Mario Szichman
The Red Right Hand, de
Joel Townsley Rogers es, en opinión de varios críticos, la mejor novela
policial que se haya escrito en los Estados Unidos.
Prefiero las novelas hard–boiled
de Jim Thompson, Newton Thornburg, o Charles Willeford. Han dejado de
entusiasmarme Dashiell Hammett y Raymond Chandler, aunque Cosecha Roja, de Hammett y The
Long Goodbye, de Chandler, tienen excelentes momentos.
Sin embargo, la narrativa de Joel Townsley Rogers ocupa un lugar muy
especial porque ha logrado combinar el suspenso con la novela de horror, los
mitos infantiles, y el acertijo. No hay muchas novelas donde el nombre del
asesino aparece en el título.
Rogers (1896–1984) escribió durante casi sesenta años relatos policiales,
de ciencia ficción, y de air-adventure
para los pulps, esas revistas y
novelas impresas en un papel muy barato, fabricado con una mezcla de fibras de
celulosa. A poco de andar, ese papel se ponía amarillo y su contextura era como
la quebradiza corteza del pan. Los textos remedaban la tragedia de todo ser
humano, al principio polvo eran, y al final, al polvo retornaban. Pero el pulp también adquirió una nobleza
especial. Algunas novelas que comenzaron en ediciones baratas terminaron en una
segunda publicación, más cuidada, varias como sucedáneas de tragedias griegas.
Posteriormente, en ediciones más caras, se convirtieron en clásicos.
Eso ocurrió con The Red Right Hand.
Tengo varias copias de esa narración, desde la edición que se desmenuza, hasta
una muy buena impresa por la Universidad de California en su colección The Mystery Library (1978). Allí aparece
una entrevista al autor, ensayos sobre su obra, y reproducción de ilustraciones
hechas para la portada del relato The Red
Right Hand publicado por primera vez en la revista New Detective, en marzo de 1945. Rogers amplió el texto hasta
convertirlo en una novela. Meses más tarde fue publicada por Simon and Schuster en su colección Inner Sanctum. La novela, con el título Jeu de Massacre, ganó en 1951 en Francia
El Gran Premio de Literatura Policial. A veces, los críticos franceses aciertan
más que los norteamericanos. Jim Thompson era un nombre reverenciado en Francia
mucho antes que hiciera su comeback
en Estados Unidos.
Podría traducirse The Red Right Hand
como La diestra roja. Hay en la
novela una mano –la diestra– que es seccionada del cadáver de una persona
asesinada. En inglés, el adjetivo
diestra o diestro, es dexter.
Y Dexter es el apellido del asesino. Por
otra parte, cuando se reacomoda el apellido de Inis St. Erme, el presunto
asesinado, la palabra resultante es sinister.
Siniestro, además de su significado más conocido, es lo opuesto a diestro, o dexter.
Retrato de Joel Townsley Rogers
Rogers juega con las palabras, con infinitas coincidencias, con el doble,
con el trasvasamiento de los cuerpos, con impostores y disfraces. Su prosa es
tan radiante como un cuento infantil. Recuerda esos módulos donde se entrenan comandos
norteamericanos, las llamadas “casas para asesinar”. Esos módulos pueden ser reacoplados
para transformarse en salones de conferencias, baños, o inclusive salones de
fiestas.
Tal vez Rogers, un modernista avant
la lettre, nunca le prestó excesiva importancia a su original forma de
narrar, aunque la reiteró en otras novelas
como The Stopped Clock, o Lady with the Dice. En todos los casos,
es como si los protagonistas transitaran por efímeros decorados, o fuesen
actores principales en una pesadilla. Voces o percepciones se encargan de determinar
el formato o la función del siempre cambiante objeto.
Como poderoso trasfondo, están los infantiles cuentos de terror. Elinor
Darrie, la heroína del relato, es una virgen, “educada para tener miedo a los
hombres”, que debe sufrir un rito de pasaje. Un día, un hombre al que recién acaba
de conocer le propone matrimonio. En
viaje a Connecticut, donde van a casarse ante un juez de paz, los novios recogen
en su automóvil a un vagabundo. Llega el anochecer, y comienza la pesadilla.
Mientras buscan un lugar junto a una laguna para comer algunas viandas –la
acequia tiene el nombre de Dead
Bridegroom´s Pond, o laguna de la novia muerta– se registra una escena en
que el vagabundo parece asesinar al novio, y luego enfila hacia Elinor, quien
logra ocultarse y huir del lugar. Finalmente, la mujer es encontrada al borde
de un camino secundario por un cirujano llamado Henry N. Riddle, quien la
traslada en su automóvil a la vivienda de un psiquiátra, Adam Mac Comerou,
autor de un manual donde se analizan casos de homicidas famosos. (Uno de los
casos reseñados por el psiquiátra es el de un asesino –su sobrino– que lo
terminará matando).
Elinor no consuma la boda, y por lo tanto, elude la suerte de las heroínas
de Barba Azul. Repite, en cambio, el mito de La Bella Durmiente. Durante el
transcurso de la novela, duerme en un sofá, mientras el doctor Riddle, su
potencial príncipe azul, se arma de coraje e intenta capturar al aparente
asesino de su prometido, Inis St. Erme.
Es difícil hallar otro relato en que el crítico necesite usar con tanta
insistencia palabras como aparente, supuesto, figurado, o pretendido. El relato
es contado desde el punto de vista de Riddle (que en inglés, significa
acertijo). Rogers añade nuevos elementos al suspenso. El cirujano muestra analogías
con el escurridizo asesino, al punto de hacer sospechar al lector que se halla ante
una versión moderna de Dr. Jekyll and Mr.
Hyde.
Rogers fundió en su texto dos subgéneros del mystery, el acertijo presente en Agatha Christie, en Margery
Allingham, o en Dorothy L. Sayers, con el pánico presente en muchos cultores
del policial noir. Las novelas de las
damas del crimen británico siempre terminan reafirmando la solidez de las
instituciones, el triunfo del bien. En
cambio, el narrador y protagonista de The
Red Right Hand es tan ambiguo como el resto de los personajes. Además, no
está sentado en un sofá, intentando anudar las claves del misterio. Parece
transitar siempre arenas movedizas, en tanto el potencial asesino acecha a sus
espaldas.
El producto de Rogers es un trabajo de orfebrería. Si ya el título anuncia
el nombre del asesino, en el primer párrafo de la novela se muestran los
elementos que conducirán hacia su desenlace.
“Existe algo muy importante en el oscuro misterio de esta noche”, comienza
la narración, “y consiste en averiguar cómo ese hombre feo, pequeño, con su
cabellera cobriza, y sus ojos de tonalidad roja, con su desgarrada oreja, sus
afilados dientes, sus retorcidas piernas y su truncada estatura… pudo haberse
desvanecido de manera tan completa de la faz de la tierra, luego de asesinar a
Inis St. Erme… Y además, ¿qué es lo que hizo con la diestra de St. Erme?”.
EL ACERTIJO
Un crítico se quejó en The San
Francisco Chronicle que en The
Stopped Clock, otra novela de Rogers, “hay tantas coincidencias en el
relato, que el lector empieza a mostrar serias dudas”. La misma queja puede
formularse con The Red Right Hand. El
factor a esclarecer es si Rogers usó la coincidencia por incapacidad narrativa,
o porque quiso demoler el género del mystery.
La coincidencia está vedada tanto en la novela policial como en buena parte de
la narrativa tradicional. Todavía hoy no le perdonan a William Faulkner que en
su espléndido relato Wild Palms, el
protagonista de una de sus historias encuentre milagrosamente una billetera
repleta de dinero que le salva la vida y le permite continuar el romance con una
mujer de amarillentos ojos que le arruina la existencia.
La sospecha más plausible en esa espléndida novela titulada The Red Right Hand, es que se trata de
una parodia del género y de sus convenciones.
Inis St. Erme, el novio de Elinor, no ha sido asesinado por ese “hombre
feo, pequeño, con su cabellera cobriza, y sus ojos de tonalidad roja” En
realidad, el presunto Inis St. Erme es el asesino del pobre vagabundo que
recogió en su automóvil. Tampoco se llama Inis St. Erme (transmutado en
Sinister Me), sino Dexter, el dueño de un garaje. Su propósito es robar el
dinero de su novia, Elinor. En camino hacia Connecticut, aunque con el
declarado propósito de buscar un juez de paz y casarse, su real intención es
asesinarla y abandonar su cadáver en algún remoto bosque.
La jornada para Dexter, el asesino, comienza en su garaje de Nueva York. La
jornada para el cirujano Harry Riddle comienza en Vermont, donde ha fracasado
en su intento de salvar la vida de un paciente, y debería concluir en Nueva
York. Pues viaja en un automóvil prestado por los deudos del fallecido paciente
y el cual ha sido rentado en el garaje de Dexter.
El asesino y el hombre que terminará por revelar su identidad tropiezan a
mitad de camino, en Connecticut. Y el doctor Riddle y Elinor, aunque nunca
antes se habían visto en su vida, viven apenas a una cuadra de distancia, uno
de otro, en el centro de Nueva York.
Si no fueran suficientes esas coincidencias, tanto Riddle como el vagabundo
asesinado por Dexter cuando se había transmutado en Inis St. Erme, tienen cabello cobrizo, y una
oreja desgarrada. El vagabundo ha perdido el lóbulo izquierdo de su oreja. El
doctor Riddle ha lastimado su oreja izquierda mientras intentaba reparar su
automóvil. El sombrero que lucía el vagabundo cuando Inis St. Erme lo invitó a
subir a su automóvil, había sido previamente propiedad de Riddle, quien lo
había arrojado a un recipiente de basura en Nueva York.
Los buenos narradores suelen valerse de casualidades para apuntalar sus
personajes, establecer conexiones. Es obvio que Riddle podría ser el doctor
Jekyll. Pero ¿cuál es su Míster Hide? Ese “hombre feo, pequeño, con su
cabellera cobriza”, no es el asesino,
sino la víctima del asesino.
Anthony Boucher, un muy buen novelista y crítico, dijo de una de las
novelas de Rogers: “Es dos veces más dilatada que una novela de suspenso
promedio, cinco veces tan intrincada, y diez veces tan apasionante”. Lo mismo
puede aplicarse a The Red Right Hand.
Otro de los protocolos del género es que apenas se descubre al asesino, es
necesario poner fin a la narración. Pues Rogers descartó esa convención, y
dedicó las últimas cuarenta páginas de la novela a explicar cómo Riddle
descubrió al asesino, usando la misma lógica y el mismo suspenso dedicados al
resto del relato, sin que ni por un momento disminuya la tensión.
Tal vez la magia final de The Red
Right Hand es la manera en que la abundancia de coincidencias reacomoda las
expectativas del género. Es muy difícil encontrar otra novela donde el lector
se sienta tan tentado de consultar directamente al autor acerca de las
reiteradas transgresiones que ha cometido en su narración de la historia. Pero
Rogers no defraudó al lector, solo le mostró alternativas viables hacia un
final admisible. Y además, en una atmósfera de terror genuino, con un lenguaje
preciso, escenarios surreales, y una poderosa carga mítica. Tal vez la lógica
del relato no resulte convencional, pero el producto es una obra de arte.
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