domingo, 29 de mayo de 2016

Beatrice Cenci: Mentira romántica, verdad casi novelesca


Mario Szichman


Beatrice Cenci. Presunto retrato de Gino Reni

La amada ideal de Don Quijote se llamaba Dulcinea del Toboso. Cervantes nos informa que vivía cerca del caballero andante “una moza labradora de muy buen parecer, de quien él un tiempo anduvo enamorado, aunque, según se entiende, ella jamás lo supo”. La moza se llamaba originalmente Aldonza Lorenzo, pero Don Quijote optó por rebautizarla Dulcinea, “nombre, a su parecer, músico, peregrino y significativo, como todos los demás que a él y a sus cosas había puesto”.
Dulcinea era una joven “virtuosa, emperatriz de La Mancha, de sin par y sin igual belleza”. En cambio, las buenas o malas lenguas decían de Aldonza Lorenzo “que tuvo la mejor mano para salar puercos que otra mujer de toda la Mancha”.
Apenas seis años antes que Cervantes publicase El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha (1605), ocurrió una tragedia en Roma  que convirtió a Beatrice Cenci en la favorita de poetas, dramaturgos, novelistas y finalmente cineastas. Como Dulcinea del Toboso era, según la leyenda, una diosa de belleza, la damisela más pura, y también “un ángel caído”. Fue decapitada en 1599, en Roma, junto con varios miembros de su familia, por asesinar a su padre, Francesco Cenci, quien la habría violado, según la leyenda, en reiteradas ocasiones.
Su imagen, aseguran, fue inmortalizada por Guido Reni, así como por Caravaggio.
La primera mención idealizada de Beatrice Cenci aparece en la obra teatral El combate contra natura, de Philip Massinger (1619). Tras dos siglos, los románticos ingleses y franceses resucitaron a Beatrice, que nunca más abandonó su sitial de heroína. Todo comenzó con el drama The Cenci: A Tragedy in Five Acts (1819), del poeta inglés Percy Bysshe Shelley. Le siguieron Stendhal, Alejandro Dumas, Astolphe de Custine,  Charles Dickens, Alfred Nobel, más famoso por los Premios Nobel que por inventar la dinamita, Stefan Zweig, Alberto Moravia, Antonin Artaud, y el director de cine Lucio Fulci. La lista no es exhaustiva.   
Charles Nicholl, en The London Review of Books, hizo un buen análisis de la distancia entre la leyenda y la historia en el caso de la parricida. En primer lugar, dijo, “Beatrice  se convirtió en un símbolo de la resistencia del pueblo de Roma contra la arrogante aristocracia”. Los romanos dieron un impulso adicional a la leyenda al señalar que cada año, durante la noche previa al aniversario de su decapitación, Beatrice retorna al puente donde fue ejecutada, portando en sus manos su seccionada cabeza. 
Hay escasas partes de la leyenda que son ciertas. Por ejemplo, sí resistió los primeros interrogatorios y torturas con ejemplar coraje. También exhibió gran valentía frente al verdugo. El resto, como dirían en estas tierras, es un engendro de la imaginación.
El atractivo de la historia de esta particular heroína se basa en parte en su erotismo, combinado con una buena dosis de violencia. A eso se suma la intervención personal de un Papa, Clemente VIII, quien ordenó la condena a muerte de los complicados en el asesinato.
Shelley decía que el homicidio revelaba “las cavernas más sombrías y secretas del corazón humano”.
Básicamente, esta es la historia de lo ocurrido con Francesco Cenci, un noble romano famoso por su violento carácter, su riqueza, y su influencia con la curia eclesiástica. En 1595, Francesco llevó a su segunda esposa, Lucrecia, junto con Beatrice, al castillo de La Petrella, en la provincia de Aquila. Allí ambas mujeres vivieron como prisioneras y, siempre según la leyenda, fueron sometidas a toda clase de vejaciones.
Sin embargo, Beatrice pareció contar con cierta libertad de acción, pues se convirtió en amante del alcalde del castillo,  Olimpio Calvetti, un hombre casado. (Su esposa, Plautilla, fue una de las primeras en ser informada de la muerte del páter familias).
El 9 de septiembre de 1598, tres años después de mudarse al castillo, las mujeres, ayudadas por Olimpio Calvetti y por Giacomo y Bernando Cenci, hermanos de Beatrice,  se libraron de Francesco Cenci.
Al principio, algunos creyeron que se había tratado de un accidente. El cadáver de Francesco apareció en una red de madrigueras, situada debajo de un balcón de madera del palacio. Había un boquete en el centro del balcón. Tal vez el amo del castillo había caído por el hueco. Pero la presunción de accidente fue rápidamente desechada por las autoridades. El boquete era demasiado pequeño como para que a través de él se hubiera desplomado el voluminoso Francesco.
Horas después, al ser lavado el cadáver del noble, se encontraron tres heridas en un costado de su cabeza, dos, en la sien derecha, y una cerca del ojo derecho.
Semanas más tarde, y tras varias sesiones de tortura, se descubrió que Francesco había sido drogado con somníferos preparados por Lucrecia,  su segunda esposa, y ultimado luego por Olimpio Calvetti, el amante de Beatrice, quien fue asistido por Marzio Catalano. Uno de ellos introdujo al drogado Francesco un clavo de hierro en el ojo derecho. El otro asestó al clavo tres golpes con un martillo. Al parecer, las dos heridas en la sien derecha fueron intentos fallidos. El tercer martillazo al clavo fue el golpe de gracia, pues horadó el cerebro.
La investigación, primero de las autoridades napolitanas –el castillo donde se consumó el crimen quedaba entonces en la provincia de los Abruzzos Ulteriores– y luego de las romanas, concluyó con el arresto de buena parte de la familia Cenci. Lucrecia, la madrastra de Beatrice, y sus hermanos, Giacomo y Bernardo, confesaron el crimen. Aunque Beatrice negó todo al principio, tras varias sesiones de horribles torturas –el sadismo no lo inventó precisamente el marqués de Sade– terminó también confesando.
Se hicieron esfuerzos a fin de conseguir clemencia para todos los acusados, tomando en cuenta la continua violencia de Francesco Cenci contra sus familiares. Al comienzo, el Papa Clemente pareció dispuesto a una sentencia más benigna. Mudó de parecer tras cometerse un crimen en el seno de otra familia de la nobleza romana. Por esos días, la marquesa Constanza Santa Croce había sido asesinada a puñaladas por su hijo, Paolo, pues se negaba a hacerlo heredero de su vasta fortuna.
El Sumo Pontífice consideró que el escarmiento a los Cenci podría disuadir a otros nobles de la tentación de acabar con parientes capaces de frustrar sus anhelos de riqueza, por lo tanto, Beatrice, Lucrecia, y Giacomo fueron ejecutados. Solo  Bernardo fue perdonado, debido a su juventud. En el momento del crimen, tenía quince años de edad. De todas maneras, colocado a un costado del patíbulo, debió presenciar la tortura y muerte de miembros de su linaje. (Giacomo fue quien más torturas sufrió antes de morir a martillazos).

FORJANDO LA LEYENDA

Muy pocos elementos de la leyenda han logrado acomodarse a la realidad. La verdad sobre Beatrice Cenci fue revelada hace 139 años, por Antonio Bertoletti en un pequeño volumen, Francesco Cenci e la sua Famiglia. (Firenze, Italia, 1877), aunque escasos autores hicieron caso de ella.
Bertoletti descubrió en la biblioteca Vittorio Emmanuele, de Roma, un manuscrito titulado ‘Memorie dei Cenci’ en el cual el conde Cenci registró los nacimientos y muertes de sus muchos hijos. Bertoletti descubrió así que: ‘Beatrice Cenci mia figlia. Naque alla 6 di febraio 1577 di giorno di mercoledi alla ore 23, et e nata nella nostra casa’. Por lo tanto, Beatrice no tenía 16 o 17 años cuando fue ejecutada, según la leyenda. Si había nacido en febrero de 1577, al morir tenía algo más de 22 años. Estamos hablando del siglo XVI, cuando las mujeres se casaban a los 13 o 14 años de edad –más o menos la edad de Julieta–. Una mujer de algo más de 22 años, era considerada una solterona, solo apta para vestir santos. Recién a partir de la segunda mitad del siglo XX las mujeres lograron prolongar su belleza durante algunas décadas. Manuela Sáenz, la “libertadora del Libertador” Simón Bolívar, era una matrona antes de cumplir los cuarenta años.
Bertolotti ofreció un dato adicional que pondría en duda la angelical belleza de Beatrice. “El hecho de que a su edad no hubiese encontrado marido, pese a una dote de veinte mil coronas, indicaría que no era tan bella” como quiere hacer creer la leyenda. Veinte mil coronas era una suma importante en esa época. Más de un potencial marido cargado de deudas estaba en condiciones de aceptar una consorte con rostro algo menos que angelical, a cambio de esa fortuna.

RETRATOS

Muchos atribuyen la fascinación que despertó Beatrice entre los escritores, a un retrato de Guido Reni asociado con la parricida. Sirvió de inspiración a Shelley cuando lo vio en el Palazzo Colonna, en 1818. Shelley le mostró una copia a uno de sus sirvientes romanos, “quien reconoció de inmediato la imagen como el retrato de La Cenci”.  Un año más tarde, el poeta concluyó su obra The Cenci: A Tragedy in Five Acts.
También Herman Melville, autor de Moby Dick, quedó impresionado con esa pintura, tras ver el original durante una visita a Italia. El 3 de marzo de 1857, escribió en su diario: “Hay una expresión de sufrimiento en torno a la boca, una cautivante mirada de inocencia que no ha sido percibida en copia o grabado alguno”.  
Existen algunos problemas con ese retrato. Según la leyenda, Reni hizo el cuadro de la joven cuando ésta se hallaba en prisión, a fines de 1598, o en 1599. Otra leyenda alternativa es que el artista la visitó en la cárcel de Corte Sevella. Una tercera, que el pintor la vio en la calle, cuando marchaba hacia el patíbulo.
La contrariedad es de dos clases. En primer lugar, Reni llegó a Roma recién en 1608, varios años después de la ejecución. Pero además, la dama del retrato formaba parte del elenco estable de Reni. El pintor usó el mismo rostro en diferentes cuadros con distintos temas.  
Nicholl dijo en The London Review of Books que la dama, con su famoso turbante en la cabeza, es, en realidad, una representación de las Sibilas, esas mujeres sabias a quienes los antiguos atribuían cualidades proféticas. En la Galería Uffizi, de Florencia, hay una Sibila de Cumas pintada por Reni. Su cabeza está ataviada con un turbante.  
Bertolotti indicó que la misma cabeza, el mismo rostro angelical pintado por Reni, pueden observarse en la Galería Barberini, en una capilla de la iglesia de San Gregorio, en el Palacio Orsini, y en el palacio Rospigliosi. Cuando la dama en cuestión “uno de los modelos favoritos” de Reni, no aparecía como una de las Sibilas, se permutaba en musa.


Judith decapitando a  Holoferne  de Caravaggio

Otros aventuraron la posibilidad que el retratista de Beatrice haya sido en realidad Caravaggio, quien habría utilizado algunos elementos del drama en su cuadro Judith decapitando a  Holofernes. Caravaggio trabajaba en Roma en la época del proceso y ejecución de Beatrice. El cuadro del asesinato de Holofernes corresponde a ese período.  Además, hay evidencias que presenció la ejecución pública de la dama y de varios miembros de su familia.  
El fresco de Caravaggio es mucho más “realista” que el de Reni. La expresión de Judith no es la de un ángel de inocencia, sino la de una mujer decidida a acabar con un mortal enemigo. La sangre fluye a torrentes y mancha las sábanas de la cama donde se consuma el asesinato. Y como señala Nicholl, hay un innegable contenido erótico. “Uno de los endurecidos pezones” de Judith, dice el crítico, “fue pintado de manera muy específica debajo de la túnica blanca”.  
De todas maneras, persisten las dudas. Un articulista anónimo señalaba en la revista The Aquary, de enero de 1879, que inclusive si Caravaggio hubiese logrado acceso a la prisión donde estaba recluida Beatrice, jamás habría logrado retratar con amabilidad a la homicida. “Envejecida, lacerada por la tortura, era imposible que presentase un semblante juvenil y sereno”, indicó el redactor.

EL SECRETO MEJOR GUARDADO DEL MUNDO

La leyenda de Beatrice Cenci recibió la estocada final por parte de Bertolotti, a raíz del descubrimiento de un codicilo del testamento firmado por la parricida dos días antes de su ejecución. El codicilo, que no debía ser revelado inclusive después de su muerte, creaba una partida secreta a favor de la viuda Madona Chaterina de Santis y de Margharita Sarocchi. “Y ahora”, anunciaba Bertolotti en su libro, “después de 278 años” de la muerte de Beatrice, “estamos en condiciones de destruir muchas ilusiones románticas”.
En el codicilo se indicaba que las dos mujeres antes mencionadas debían administrar un fondo de 1.000 coronas “para ofrecer apoyo a cierto niño pobre” y entregárselo completo “una vez cumpla los veinte años de edad”.
El investigador indicó que “esa era la razón” de  que Beatrice “prohibiera la apertura del codicilo tras su muerte. Necesitaba proveer recursos a su propio hijo. La muchacha, nacida en el seno de una noble familia, no podía confesar su pecado. Gracias al consejo de su confesor, tomó previsiones a favor de su vástago”.
La leyenda señala que Francesco Cenci violó en reiteradas ocasiones a Beatrice. La conjetura de Bertolotti es que Francesco se llevó a Beatrice y a su segunda esposa Lucrecia al castillo, cuando Beatrice quedó embarazada de algún amante.  
Bertolotti supone que las mujeres a las cuales Beatrice ofreció el legado actuaron como mediadoras en sus encuentros amorosos, “o la ayudaron en el momento de dar a luz a su hijo”.
De todas maneras, añadió el ensayista, el hecho de que Beatrice “viviese desde temprana edad en una familia donde el libertinaje era rampante y habitual, y donde estaba presente el diabólico ejemplo de su padre”, poco ayudó a su moral.
Esa revelación, algo incómoda, no es muy útil a la hora de escribir sobre Beatrice Cenci, aunque, como decía Bertolotti, la parricida “merece más piedad que culpa”. Al mismo tiempo, indica que la posteridad no garantiza el descubrimiento de la verdad. Inclusive autores que tuvieron acceso al documento de Bertolotti no le otorgaron importancia alguna. Es preferible creer que Beatrice fue pintada por Guido Renni y por Caravaggio, es preferible sugerir que fue víctima de la pasión incestuosa de su padre, es preferible reacomodar datos para inventar hechos.  
Nadie duda, por un solo momento, que Francesco Cenci era un ser bestial. En realidad, cuando se analiza a la familia del patriarca, uno llega a la conclusión de que don Vito Corleone era un dechado de virtudes. Al menos, ninguna de las mujeres del clan del padrino participó en sus actividades criminales.

En los Cenci de esa época abundaban los asesinos y los estafadores. La versión sintetizada de la historia de esos nobles permitió la emergencia de una perdurable fábula. Nada ni nadie puede destruirla. Tal como señalaba el periodista en el filme The Man Who Shot Liberty Valance, “En el Salvaje Oeste, cuando nos dan a elegir entre la verdad y la leyenda, nosotros siempre elegimos la leyenda”. 

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