miércoles, 23 de mayo de 2018

Eros y la doncella: La decapitación de Maximiliano Robespierre




Para la profesora Carmen Virginia Carrillo.
Sin ella, esta novela no existiría.


       La ejecución de Maximiliano Robespierre, luego que envió a miles de sus enemigos al cadalso, pertenece a la historia del grotesco. Robespierre era un hombre muy atildado, que solía empolvar su blanca peluca. Particularidad que no suelen recordar los libros de historia, y que quise evocar en mi novela Eros y la doncella, sobre La Gran Revolución, publicada por la editorial Verbum.
La imagen que, para muchos franceses, quedó de su maltratada figura, es el eje del episodio que a continuación les ofrezco. 
         Mario Szichman.



“Uno tras otro, los veintidós condenados fueron conducidos hacia el cadalso, para enfrentar al verdugo Sanson y a sus dos ayudantes. El convencionista Couthon gritó y rogó, y se ensució los pantalones de miedo.
Henriot, el ex comandante de la guardia nacional, fue arrastrado hacia el cadalso cargando en su chaleco los excrementos de los demás. Un precario parche de pirata le cubría el ojo desprendido de un bayonetazo, suspendido de sus ligamentos sobre una de sus mejillas.
Cuando estaban a punto de subirlo por las escaleras, un espectador desprendió el ojo de los ligamentos y huyó con el trofeo. la mayoría de los condenados fueron empujados o transportados hacia la báscula, cada vez más ensangrentada. las cabezas comenzaron a apilarse en los redondos cestos forrados de cuero. Sus torsos fueron asidos uno tras otro por los dos ayudantes de Sanson y arrojados en carruajes alfombrados de paja. Solo Saint Just, el único ileso de la jornada, pudo marchar al cadalso sin ayuda, conservando su frialdad y su desdén hasta el final.
El vigésimo primer espécimen que recibió la doncella fue el de su amado Maximiliano.
Robespierre observó desde el carruaje a los veinte condenados que lo precedían, el charco de sangre que se iba ampliando en torno a la base de la plataforma. Para él era un espectáculo novedoso y molesto. Nunca le habían apasionado las ejecuciones.
 El tribuno sintió su cuerpo escindido en diferentes trozos. Cada uno lo atormentaba como una articulación machacada. Era imposible que todos esos trozos pudieran acomodarse a la báscula.
Sobre su cuerpo lucía, como un palimpsesto, la famosa chaqueta de seda de color azul que seis semanas antes había usado, inmaculada, durante la Fiesta del Ser Supremo. La chaqueta estaba manchada de sangre. la sangre que seguía manando de su herida en la mandíbula apenas si podía ser absorbida por el vendaje anudado en la coronilla.
Los dos ayudantes de Sanson comenzaron a subir el cuerpo de Robespierre por la escalera. El tribuno fue contando los escalones. Sus manos manchadas de sangre se balanceaban sobre los brazos de los ayudantes de Sanson. Sus pies golpeaban duro en cada escalón. El vendaje que intentaba sostener la mandíbula unida a su boca parecía formar parte de su nuevo rostro. Cuando lo empujaron hacia la báscula, sus rodillas flaquearon. Durante algunos segundos quedó apoyado en la báscula, despatarrado. Luego lo amarraron a la báscula con cinturones de cuero. Sintió la sangre pegajosa fundirse con la sangre que humedecía su venda.
Por primera vez el tiempo se congeló. Aunque separaban a Robspierre escasos segundos de su ingreso en la eternidad, el tiempo cesó de transcurrir. El relámpago iluminó el área del cadalso, y persistió. Retumbó el trueno, y siguió retumbando, alimentándose de su propio eco. Robespierre volvió a pensar en el gabinete de maravillas del mago Robertson.
Uno de los ayudantes de Sanson le murmuró al oído que debía quitarle la venda, pues podía interferir con el limpio corte de la cuchilla. Cuando Robespierre creyó que le estaba pidiendo permiso para proceder, sintió que le arrancaban la venda. Fue como si hubiera recibido otro pistoletazo en la mandíbula y lanzó un grito desgarrador.
Sanson inclinó brevemente su cabeza. Uno de sus ayudantes ladeó la báscula para que reposase entre los dos montantes verticales de la guillotina.
Casi de inmediato, el cepo de madera aseguró el cuello de Robespierre. Sanson bajó la palanca y el seco trallazo de la doncella separó la garganta del grito de Robespierre. al rodar la cabeza en el cesto, su empolvada peluca diseminó una nube de talco.
Los cadáveres de Robespierre y de sus compañeros fueron trasladados al cementerio de Errancis, pues el cementerio de la Madeleine, la fosa común más popular, había sido clausurado cinco meses atrás, por falta de espacio.
El transporte de los torsos y de las cabezas costó 193 libras. Sobre los cadáveres fueron arrojadas paletadas de cal viva. los sepultureros recibieron una remuneración adicional de siete libras cada uno.”





De la novela han opinado los estudiosos:


Existe, en la novela, una relación pendular entre la muerte y el amor. Entre el erotismo y el tono épico de quien narra una verdadera batalla, de todos contra todos. Pues así fue desarrollándose una revolución que transformó las necesidades humanas en venganzas y muerte. El cadalso es el escenario por excelencia y la Doncella su mayor protagonista. La animidad con la que se describe a la Gillotina, siempre  Doncella, permite al narrador construir una relación amorosa y mórbida entre  Robespierre,  a quien se le describe  “despiadado, arrollador, impasible, virgen y asexuado” (p. 14) y la Doncella, “Estilizada como una escuadra de carpintero, escueta como un atril, virtuosa como un altar”. Ella es su amante, su pieza perfecta para construir el mundo del terror que después lo devoraría  a él.”
Dra. Guadalupe Isabel Carrillo, ensayista. Autora, entre otras obras, de Miradas a la ciudad. Profesora de la Universidad Autónoma del Estado de México. (Tomado de Diario de los Andes, Venezuela)


Eros y la doncella (2013) de Mario Szichman, es una atractiva novela histórica, escrita en un estilo, tono y ritmo apasionantes, pero a su vez desgarradora, insinuante y también precisa. Sin llegar a perder la intención del eje narrativo, el autor  logra recrear momentos, personajes y acciones  notables de la Revolución Francesa en un acto creador fascinante, que se instaura a partir del mismo título, conformado gramaticalmente por dos sustantivos que connotan belleza y seducción, en un  juego lingüístico  que representa, al estilo Aristotélico, la “síntesis ideal” de la trama narrativa.
Dra. Alexis del C. Rojas P., profesora de la Universidad Experimental Simón Rodríguez, Venezuela.


“Un universo de personajes se asoma a las páginas del texto de Szichman en medio de confrontaciones, alianzas y traiciones. La seducción y la lascivia constituyen la válvula de escape en ese mundo abyecto, contaminado  de una profunda degradación moral y física. La gran protagonista: la guillotina, insaciable doncella a la que Robespierre proveerá de cuerpos.”
Dra. Carmen Virginia Carrillo, profesora de la Universidad de los Andes, Venezuela, ensayista. Autora de varios libros, entre ellos, De la belleza y el furor.

“Aunque suene paradójico, Eros y la doncella de Mario Szichman es una convulsa historia de amor donde los amantes se mueven en un terrible laberinto que es la vida; historia del deseo que sobrepasa los cánones históricos y presenta al cuerpo como centro de la existencia humana… Mario Szichman se ha convertido en un verdadero maestro que interroga realidades desde la cotidianeidad de los personajes, privilegiando el cuerpo como el gran cartabón para intentar reflexionar sobre las bondades y miserias de la existencia humana”.
Dr. Luis Javier Hernández, profesor de la Universidad de los Andes, Venezuela, escritor. Tomado del Diario TalCual de Venezuela.


“En todo caso, la Revolución Francesa de 1789 dio papel protagónico a un instrumento que segó miles y miles de vidas: la guillotina, rebautizada rápidamente por el pueblo como La Doncella.  Szichman nos la presenta como un personaje femenino por la que especialmente Maximiliano Robespierre experimentaba una auténtica pasión amorosa: era el medio favorito para terminar con sus enemigos justificados e injustificados.  Pero además desempeñaba el papel central en las decapitaciones, que se transformaban en espectáculos macabros, pero a los que asistía la población civil con un evidente morbo.  Se popularizó tanto, que, como recuerda nuestro autor, se fabricaron modelos de ella en miniatura para que los niños “jugaran” a la decapitación empleando pajarillos.”
Dr. Edgar Samuel Morales Sales, profesor de la Universidad Autónoma del Estado de México, autor de varios libros, entre ellos: El sabor agrio de la cultura Mazahua. (Tomado del Diario El Impulso de Barquisimeto, Venezuela)




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