domingo, 30 de julio de 2017

De La Pimpinela Escarlata a Eros y la doncella. Cuando los dioses estaban sedientos de sangre


Mario Szichman




Mi infancia estuvo rodeada de piratas: especialmente, los creados por Emilio Salgari. En primer lugar estaba Sandokán, alias “El Tigre de la Malasia”, y luego, El Corsario Negro (Emilio Roccanera, Señor de Ventimiglia) cuyas aventuras transcurrían en El Caribe, un Caribe bastante insólito. Por ejemplo, Maracaibo era una zona plagada de palmeras.
Pero también recibí un copioso aporte de los comics de esa época, donde abundaban los espadachines enmascarados. Cuando se quitaban la máscara, era para imitar a seres debiluchos, tímidos, a quienes cualquiera podía humillar.
Los más conocidos eran el León de Francia, supremo espadachín, o El Zorro, transfigurado en un clásico del cine, tras ser interpretado por Tyrone Power.
La imagen de un personaje cobarde o apático, que alberga a un caballero audaz y enmascarado,  tiene gran atractivo. Todos anhelamos poseer una segunda personalidad capaz de concretar hazañas imposibles. Ni siquiera a don Alonso Quijano le gustaba su triste figura. Y mágicamente, devino Don Quijote, aunque estaba pasado de años y su vigor había menguado.

Emmuska Orczy

Me fascina la trama de La Pimpinela Escarlata, la obra más famosa de la baronesa Emmuska Orczy, quien supo explotar con gran éxito la dualidad de su protagonista. La Pimpinela Escarlata era el líder de una banda de caballeros que rescataba aristócratas durante el Reino del Terror en Francia. En la vida real, era Sir Percy Blakeney, un personaje que los ingleses consideran un fop, más preocupado por su apariencia y sus ropas, que por el prójimo. Su esposa, Marguerite Saint Just, una bella actriz francesa, lo despreciaba por su cobardía y su indolencia. Pero en esta comedia de equivocaciones, el desprecio resultaba recíproco.
Antes de su casamiento, Marguerite, ilusionada con las ideas de la Revolución Francesa de libertad, igualdad y fraternidad, se había vengado del marqués de Saint Cyr, quien había ordenado apalear a su hermano, Armand, un plebeyo, por expresar su interés romántico en la hija del marqués. Marguerite había informado del incidente a sus amigos revolucionarios, quienes decidieron enviar a la guillotina al marqués y a sus hijos.
Poco después de casarse con Marguerite, Sir Percy Blakeney se entera del episodio. A partir de ese momento pierde todo interés en su esposa, aunque la trataba con perfecta cortesía, y la llenaba de atenciones, de joyas y de vestidos.
Marguerite empezó a vivir el infierno en la tierra. Finalmente, cuando descubre de la existencia de La Pimpinela Escarlata, queda prendada de su misteriosa figura, y de sus hazañas destinadas a rescatar de la guillotina a los aristócratas franceses.
Ya para ese momento de la narración, los lectores, y especialmente las lectoras, anhelaban que Marguerite descubriese la verdad. Ese dandy de inane carcajada, que se abstenía de tocarla en el lecho conyugal, era en realidad un extraordinario espadachín y un artista de la fuga. Pero la baronesa de Orczy era demasiado astuta para eso. Es necesario devorar dos terceras partes de la novela para superar los obstáculos que impiden a Marguerite descubrir el rostro detrás de la máscara.

LA CONFECCIÓN DE UNA NOVELA


Escribí Eros y la doncella, mi novela sobre El reino del terror en la Revolución Francesa, en el 2012, en circunstancias muy especiales, y muy difíciles. La escribí en medio año, en una especie de nebulosa. En algunas jornadas le dediqué catorce, dieciséis horas. Y la escribí, o mejor dicho la escribimos, a cuatro manos, yo desde New Jersey, y la profesora Carmen Virginia Carrillo desde Valera, Venezuela.
La augusta figura de la baronesa Emmuska Orczy estuvo siempre presente en mi imaginación, aunque mi propósito inicial era describir la Revolución Francesa desde su gloria, no desde su ignominia.
Fue una novela que me liberó de varios mitos. Tardé muchos años en escribir mis novelas anteriores. El promedio era de tres, cuatro años. A las 20:25 la señora pasó a la inmortalidad, me demoró cinco años. Y ese fue un gran error. No hay que demorar tanto tiempo en redactar un texto de 250, o 300 páginas. Hay que escribir, como dicen los anglosajones, In white heat, con gran emoción o fogosidad. Los resultados son mejores.
Comencé Eros y la doncella  convencido de las glorias de la Gran Revolución. La terminé con el estómago revuelto. Descubrí los “matrimonios republicanos”, en que una pareja enemiga de la revolución era atada, espalda contra espalda, transportada en una barcaza al centro de un río, y lanzada al agua para que se ahogara. Descubrí los “bautizos republicanos” en que bebés eran arrojados también a algún río para que se ahogaran, por algún delito contra la República cometido por sus progenitores. Descubrí que el Gran Danton había ordenado las Matanzas de Septiembre y luego intentó encubrir su responsabilidad.
También descubrí que los defensores de la Razón Universal eran seres mezquinos, varios de ellos no muy inteligentes. Muchos habían traicionado sus ideales y saqueado los cofres públicos.  Su único propósito era obtener el poder a toda costa. Descubrí también que las grandes palabras nada significan, que el heroísmo solía cobijarse en pequeños seres que luchaban por defender su dignidad. También descubrí que la calumnia destruye a los seres humanos, y suele obtener más victorias que la decencia.
Ni Robespierre, ni Danton, ni Marat eran los grandes personajes que la historia nos ha hecho creer. Curiosamente, un corrupto como Mirabeau, que canjeó las verdades de la Revolución por un plato de lentejas, y se vendió tanto a la monarquía como a la causa revolucionaria, tuvo mayor visión de futuro que muchos líderes, y dejó sentadas las bases para una república.
La Pimpinela Escarlata no es una gran obra literaria, pero es una excelente novela. La baronesa de Orczy estaba decididamente en contra de La Revolución, pero no ocultó los vicios de la aristocracia británica, y recordó al público que las revoluciones estallan cuando la injusticia predomina. Y que no existen los héroes. Seres iguales a nosotros tienen también las virtudes y defectos de cada uno de nosotros. Es mejor no otorgarles un poder omnímodo, pues no lo utilizan en exclusivo beneficio de sus gobernados.
No hay excesivos héroes ni muchos villanos en La Pimpinela Escarlata, pero existe pasión por la justicia. Además, la novela está bien escrita. Nos apasiona sin mentirnos. Ofrece una media docena de personajes con los cuales podemos discrepar o asentir, pero desde una distancia suficiente para atesorar su probidad y evaluar sus fallas.

APROVECHAR LAS CASUALIDADES

En el medio año de confección de Eros y la doncella, con la mirada y la evaluación crítica, pero también alentadora de la profesora Carrillo, surgieron agradables imprevistos. Descubrí Historia de dos ciudades, de Charles Dickens, con este incomparable comienzo: “It was the best of times, it was the worst of times “Fue la mejor de las épocas, fue la peor de las épocas. Fue la edad de la sabiduría, fue la edad de la locura, fue la época de la creencia, fue la época de la incredulidad. Fue la temporada de la Luz, fue la temporada de la Oscuridad. Fue la primavera de la esperanza, fue el invierno de la desesperación. Teníamos todo delante nuestro, no teníamos nada delante nuestro…”
Otro hallazgo fue el prólogo de Alejo Carpentier a El siglo de las luces: “Esta noche he visto alzarse la Máquina nuevamente. Era, en la proa, como una puerta abierta sobre el vasto cielo que ya nos traía olores de tierra por sobre un Océano tan sosegado, tan dueño de su ritmo, que la nave, levemente llevada, parecía adormecerse en su rumbo…”
Esa Máquina, la guillotina, la trasladé al comienzo de la novela para aludir al Reino del Terror.
Así comienza Eros y la doncella:
“Estilizada como una escuadra de carpintero, escueta como un atril, virtuosa como un altar, la doncella aguarda la llegada de su amante.
La doncella no es ávida, aunque sí insaciable. Y su amante lo sabe, y nunca le ha quitado sus raciones.
Pero Maximiliano Robespierre no acudirá esta noche a la cita –ésta, su última noche en la tierra.
Hoy, 27 de julio de 1794, que es para la historia de Francia el noveno día del mes de Termidor, Robespierre no está en condiciones de abandonar sus improvisados aposentos. La doncella tendrá que aguardar hasta mañana para consumar su rito de iniciación.

Maximilien Robespierre

Y otros deberán acarrear a Robespierre para que pueda ingresar en su sueño eterno, que él presume será el comienzo de su inmortalidad. Esta noche, Robespierre se está desangrando sobre una larga mesa, en la antesala del Comité de Salud Pública”.
Tras esa introducción, vendría el vértigo. Los grandes personajes se arrogarían de manera alternativa el control de la Gran Revolución, hasta el momento en que harían mutis por el foro, en dirección a la plaza donde los despojarían de su cabeza. Ahí estaba la estructura de la novela. En la introducción de Alejo Carpentier, en el primer capítulo de Historia en dos ciudades, en los recuerdos de La Pimpinela Escarlata, en biografías, en libros que describían día a día El reino del terror. Revisando esa época, adquirí la desconsolada certeza de que la Historia con mayúsculas es pura ilusión. Está gobernada, en su mayor parte, por seres dañinos y minúsculos. La grandeza suele ser un invento de la posteridad. En la mayoría de los casos, el ser humano es sacrificado  para que, en algún remoto día, la verdad comience tímidamente a resplandecer.



2 comentarios:

  1. Con las intermitencias de la señal de Internet me llevó mucho tiempo leer la reseña, ¡pero cuán bien invertido ese tiempo! Lamento no poder hacer un comentario más amplio. Fue una grata y enriquecedora lectura. Saludos cordiales. Belkis Insausti

    ResponderEliminar
  2. Belkis, apreciada y talentosa amiga: ¡eres muy generosa! Lamento los problemas con el Internet.
    Un fuerte abrazo,
    Mario

    ResponderEliminar