miércoles, 17 de septiembre de 2014

El editor siempre decide




 Mario Szichman



El apellido Cain ha engalanado a por lo menos dos extraordinarios escritores norteamericanos, ambos novelistas policiales. Uno, James M. Cain, escribió dos novelas que nunca han pasado de moda: El cartero llama dos veces (1934) y Double Indemnity (1936). La suerte de James (Mallahan) Cain fue que las películas basadas en esos relatos son casi tan buenas como los libros, grandes clásicos, bendecidos con la presencia de la crema de Hollywood. Vaya uno a encontrar mujeres fatales capaces de competir con Lana Turner (en El cartero) o con Barbara Stanwyck (en Double Indemnity) o con galanes como John Garfield, uno de los monstruos sagrados del cine, quien murió a los 39 años de edad cuando se estaba llevando el mundo por delante, o Fred McMurray, quien luego pasó al territorio de las comedias de televisión. Es increíble ver al asesino de Double Indemnity precediendo al afable protagonista de Father Knows Best en una famosa serie de televisión. Solo hay una similar discrepancia que recuerdo ahora: a Ben Kingsley interpretando a Gandhi, y después, a un asesino en Sexy Beast. De poder elegir, hubiera dado el Oscar a Kingsley por Sexy Beast. Debe ser el más formidable psicópata en la historia del cine, mucho más genuino que el gran Anthony Hopkins en El silencio de los inocentes. Y por supuesto, no hay que olvidar a Edward G. Robinson en Double Indemnity, interpretando al jefe de McMurray. Pero ¿es que Robinson actuó mal en alguna ocasión?

      El otro Cain se llamó Paul, y escribió decenas de cuentos y una novela para Black Mask, la más famosa revista de misterio y suspenso que apareció en Estados Unidos. Fue fundada en 1920 por H.L. Mencken, uno de los mejores críticos literarios que ha dado el país. La idea de Mencken era financiar su revista The Smart Set, con alguna publicación que contara con más audiencia y pudiera pagar los costos de edición. Fue así que surgió Black Mask.

La revista piloto de Mencken nunca remontó vuelo. En cambio Black Mask, el pulp magazine por excelencia, fue una fábrica de producir dinero y grandes escritores a partir del momento en que el capitán Joseph T. Shaw asumió el cargo de editor en 1926.  

Para mencionar a algunos de ellos primero hay que ponerse el frac. En la revista fueron publicados los primeros cuentos y capítulos de novela de Dashiell Hammett (El halcón maltés, Cosecha roja, La llave de cristal) Raymond Chandler (El largo adiós, El sueño eterno),  Erle Stanley Gardner, creador del abogado Perry Mason, Cornell Woolrich (La dama fantasma, Si muriera antes de despertar, La viuda negra), Frank Gruber, Max Brand y Paul Cain.  

La mayoría de esos autores son conocidos por el lector. Tal vez no Paul Cain, pues durante décadas fue ignorado, como Jim Thompson (esta vez me pongo de pie para mencionarlo). Afortunadamente, en las dos últimas décadas Paul Cain ha sido reeditado con gran asiduidad. Todavía falta un reconocimiento a Shaw, porque sin él, difícilmente existiría el género hard boiled (duro). Detectives como Sam Spade, o como Philip Marlowe surgieron porque Black Mask era un gigantesco laboratorio de producción de personajes, diálogos y escritores.  

William Brandon, que se inició en la literatura escribiendo en Black Mask, dijo que para Shaw la objetividad era un estilo. Consistía en una “página limpia, una frase limpia, una frase ordenada”. Por ejemplo, solía usar este ejemplo de Chandler: “Observé el fuego, y fumé un cigarrillo. Luego, me fui a dormir”.  

Sin embargo, para Paul Cain, inclusive esa frase era excesiva. Sus narraciones se definen por su escaso vocabulario, su sintaxis despojada de subjetividad, y una constante acción. Con esos parcos elementos logró construir un mundo poblado por gángsters, jugadores y drogadictos. Irvin Faust dijo que en los relatos de Cain, “el ritmo de la acción se apropia del texto, se convierte en uno de los personajes más importante, quizás en el protagonista, y controla el libro”.

Algunos narradores aceptaron con más afabilidad que otros las pautas trazadas por Shaw. Posiblemente Paul Cain fue el epítome. Para Shaw, Cain fue mejor escritor que Hammett. “A la hora de describir la sombría dureza”, dijo, “Dashiell se detuvo en el umbral. Cain recorrió todo el camino”.

El novelista Ed Gorman señaló que “En Hammett observamos una gran pena, y en Chandler una enorme melancolía. No hay una sola traza de esos elementos en Cain”.

El crítico Boris Dralyuk sugiere algo que ocurrirá luego con Jim Thompson. Tanto Hammett como Chandler eran novelistas que escribían policiales, pero seguían pensándose como novelistas tradicionales. Cain, dice, “estaba libre de esa carga. Su obra expresa al género en sí, con toda su lógica, inexorable, y totalmente carente de sentido. Él fue el real oráculo en Black Mask, absorbió la humareda de los cigarros del capitán Shaw, y proporcionó una visión sin mediaciones del género duro”.   

Es muy difícil que la narrativa de los grandes escritores del policial norteamericano haya existido sin Shaw. El decidió qué servía y qué no servía en Black Mask. Este era por ejemplo su consejo a la hora de escribir diálogos:

“El autor debe mantenerse alejado del diálogo, y permitir que los personajes narren la historia. Nada debilita o arruina tanto un buen diálogo como tener al autor sirviendo de intérprete entre líneas”.  

Decía también que el diálogo no había sido inventado “para rellenar un espacio, o para fraccionar las descripciones. Nunca hay que usarlo cuando carece de propósito. Debe hacer un aporte definitivo” a la narración. Y los personajes “tienen que hablar por su cuenta, no en el lenguaje y el estilo del autor. Si un diálogo es real, el lector lo recibe con placer. Si es incongruente, es como una bofetada en el rostro”.

Los colaboradores de Black Mask, lejos de desdeñar sus consejos, los aceptaban gustosos, y con gran admiración.

Chandler dijo en una carta: “Escribimos para él una mejor prosa que para cualquier otro”.

Es posible que el mejor homenaje a Shaw se lo rindió Hammett. En cierta ocasión le escribió una carta que incluyó esta frase: “Puedo fabricar con los mismos ladrillos una pared mucho mejor que la que construía un año atrás”. Shaw comentó luego: “Para el escritor, lo más importante es construir una pared. No importa lo que encierra adentro o afuera. Eso deben decidirlo los críticos. La única tarea del escritor es construir la mejor pared que pueda erigir”.





2 comentarios:

  1. Extraordinarios consejos, en verdad. Lástima que es tan difícil aplicarlos!
    Aparte: qué mayor contraste entre Robinson, el "bueno" en Double Indemnity, y Robinson el bad boy en Key Largo. Estupendo en ambas.

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  2. Daniel, por lo menos los de Shaw son consejos que ayudan a librar la prosa de hojarasca. Y en definitiva, el estilo es el hombre. Dentro de la ficción hard boiled algunos hicieron maravillas, como Chandler, Hammett, Cain (los dos) y Cornell Woolrich. Lo que me parece importante es tener siempre una hoja de ruta, una pauta a seguir. Shaw te ofrecía atajos. En ocasiones, perdemos años enteros en puntos muertos.
    En cuanto a Robinson, ahora que lo pienso, tal vez le resultó mucho más difícil ser el bueno en Double Indemnity, que el malo en esa extraordinaria película llamada Key Largo. Los "buenos" suelen ser un formidable plomazo. Robinson lo compensó tratando a sus clientes como si hubieran sido peor que criminales.
    Como un aparte, no creo que haya muchas escenas parecidas en el cine a la de Claire Trevor cantando desafinada para que Robinson le brinde un trago (Eso es a mediados de Key Largo). La he visto varias veces, y siempre me emociona. Bueno, creo que voy a tener que volver a ver varias de las películas de Robinson. Es difícil encontrar un gangster como el de LIttle Cesar. (Excepto por los que interpretó James Cagney y por un actor que merece más fama de la que obtuvo: Lawrence Tierney. No hay nada como el film noir Born to Kill que Tierney interpretó, teniendo a la gran Claire Trevor como partner in crime. ¡Qué pareja!)
    ¡Gracias por tu comentario, Daniel!

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