miércoles, 18 de abril de 2018

Perpetuarse en el poder no garantiza la inmortalidad


Mario Szichman

Oliver Cromwell


¿Hay algún hombre fuerte deseoso de mejorar la condición de sus gobernados? Lo dudo. Y no porque el hombre fuerte tenga una maldad intrínseca. Puede tratarse del ser humano más bondadoso del mundo, pero el día solo tiene veinticuatro horas. Quien permanece más tiempo en el poder, más horas debe dedicar a preservar su cuerpo de las horcas enemigas. La historia de la Revolución Mexicana está repleta de caudillos que del llano pasaron a la tumba, tras un corto interregno donde creyeron que eran inmunes a las balas.
Los caudillos son premeditados filósofos del pesimismo. Están convencidos de la imposibilidad de mejorar la especie humana en pocos años. Si nuestra especie prospera, es a lo largo de los siglos, aunque su colapso suele requerir apenas una generación, como lo verificaron Adolf Hitler, José Stalin y una pléyade de salvadores de la patria.
Es fastidioso instalarse en la cima del poder. La soledad está plagada de cortesanos. A los poderosos les aburren y molestan las críticas.  Son niños que exigen constantes caricias en su cabeza. Y la inevitable alternativa son los lisonjeros, seres bastante aburridos.
Controlar un gobierno por encima del tiempo estipulado debe ser una de las tareas más monótonas y arduas del mundo, pero ayuda bastante si se cuenta con otros miembros de la familia.

EL LORD PROTECTOR DE INGLATERRA

Una de las figuras más famosas de la política inglesa fue Oliver Cromwell (1599–1658). Después de la decapitación del rey Carlos I, se convirtió en Lord Protector de Inglaterra, Escocia e Irlanda, aunque a nivel personal, nunca encontró la protección adecuada. Cromwell vivía aterrado. Cada día lo acosaba la pesadilla de ser asesinado. Dicen que dormía con dos pistolas bajo su almohada.  Solía cambiar de domicilio con gran frecuencia.
Aunque murió en su cama, la inmortalidad lo alcanzó. Su hijo, Richard, lo sucedió como Lord Protector y posiblemente fue involuntario causante de su incómoda eternidad. El hijo era peor que el padre, y para completar la desdicha, carecía de influencia en el parlamento y en el ejército. Finalmente, fue destituido en 1659, meses después del fallecimiento de su progenitor. Y ahí comenzó la segunda vida, la eterna muerte de Cromwell. Ya hablaremos de ella.

EL OTOÑO DE LOS PATRIARCAS

Cuando se habla de la perpetuación del poder, no podemos descuidar América Latina, pues uno de los ingredientes más interesantes de su política es la conversión de las repúblicas en dinastías. Los lazos de sangre o conyugales suelen acabar con los preceptos democráticos.
En Cuba, Fidel Castro y Raúl Castro se turnaron en el gobierno desde el triunfo de la Revolución Cubana en 1959. Fidel fue primer ministro de Cuba desde 1959 hasta 1976; ese año pasó de primer ministro a presidente, y en el 2008 fue sustituido por Raúl.
En total, el apellido Castro ha gobernado Cuba durante 59 años, sin interrupción alguna. Es obvio que únicamente esos dos hermanos han sido capaces de gobernar la isla. Hay pocos ejemplos en la historia de tanta tenacidad para aferrarse al poder. Y aunque la Reina Victoria estuvo sentada en el trono de Inglaterra durante 64 años, reinaba, pero no gobernaba.
Cada modelo exitoso genera comparsas. Más de medio siglo en el poder despierta embeleso y el intento de rivalizar. Uno de los más fascinados con el ejemplo de Cuba fue el presidente de Venezuela Hugo Chávez Frías, otro líder indiscutible e irremplazable, quien fue reemplazado en abril de 2013 por Nicolás Maduro, tras fallecer de cáncer, a los 58 años de edad. Como era inmortal, así lo proclamaban diariamente sus corifeos de turno, le resultaba imposible concebir su propia muerte.


El apellido Chávez ha generado más lumbreras que el apellido Castro. Adán Chávez fue gobernador de Barinas y Aníbal José Chávez Frías, fue alcalde del Municipio Alberto Arvelo Torrealba, en Sabaneta, también en el estado Barinas. Asdrúbal Chávez, primo del extinto presidente, estuvo a cargo del ministerio del Poder Popular de Petróleo y Minería de Venezuela. En cuanto a María Gabriela Chávez,  hija de Hugo Chávez, detenta pese a su juventud el cargo de “embajadora alterna” en las Naciones Unidas, aunque ha asistido apenas tres veces a las sesiones del organismo internacional.

EL CESE DE LAS IMITACIONES

Si Hugo Chávez era un devoto admirador de Fidel Castro ¿Por qué no lo imitó también en la descendencia política? Varios de sus hermanos podrían haber heredado su legado. Algunos alegan que existían problemas constitucionales. Sin embargo, la manera displicente con que el chavismo maneja la Constitución y las leyes en Venezuela desmiente esa hipótesis. Es obvio que, si Chávez hubiera querido dejar otro Chávez en el Palacio de Miraflores, las normas jurídicas se hubieran estirado como un chicle para acomodar a otro portador del apellido.

LA PRESIDENCIA CONYUGAL

En la Argentina, la perpetuación de las dinastías políticas se ha dado por el lado conyugal. Juan Perón fracasó en el intento de llevar como compañera de fórmula para su segundo mandato a su esposa, Eva Duarte de Perón. Los militares se opusieron y Perón tuvo que incluir como candidato a vicepresidente a Jazmín Hortensio Quijano, quien falleció poco después. Perón asumió por segunda vez la presidencia sin la compañía de su compañero de fórmula. El cargo vacante fue ocupado por el almirante Alberto Tessaire, como resultado de nuevas elecciones, en abril de 1954.
Cuando Perón regresó a la Argentina y al poder, en 1973, consiguió imponer como vicepresidenta a su tercera esposa, María Isabel Martínez. Perón falleció el 1º de julio de 1974 e Isabel Perón lo reemplazó, hasta que en marzo de 1976, una junta militar la derrocó.
El modelo impuesto por Perón tuvo una réplica en el matrimonio de Néstor Kirchner y Cristina Fernández. Kirchner fue sucedido por su cónyuge. La presidenta de Argentina abandonó el cargo en el 2015, y está asediada por varios procesos penales, algo común en los países latinoamericanos, donde varios mandatarios descubren que son ex mandatarios cuando los mandan a la cárcel.

¿PARA QUÉ SUSTITUTOS?

La costumbre de los presidentes en ejercicio de reemplazarse a sí mismos en el poder se ha diseminado en América Latina como el fuego en una pradera. No solo Chávez logró su reelección, también Evo Morales en Bolivia. José Manuel Santos lo intentó en Colombia, pero una Corte Constitucional vetó sus anhelos de servir al pueblo. En Ecuador, Rafael Correa consiguió que un tribunal legalizara la relección indefinida, aunque no mordió el anzuelo, porque su país quedó endeudado en medio de una fenomenal corrupción. Ahora Correa vive en una especie de exilio dorado, y su reemplazante, Lenin Moreno, se la pasa denunciando a su ex colega por presuntos actos de latrocinio.  
Correa, como otros gobernantes de su calaña, ha demostrado que el poder pertenece a los elegidos.

VOLVIENDO A CROMWELL

Sin embargo, en todos los casos antes reseñados, y eso resulta afortunado, aquello que protege la vida no es endosado por la muerte. Y el ejemplo de Cromwell es bienvenido.
El 30 de enero de 1661, casi tres años después de su muerte, y al cumplirse el duodécimo aniversario de la ejecución de Carlos I, el cadáver del dictador fue exhumado de la Abadía de Westminster, y sometido a una ejecución póstuma. El descompuesto cadáver de Cromwell fue colgado de cadenas en Tyburn, y luego arrojado a una fosa común. Su cabeza fue emplazada en una pértiga a las puertas de Westminster Hall, la parte más antigua del Palacio de Westminster. Allí permaneció hasta 1685.
Durante los 27 años posteriores a su muerte, la cabeza de Cromwell fue exhibida por sus enemigos como un trofeo. Luego fue cambiando de manos, y, en 1814 vendida a un tal Josiah Henry Wilkinson, según nos informa Wikipedia. El ánima de Cromwell debió esperar hasta 1960 para que fuesen congregados parte de sus restos humanos en un solo lugar, el Sidney Sussex College, en Cambridge.
Quizás uno de los peores errores de Cromwell fue dejar el poder en manos de su inepto hijo.
Cromwell, un convencido líder republicano, terminó cediendo a las tentaciones de la sucesión monárquica y al llamado de la sangre. Es un buen ejemplo de que perpetuarse en el poder no garantiza la inmortalidad.


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