domingo, 9 de abril de 2017

Soumission de Michel Houellebecq. El universo no es siempre la universidad


Mario Szichman



El novelista francés Michel Houellebecq tiene, como señaló un crítico en The Times Literary Supplement, una “escalofriante capacidad de anticipar con precisión eventos reales”. Ocurrió con su tercera novela, Plateforme (2001), donde puso en evidencia las tensiones entre Occidente y el mundo árabe. El relato apareció en las librerías poco antes de los ataques contra las torres gemelas del World Trade Center registrados en septiembre de 2001.
Soumission*  tiene también similar capacidad de anticipación. En el día de su lanzamiento, el 7 de enero de 2015, los hermanos Said y Chérif Kouachi, ingresaron en las oficinas del semanario satírico francés Charlie Hebdo, en París, asesinaron a 12 personas, e hirieron a otras 11. 
Uno de los puntos centrales de las críticas de Charlie Hebdo era el Islam, sus costumbres, y la emergencia de una rama violenta ejemplificada en al Qaeda, y ahora en ISIS.


Días antes de los ataques al semanario, los medios de prensa parisinos dedicaron varias páginas a discutir Soumission, especialmente su trama: en el año 2022, los socialistas se unen a un nuevo partido islámico, que conquista el poder. Entran en vigor las leyes islámicas, las mujeres deben usar ropas que custodian la modestia, se alienta la poligamia, y quienes renuncian a su religión original y optan por el islamismo, mejoran su estatus.
La caricatura de Houellebecq apareció en la portada de Charlie Hebdo una semana antes de los ataques, y la promoción seguramente ayudó a la venta de la novela. Entre los muertos en la incursión de los hermanos Kouachi se hallaba el economista Bernard Maris, amigo personal de Houellebecq y autor del ensayo Houellebecq économiste publicado en el 2014.
El protagonista de Soumission es François, un profesor universitario, experto en la obra de  Joris-Karl Huysmans, que duerme con sus alumnas, generalmente durante todo el ciclo lectivo, hasta que las damas se aburren, y le informan que “han encontrado a otro”. Sus diversiones consisten en observar filmes pornos, recalentar dinners, beber como un cosaco, aburrirse de manera cotidiana, y curar dolencias benignas, aunque fastidiosas.
Resulta obvio que François es un muerto en vida, y que ni siquiera la toma del poder por un movimiento islámico parece sacarlo de su letargo. Hay signos ominosos de que pronto se convertirá en un extraño en tierra extraña, y que su tarea a perpetuidad en la academia, pronto dejará de ser eterna. Finalmente un día, François recibe una espléndida jubilación, Ha sido puesto fuera de servicio. Los mejores puestos están reservados a los partidarios de Mahoma, y François es un católico. ¿Qué hacer en un mundo donde las necesidades inmediatas son satisfechas, y en el cual no existe espacio para soñar?
Quizás la parte más interesante del relato es la transfiguración de la sociedad francesa, que súbitamente encara una pesadilla religioso—populista. François, un fervoroso admirador del trasero femenino, observa su desaparición al cambiar la ropa de las mujeres. Las burkas disimulan la silueta de las damas, los velos ocultan sus rostros. El único consuelo, para el personaje central, es que el islamismo tolera, y alienta la poligamia, y quizás un hombre con cuatro esposas puede alcanzar niveles más altos de placer que un monógamo.
La novela es una suave sátira sobre los beneficios e inconvenientes de un estado islámico: hay más protección social, pero menos libertad, los favores que se obtienen por un lado de las prácticas comerciales son contrarrestados por la ineficacia en la administración de los recursos. Existe, además, un rápido deterioro de los servicios públicos.
Submission es una novela árida, repleta de personajes difíciles de recordar. Todos ellos están sumergidos en la discusión de tesis, prólogos, o estudios de escritores extintos. No hay conflictos, y el tenue hilo que arrastra las peripecias del protagonista: su tesis sobre Huysmans, carece de profundidad.
Aquello que parece atrapar a François es la religiosidad del escritor. En parte, esa figura del pasado puede ser una de las razones de buscar la salvación en el Islam. Pero ¿es esa la verdadera razón? Tal vez el flamante misticismo de François es una táctica oportunista para recuperar su empleo u obtener algo mejor.
El triunfo del Islam en Francia, y su influencia en otros países europeos, permite sospechar que el protagonista descubre ventajas en su conversión, o mejor dicho, en la sumisión al partido y a la religión del gobierno.
La verdadera sorpresa en un agente provocador como Houellebecq es que su narración no trata al Islam con sorna o desprecio. Algunos críticos han destacado justamente que para el escritor hay una diferencia entre la religión y la raza, y señalan que todos los personajes musulmanes son franceses conversos. No hay en la novela un ser que predique la guerra santa. Los personajes son amables, cultivados, nada amenazantes.
François es mucho más interesante solo, que mal acompañado. Sus opiniones suelen ser, en ocasiones, demoledoras. Pero debe padecer varias compañías con las cuales requiere conversar y decir trivialidades. Eso desconcierta al lector en una novela narrada en primera persona. Por otra parte, el protagonista es una especie de Jano bifronte. Nunca se sabe muy bien si François piensa por François, o si es el alter ego del escritor.
Pero el problema central de Houellebecq es su narcisismo. Es muy famoso en Francia, sus libros han recibido excelentes críticas, y varios han sido bestsellers. El problema del autor es que también se ha convertido en celebridad.
Cuando un escritor va más allá de lo que aparece en sus textos, es inevitable la arrogancia. Debe pensar que tal vez puede ir más allá de lo que aparece impreso. Algunos lectores necesitan convertirlo en un profeta, otros, en un curandero.
No bromea Houellebecq cuando en su última novela propone el camino espiritual para contrarrestar la situación en la Francia actual. Hasta que los agnósticos funden su propia iglesia, no podrán competir con religiones establecidas desde hace siglos o milenios.
Pero el punto de vista es también importante. La novela es conflicto, sus personajes no solo deben interactuar, sino confrontarse. Mijail Bajtin señalaba que las novelas de Dostoievski eran tan intensas porque nadie se quedaba con la última palabra. Cada personaje aportaba su propia visión del mundo, y podía demoler opiniones contrarias.
En el mundo de Dostoievski, nada era trivial, no se conversaba para pasar el tiempo. Todo parecía cuestión de vida o muerte. En el mundo de Houellebecq se conversa demasiado. ¿Y desde qué atalaya? Desde el mundo académico.
No todos los atalayas se parecen. Desde algunos, solo surgen desganadas conversaciones, problemas que son apenas acertijos, y una falta total de entusiasmo en los planteos. Como decía Gore Vidal en uno de sus ensayos, el problema de muchos escritores es que suelen confundir el universo con la universidad.
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* La crítica es a Submission, la versión en inglés, publicada por Farrar. Straus and  Giroux de Nueva York en el 2015.

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