domingo, 25 de junio de 2017

“The Girl From The Train,” de Irma Joubert. El triunfo del melodrama


Mario Szichman





Hacía mucho tiempo que una novela no atraía las lágrimas a mis ojos con tanta profusión como The Girl From The Train, de la escritora sudafricana Irma Joubert. Y esta reseña es también un análisis de los temas que favorecen el llanto de los lectores.
En primer lugar, es necesario señalar que Joubert escribe muy bien. Su prosa es escueta, muy descriptiva, precisa. Sabe crear personajes a través de sus diálogos, y detallar ambientes. Su narrativa mantiene el interés del principio al fin, nunca decae en intensidad, aunque cambian los escenarios y los conflictos.
Con respecto al diálogo, y es un acierto, los personajes jamás responden de manera directa a preguntas o cuestionamientos. La narradora usa el bien probado truco de la torta de crema en la cara, quizás uno de los favoritos en las comedias del cine mundo.
Según Buster Keaton, la mejor forma de recibir una torta de crema en la cara es ignorar la acometida del enemigo. El rostro del comediante debe observar al frente con fijeza, y el agresor debe venir sigilosamente de un costado y estamparle la torta en la cara. De esa manera, la sorpresa es auténtica.
En los diálogos de Joubert, una mujer le confiesa a un hombre: “Te amo locamente”, pero el hombre nunca reacciona ante esa declaración empleando las palabras previstas. Siempre escapa por la tangente. Y eso es muy sabio. Pues la reacción vaticinada acortaría bruscamente el relato.
The Girl from the Train  es un perpetuo teaser, una novela con abundantes señuelos para mantener el suspenso. Lost in Translation, el filme de Sofia Coppola, es un modelo de teaser. Resulta obvio que los protagonistas están enamorados. Pero nunca hacen el amor. Recién en los segundos finales adivinamos que Bill Murray y Scarlett Johanson serán felices y comerán perdices.

Irma Joubert

La novela de Joubert es la historia de Gretl Schmidt y de Jakób Kowalski. Comienza a finales de la segunda guerra mundial. Gretl es una niña de siete años, alemana, con ancestros judíos. La parte judía de Gretl la conduce en tren al campo de exterminio de Auschwitz, junto con miembros de su familia. En cuanto a Jakób, un adolescente, es miembro de la resistencia polaca. Una de sus tareas es volar por los aires un tren donde viajan tropas nazis. Pero otro tren donde centenares de judíos son transportados a un campo de exterminio, entre ellos Gretl, cruza primero las vías.  Hay una devastadora explosión, y todos a bordo del tren mueren, excepto Gretl y su hermana Elza, quienes consiguen huir del carruaje poco antes de la explosión.
En ese momento, Gretl tiene siete años, y Jakób veinte. Trece años de distancia los separa. Parte del pecaminoso encanto de la narración es ver cómo la pasión se va despertando entre ambos, sin importar las vicisitudes, los profusos cambios de ambientes, y obviamente, el desarrollo hormonal.
Además, el crimen primordial ha sido cometido: Gretl ha quedado sin familia por culpa de Jakób, el encargado de volar por los aires el tren donde viajaba. Es cierto, el propósito de Jakób era destruir un tren donde viajaban soldados nazis. Pero la fatalidad se atravesó en sus planes, y ese simple detalle contribuye a dar un atributo muy especial a la narración.
Joubert consiguió amalgamar dos tipos de relato. Por un lado, el cuento de hadas, que suele definirse por el constante horror, y los tabúes, y por el otro lado, el melodrama.  
Uno de los relatos favoritos de la niña es Hansel y Gretel. Ese es el cupo asignado a los cuentos de hadas. En cuanto a la relación de Gretl con su protector, Jakób Kowalski, transita otros senderos más inquietantes.

LA GUERRA FRÍA

The Girl from the Train nunca oculta los episodios desagradables que afectan a Gretl en su infancia, Gretl parece mucho mayor que sus siete años de edad. Se comporta como una pequeña dama. Pese a las situaciones que confronta en la Polonia invadida por los nazis, sabe adaptarse al medio ambiente y salir ilesa.
El teaser de la novela, como en todo buen melodrama, es la situación política en Europa tras la segunda guerra mundial. Como esos dioses del teatro griego que eran bajados en el centro del escenario en una plataforma guiada por poleas suspendidas del techo, a fin de poner fin a los enredos, las aventuras de Gretl y de Jakób tienen como trasfondo las conmociones de la posguerra, y las mudanzas que causan.
Al principio, Gretl es protegida por la familia de Jakób, pero tras concluir la contienda, los alemanes son reemplazados en Polonia por los rusos. Ante la falta de futuro en ese país,  Jakób logra enviar a Gretl a Sudáfrica, donde es adoptada por una familia protestante.
Gretl vuelve a cambiar de nombre y apellido, y se convierte en Grietjie Neethling, la amada hija de los sudafricanos Oom Bernard y Tannie Kate Neethling. En ese caso, el conflicto para Gretl/Grietjie es ocultar su pasado. Sus padres adoptivos son protestantes. La niña creció en la fe judía, y fue enviada a un colegio católico. Empezó hablando el alemán, con algunas frases en idisch, y se convierte fácilmente en una políglota, pues debe incorporar a sus diálogos el inglés de uno de los miembros de su nueva familia, y el Afrikáner, el idioma de los sudafricanos blancos de ascendencia holandesa.
Dos dramas afectan la vida de la protagonista. Uno, el temor a que en algún momento sus padres adoptivos descubran su origen judío, su crianza como católica y que su padre era un soldado nazi.
Por algunos comentarios formulados en la mesa familiar, judíos y católicos no son considerados personas de confianza.
El otro drama de Gretl es su amor por Jakób, su anhelo de un reencuentro. Es lo único que resulta discordante en el relato. Los lazos afectivos entre dos personas del sexo opuesto, una de siete años, y otra de veinte, resultan difíciles de aceptar. Y es en esa instancia donde Joubert debe acudir a todo sus conocimientos de los cuentos de hadas para convencer a los lectores.
Afortunadamente, la narradora sabe colocar toda clase de obstáculos entre los personajes centrales. Y también en sus romances. Gretl y Jakób viven durante varios años separados por inmensas distancias. Tienen romances que nunca se consuman, prosperan en sus estudios o carreras, y finalmente se reencuentran. El lazo entre ellos permanece asombrosamente intacto.
Quizás una de las mayores virtudes de Joubert es hacer verosímil una relación completamente inverosímil. Hay algo en su prosa que obliga a leer la novela hasta el final. ¿Lograrán finalmente Gretl y Jakób casarse? Está bien, todo es un cuento de hadas, pero ¿lograrán consumar su idilio?
En ocasiones, aunque no muchas, irrumpen las casualidades que permiten un avance de la narración. En otras, pese a que los personajes suelen estar bien delineados, la narradora usa frenos para custodiar el territorio del melodrama, suministrándoles coartadas a sus sentimientos.
Louis Ferdinand Celine solía hablar de mujeres “que se detienen al borde de la belleza”. Joubert siempre se detiene al borde de la pasión. Pero la pasión es indispensable en una novela. Nadie conoce sus límites si no está dispuesto primero a transgredirlos.
The Girl From The Train apela a nuestro espíritu romántico, y nos seduce, aunque sin convencernos.
Recuerdo que una prima mía retornó un día de ver un filme muy lacrimoso, y comentó: “¡Qué gran película! ¡Nunca había llorado tanto!”
Confieso que en algunas páginas de la novela, me ocurrió lo mismo. El melodrama suele apelar a emociones plañideras. Tal vez por eso la tragedia es superior. No conozco una sola persona que derrame lágrimas por el rey Lear.


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