Mario Szichman
Beatrice Cenci.
Presunto retrato de Gino Reni
La amada ideal de Don Quijote se llamaba Dulcinea del Toboso. Cervantes nos
informa que vivía cerca del caballero andante “una moza labradora de muy buen
parecer, de quien él un tiempo anduvo enamorado, aunque, según se entiende,
ella jamás lo supo”. La moza se llamaba originalmente Aldonza Lorenzo, pero Don
Quijote optó por rebautizarla Dulcinea, “nombre, a su parecer, músico,
peregrino y significativo, como todos los demás que a él y a sus cosas había
puesto”.
Dulcinea era una joven “virtuosa, emperatriz de La Mancha, de sin par y sin
igual belleza”. En cambio, las buenas o malas lenguas decían de Aldonza Lorenzo
“que tuvo la mejor mano para salar puercos que otra mujer de toda la Mancha”.
Apenas seis años antes que Cervantes publicase El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha (1605), ocurrió una
tragedia en Roma que convirtió a
Beatrice Cenci en la favorita de poetas, dramaturgos, novelistas y finalmente
cineastas. Como Dulcinea del Toboso era, según la leyenda, una diosa de
belleza, la damisela más pura, y también “un ángel caído”. Fue decapitada en
1599, en Roma, junto con varios miembros de su familia, por asesinar a su
padre, Francesco Cenci, quien la habría violado, según la leyenda, en
reiteradas ocasiones.
Su imagen, aseguran, fue inmortalizada por Guido Reni, así como por
Caravaggio.
La primera mención idealizada de Beatrice Cenci aparece en la obra teatral El combate contra natura, de Philip
Massinger (1619). Tras dos siglos, los románticos ingleses y franceses
resucitaron a Beatrice, que nunca más abandonó su sitial de heroína. Todo
comenzó con el drama The Cenci: A Tragedy
in Five Acts (1819), del poeta inglés Percy Bysshe Shelley. Le siguieron Stendhal,
Alejandro Dumas, Astolphe de Custine, Charles Dickens, Alfred Nobel, más famoso por
los Premios Nobel que por inventar la dinamita, Stefan Zweig, Alberto Moravia, Antonin
Artaud, y el director de cine Lucio Fulci. La lista no es exhaustiva.
Charles Nicholl, en The London Review
of Books, hizo un buen análisis de la distancia entre la leyenda y la
historia en el caso de la parricida. En primer lugar, dijo, “Beatrice se convirtió en un símbolo de la resistencia del
pueblo de Roma contra la arrogante aristocracia”. Los romanos dieron un impulso
adicional a la leyenda al señalar que cada año, durante la noche previa al
aniversario de su decapitación, Beatrice retorna al puente donde fue ejecutada,
portando en sus manos su seccionada cabeza.
Hay escasas partes de la leyenda que son ciertas. Por ejemplo, sí resistió los
primeros interrogatorios y torturas con ejemplar coraje. También exhibió gran
valentía frente al verdugo. El resto, como dirían en estas tierras, es un
engendro de la imaginación.
El atractivo de la historia de esta particular heroína se basa en parte en
su erotismo, combinado con una buena dosis de violencia. A eso se suma la
intervención personal de un Papa, Clemente VIII, quien ordenó la condena a
muerte de los complicados en el asesinato.
Shelley decía que el homicidio revelaba “las cavernas más sombrías y
secretas del corazón humano”.
Básicamente, esta es la historia de lo ocurrido con Francesco Cenci, un
noble romano famoso por su violento carácter, su riqueza, y su influencia con
la curia eclesiástica. En 1595, Francesco llevó a su segunda esposa, Lucrecia,
junto con Beatrice, al castillo de La Petrella, en la provincia de Aquila. Allí
ambas mujeres vivieron como prisioneras y, siempre según la leyenda, fueron sometidas
a toda clase de vejaciones.
Sin embargo, Beatrice pareció contar con cierta libertad de acción, pues se
convirtió en amante del alcalde del castillo,
Olimpio Calvetti, un hombre casado. (Su esposa, Plautilla, fue una de
las primeras en ser informada de la muerte del páter familias).
El 9 de septiembre de 1598, tres años después de mudarse al castillo, las
mujeres, ayudadas por Olimpio Calvetti y por Giacomo y Bernando Cenci, hermanos
de Beatrice, se libraron de Francesco
Cenci.
Al principio, algunos creyeron que se había tratado de un accidente. El
cadáver de Francesco apareció en una red de madrigueras, situada debajo de un
balcón de madera del palacio. Había un boquete en el centro del balcón. Tal vez
el amo del castillo había caído por el hueco. Pero la presunción de accidente
fue rápidamente desechada por las autoridades. El boquete era demasiado pequeño
como para que a través de él se hubiera desplomado el voluminoso Francesco.
Horas después, al ser lavado el cadáver del noble, se encontraron tres
heridas en un costado de su cabeza, dos, en la sien derecha, y una cerca del
ojo derecho.
Semanas más tarde, y tras varias sesiones de tortura, se descubrió que
Francesco había sido drogado con somníferos preparados por Lucrecia, su segunda esposa, y ultimado luego por
Olimpio Calvetti, el amante de Beatrice, quien fue asistido por Marzio
Catalano. Uno de ellos introdujo al drogado Francesco un clavo de hierro en el
ojo derecho. El otro asestó al clavo tres golpes con un martillo. Al parecer,
las dos heridas en la sien derecha fueron intentos fallidos. El tercer
martillazo al clavo fue el golpe de gracia, pues horadó el cerebro.
La investigación, primero de las autoridades napolitanas –el castillo donde
se consumó el crimen quedaba entonces en la provincia de los Abruzzos
Ulteriores– y luego de las romanas, concluyó con el arresto de buena parte de
la familia Cenci. Lucrecia, la madrastra de Beatrice, y sus hermanos, Giacomo y
Bernardo, confesaron el crimen. Aunque Beatrice negó todo al principio, tras
varias sesiones de horribles torturas –el sadismo no lo inventó precisamente el
marqués de Sade– terminó también confesando.
Se hicieron esfuerzos a fin de conseguir clemencia para todos los acusados,
tomando en cuenta la continua violencia de Francesco Cenci contra sus
familiares. Al comienzo, el Papa Clemente pareció dispuesto a una sentencia más
benigna. Mudó de parecer tras cometerse un crimen en el seno de otra familia de
la nobleza romana. Por esos días, la marquesa Constanza Santa Croce había sido
asesinada a puñaladas por su hijo, Paolo, pues se negaba a hacerlo heredero de
su vasta fortuna.
El Sumo Pontífice consideró que el escarmiento a los Cenci podría disuadir
a otros nobles de la tentación de acabar con parientes capaces de frustrar sus
anhelos de riqueza, por lo tanto, Beatrice, Lucrecia, y Giacomo fueron
ejecutados. Solo Bernardo fue perdonado,
debido a su juventud. En el momento del crimen, tenía quince años de edad. De
todas maneras, colocado a un costado del patíbulo, debió presenciar la tortura
y muerte de miembros de su linaje. (Giacomo fue quien más torturas sufrió antes
de morir a martillazos).
FORJANDO LA
LEYENDA
Muy pocos elementos de la leyenda han logrado acomodarse a la realidad. La
verdad sobre Beatrice Cenci fue revelada hace 139 años, por Antonio Bertoletti
en un pequeño volumen, Francesco Cenci e
la sua Famiglia. (Firenze, Italia, 1877), aunque escasos autores hicieron
caso de ella.
Bertoletti descubrió en la biblioteca Vittorio Emmanuele, de Roma, un
manuscrito titulado ‘Memorie dei Cenci’
en el cual el conde Cenci registró los nacimientos y muertes de sus muchos
hijos. Bertoletti descubrió así que: ‘Beatrice
Cenci mia figlia. Naque alla 6 di febraio 1577 di giorno di mercoledi alla ore
23, et e nata nella nostra casa’. Por lo tanto, Beatrice no tenía 16 o 17
años cuando fue ejecutada, según la leyenda. Si había nacido en febrero de
1577, al morir tenía algo más de 22 años. Estamos hablando del siglo XVI,
cuando las mujeres se casaban a los 13 o 14 años de edad –más o menos la edad
de Julieta–. Una mujer de algo más de 22 años, era considerada una solterona,
solo apta para vestir santos. Recién a partir de la segunda mitad del siglo XX
las mujeres lograron prolongar su belleza durante algunas décadas. Manuela
Sáenz, la “libertadora del Libertador” Simón Bolívar, era una matrona antes de
cumplir los cuarenta años.
Bertolotti ofreció un dato adicional que pondría en duda la angelical
belleza de Beatrice. “El hecho de que a su edad no hubiese encontrado marido,
pese a una dote de veinte mil coronas, indicaría que no era tan bella” como
quiere hacer creer la leyenda. Veinte mil coronas era una suma importante en
esa época. Más de un potencial marido cargado de deudas estaba en condiciones
de aceptar una consorte con rostro algo menos que angelical, a cambio de esa
fortuna.
RETRATOS
Muchos atribuyen la fascinación que despertó Beatrice entre los escritores,
a un retrato de Guido Reni asociado con la parricida. Sirvió de inspiración a
Shelley cuando lo vio en el Palazzo Colonna, en 1818. Shelley le mostró una
copia a uno de sus sirvientes romanos, “quien reconoció de inmediato la imagen
como el retrato de La Cenci”. Un año más
tarde, el poeta concluyó su obra The
Cenci: A Tragedy in Five Acts.
También Herman Melville, autor de Moby
Dick, quedó impresionado con esa pintura, tras ver el original durante una
visita a Italia. El 3 de marzo de 1857, escribió en su diario: “Hay una
expresión de sufrimiento en torno a la boca, una cautivante mirada de inocencia
que no ha sido percibida en copia o grabado alguno”.
Existen algunos problemas con ese retrato. Según la leyenda, Reni hizo el
cuadro de la joven cuando ésta se hallaba en prisión, a fines de 1598, o en
1599. Otra leyenda alternativa es que el artista la visitó en la cárcel de Corte
Sevella. Una tercera, que el pintor la vio en la calle, cuando marchaba hacia
el patíbulo.
La contrariedad es de dos clases. En primer lugar, Reni llegó a Roma recién
en 1608, varios años después de la ejecución. Pero además, la dama del retrato
formaba parte del elenco estable de Reni. El pintor usó el mismo rostro en
diferentes cuadros con distintos temas.
Nicholl dijo en The London Review of
Books que la dama, con su famoso turbante en la cabeza, es, en realidad,
una representación de las Sibilas, esas mujeres sabias a quienes los antiguos
atribuían cualidades proféticas. En la Galería Uffizi, de Florencia, hay una
Sibila de Cumas pintada por Reni. Su cabeza está ataviada con un turbante.
Bertolotti indicó que la misma cabeza, el mismo rostro angelical pintado
por Reni, pueden observarse en la Galería Barberini, en una capilla de la
iglesia de San Gregorio, en el Palacio Orsini, y en el palacio Rospigliosi.
Cuando la dama en cuestión “uno de los modelos favoritos” de Reni, no aparecía
como una de las Sibilas, se permutaba en musa.
Judith decapitando a Holoferne de Caravaggio
Otros aventuraron la posibilidad que el retratista de Beatrice haya sido en
realidad Caravaggio, quien habría utilizado algunos elementos del drama en su
cuadro Judith decapitando a Holofernes. Caravaggio trabajaba en Roma
en la época del proceso y ejecución de Beatrice. El cuadro del asesinato de
Holofernes corresponde a ese período. Además,
hay evidencias que presenció la ejecución pública de la dama y de varios
miembros de su familia.
El fresco de Caravaggio es mucho más “realista” que el de Reni. La
expresión de Judith no es la de un ángel de inocencia, sino la de una mujer
decidida a acabar con un mortal enemigo. La sangre fluye a torrentes y mancha
las sábanas de la cama donde se consuma el asesinato. Y como señala Nicholl,
hay un innegable contenido erótico. “Uno de los endurecidos pezones” de Judith,
dice el crítico, “fue pintado de manera muy específica debajo de la túnica
blanca”.
De todas maneras, persisten las dudas. Un articulista anónimo señalaba en
la revista The Aquary, de enero de
1879, que inclusive si Caravaggio hubiese logrado acceso a la prisión donde estaba
recluida Beatrice, jamás habría logrado retratar con amabilidad a la homicida.
“Envejecida, lacerada por la tortura, era imposible que presentase un semblante
juvenil y sereno”, indicó el redactor.
EL SECRETO MEJOR
GUARDADO DEL MUNDO
La leyenda de Beatrice Cenci recibió la estocada final por parte de
Bertolotti, a raíz del descubrimiento de un codicilo del testamento firmado por
la parricida dos días antes de su ejecución. El codicilo, que no debía ser
revelado inclusive después de su muerte, creaba una partida secreta a favor de
la viuda Madona Chaterina de Santis y de Margharita Sarocchi. “Y ahora”,
anunciaba Bertolotti en su libro, “después de 278 años” de la muerte de
Beatrice, “estamos en condiciones de destruir muchas ilusiones románticas”.
En el codicilo se indicaba que las dos mujeres antes mencionadas debían
administrar un fondo de 1.000 coronas “para ofrecer apoyo a cierto niño pobre”
y entregárselo completo “una vez cumpla los veinte años de edad”.
El investigador indicó que “esa era la razón” de que Beatrice “prohibiera la apertura del
codicilo tras su muerte. Necesitaba proveer recursos a su propio hijo. La
muchacha, nacida en el seno de una noble familia, no podía confesar su pecado.
Gracias al consejo de su confesor, tomó previsiones a favor de su vástago”.
La leyenda señala que Francesco Cenci violó en reiteradas ocasiones a
Beatrice. La conjetura de Bertolotti es que Francesco se llevó a Beatrice y a su
segunda esposa Lucrecia al castillo, cuando Beatrice quedó embarazada de algún
amante.
Bertolotti supone que las mujeres a las cuales Beatrice ofreció el legado
actuaron como mediadoras en sus encuentros amorosos, “o la ayudaron en el
momento de dar a luz a su hijo”.
De todas maneras, añadió el ensayista, el hecho de que Beatrice “viviese desde
temprana edad en una familia donde el libertinaje era rampante y habitual, y
donde estaba presente el diabólico ejemplo de su padre”, poco ayudó a su moral.
Esa revelación, algo incómoda, no es muy útil a la hora de escribir sobre
Beatrice Cenci, aunque, como decía Bertolotti, la parricida “merece más piedad
que culpa”. Al mismo tiempo, indica que la posteridad no garantiza el
descubrimiento de la verdad. Inclusive autores que tuvieron acceso al documento
de Bertolotti no le otorgaron importancia alguna. Es preferible creer que
Beatrice fue pintada por Guido Renni y por Caravaggio, es preferible sugerir
que fue víctima de la pasión incestuosa de su padre, es preferible reacomodar
datos para inventar hechos.
Nadie duda, por un solo momento, que Francesco Cenci era un ser bestial. En
realidad, cuando se analiza a la familia del patriarca, uno llega a la
conclusión de que don Vito Corleone era un dechado de virtudes. Al menos,
ninguna de las mujeres del clan del padrino participó en sus actividades
criminales.
En los Cenci de esa época abundaban los asesinos y los estafadores. La
versión sintetizada de la historia de esos nobles permitió la emergencia de una
perdurable fábula. Nada ni nadie puede destruirla. Tal como señalaba el
periodista en el filme The Man Who Shot
Liberty Valance, “En el Salvaje Oeste, cuando nos dan a elegir entre la
verdad y la leyenda, nosotros siempre elegimos la leyenda”.
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