miércoles, 10 de agosto de 2016

Diario del año de la peste: una novela de Daniel Defoe tan perdurable como Robinson Crusoe

Mario Szichman



Entre mis recuerdos de una entrevista con Gabriel García Márquez en un hotel de la avenida Solano de Caracas, en 1967, figura su consejo sobre dos libros que me recomendó leer. El primero era Cazadores de cabezas del Amazonas de Fritz W. Up de Graff y el segundo el Diario del año de la peste, de Daniel Defoe.
Fue una entrevista inolvidable. Entre otras cosas, porque olvidé llevar un grabador, y tomé escasos apuntes. A lo largo de los años he ido recordando,  por trozos, las declaraciones de García Márquez. Aunque la entrevista en sí no fue memorable, contó con momentos que persistieron en mi memoria.
El libro de Up de Graff es un clásico de la antropología. Las aventuras del narrador recuerdan los viajes de Gulliver, pero en la selva amazónica. Basta leer el capítulo que el autor dedica a las hormigas, que desfilan a través de los bosques como soldados de un ejército muy disciplinado, y destruyen a su paso toda criatura viviente que se atraviesa en su camino, sin misericordia alguna.
En cuanto al Diario del año de la peste, es una novela sobre la Gran Plaga de Londres de 1665. Defoe la publicó cincuenta y siete años después del evento, en 1722.
Aunque era un excelente panfletista, Defoe recién produjo sus obras maestras ya sexagenario. Entre 1718 y 1723 escribió Robinson Crusoe, Moll Flanders  y Journal of the Plague Year, además de otras obras de calidad, aunque no tan famosas. Y de la misma manera en que su genio floreció en escasos años, se apagó. Perseguido por sus acreedores,  vivió de escondite en escondite, y falleció en 1731, sin amigos o familiares.
El historiador J.H. Plumb dijo que las “cuestionables prácticas comerciales” del escritor  lo llevaron a la bancarrota. Fue acusado de estafar a sus acreedores, y aunque “algunos pensadores han tratado de exonerarlo por todos los medios posibles, es muy difícil hacerlo”.
Defoe no es la primera persona que, aunque circula precariamente entre ambos lados de la ley, ha pasado a la fama gracias a sus insólitas experiencias y a su capacidad para narrarlas con talento. Ahí tenemos el ejemplo de Casanova, cuyas memorias se seguirán leyendo a través de los siglos, por la calidad de su prosa y la fascinación de sus aventuras. Y lo mismo podemos decir, en fecha más reciente, de Henri Charriere, el autor de Papillón. Recuerdo que lo entrevisté en Caracas, poco después de la publicación de su autobiografía. Charriere fue invitado al programa Buenos Días, que dirigían Sofía Imber y Carlos Rangel y pude hablar con él al concluir el programa –tampoco en esa ocasión llevé grabador.
Le dije que no creía en su método de trabajo, pues Charriere había señalado en el curso del programa que la redacción del manuscrito no había representado problema alguno. Según indicó, un día decidió comprar algunos cuadernos escolares, y se puso a escribir los recuerdos de su vida en prisión. Los recuerdos fluyeron, y en unos meses, el relato estaba listo.
Eso podía ser probable en Alejandro Dumas o en Balzac, y luego de algunas décadas de trabajo como folletinistas, le señalé. Pero Charriere no había escrito nada previamente. ¿Cuántas horas había dedicado a las correcciones? Negó que hubiera hecho muchas correcciones. El material había fluido naturalmente. Lo único que siempre necesitaba a su lado era una bacinilla. Cuando estaba inspirado, no tenía ganas de ir al baño, pues podía perder el hilo de su crónica.
Ignoro cuánto de eso era cierto. Es obvio que la editorial Laffont trabajó bastante la copia de Papillon antes de llevarla a la imprenta. Pero hablando con Charriere, era fácil descubrir a un narrador nato. Cada una de sus anécdotas podría haber ido directo a un libro de cuentos, debido a la gracia con que las contaba, y a sus precisos detalles. No era un gran lector, como el mismo lo confesó, pero quizás su experiencia de vida era suficiente para nutrir sus recuerdos y hacer tan brillante su prosa. Eso sí, era un gran conversador y le encantaba jugar a las cartas. Posiblemente sus compañeros de juego eran tan buenos conversadores como él. También habían vivido situaciones extremas, donde se combinaban la tragedia y el humor. Su carrera la había iniciado como proxeneta, no la peor para un escritor.  Según decía Faulkner, “el mejor trabajo que jamás me ofrecieron fue el de trabajar como encargado de un prostíbulo… El lugar es tranquilo durante las horas del día, que es el mejor momento para trabajar. Y hay bastante vida social en la noche. Eso evita el aburrimiento”.

DEFOE EL PERIODISTA


En 1721, una plaga originaria de Oriente arrasó Europa y llegó a Marsella. Hombres, mujeres y niños empezaron a morir como moscas. Parecía que otra gran epidemia arrasaría con el continente.
Defoe había vivido en Londres durante la Gran Plaga de 1665. Sus recuerdos de infancia le permitieron estructurar la novela, aunque basándose en abundante información que existía sobre el evento.
La intención del narrador no era crear una obra maestra, sino ganar dinero divulgando una trama sensacionalista y morbosa. Armonizando sus dotes de narrador con las del periodista, Defoe trazó un inolvidable retrato de Londres durante la peste. Ni siquiera ocultó sus fuentes. Varias páginas del libro reseñan el Bill of Mortality, donde se anotaban las muertes semanales en los principales distritos de Londres, así como las ordenanzas, algunas horrendas, para contener el mal. Por ejemplo, cuando alguien quedaba infectado, los miembros de su hogar debían quedar confinados en la vivienda. Funcionarios del gobierno se encargaban de vigilar las puertas para impedir todo escape. De esa manera, todos los integrantes de la familia terminaban contaminados, y sufrían horribles agonías.
Apenas la plaga empezó a diseminarse, el constante grito de los encargados de recoger los cadáveres era Bring out your dead! Traigan a sus muertos.
Fue una suerte que en esa crónica periodística se insertase Defoe el narrador, exhibiendo personajes y eventos de un realismo exacerbado por la tranquila objetividad con que cuenta las historias. Allí está, por ejemplo, el relato del gaitero que un día se quedó dormido en el umbral de una taberna. Al rato alguien cayó muerto a su lado. Cuando el gaitero despertó, lo estaban llevando al sepulcro, rodeado de cadáveres. Lejos de ser una descripción ominosa, el incidente tiene ribetes tragicómicos. El protagonista reacciona como un ser humano, muy ansioso por seguir viviendo, y con ánimo suficiente para reconocer su parte en esa horrenda comedia de equivocaciones. Su gran error fue dormirse en la puerta de la taberna tras una gran borrachera.
Buena parte del relato está destinada a ofrecer una visión racional de la tragedia, y a combatir los rumores que aterraban  a los habitantes de Londres. Una muestra del periodismo que practicaba Defoe, y que aún hoy resulta útil para combatir el pánico, es cuando analiza la manera en que se difunde un rumor, y el método para refutarlo.
“Algunas historias tienen dos marcas que las hacen sospechosas”, dice Defoe. “Primero, el que la cuenta ubica la escena lo más lejos posible del lugar donde se halla. Si usted se encuentra en Whitechapel, el episodio ocurrió en St Giles´s, o en Westminster, o en Holborn, o al otro extremo de la ciudad”. Por otra parte, sin importar donde ocurrió el suceso, “los detalles son siempre los mismos”.
Si Dante no hubiera existido, Defoe hubiera sido capaz de crear muchas escenas dantescas. En una ocasión, el protagonista se dirige a una aldea cercana a Londres. En un terreno se concentra un grupo de personas infectadas por la peste. Los habitantes del lugar, conmovidos por la suerte de esos seres, llevan comida, y la dejan a gran distancia, temiendo contagiarse.
Cuando alguno de los desdichados moría, “dejando la comida sin probar”, acota el novelista, “cavaban una gran fosa a gran distancia de ellos, y luego, ayudados por largas pértigas que tenían ganchos en sus extremos, arrastraban los muertos hacia las fosas, y arrojaban tierra lo más lejos posible de donde se hallaban, a fin de cubrirlos”.
Hay piedad en esos aldeanos que aún no han quedado contaminados por la plaga, e intentan ayudar a los enfermos. Hay resignación por la suerte que corren. Pero también hay seres de carne y hueso; algunos perversos, otros malvados, y muchos que ofrecen muestras de bondad.
En otra ocasión, Defoe describe las precauciones que adoptaban los londinenses para evitar el contagio. Por ejemplo, los carniceros no entregaban el producto a sus clientes. Cada comprador debía bajar la carne directamente de los ganchos. Tampoco tocaban el dinero. “Las monedas eran depositadas en una jarra llena de vinagre” considerado un buen desinfectante. Y como también dar el vuelto conllevaba el peligro de infección, los compradores debían llevar consigo monedas de todas las denominaciones para pagar exactamente por el precio del producto.

HUMANO, DEMASIADO HUMANO

La combinación de sus instintos de periodista y de su magia narrativa, permitió a Defoe escribir una novela que, según Plumb, vivirá mientras exista la lengua inglesa. Ni un solo ser humano que habita Journal of the Plague Year carece de tres dimensiones. Defoe los hace recordables por un gesto, una frase, hasta por la manera de caminar.
Al mismo tiempo, usa una técnica que es muy difícil encontrar en la narrativa: ningún episodio se cierra. Defoe está tan ansioso por contar la gran tragedia, que suele anunciar al lector: “Innumerables historias fueron conocidas sobre esa cruel conducta… pero describiré algo más cuando llegue a esa parte del relato”. O: “Ya contaré  más sobre este caso en otra parte”, manteniendo así el suspenso.

Siempre se ha comparado la fría objetividad del autor de Robinson Crusoe con el sentimentalismo de Dickens. Defoe no era un moralista, ni un populista avant la lettre. Tampoco condenaba la conducta de los londinenses, sin importar las circunstancias, a veces abyectas. El único elogio que prodigó a los pobres del East End de Londres es que contaban “con un coraje brutal”. Es obvia la empatía del escritor por sus personajes, sin importar su condición social, o sus actos. Y también la admiración. Pues la ciudad que parecía condenada a desaparecer, pudo emerger de la catástrofe gracias al espíritu de resistencia de sus habitantes. Toda clase de emociones y pasiones humanas se exhiben en Journal of the Plague Year, pero la autoconmiseración ocupa un discreto segundo plano. Los pueblos no suelen renacer de las cenizas lamentándose como plañideras. 

domingo, 7 de agosto de 2016

La conciencia de Zeno, de Italo Svevo: La gran comedia humana



Mario Szichman

“Tal vez, en la evaluación final,
La obra más importante de Jaimes Joyce
No es el Ulises, sino el descubrimiento
De Italo Svevo”.
The Daily Telegraph





¿Necesitan las novelas ser editadas con sex appeal? Estoy absolutamente convencido.
La primera vez que leí La conciencia de Zeno, de Italo Svevo (Ettore Schmitz), fue en Buenos Aires. La excelente traducción es de Atilio Dabini, para la prestigiosa editorial Santiago Rueda. Pero hay un problema,  una de las grandes novelas cómicas del siglo veinte, que puede competir de igual a igual con Catch–22, de Joseph Heller, o con The Horse´s Mouth, de Joyce Cary, tiene una portada que podría haber sido usada para divulgar un tratado de medicina legal. Es muy adusta, carente de todo atractivo.


Si bien Svevo está a la par con Heller o con Cary, goza de un prestigio adicional: su amistad con James Joyce. En su reciente ensayo, James Joyce and Italo Svevo, the story of a friendship, Stanley Price señala el vínculo que unió a ambos autores desde que Schmitz, de origen judío, conoció a Joyce, de origen irlandés, en Trieste. Schmitz se convertiría luego en el más famoso personaje de Joyce, Leopold Bloom, el protagonista de Ulises. Además, consiguió  usar el monólogo interior con tanta sapiencia y mejor sentido del humor que el narrador irlandés.

LAS DOS CARAS DE ZENO

Svevo fue un exitoso hombre de negocios. Trabajaba en una empresa fabricante de pinturas para barcos, propiedad de la familia de su esposa. Ansioso por mejorar su inglés, se dirigió a la escuela de idiomas Berlitz, en la cual Joyce era uno de los profesores. En el momento del encuentro, en 1907, Joyce tenía 25 años, y Svevo 45.  
Al principio, el escritor irlandés temió que su alumno fuese un aburrido empresario. Pero Svevo estaba muy al tanto de la literatura europea, y hablaba varios idiomas. En cuanto a Svevo, dice Price, se mostró complacido de encontrar en su joven profesor a un intelectual con un conocimiento literario tan vasto como el suyo, quizás mayor.
Así se desarrolló una amistad que se prolongó el resto de sus vidas. Al menos en la faena de escribir, ambos se consideraban a la misma altura.  
La gran diferencia entre esos autores era que Svevo mostraba grandes dudas sobre su talento de narrador, en tanto Joyce siempre estuvo convencido de su genio. No solo eso: de acuerdo a Price, el autor irlandés “poseía la adicional aptitud de convencer a otros que era realmente un genio”.
Si bien Joyce nunca fue una persona generosa, en el caso de Svevo hizo una excepción. Además de dar aliento al indeciso Svevo, fue uno de los principales instigadores en divulgar La conciencia de Zeno (1923), en influyentes círculos parisinos. Así logró abrir a Svevo el camino a la fama.

PSICOANÁLISIS Y HUMOR

La misma inseguridad que afectó la carrera literaria de Svevo –publicó su más famosa novela cuando tenía 62 años de edad, y sus previas narraciones, como Una vida (1892) y Senilidad (1898) no tuvieron en su primera edición repercusión alguna– garantizó finalmente su fama póstuma.
La conciencia de Zeno es la conciencia de su autor. La fragilidad de sus convicciones, sus tenaces titubeos, su testarudez cuando necesita ser dúctil, convierten a la novela en una joya de humor.
Henri Bergson, en su ensayo La Risa, decía que la principal fuente del humor es la rigidez. Si alguien está caminando por una calle, y hay una fosa, y sin advertirlo, cae en ella, eso es motivo de hilaridad. El ser humano necesita ser maleable para afrontar las dificultades.
¿Qué es lo que convierte a Don Quijote en un personaje cómico? Su incapacidad de adaptación. Nunca se doblega. Arremete contra los villanos, aunque se trate de molinos de viento, defiende a todo trance a viudas y seres indefensos, e ignora los infinitos matices de la condición humana. Cree que todos los seres deben vivir en libertad, y cuando el pícaro de Ginesillo de Pasamonte reclama abandonar las galeras, don Quijote asiente. Por supuesto, luego choca con la dura realidad. Una vez el caballero andante exige a las huestes de Ginesillo que carguen con sus cadenas y recorran media España para entregárselas a Dulcinea del Toboso, en prenda de sumisión, a fin de permitir a la dama admirar las proezas de su desconocido galán, la respuesta de los penados es propinarle una buena paliza.
La conciencia de Zeno es el presunto diario personal de un hombre cuyo psicoanalista le recomienda tomar apuntes de sus peripecias cotidianas, a fin de conocerse mejor. Se trata de cinco historias relacionadas: la intención de Zeno de abandonar el cigarrillo (Ni él mismo puede dar cuenta de la cantidad de cigarrillos que han sido los últimos en fumar, cada uno de esos propósitos finaliza en un desopilante fracaso) la muerte de su padre, la historia del cortejo de tres hermanas: Ada, Alberta y Augusta, quizás la mejor parte de la novela, la historia de su infidelidad, y el recuento de la frustrada sociedad financiera con uno de sus cuñados.
El relato de Zeno es un curioso roman à clef . Es como si Svevo hubiera deseado burlarse de su alter ego, el digno empresario Schmitz. Que un autor se anime a la autocrítica con tanta lúcida ferocidad, y al mismo tiempo con tal calidez humana, es, tal vez, su logro mayor.
Una buena muestra es la parte dedicada al cortejo de las hermanas Malfenti, Ada, Alberta y Augusta. Zeno parece poner siempre el carro antes que los caballos. Un día, tras conocer a otro empresario, Giovanni Malfenti, decide que debe contraer matrimonio, pues Giovanni tiene tres hijas casaderas. Parecería que el propósito de Zeno es enamorar a alguna de las hijas por simple afecto hacia esa figura paternal.
Casi de inmediato, luego de una visita a la casa de Giovanni, Zeno cae perdidamente enamorado de Ada. Ignora señales evidentes de que la dama no tiene interés alguno en ser su esposa. Para convertirse en habitué del hogar, y tras enterarse de las veleidades musicales de los Malfenti, el protagonista anuncia que toca el violín. Una de las hermanas toca el piano, y de esa manera, Zeno tiene la ocasión de visitar la vivienda de los Malfenti de manera constante. Zeno no es precisamente un virtuoso del violín, aunque nadie se anima a criticar su técnica.
Hasta que un día, Zeno encuentra en la calle a su idolatrada Ada, acompañada de un galán, Guido. Es obvio que Ada está fascinada con Guido, y no tiene interés alguno en Zeno. Pero el protagonista es ciego ante la relación de Ada y Guido, y continúa con sus ilusiones, convencido que finalmente conquistará el corazón de la dama.
Ansiosa por mostrar las virtudes de Guido ante Zeno, Ada lo invita a una velada donde Guido tocará el violín.
“¡Un violinista!” piensa Zeno devastado al recibir la información. “Si es cierto que maneja el violín tan bien como se dice, estoy perdido”.  En ese momento reconoce que fue un terrible error tocar el violín en la casa de los Malfenti. El protagonista había usado el violín como excusa para visitar el hogar de Ada, pero la intromisión de Guido echa por tierra sus planes. Es imposible que los Malfenti no adviertan que Zeno es un pésimo violinista, al compararlo con un virtuoso como Guido.
Por supuesto, la velada revela las carencias de Zeno como violinista, y profundiza el amor de Ada por Guido. Pero, lejos de hacerlo abandonar sus intentos por seducir a Ada, Zeno persiste y comete una serie de gaffes que ensanchan la brecha entre ambos.

HACER EL AMOR

El cortejo resulta fascinante por la perspicacia con que Italo Svevo muestra las vastas diferencias de propósitos entre el hombre y la mujer, cuando se trata de enfrentar el juego del amor, Zeno solo cree en la pasión erótica. Las hermanas Malfenti, en cambio, están más preocupadas por la perpetuación de la especie. 
Y de esa manera, Zeno va pasando por todos los estados de la incertidumbre emocional. Tras ser rechazado por Ada, y luego por Alberta, termina atrapado por las redes de Augusta, la menos bella de los Malfenti.
Svevo despliega una gran perspicacia psicológica, y una suave ironía al mostrar el proceso. El autor es un poco un semidios, observando con placidez, desde las alturas, la manera en que un hombre, sin perder la lucidez, se convierte en un perfecto idiota al enamorarse. A poco de andar, la menos bella de las Malfenti deviene la Dulcinea de Zeno. El autor tiene la sabiduría, de mostrar que Augusta merece el amor de Zeno. Es una mujer fiel, apasionada, inteligente, y protectora.
Como nota al pie, también Ada se transfigura. Mientras en el frustrado cortejo de Zeno mostraba su desdén y su frialdad con el galán, todo cambia una vez se convierte en su cuñada. Es una cuñada leal, que respeta a Zeno, y hace todo lo posible para que sea feliz con Augusta.
Svevo también ofrece prácticas muestras de que el amor es ciego. Una vez Zeno acepta a Augusta, hasta el rostro de su prometida cambia. Augusta padece de estrabismo. Pero su bizquera se transfigura mágicamente en el momento en que Zeno cae rendidamente enamorado de la joven.
Al final de la novela, Zeno, que intenta curar su inseguridad yendo a un psicoanalista, concluye mostrando serias dudas sobre la cura de la palabra. Cuando decide terminar el tratamiento, el psicoanalista pierde su aura y se convierte en un ser humano, con los mismos defectos que el resto de los mortales. Inclusive es muy mezquino. El diario de Zeno es luego publicado por el psicoanalista a fin de avergonzar a su paciente, en venganza porque ha decidido interrumpir sus sesiones.
El comentario de Zeno sobre su psicoanalista es bastante luminoso. “Creo que es la única persona en este mundo que, si oye que deseo ir a la cama con dos bellas mujeres, solo se preguntará: ´ ¿Cuáles serían las encubiertas razones para que ese hombre desee ir a la cama con dos mujeres?´”
La conciencia de Zeno parece indicar que la vida carece de todo sentido; al menos, el que nos empeñamos en atribuirle. Nacemos y morimos casi siempre por casualidad, y en ese inexplicable transcurrir por el mundo, solo el deseo nos ordena acometer las más grandes empresas y a perpetrar las más soberanas tonterías. Pues en definitiva, como indicaba el libro de Job, “Toda la vida es una tentación prolija”.

miércoles, 3 de agosto de 2016

“IT CAN’T HAPPEN HERE” Esto no puede ocurrir aquí… hasta que ocurre aquí. La novela de Sinclair Lewis que anticipó a Donald Trump

Mario Szichman

Mientras Ernest Hemingway y William Faulkner daban a conocer sus primeras novelas en la segunda década del siglo pasado, Sinclair Lewis escribió cinco narraciones destinadas a acabar con la complacencia y la idea de que los estadounidenses vivían en el mejor de los mundos posibles.
Seguimos recordando de Hemingway The Sun Also Rises (1926) y A Farewell to Arms, Adiós a las armas, de 1929. Y por supuesto, dos de las mejores novelas de Faulkner fueron publicadas entre 1929 y 1930: The Sound and the Fury, El sonido y la furia, y As I Lay Dying, Mientras agonizo. Pero en esa misma década, Lewis lanzó a la venta cinco novelas excepcionales: en 1920, Main Street; en 1922, Babbit; en 1925: Arrowsmith; en 1927: Elmer Gantry, y en 1929: Dodsworth. Su capacidad para la sátira lo coloca al nivel de Voltaire o de Jonathan Swift. Especialmente en Babbit y en Elmer Gantry, el novelista arremetió con elegancia e inagotable ferocidad contra la estulticia y la complacencia humanas. Como Bouvard y Pecuchet, los protagonistas de la narrativa de Sinclair Lewis descubren en algún momento la estupidez, y confiesan que no pueden soportarla.

Babbit y Elmer Gantry siguen siendo tan modernas como el día en que fueron publicadas. Babbit es la historia de un vendedor de bienes raíces que cree en todos los valores de la sociedad norteamericana.
La novela no es solo muy divertida. Es un perfecto estudio del uomo cualunque. Y si no ha pasado de moda es porque la sociedad estadounidense, pese a tantos cataclismos, sigue siendo una sociedad muy conformista, bastante necia. Aunque proclama la defensa del individualismo, la disidencia es vista con malos ojos, y la televisión ha sido el gran crisol donde se moldean conciencias. Es suficiente observar las salas donde se consagra a los candidatos presidenciales, siempre con la lluvia de confetis, los globos lanzados al techo de la sala de convenciones, las falsas sonrisas, las calculadas emociones patrióticas, los discursos donde se anuncian iluminados futuros que nunca se concretan.
El apellido del protagonista de la novela dio origen a la palabra Babbitry. De acuerdo al diccionario, Babbitry es “la conducta y actitudes asociadas con el carácter de George Babbitt; especialmente la complacencia material y la conformidad sin cuestionamientos”.
En cuanto a Elmer Gantry, es un demoledor ataque a los predicadores religiosos que antes en la radio, y ahora en la televisión, intentan salvar almas, ganar mucho dinero, e influir en la política.
Lewis fue un gran narrador porque aunque repudiaba la mentalidad de Babbit o de Elmer Gantry, siempre trató a sus protagonistas como personas de carne y hueso. Solo un creador nos permite odiar la mentira, y demostrar al mismo tiempo que quien la encarna es un ser humano, no una marioneta.
Pero luego de los Roaring Twenties, donde la riqueza material parecía al alcance de todo el mundo, y además, cada vez mayor e inacabable, llegó la Gran Depresión, tras el crash de la bolsa en 1929. Millones de personas en Estados Unidos y en muchas naciones de Europa perdieron todos sus ahorros y sus posesiones. Los ejércitos que circulaban en Alemania, o en las urbes norteamericanas, eran de desempleados. Es innegable que esa catástrofe económica aceleró la llegada del nazismo al poder, y afianzó a Benito Mussolini en Italia.
Como señala Michael Meyer en la introducción a It Can´t Happen Here de Signet Classics, la popular canción de la década del veinte “Ain´t We Got Fun,” (Acaso no tenemos diversiones)  cambió su tonada por la de “Brother Can You Spare a Dime,” (Hermano, no le sobra un centavo) durante la Gran Depresión.
En Estados Unidos, populistas de derecha e izquierda descubrieron que la demagogia les permitiría acceder finalmente al poder. Personajes como Huey Long, o el padre Charles Coughlin, tenían un enorme arrastre entre los desempleados, voceando fórmulas muy sencillas e implausibles para resolver la situación económica.
En esa época, Sinclair Lewis estaba casado, en segundas nupcias, con Dorothy Thompson, quien tras entrevistar a Hitler cuando era corresponsal extranjera en Berlín, había escrito una serie de artículos entre 1931 y 1935 alertando a los estadounidenses acerca de la máquina de propaganda nazi que encubría la persecución a los judíos y la construcción de campos de concentración destinados a aniquilarlos.
El escritor no era un izquierdista, aunque había coqueteado con el socialismo en su juventud, sino un gran defensor de las libertades individuales.
El acceso de Franklin Delano Roosevelt al poder en 1933, el mismo año en que Hitler tomó control de Alemania, dio a Lewis material para la trama de “It Can’t Happen Here.” Es, en cierta manera, una novela futurista. Escrita en 1935, el narrador se pregunta qué puede ocurrir si un ambicioso político aprovecha la elección presidencial de 1936 para convertirse en un dictador prometiendo rápidas soluciones para la crisis, imitando el ejemplo de Hitler.
La novela concluye en 1939, curiosamente cuando comenzó la segunda guerra mundial.
El héroe de la historia es Doremus Jessup, editor de un pequeño periódico en Vermont, quien cumple 60 años el año de ascenso al poder de Buzz Windrip, el futuro dictador. Doremus lucha de manera denodada durante un año tratando de frustrar los intentos del gobierno para censurar su periódico, y termina en un campo de concentración, donde lo apalean hasta dejarlo moribundo. Un año después, logra escapar hacia Canadá, y desde allí, regresa a su país para participar en la lucha clandestina contra la tiranía.  
Un aspecto de la novela que resulta muy atractivo es que Jessup sigue defendiendo valores individuales, y no quiere salir de Guatemala para caer en Guatepeor. “Estoy convencido”, señala, “que todo aquello que vale la pena en el mundo ha sido alcanzado por un espíritu libre, crítico, inquisitivo, y que la preservación de ese espíritu es más importante que cualquier sistema social".
Jessup no ofrece fórmulas de salvación, solo sabe que hay resistir a la dictadura y defender la condición humana.

LO QUE VA DE AYER A HOY

En tres meses más, se realizarán elecciones presidenciales en Estados Unidos. El émulo de Buzz Windrip es Donald Trump, un empresario de bienes raíces que heredó una gran fortuna de su padre y la amplió, aunque en el medio sufrió dos grandes bancarrotas. Trump financió la campaña presidencial en buena parte de su propio bolsillo, con un mensaje de odio al extranjero, especialmente personas de origen musulmán, o latino. Su propósito es construir una enorme muralla que impida a los mexicanos cruzar la frontera hacia Estados Unidos, y acrecentar los controles policiales y militares a fin de impedir el ingreso de terroristas. Solo una vez lo vi en televisión, y me sorprendió lo banal que es, y cómo confía en las frases hechas. Los periódicos ingleses, más que los estadounidenses, han hecho una buena disección de los discursos y propuestas de Trump. Inclusive un periodista, creo que en The Times Literary Supplement, enfocó su artículo en las tribulaciones que podría sufrir durante una jornada completa al lado del candidato presidencial republicano. Es mi experiencia, y me ocurrió con Juan Perón, con Hugo Chávez, y con otros demagogos, especialmente latinoamericanos, que todos ellos son un exclusivo invento de sus admiradores, una especie de Test de Rorschach. Cada simpatizante le asigna las virtudes que anhela descubrir en el personaje.
El problema es que la rival de Trump, Hillary Clinton, muy difícilmente gane. Un titular de The Economist señalaba: “Democrats successfully unite behind Hillary Clinton, an unloved nominee”. (Demócratas se unen de manera exitosa detrás de Hillary Clinton, una nominada que no es querida).
La revista dijo que “es asombroso lo mal que le está yendo” a Clinton. La última encuesta de opinión sugiere que en el mejor de los casos, está empatada con Trump, “tras haber dilapidado una ventaja de siete puntos en el último mes”. Según Nate Silver, muy respetado en el mundo de las encuestas, la señora Clinton tiene solo “un 53 por ciento de posibilidades de ganar en noviembre”.
Encuestas en que se consulta acerca de la credibilidad de Hillary, han resultado devastadoras. La forma irregular en que manejó su cuenta de correo electrónico mientras era secretaria de Estado, “ha arruinado su prestigio entre millones de votantes”, dice The Economist. “Apenas un 30 por ciento la considera honesta. En comparación, un 43 por ciento” confía en la honestidad “del señor Trump, aunque sus discursos están repletos de mentiras”.
La revista añade, de manera ominosa, que el desempeño de Clinton “amenaza con una catástrofe para Estados Unidos y el mundo”.
Una victoria de Trump, nada descartable, obliga a repensar nuestras ideas y pautas acerca de lo que puede ocurrir en el mundo durante los próximos años. Y entre profetas, críticos e ilusos, todavía It Can’t Happen Here puede servir de libro de bitácora para entender las fuerzas que han conducido a los norteamericanos a elegir entre dos males mayores, y quizás a diseñar fórmulas para que no se repita la catástrofe.
Nunca hay que cantar victoria confiando en la excepcionalidad de un país. No hay países excepcionales.
“Esto no puede ocurrir aquí”, decimos esperanzados… hasta que ocurre aquí.

sábado, 30 de julio de 2016

La Segunda Muerte de Bolívar, de José Luis Cordeiro: Venezuela ¿verdad o espejismo?


Mario Szichman



Viví en Venezuela, entre 1967 y 1971, y entre 1975 y 1980, cuando me fui con mi esposa, Laura Corbalán, para Nueva York, tras recibir un premio de “Ediciones del Norte”, por mi novela A las 20:25 la señora pasó a la inmortalidad. Creíamos, con Laura, que estaríamos un año en The Big Apple. El proyecto inicial era retornar a Caracas, y regresar a Buenos Aires cuando se terminara la dictadura de Jorge Rafael Videla. En definitiva, el proyecto se fue quedando en veremos. La Argentina fue retrocediendo cada vez más en nuestros anhelos, pero nunca abandonamos la idea de volver a Caracas. También ese proyecto quedó en veremos, a medida que Hugo Chávez Frías avanzaba con su ridícula Revolución Bolivariana, y con esos delirios de grandeza que lo impulsaban a regalar la riqueza petrolera a Dios y a María Santísima. Hasta los commuters de Londres, y comunidades pobres de Estados Unidos se beneficiaron de las donaciones del chavismo.
 Bueno, como dicen los españoles, “Quita y no pon, se acaba el montón”. El pueblo venezolano está confinado a una eterna cola tratando de adquirir productos de primera necesidad, la inflación  se calcula en un 700 por ciento anual, el internet se ha convertido en la farmacia virtual de Venezuela, bebés mueren en los hospitales por falta de insumos[i], los animales se mueren de hambre en los zoológicos, miles de venezolanos han debido hacer peregrinajes a Colombia para conseguir comida, y más de un millón y medio están ahora tratando de hacer pie en naciones no siempre generosas.  

José Luis Cordeiro

Hace algunos días, conocí en Nueva York a José Luis Cordeiro, un ingeniero y economista venezolano egresado del MIT, el Instituto Tecnológico de Massachusetts. Solo divulgar su curriculum y el título de sus libros se llevaría la mayor parte de este post. Cordeiro es un venezolano universal, de la estirpe de Francisco de Miranda, y pese a que ha trabajado y visitado ciento treinta países en cinco continentes, su corazón sigue estando en Venezuela.
Acaba de reeditar uno de sus libros: La segunda muerte de Bolívar… y el renacer de Venezuela. La primera edición es de 1998, un año antes de la llegada de Chávez a la presidencia de Venezuela, y la segunda es del presente año.
Pese a que el autor se concentra básicamente en la economía venezolana,  y en la necesidad de su dolarización, es un libro muy ameno. Y, al mismo tiempo, preocupante, pues rompe con muchas ilusiones, y obliga a recordar. Por lo menos a mí, me ha obligado a reconsiderar algunos temas relacionados con Venezuela, y a traer a la memoria, otras que había apartado de mi mente.
Venezuela sigue siendo mi patria adoptiva. Recuerdo que Roberto Bolaño no permitía a nadie hablar bien de Chile, su país de origen, ni mal de México, el país en el cual pudo afincarse y crecer como escritor. Y a mí me ocurre lo mismo con Venezuela.
En mi caso, me niego a cotejar Venezuela con la Argentina. En Venezuela encontré trabajo,  perdurables amistades, y mucha paciencia por parte de seres afectuosos que perdonaron mis desplantes en materia literaria. Escribí tres novelas sobre la guerra de independencia en la Gran Colombia y, pese a ser un musiú, varios intelectuales venezolanos fueron muy generosos en sus críticas. Recuerdo que un amigo argentino me dijo: “Si un venezolano hubiera escrito sobre San Martín lo que tú escribiste sobre Bolívar, lo hubieran crucificado”.
En A la búsqueda del tiempo perdido, Marcel Proust recordaba que una de sus tías era criticada de manera constante por su madre, pues se maquillaba en exceso. Marcel no tomaba en cuenta esas críticas, pues le parecían exageradas. Hasta que un día, las críticas tuvieron su efecto, y el autor descubrió que la tía estaba horriblemente maquillada. Era como si todos los reparos de su madre a lo largo de sus años se hubieran súbitamente condensado en el rostro de su tía, en una sola jornada.
Algo así me ha pasado con Venezuela. Nunca me interesaron mucho las críticas que se vertían sobre ese país tan hospitalario. Tuvo que llegar el chavismo, con los delirios de su comandante eterno, para empezar a revisar mi opinión sobre Venezuela. ¿Era realmente el chavismo un corte con el pasado y una ruptura con la Cuarta República surgida tras el derrocamiento de Marcos Pérez Jiménez, o apenas su desmesurada prolongación?
Domingo Alberto Rangel, uno de los grandes intelectuales que ha dado Venezuela, señaló en cierta ocasión que los chavistas “son adecos, pero a lo bestia”. Y Domingo Alberto tenía bastante razón. Muchos de los males del chavismo no se iniciaron con la llegada de Chávez al palacio Miraflores.  En realidad, Chávez llegó a la presidencia porque los venezolanos estaban bastante hartos de los gobiernos de la Cuarta República, con sus escándalos financieros, el saqueo del erario público, o el reparto del poder entre facciones políticas como Acción Democrática, el partido demócrata cristiano Copei, y Unión Republicana Democrática, la agrupación liderada por Jóvito Villalba.
La hiperinflación que hoy asola a Venezuela ha acabado con los ahorros de muchos venezolanos, los sueldos son los más bajos de América Latina, el derecho a la salud, a la educación, se han evaporado. Pero el libro de Cordeiro es devastador en sus señalamientos, porque demuestra que en el medio siglo anterior a Chávez, el despilfarro y el empobrecimiento de los venezolanos ya estaba a la orden del día, junto con la inflación, y el favoritismo hacia sectores vinculados con el gobierno.
Una pequeña, y muy ávida clase media, y sectores directamente oligárquicos, prosperaban de espaldas a un país en el cual la pobreza afectaba a por lo menos un setenta por ciento de la población. Medidas progresistas, como la Reforma Agraria, eran una perfecta burla. Recuerdo un chiste que circulaba cuando llegué a Caracas, en 1967: la reforma agraria implementada por Rómulo Betancourt, era conocida como El Vaticano, porque había dado tres papas en diez años. 
En cuanto al sector público, estaba indigestado con empleados que nunca ocupaban sus puestos. Uno de mis primeros trabajos fue en el canal del estado. (Creo que era el Canal 5). En ese momento, gobernaba Venezuela el adeco Raúl Leoni. Cuando los adecos fueron desplazados por el copeyano Rafael Caldera, me echaron del canal, no porque estuvieran disgustados con mi tarea, sino porque necesitaban reemplazarme con un copeyano. El día que llegó el nuevo director del canal, y una semana antes que me botaran, el salón principal se llenó de empleados que nunca antes había visto en mi vida. Eran todos los que cobraban sueldos de los adecos, sin trabajar. Me imagino que casi de inmediato fueron reemplazados por copeyanos que cumplirían las mismas funciones: presentarse dos veces por mes en la taquilla de pagos, y cobrar un sueldo con el compromiso de  permanecer en sus casas.
Y por supuesto, el mundo de la cultura estaba plagado de parásitos muy talentosos, que habían escrito uno o dos buenos libros de poesía, o de cuentos, o una brillante novela, y a quienes el estado recompensaba con buenos sueldos. De manera casi obligatoria, eso los conminaba a cesar su producción y a vivir de famas pretéritas. Lo mismo ocurre ahora con el chavismo. En un tweet reciente, escribí que La Nueva Enciclopedia de la Cultura Latinoamericana había dedicado a los intelectuales chavistas tres páginas en blanco. La Nueva Enciclopedia es un invento, pero no la pereza de los intelectuales del régimen.

En la época más oscurantista de Venezuela, o al menos, tan oscurantista como la actual, durante el gobierno de Juan Vicente Gómez, fueron publicados valiosos y demistificadores ensayos de Rufino Blanco Fombona, el extraordinario relato Memorias de un venezolano de la decadencia, de José Rafael Pocaterra (lo descubrí gracias a la mención que hizo Gabriel García Márquez en el curso de una entrevista realizada en 1967, aún antes que se difundiera Cien años de soledad, y cuando no era conocido por Gabo entre los miles de amigos que jamás lo habían visto en su vida), las excepcionales novelas Cubagua y La galera de Tiberio, de Enrique Bernardo Núñez, y Las lanzas coloradas, de Arturo Uslar Pietri.
Más astutos que Gómez, los oscurantistas del chavismo han tratado de beneficiar a los intelectuales amigos, aunque sin resultados ostensibles. Inclusive en materia de autocracia, el chavismo ha fallado. Fíjense lo que ha ocurrido en el terreno deportivo con Pastor Maldonado, al que han apabullado a realazos sin consecuencia alguna. Los bromistas de turno dicen que es el único piloto de Fórmula Uno que cuando corre solo llega segundo.

SEMBRANDO TEMPESTADES

El pasado 22 de julio, La Gaceta Oficial de Venezuela divulgó la resolución 1855, que obliga a las empresas a suministrar trabajadores para que laboren 60 días, prorrogables, en  “aquellas entidades que son objeto de medidas especiales implementadas para fortalecer su producción” en el sector agrícola. Amnistía Internacional dijo que es el equivalente al trabajo forzado.
“Tratar de abordar la fuerte falta de alimentos en Venezuela forzando a la gente a trabajar en el campo es como tratar de curar una pierna quebrada con una curita”, dijo Érika Guevara-Rosas, directora para las Américas de Amnistía Internacional, al referirse a la resolución.
Estamos frente a otra forma de chantaje por parte de un gobierno que ha quedado en minoría. Dudo que afecte a los empleados chavistas, solo a quienes se sospecha de su lealtad. No se los puede enviar a la cárcel, pero sí a batallones de castigo.
Tras la destrucción de la agricultura y de la ganadería –vastamente acelerada en los años del chavismo– reconstruir ese sector esencial necesita algo más que siervos de la gleba. Es imposible que exista infraestructura agropecuaria en Venezuela, cuando ha mermado la extracción del único producto rentable, el petróleo, debido a la destrucción y falta de mantenimiento de plantas, silos y torres de perforación. Lo único que ha perdurado en Venezuela es la mentalidad rentista, y hacerle creer a sus habitantes que son propietarios de un gigantesco casino, aunque en los últimos años todo ha quedado reducido a una ruleta rusa.

… EL RENACER DE VENEZUELA

Esta es una cita del libro La Segunda Muerte de Bolívar: “Una de las formas más visibles y graves de esa otra erosión del petróleo que está deformando y destruyendo la vida de toda Venezuela, es la inflación monetaria… Un presidente ha llegado a convertir el bolívar en una moneda que ha perdido el 40 por ciento de su poder adquisitivo”.
No es una acusación reciente de un político opositor contra el gobierno chavista. Es una denuncia formulada por el escritor Arturo Úslar Pietri en 1948, contra el gobierno de Rómulo Gallegos.
Esta es otra cita del libro: “El bolívar, que llegó a ser una de las monedas más fuertes del mundo, se encuentra hoy en una terrible condición como una moneda enormemente devaluada”. También la cita pertenece a Úslar Pietri. Es de 1998, un año antes de la llegada de Chávez a la presidencia, y constituye uno de los prólogos a la primera edición del libro de Cordeiro.  
Habría que preguntarse si el chavismo es una anomalía en Venezuela, o un resultado lógico de varias décadas de despilfarro del patrimonio público.
Otra pregunta imprescindible es si se puede confiar en la oposición,  dotada de una gran proclividad a meterse en callejones sin salida, y que combina el autobombo y la autoconmiseración, con la ausencia de toda autocrítica.
En la actualidad, la oposición cuenta con una sólida mayoría en la Asamblea Nacional, aunque no ha exhibido mucha garra para defender sus votos frente a un ejecutivo que ha rechazado todas sus propuestas legislativas. El propio presidente Nicolás Maduro “anunció que consideraría la posibilidad de reducir a dos meses el período de los diputados del Parlamento, de mayoría opositora, presentando una enmienda a la Constitución”. (Diario El País, de Madrid).
De todas maneras, tanto el presidente de la Asamblea Nacional, Henry Ramos Allup, como algunos de sus integrantes, provienen de partidos de la Cuarta República. ¿Están dispuestos esos políticos a enmendar el rumbo, o, en el improbable caso de acceder algún día al poder, aprovecharán la ocasión para seguir drenando los recursos del país?
En el prólogo a la primera edición de La Segunda Muerte de Bolívar, el autor se pregunta: “¿Cómo es posible que un venezolano en 1998 tenga una remuneración equivalente al de otro en 1952? ¡Casi medio siglo de desarrollo perdido!”
Los sueldos actuales en Venezuela son muy inferiores a los de 1998. Es muy difícil que la mayoría de los venezolanos hayan estado tan pobres desde la guerra de la independencia.
Tras analizar el libro de Cordeiro, puede advertirse que la única época de bonanza real en Venezuela, con una moneda estable, aunque con muchas injusticias sociales, no se extendió más de tres décadas, entre los gobiernos de Marcos Pérez Jiménez (1952-1958) y el primer período de Carlos Andrés Pérez (1974-1979). En esa época, Venezuela contaba con una de las monedas más fuertes de América Latina, una baja tasa de inflación, y fuertes recursos obtenidos de la renta petrolera, aunque eso fue acompañado de gran despilfarro, y del saqueo del erario público.
Cordeiro demuestra como ya, en el primer gobierno patrio presidido por Francisco de Miranda, los republicanos imprimieron moneda sin respaldo, que empobreció a muchos, y permitió el florecimiento de un caudillo muy popular como José Tomás Boves, quien inició sus actividades en la capitanía general de Venezuela como simple pulpero. Un pulpero conocía, mejor que nadie, el valor de las monedas de oro y de plata, y la estafa que significaba transmutarlas por papel sin respaldo en metálico. En ese sentido, los patriotas imitaron el mal ejemplo de los revolucionarios franceses con sus asignados, que no valían ni el papel en que estaban impresos.  
El autor de La Segunda Muerte de Bolívar ofrece una buena descripción de la manera en que se arruinaron hacendados y comerciantes debido a esos billetes. En mi novela Los años de la guerra a muerte, además de usar a Boves como uno de los personajes centrales, convertí al papel moneda en otro protagonista.
Ya en la primera escena, cuando el general José Félix Ribas, uno de los mejores guerreros venezolanos, primo de Bolívar, decide enviar a uno de sus baquianos en tareas exploratorias, ordena a su sobrino que le entregue algunos quebrados de medio real. Se trata de monedas de metal. Y entre ellas brotan “varios billetes de papel ordinario, hechos en una plancha de madera mal estampada, que los patriotas habían intentado meterles por el gañote a sus gobernados”.
Esos billetes azules se habían “convertido en una sentencia de muerte para sus portadores. Firmados por el secretario de Hacienda Roscio, por el Tesorero General Blandín, y por el jefe de la caja de descuento, Tovar, habían fomentado la rebelión de los pulperos, que se habían negado a aceptarlos pues no servían ni para limpiarse el rabo”.
La guerra por la independencia, la necesidad de reclutar soldados, y de pagarles, obligó finalmente a las huestes de Bolívar a imprimir monedas con respaldo.
Cordeiro realiza un eficaz trabajo siguiendo la pista a la moneda venezolana en su trayectoria de dos siglos, y explica que los gobiernos venezolanos, con poquísimas excepciones, nunca han tenido respeto por el bienestar de su pueblo. Pese a que varios han asegurado que su propósito era enseñar al pueblo a pescar, siempre terminaron regalándole un pescado, mientras sus funcionarios se llenaban los bolsillos.
“Venezuela debe elegir entre relanzarse al mundo como un país visionario, o decidir estancarse como un país fracasado”, dice el autor. “El gran fracaso histórico de la segunda mitad del siglo veinte, y este catastrófico inicio del siglo veintiuno no deben repetirse, pero se repetirán a menos que cambiemos drásticamente de dirección”.  Según Cordeiro, “Venezuela necesita nuevos líderes, nuevos sueños, nuevos horizontes”.
¿Lo conseguirá? A veces pienso que he tenido el privilegio de observar el progreso –con todas las fallas antes mencionadas– de un país que parecía romper con muchos de los tabúes de otras naciones latinoamericanas condenadas al fracaso. Y de repente, en menos de dos décadas, Venezuela ha ido a parar al fondo del barranco. ¿Cómo se ha logrado esa increíble transfiguración? ¿Por qué en ciertas épocas un pueblo muestra sus mejores galas, y en otras épocas se resigna a que lo despojen de su dignidad? ¿Por qué no se ha podido desacelerar la hecatombe? ¿Por qué la oposición parece, en el mejor de los casos, una versión light del chavismo? ¿Quedará Venezuela como el primordial ejemplo a no seguir? No creo en la maldad humana como algo intrínseco, o en planes secretos para arruinar un país. Pero es evidente que Venezuela ha perdido el rumbo. ¿Podrá recuperarlo en esta generación, o sus habitantes quedarán condenados a deambular en el desierto, como lo hicieron las tribus judías antes de acceder nuevamente a la tierra prometida? Los países son construidos y destruidos por sus habitantes, a menos que hayan sido colonizados por otras naciones.
“La culpa de nuestros problemas” dice Cordeiro, “no es de los españoles, ni de los gringos, ni de los chinos, la culpa es realmente de los venezolanos. Dentro de nosotros siempre sabremos que la culpa es nuestra: ¡Nuestra y solo nuestra!”
Asumir la responsabilidad es el primer paso para resolver problemas. Lamentablemente, la política venezolana está dominada por el populismo. Y en el populismo, siempre, absolutamente siempre, la culpa la tiene el otro.
            El libro La segunda muerte de Bolívar… y el renacer de Venezuela, de josé Luis Cordeiro se puedo bajar gratis en la siguiente dirección:
http://www.urru.org/Cordeiro/Libros/SegundaMuerteDeBolivar2016.pdf





[i] La situación de la salud ha sido sintetizada en un excelente trabajo publicado en The New York Times  y que incluyo en este enlace: http://www.nytimes.com/slideshow/2016/06/20/world/americas/a-starving-country/s/20160620-VENEZUELA-slide-UIQU.html