miércoles, 10 de diciembre de 2014

Gaslighting: La cirugía estética del Libertador y la generala inexistente

Mario Szichman




Gas Light (1944), un filme protagonizado por Ingrid Bergman y Charles Boyer, ha tenido enorme popularidad no solo entre los espectadores de teatro y cine a partir de la década del cuarenta, sino entre psiquiátras y psicólogos, especialmente en los Estados Unidos. Se trata de la adaptación de una obra de teatro escrita por el dramaturgo británico Patrick Hamilton y puesta en escena en Londres, en 1938. Pertenece a esas obras “comunales” que flotan en la imaginación popular durante décadas o siglos, como El Doctor Jekyll y Míster Hyde, de Robert Louis Stevenson, o Drácula, de Bram Stoker, o A Rose for Emily, de William Faulkner. Y es comunal porque circula como leyenda hasta el momento en que un autor decide transcribirla en el papel. 
     ¿Cual es la trama de Gaslight? La historia de un marido que intenta convencer a su crédula esposa que está loca mediante la manipulación de algunos objetos de su entorno. Cada vez que la mujer se desconcierta ante un cambio ocurrido en la casa, el marido le demuestra que está equivocada, o que sus conjeturas proceden de una mente desquiciada.
El setting de la historia es el Londres de finales del siglo diecinueve, y el título original alude al oscurecimiento de las luces de gas en la casa cuando el marido prende algunas lámparas adicionales en el ático con el propósito de buscar un tesoro oculto. Cada vez que la esposa comenta el eclipse de las luces y discute el fenómeno, el marido le dice que se trata de un producto de su imaginación.
      La película dio origen al vocablo gaslighting como sinónimo de abuso mental. La víctima recibe falsa información y el propósito es que dude de su memoria, percepción e intelecto.  La psicóloga Florence Rush, en su trabajo The Best-kept Secret: Sexual Abuse of Children (El secreto mejor guardado: el abuso sexual de los niños) dice que la expresión “es usada para describir el intento de destruir en otra persona la percepción de la realidad”.
     ¿Resulta casual que la escritura de Gaslight sea de 1938, y su versión más famosa de 1944? Es el período en que el nazismo llegó a su máxima expresión, y en que la formidable maquinaria de propaganda del Tercer Reich hizo un eficaz lavado en el cerebro de decenas de millones de alemanes. El régimen de Adolf Hitler necesitaba, en primer lugar, borrar la mancha de la derrota sufrida por el ejército en la primera guerra mundial. Para eso inventó la fantasía de que había sido apuñaleado por la espalda. El enemigo estaba adentro: pacifistas, judíos, homosexuales, gitanos, comunistas, socialistas, liberales, eran los culpables de la capitulación.
     El nazismo reinventó la historia de Alemania. No tuvo problemas en mentirle al pueblo en la cara. Los libros de historia fueron reescritos, se cambió la actuación de los héroes, se les hizo decir cosas que nunca habían pronunciado en su vida. No hubo un solo aspecto de la cultura o de la tradición alemana que permanecieran intactos. Inclusive se alteraron los mapas a fin de poder reclamar regiones transmutadas en irredentas una vez se alteró su trazado.
     Hitler cometió solamente un error en su vida: creer en sus propios embustes. La teoría de la puñalada en la espalda lo convenció de que el ejército alemán era invencible. Se necesitaba únicamente eliminar la quinta columna de derrotistas, cautelosos, indiferentes, usureros y perversos, y enfilar hacia la conquista de otros territorios. Marchó a la guerra, y terminó suicidándose en un bunker junto con su esposa, Eva Braun. Su destino hubiera sido muy diferente de optar por regir Alemania con puño de acero sin invadir Polonia. Al menos, hubiera durado algunos años más, aunque sufría del mal de Parkinson. Quizás lo hubieran enterrado en el panteón de los héroes, posiblemente en un mausoleo de las dimensiones que alberga a Napoleón Bonaparte en París.

ALTERNATIVAS


     Cada hombre fuerte desprende comparsas. Es un seductor ejemplo para las mentes desquiciadas que intentan emularlo. Al mismo tiempo, sus émulos tienen la ventaja de conocer el destino que terminó sepultando a su modelo. Optan por lo tolerado y desechan lo riesgoso.
    Sin embargo, sin importar la calaña del enano político que intenta imitar al insigne modelo, hay un elemento imposible de eludir: la reinvención de la historia, la perversa necesidad del gaslighting. Existe cierto placer en proveer al pueblo de falsa información para hacerlo dudar de su memoria, percepción e intelecto.

     En ese sentido, el fallecido presidente de Venezuela Hugo Chávez Frías infligió a su pueblo un gaslighting inédito en los anales de América Latina al someter al Libertador Simón Bolívar a una operación de cirugía estética.
     Uno de los lemas favoritos del hombre fuerte argentino Juan Domingo Perón era: “De todas partes se vuelve, menos del ridículo”. Pero ¿qué ocurre si alguien es capaz de retornar del ridículo? Pues es invulnerable. Nos burlamos de la mentira hasta que nos enfrenta, y se proclama indiscutible.  Todo gobierno capaz de tener éxito en la patraña –siempre que eluda la guerra– puede eternizarse en el poder.
  Una noche, los venezolanos se acuestan teniendo en su mente una imagen muy clara de Simón Bolívar. A la mañana siguiente, despiertan observando un rostro de Bolívar que ni el Libertador hubiera reconocido al mirarse en el espejo. Treinta millones de venezolanos, y posiblemente muchos miles de latinoamericanos, contemplan un Bolívar “digitalizado”. Es un rostro que parece de goma, superpuesto a la imagen icónica.
    Cuando Bolívar vivía, el pintor limeño José Gil Castro le hizo un retrato en vivo y en directo. El Libertador quedó muy contento con el resultado. Al punto que se lo envió al general Robert Wilson con estas palabras: “Me tomo la libertad de dirigir a Usted un retrato mío hecho en Lima con la más grande exactitud y semejanza”.
     Si a Bolívar le hubiera disgustado el cuadro, se lo habría comunicado a Gil Castro. El Libertador era muy vanidoso, y no toleraba que se agraviara su imagen. También es previsible que el general Wilson conociera personalmente al prócer. En esas épocas previas al internet y al Skype, eran difíciles las relaciones a distancia.  Seguramente Wilson confirmó en el cuadro la gran semejanza con el original.
Chávez, quien siempre se proclamó heredero del Libertador perpetró un acto de taumaturgia que ningún gobernante en el mundo osó realizar: imponerle al prócer máximo su ideal de belleza, y al mismo tiempo desautorizarlo, una tendencia muy enquistada en el gobierno bolivariano.
     Cuando visité Trujillo, en el estado venezolano del mismo nombre, para dar algunas conferencias en la universidad de Los Andes, me informaron que los trujillanos, ahora rebautizados trujillenses (todo se rebautiza en la Venezuela chavista), contaban con una flamante heroína. Tan flamante que ni siquiera existió. Se trataba de la generala post-mortem Dolores Dionisia Santos Moreno, también conocida como “La Inmortal de Trujillo”.
    Si el lector explora Google.books, que tiene más libros que la Biblioteca del Congreso de Estados Unidos, verá que hay exactamente una sola referencia a la inventada heroína. Y la referencia proviene de Huma José Rosario Tavera, cronista del Municipio Trujillo,  y perpetrador de la heroína.
     En cambio, Google.books dedica nutridas referencias a todos los héroes de la independencia latinoamericana, no sólo los más connotados, sino aquellos que apenas han merecido una escuálida referencia como nota al pie.
     Y entonces ¿por qué la heroína Dolores Dionisia Santos Moreno no aparece en referencia alguna, excepto en la formulada por Rosario Tavera? El lector podrá intuir las razones de la extraña omisión.
    Felizmente, el cronista del Municipio Trujillo suplió esa inadvertencia con una vagarosa y larguísima biografía. No sólo la heroína estaba presente en todos los lugares donde ocurrieron episodios históricos. También se alojaba en todos los intersticios del lugar común. Cuando no estaba luchando por la patria, agonizaba por ella.
Sin embargo, otros chavistas cuestionaron la invención. Henry Martorelli, director del Movimiento Social y Poder Popular del gobernante Partido Socialista Unido de Venezuela, acusó a Rosario Tavera de tejer una patraña.
    Según Martorelli, el Centro de Historia de Trujillo fue tomado por el Comando Kuicas, uno de cuyos miembros era Rosario Tavera. Como parte de su labor revisionista, Rosario Tavera modificó algunos cuadros existentes en el Centro de Historia de Trujillo, y eliminó otros. Y luego, dijo Martorelli, creó “héroes y acontecimientos que sólo han existido en su imaginación”, entre ellos a la generala post-mortem. De acuerdo a Martorelli, Huma Rosario también habría urdido el cuadro de Dolores Dionisia Santos Moreno. “La imagen de esa figura”, indicó Martorelli, “tiene la cara de Angie Quintana y el cuerpo de José Antonio Páez”.
     Al parecer, un sector del chavismo, ansioso por superar sus leyendas en materia de estadísticas, o de borrar con el codo el pasado venezolano y las facciones del Libertador, desea ahora reconstruir otro pasado impoluto, hecho a la medida de su fallecido líder.
     Hugo Chávez incorporó el gaslighting como método político. Hizo dudar al pueblo venezolano de su memoria, de su percepción y de su intelecto. La falsa información pasó a ser verdadera. Afortunadamente, aunque Simón Bolívar es inmortal, discrepa con Chávez en un aspecto: no es eterno, y no puede ser afectado por el gaslighting. En cambio, la tarea de anestesiar y deformar la memoria de un pueblo avanza a paso de vencedor.





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