miércoles, 30 de mayo de 2018

La mujer elemento. Amacoy, fantasmas del viento


Mario Szichman


La mujer elemento
Amacoy, fantasmas del viento
“Mi Delta del Orinoco  es el mismo
Que Cristóbal Colón, en su tercer
Viaje, descubrió
Y llamó Tierra de gracia.
¡Esa es mi tierra,
Esa inmensidad de agua
Que desemboca en el mar!
Milagros Mendoza


Decían del cuentista norteamericano Ring Lardner que describía personajes “cuando creían que nadie los estaba escuchando”.  Cada narrador tiene su estrategia de escritura. Algunos toman distancia con sus personajes, otros se involucran con ellos de manera apasionada. La escritora de Mysteries Dorothy L. Sayers, cayó perdidamente enamorada de su personaje, Lord Peter Wimsey, algo que siempre destacó.  
Pero existe otra alternativa a los terceros en discordia: permitir al narrador llevar la voz cantante. En ese caso, es para que los demás escuchen. La magia consiste en hacer creer que la voz es un monólogo interior y puede relegar al prójimo.
Acabo de releer Amacoy, fantasmas del viento, de la escritora venezolana Milagros Mendoza. Esta es mi segunda lectura. 
Siempre he dudado de la credibilidad de un escritor que parece espontáneo. Es imposible la espontaneidad cuando frente a él existe una página en blanco, que necesita ser cubierta de caracteres. Pero hay otra espontaneidad: la narrativa. Es calculada, sabe diferir los encuentros, arrastrarnos a un pasado, sorprendernos con lo inesperado, con impensados comentarios, o sagaces cambios de escenario que permiten la irrupción de personajes capaces de colmar la escritura.  
Pienso en The Catcher in the Rye, de J.D. Salinger, pienso en Catch 22, de Joseph Heller, o en los cuentos de Ring Lardner. Hay una frescura, un desparpajo, una irrupción de acotaciones que informan de una voz flamante, solo interesada en contar experiencias o situaciones que afectan en primer lugar a quien relata. Y eso también forma parte de la magia del autor.
El novelista y crítico literario Geoffrey O´Brien se preguntó en cierta ocasión cuáles habrían sido las reacciones de los primeros lectores del escritor Jim Thompson tras iniciar la lectura de una de sus novelas, esos paperback originals que se vendían en quioscos de periódicos a 25 centavos de dólar el ejemplar.  
Dispuesto a pasar algunas horas de sano escapismo, decía O´Brien, el consumidor de la barata novela comenzaba a leer, seducido por el folklórico humor del narrador, y por el énfasis de sus frases. “Y cuando creía que se hallaba a punto de descubrir la verdad acerca de un asesinato, un robo, un secuestro, caía a través de un hueco en las profundidades”, añadía O´Brien. “No, no se trataba de las profundidades de una ciudad, sino de una mente. Y nadie era capaz de ofrecerle al lector un pasaje de retorno”.

LA MAGIA DE CONTAR

Ignoro cómo ha hecho Milagros Mendoza para desdoblarse en ese personaje, “la mujer elemento”, que nos cuenta sus dramas, sus triunfos, sus fracasos, su desesperación, siempre a viva voz. Y con una autenticidad que demuele todas las objeciones. Esquivando lo trillado, lo previsible, lo encasillado.  
“El aire, últimamente, ha señalado mi vida”, dice al comienzo. “Me desplazo de un continente a otro a través del aire. Cambio de mundo, de gente, de amigos, de familia. Llego a un nuevo destino que se me hace extraño y comienzo a pensar en lo que dejé. Abro las gavetas buscando cosas que no encuentro, porque no están ahí, se quedaron atrás...       
“Solo siguen igual mi soledad, mi desarraigo, mi necesidad de no pertenecer a nadie, ni a nada, ni a ningún país. El tener que acostumbrarme rápidamente al lugar donde estoy perdida entre mis propias cosas ajenas, en ese momento…”
Esa elegía, ese reclamo a viva voz, se desplaza a través de las páginas, en medio de toda clase de peripecias, algunas trágicas, otras humorísticas, pero en un persistente primer plano. Y, al mismo tiempo, con una pasión muy controlada. Recuerda a esos filmes en rewind, donde primero observamos la catástrofe y solo después la preliminar reparación.  
La mujer elemento nos habla de sus amantes, de su familia, de su país, de sus eventos, de sus encuentros, de sus escasos momentos de paz, de los sempiternos momentos de acecho. No hay repliegues, o lugares donde esconderse. No hay simulación, o presagio. Es imposible anticipar lo que ocurrirá en la próxima página, en el siguiente episodio.  
Milagros Mendoza trabaja dos vertientes: el realismo y la magia. La mujer elemento está profundamente enamorada de una Venezuela pasmosa, representada por su sitio de origen: Tucupita, en las márgenes del río Orinoco. La región, ubicada en el Delta Amacuro, fue bautizada por Cristóbal Colón Tierra de Gracia.  
Cuando los novelistas de otras latitudes escriben sobre Venezuela, no pueden eludir los territorios del origen. Basta leer The Lost World, de Arthur Conan Doyle, para entender la fascinación por esos mundos imprevistos que poco tienen que ver con la Venezuela actual.
En esos lugares, un mito arrastra a otro mito. A veces, parecería que el verdadero fundador de Venezuela fue el Tirano Aguirre, un personaje bigger than life que incursionó en esas soledades buscando El Dorado.   
Cuando Milagros Mendoza recorre con su prosa esos territorios, nadie puede dudar de su auténtica fascinación por esa tierra de gracia que se perdió en algún recodo de la historia para ser reemplazada por seres de escasas ambiciones –excepto la ambición de saquear—aglomerados en sitios de los cuales se encuentra excluida la grandeza.

LA NARRATIVA ÉPICA

Cada escritor hace su apuesta. Milagros Mendoza apuesta a ese pasado épico, a lo telúrico, a todo aquello que despierta el delirio de una resurrección.  
Es una mujer de mundo, ha recorrido continentes, pero sigue fascinada con la Venezuela de su infancia, con los aromas de su infancia, con ese pueblo indígena que conoció en su infancia. Y emplea esa Venezuela como cuaderno de bitácora.
Además, pertenece a un selecto núcleo de escritores venezolanos que sembraron un camino muy prolífico.  
Cuando pienso en Amacoy, de inmediato me viene a la mente Cubagua, del gran Enrique Bernardo Núñez. La isla de Cubagua parece suspendida entre un pasado de esplendor, gracias a sus madreperlas, y a un presente cargado de infortunio. También recuerdo País Portátil, de Adriano González León, donde hay que aferrarse al pasado de Venezuela –La tierra roja y heroica—para no desesperar de un presente en el cual hubo muchos anticipos de un futuro tenebroso.

LIDIAR CON EL PRESENTE

Hay épocas en que la literatura pasa a segundo plano. Eso suele ocurrir cuando los habitantes de un país viven en prosperidad, o se hallan sumergidos en falsas esperanzas.
Pero Venezuela ha superado esa etapa. O más bien, ha retrocedido décadas. Y de repente, hay una necesidad de volver a leer sabias palabras de quienes no se han dejado arrastrar por los anhelos de la inestable mayoría, o por las promesas de sus salvadores de la patria.
El país requiere reflexión. Y sus mejores pensadores, investigar por qué Venezuela está en permanente decadencia. ¿Es posible emerger de las ruinas señaladas en Cubagua, en País Portátil, y ahora en Amacoy?
Los habitantes de una nación pueden ignorar muchas cosas, y en Venezuela, un país de desmemoriados, muchos se acostumbran a desdeñar aquello que transcurre delante de sus ojos. 
Pero la literatura siempre termina triunfando. No apela al instante, sino al transcurso del tiempo. Explora seres humanos y alternativas. Y, sobre todo, recuerda. Recuerda que existió otro país, y que existió otra gente. Recuerda no solo la cotidianeidad, sino también los milagros; se concentra en la magia, en el esplendor, y desdeña la torpeza de seres humanos carentes de visión, y de audacia, solo concentrados en lo efímero, y cuya mayor virtud parece ser el saqueo.
Cuando la protagonista pregunta en su sitio de origen:
— ¿Quiénes son los Amacoy?--  le responden:  
 —Simplemente son leyendas de la selva de una tribu fantasma que aparece con un fuerte viento frío, todos se pintan de blanco y desaparecen rápidamente.
Hay en Amacoy una sensualidad, un amor por la vida, una persistencia –de afectos, de admiración por la tierra de gracia– que obliga al lector a rendirse ante la voz de la autora.
Nunca me convenció el término de “realismo mágico”, pues evoca a todos esos sagaces empresarios que se apoderaron de tierras canjeándolas por cuentas de colores.
Pero hay en este relato algo que trasciende el realismo tradicional.
Milagros Mendoza nos ayuda a confrontar dos mundos, y curiosamente, el mundo del pasado, del ensueño, del sortilegio, triunfa sobre la realidad. Posee una cuota de heroísmo, de reto, de temeridad, imposible de encontrar en el presente.   
La travesía de su protagonista tiene todos los atributos de una búsqueda. Hay escenas muy bellas, y otras terribles, plagadas de vericuetos. Hay asesinatos, accidentes devastadores, enfermedades malignas. Pero los lectores no se perderán en laberintos. O en el desconsuelo. Serán tutelados con la ciencia de quien sabe explorar, y amar la vida. Además, esta tarea cargada de incertidumbre tiene como guía a una dama muy sabia: la mujer elemento.
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Amacoy, fantasmas del viento, fue impresa en España por la editorial Caligrama en abril de 2018. La edición estuvo a cargo de  la profesora Carmen Virginia Carillo.



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