Los hombres que trabajan en mi profesión, no pueden prescindir de ellos”.
De ahí en más, todo se derrumba. La mujer pide disculpas por haber agredido a Bone, y la superioridad y desdén con que durante dos días pagó todas las cuentas o “el casi indecente entusiasmo con que hacía efectivos sus cheques del viajero” o le deslizaba al  gigoló “dinero bajo la mesa o por encima” en los restaurantes, se ha transfigurado en un apesadumbrado intento por retenerlo.
Bone es un amateur en la seducción de mujeres; todavía intenta retornar a la buena vida burguesa, conseguir un trabajo estable. La mujer ocasional es apenas un obstáculo o un escalón en sus planes. Cuando se mira en el espejo, es como el doctor Jekyll inspeccionando el rostro del señor Hyde. El “joven dorado, con la piel tostada por el sol, elegante, en buena forma” es, en realidad, un simulacro. Otro espejo “más honesto”, habría mostrado una figura como la de Cutter, el lisiado veterano de Vietnam cuyo apartamento habita. Un ser “con un brazo ausente, un ojo de vidrio, y una sonrisa similar al rictus de un alarido”.
La maestra se derrite ante Bone, pide disculpas de manera abyecta, “enuncia algunas vagas, húmedas palabras acerca del amor, el compromiso, asentarse en algún lugar”. Bone está harto de la mujer, que se ha convertido “en una extraña con una boca temblorosa, con unos ojos que hablan de los prolongados inviernos en Dakota”, y abandona el cuarto de hotel, como siempre aterrado por el incierto futuro. ¿Podrá comer al día siguiente, a la semana siguiente? ¿Tendrá un lugar en el cual dormir?  Ya nada depende de él, excepto por la esporádica conquista de mujeres. Todo estriba en su pal, el veterano de Vietnam, y en sus cheques de discapacitado.
En pocos minutos más, el futuro de Bone cambiará para siempre, gracias a una fugaz visión que se irá haciendo cada vez más pausada, tridimensional.
El protagonista real de la novela aparece poco después, es Alex Cutter, quien permite a Bone vivir en su apartamento por algunos días. Cutter es uno de los grandes villanos del noir. Está construido en base a sus monólogos y a sus diálogos. Su ironía, y su impecable lógica, lo truecan en el gran seductor. Y durante buena parte de la novela, ignoramos si la fugaz visión de Bone de un hombre arrojando un cadáver en un cesto de desperdicios, existió, o todo ha sido ilusionado por Cutter.
Poco a poco, la realidad pasa a un segundo plano. El único interés del lector es observar cómo Cutter convence a Bone que sí, que ha presenciado un asesinato, y ha visto al asesino. Además, el homicida, un empresario muy poderoso, puede ser extorsionado. Es como haber ganado el premio mayor en la lotería.
La novela se construye en dirección contraria al policial moderno. Del mismo modo en que Yago persuade a Otelo de la infidelidad de Desdémona, Cutter convence a Bone de que ha visto lo que tal vez solo imaginó. Recuerda a ese guion que Alfred Hitchcock nunca pudo concretar, el de un crimen cometido en una ensambladora de automóviles. Un vehículo pasaba por todas las etapas del montaje, y cuando finalmente llegaba a la línea final, uno de los operarios abría la puerta delantera del automóvil, y descubría un cadáver en su interior.
Es cierto que se ha registrado un asesinato en Santa Barbara, la noche en que Bone transitaba por el lugar. Es indiscutible que Bone pasó cerca del edificio cuando alguien sacaba un bulto del maletero de un automóvil, y lo arrojaba a un cesto. Pero Bone creyó que el bulto se asemejaba a una bolsa repleta de palos de golf. Y quizás lo era. El automóvil era flamante, y de una marca muy costosa. Por lo tanto, su propietario debía contar con una buena cantidad de dinero.
Nadie puede extorsionar a una persona porque arrojó una bolsa con palos de golf en un cesto de desperdicios. Por lo tanto, para Cutter, debe existir una alternativa más provechosa. La bolsa con palos de golf se transmuta en un cadáver. Y quien arrojó el cuerpo, es obviamente, un hombre con recursos. Mejor aún, con inmensos recursos.
Cutter hace una especie de lavado de cerebro a Bone –de nuevo, la tragedia se erige sobre la base  las palabras del lisiado veterano– y fabrica algo que podrían considerarse circunstancial evidences.
Luego, van emergiendo los personajes capaces de hacer creíble la tesis de Cutter, y factible la extorsión.
La noche en que Bone observó a alguien librarse de una bolsa con palos de golf, una muchacha fue asesinada en la zona que transitaba el gigoló. Luego, aparece la hermana de la asesinada. Al principio, solo quiere que se haga justicia. Cuando Cutter la convence de que el asesino es J.J. Wolfe, un millonario, dueño de un vasto imperio, a la justicia se une la codicia. Finalmente, los tres deciden ir a la cacería de Wolfe, obligarlo a que suelte mucho dinero, a cambio de promesas de silencio. Bone, Cutter, y la hermana de la asesinada, emprenden una larga travesía hacia la sede del imperio de Wolfe, en las Ozarks.
No contaremos el final, aunque Cutter and Bone es una de las escasas novelas policiales en que el desenlace puede ser divulgado sin afectar el interés de los lectores. Pero ese denouement  corre por cuenta de cada uno de los  que se sumerge en el texto, y está basado en la credibilidad asignada a los personajes. Quien acepte las reglas del policial, analizará el final como resultado lógico de las sospechas de Cutter. Quien analice los deseos del protagonista, pensará que es una metáfora del suicidio. Al menos Bone, en los instantes finales de su vida, descubre que el enemigo no está afuera sino en los demonios interiores que han plagado su existencia.

Un excelente novelista, George Pelecanos, quien escribió un prólogo a la reedición de Cutter and Bone en Gran Bretaña, dijo que el texto “pone en entredicho las bases tradicionales del policial”. Además, Thornburg sufrió una maldición:  produjo narraciones demasiado apasionantes para ser ubicadas en el territorio de la ficción “literaria”, y excesivamente inusuales para ajustarse a los cánones del policial.
En el obituario que le dedicó The Guardian en junio de 2011, Sam Jordison pidió que no olvidaran a Newton Thornburg. “Aunque su fallecimiento en mayo (de 2011) fue escasamente registrado”, dijo Jordison, “él fue uno de los realmente grandes escritores estadounidenses del siglo veinte”. 
Jordison añadía esta personal, encantadora recomendación. “Se trata de un libro muy especial. Lo leí porque mi novia me dio una copia. También me anunció que su respeto por mí descendería de manera súbita si no me agradaba”.

Aquello que Jordison consideró “una ostensible broma”, no lo era. “Tras leer Cutter and Bone, descubrí que mi novia no estaba bromeando. No responder al sombrío poder de Cutter and Bone hubiera sido una falla de mis atributos como ser humano”. 

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