miércoles, 7 de septiembre de 2016

La guerra de las salamandras, de Karel Capek. Una sátira que vaticinó el Tercer Reich y otros regímenes totalitarios


Mario Szichman



Karel Capek (1890–1938) fue uno de los más importantes intelectuales checos entre la primera y la segunda guerra mundial. Dramaturgo, ensayista, crítico literario, fotógrafo, su fama perdurable se concentra en la novela de ciencia ficción La guerra de las salamandras, y en la obra teatral R.U.R., que introdujo al mundo la palabra robot.
Fue nominado siete veces para el Premio Nóbel de Literatura (nunca lo obtuvo), y su legado literario solo ha sido superado por su compatriota Franz Kafka.
Un librepensador que abominaba de extremismos, Capek tuvo el incómodo orgullo de figurar en la lista de futuros fusilados por el nazismo. (Ocupaba el segundo lugar). Falleció muy joven, a los 48 años de edad, poco antes de la invasión de Checoslovaquia por las tropas del Tercer Reich, y se ahorró el destino de su hermano Josef, con el que colaboró en narraciones y en obras de teatro. Josef murió en un campo de concentración.


Al observar el surgimiento del nazismo, Capek señaló su estupor por la manera en que “toda una nación había accedido, de manera espiritual, a creer en el animalismo, en la raza, y en otras tonterías semejantes”.
El narrador decía que esas “necedades” podían atribuirse a fallas para defender los verdaderos principios de la vida intelectual: “Los intelectuales (alemanes) han cometido una traición colosal”, indicaba. “En cada lugar donde se comete violencia contra la humanidad cultural, encontramos intelectuales que se unen para perpetrarla en masa. Y lo que es peor, esgrimiendo justificaciones ideológicas”.
Para enfrentar tal perfidia, proponía Capek, la única respuesta consciente era “no traicionar nuestra disciplina espiritual. No negar, bajo circunstancia alguna, bajo presión alguna, el espíritu desaforado y sabio”.
Al final de su vida, una vida que posiblemente se acortó a raíz de las angustias generadas por esa raza superior que tenía a Hitler como líder, Capek escribió sus “cuentos apócrifos”, donde se encargó de reescribir escenas históricas.
En su último cuento, que bien podría ser su epitafio, Capek urdió un diálogo entre Arquímedes y un soldado romano que había participado en la conquista de Siracusa. El soldado intentaba persuadir a Arquímedes de que utilizara sus conocimientos científicos a fin de ayudar a los romanos a conquistar el mundo.
La respuesta de Arquímedes era la siguiente: “¡Ah, el mundo! Por favor, no se ofenda, pero estoy haciendo algo mucho más importante. Algo más perdurable. Se trata de un método para calcular el área del sector de un círculo”.
Como indicaba un crítico en The Times Literary Supplement, la siguiente, y última frase de la historia, era ésta: “Se ha informado que el erudito Arquímedes falleció debido a un accidente”.

VALKA S MLOKY

La guerra de las salamandras (en checo Valka s mloky), es la historia de las relaciones entre el ser humano y una nueva especie de humildes, casi obsecuentes anfibios bípedos.
Las salamandras que descubre el capitán holandés J. van Toch en Sumatra son seres muy sumisos. Con un poco de entrenamiento, saben cómo extraer perlas de moluscos. Pronto aprenden también idiomas, y a manejar herramientas. En poco tiempo, empresarios de las principales naciones de la tierra convierten a las salamandras en mano de obra esclava. Ignoran un inconveniente: al encontrar territorio submarino más favorable, y un régimen de vida menos anárquico, las salamandras comienzan a reproducirse a increíble velocidad, hasta superar a la población humana. Es en ese momento cuando esos seres encuentran un líder dispuesto a reivindicar sus derechos. En el estilo de Hitler, el líder exige espacio vital para su pueblo.
La guerra de las salamandras es una parodia de todos los géneros imaginables. Está el narrador omnisciente, el registro exclusivamente documental, y el testimonio que aborda varios géneros. Los científicos, los filósofos, los periodistas, los académicos, los empresarios, aportan su cuota de sobria insensatez, a favor y en contra de las propuestas esbozadas por el líder de las salamandras.
Aquello que distingue a las salamandras de otros pueblos inflamados por la retórica de sus dirigentes es que carecen de estatus legal. Cuando las salamandras pasan de las amenazas a los hechos, causando catastróficas explosiones que comienzan a alterar el planeta, el primer problema que confrontan sus enemigos es que esos animales no constituyen un estado, y carecen de toda representación. De esa manera, el mundo se hunde en una conflagración bélica excepcional. “Se trata de una curiosa guerra”, dice Capek. “Inclusive es difícil calificarla de una guerra, pues no existe un estado que represente a las salamandras. Nadie ha reconocido un gobierno de las salamandras contra el cual pueda declararse una guerra formal”.
La novela también trabaja diferentes escenarios. Es una recopilación de los distintos temas que elaboró Hollywood durante la década del treinta, desde la codicia de las corporaciones, hasta el romance submarino, con una starlet ansiosa por aparecer en toda su desnudez rodeada de salamandras ávidas por transformarla en su diosa.
Y después, está la parodia del discurso intelectual. Políticos, empresarios, sacerdotes, comunistas, científicos, líderes obreros, racistas, abogados, ofrecen sus elucubraciones sobre la manera de lidiar con los bípedos anfibios.
Capek podía burlarse de todo y de todos, con suave ironía, pero también era capaz de mostrar las corrientes subterráneas que amenazaban al individuo y a la humanidad. Tres años antes de que Hitler iniciase su programa de exterminio de judíos, gitanos, enfermos mentales y discapacitados, el novelista incluyó un apócrifo informe de un científico alemán exponiendo  la obligación de realizar experimentos mortíferos con seres humanos. Algo que luego concretó el médico Josef Mengele en el campo de concentración de Auschwitz cuando practicó operaciones de cambio de sexo, creó hermanos siameses uniendo a gemelos por la cadera, o inyectó productos químicos a quienes padecían de heterocroma del iris, logrando  unificar el color de los ojos. Mengele también prescindió de la anestesia en sus intervenciones quirúrgicas.  
En la novela de Capek, las salamandras conquistan finalmente la tierra, anegan los continentes y son los seres humanos más privilegiados quienes logran escapar del desastre huyendo hacia las montañas más altas.
Capek se anticipó en algunos años al filósofo y urbanista Leopold Kohr quien en su libro The Breakdown of Nations postuló la tesis de que Small is beautiful, lo pequeño es hermoso. Una vez un pueblo o una nación adquieren cierta cuota de poder, debido al número de sus habitantes y a la complejidad de sus conocimientos tecnológicos, señalaba Kohr, el hambre de poder y una conducta expansionista se desarrollan de manera casi espontánea. Grandes sistemas requieren absorber enormes recursos para seguir funcionando.
La hipótesis de Kohr fue desarrollada durante la década del cuarenta del siglo pasado, cuando las naciones imperiales de Occidente: Estados Unidos y Gran Bretaña, más la Unión Soviética comandada por José Stalin, se enfrentaron a las poderosas ambiciones de Alemania, Japón e Italia. Según Kohr: “Cada vez que algo anda mal, es porque se trata de algo muy grande”.
Kohr daba el ejemplo del joven Wolfgang Amadeus Mozart. La pequeña ciudad de Salzburgo pudo promover sus virtudes. Una metrópolis seguramente lo hubiera ignorado.
“La enfermedad primordial de nuestra época”, dijo Kohr, “No es la fealdad, la pobreza, el crimen o el abandono, sino la fealdad, la pobreza, el crimen y el abandono derivados de las dimensiones, imposibles de sondear, del gigantismo moderno, urbano y nacional”.
Capek precedió el pensamiento de Kohr, aunque fue su coetáneo. A través de una sátira al principio amable, muy bien articulada, y posteriormente cada vez más ominosa, mostró la facilidad con que una utopía puede transformarse en una profecía aterradora.


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