Mario Szichman
Un estudio de la Open Society
Justice Initiative señala que
la fuerza indiscriminada: asesinatos,
desapariciones forzosas, y torturas,
además de la impunidad, forman parte
de la política del estado mexicano.
The New York Times
El libro Legados del narcotráfico,
efectos y expresiones socioculturales de Edgar Morales S. y Guadalupe
Carrillo T.,[i] analiza la
realidad mexicana enfocándose en el tema de la lucha contra los barones de la
droga, así como el trasfondo de expresiones culturales, que incluyen el narco corrido,
y las narco novelas.
En la primera parte del trabajo, el doctor Edgar Morales examina la Crónica de una guerra perdida desde su
anuncio oficial. Se trata, básicamente, de un escrutinio de la
administración del presidente Felipe Calderón (2006-2012). También explora las
acciones de su antecesor, Vicente Fox (2000-2006), otra camisa inflada que
declaró el “combate frontal al narcotráfico”.
Aunque el volumen no analiza el gobierno de Enrique Peña Nieto (2012–)
quien accedió al poder luego de fuertes denuncias de fraude electoral, el
panorama no ha cambiado mucho. En realidad, ha empeorado. En días recientes, la
agencia noticiosa Reuters publicó un despacho con este título: “Fuerzas
de seguridad mexicanas cometieron crímenes contra la humanidad, según señala
informe”.
Entre los crímenes contra la humanidad figuran “desapariciones en masa, y
homicidios extrajudiciales. El informe publicado por Open Society Justice Initiative y otras cinco organizaciones de
defensa de los derechos humanos indicó que la Corte Penal Internacional “podría
eventualmente iniciar una investigación contra las fuerzas de seguridad de
México a menos los crímenes sean investigados a nivel local”.
Ya existe jurisprudencia anterior con respecto a violaciones a los derechos
humanos en un país. Tras concluir la primera guerra mundial, numerosos militares
alemanes fueron acusados de atrocidades cometidas contra la población civil en zonas
ocupadas. La justicia alemana prometió juzgarlos, y todos salieron en libertad
tras una cariñosa palmadita en la mano. La razón de que los aliados crearon
tribunales de guerra tras la derrota de la Alemania nazi, y ahorcaron a varios
criminales en Nuremberg y en otras partes de la ocupada nación, fue porque perduraba
el recuerdo de lo acontecido tras la Gran Guerra.
Aunque el libro de los doctores Morales y Carrillo analiza la década de
guerra o presunta guerra contra los narcotraficantes, los mismos cánones se
extienden a la actual administración, y seguramente se escribirán otros
informes en años venideros, mientras persista esa guerra que parece interminable.
Una serie de muertes de “presuntos miembros de los carteles de la droga por
parte de fuerzas de seguridad, con tasas de bajas inusitadamente alta y de un
solo lado, han empañado el récord de derechos humanos de México”, dijo el
informe divulgado por Reuters, que
también acusa al grupo de narcotraficantes los Zeta, de violar los derechos
humanos.
Además, el caso pendiente del secuestro y “aparente asesinato de 43
estudiantes del colegio de Ayotzinapa, ha dañado la reputación de México”. A eso se suma “el débil sistema judicial” del
país, garantizando la total impunidad del gobierno y de los carteles de los
barones de la droga.
RADIOGRAFÍA DE
UN PAÍS ENFERMO
El doctor Morales especifica como muestra de la “ineficacia de las acciones
gubernamentales contra los narcotraficantes”, varios factores. Quizás los más
importantes son las “dificultades para mantener vigilancia policíaca efectiva
sobre grandes áreas rurales”, y “la corrupción de infinidad de agentes
destinados a combatir a las bandas”. Muchos de esos agentes se transforman en
“informantes y colaboradores de los carteles más poderosos”.
A eso se añade la absoluta impunidad. Muchos narcotraficantes, dice, “han
procurado establecer relaciones de todo tipo” con “el universo político
nacional en todos los niveles de gobierno, y hasta con colaboradores estrechos
de los Presidentes de la República, pasados y recientes”. Es similar a lo que ha ocurrido previamente en
Bolivia y en Colombia con los barones de la droga. Basta analizar el caso de
Ernesto Samper Pizano, actual secretario general de Unasur y ex presidente de
Colombia (1994–1998). Se trata de un dirigente político con tantas preclusiones
y exoneraciones en relación a sus presuntos vínculos con los carteles del
narcotráfico, que ya podría figurar en el Libro Guinness de los Records. Sus
insistentes afirmaciones de inocencia comenzaron en 1982, hace más de 30 años.
(Ver en Tal Cual
digital el siguiente enlace:
http://www.talcualdigital.com/Nota/113975/En-Olor-A-Santidad).
http://www.talcualdigital.com/Nota/113975/En-Olor-A-Santidad).
Como puntualiza Morales, a medida que han pasado los años, las mafias
subieron de status, y se vincularon con las esferas del poder. “Lo ilustra con
claridad meridiana el caso de Félix Gallardo, quien se ostentaba en todo
momento como un empresario próspero y decente”. En determinado momento, además
de unirse a la elite económica y política, logró desempeñar el cargo de
“consejero del Banco Mexicano Somex”.
Los hijos de narcotraficantes recuerdan un poco al personaje de Michael
Corleone (Al Pacino), hijo del jefe mafioso Vito Corleone, y quien podría haber
ingresado a la alta sociedad neoyorquina de no haber sido por el infortunado
incidente de verse obligado a asesinar a un corrupto jefe policial.
“Muchos hijos de narcotraficantes”, nos dice el doctor Morales, “se
infiltran en los círculos sociales desahogados; desarrollan carreras
universitarias en instituciones privadas y llegan a destacar como alumnos
aprovechados”. El cuadro que nos traza es bastante deprimente. Parece imposible
acabar con el narcotráfico y poner fin a la guerra contra los carteles de la
droga, debido a la corrupción oficial. Muchos funcionarios están involucrados
en la distribución y venta de estupefacientes.
APOCALÍPTICOS E
INTEGRADOS
ANTE LA CULTURA
MAFIOSA
La doctora Guadalupe Carrillo, al final de su interesante ensayo sobre
narco corrridos y narco novelas, diseña una radiografía impecable de cómo las
autoridades mexicanas robustecen la impunidad mediante una serie de tácticas que
podrían resultar muy útiles para las autoridades venezolanas en su incipiente
narcoestado. Carrillo narra el homicidio
de Regina Martínez, corresponsal de la revista Proceso en la ciudad de Veracruz, quien fue asesinada el 28 de abril de 2012. De
acuerdo al diagnóstico forense, fue asfixiada, tras ser molida a golpes. Según
dice la ensayista, el crimen de Martínez fue denunciar en Proceso “presuntas irregularidades del gobierno estatal, tanto de
Fidel Herrera como del actual gobernador, Javier Duarte de Ochoa”. Esas
“presuntas irregularidades” habrían consistido en un fenomenal saqueo del
erario público que tuvo graves resultados para cientos de miles de personas
afectadas por los huracanes Alex y Karl. El dinero que se habría
embolsillado Herrera impidió ofrecer la ayuda necesaria a gran cantidad de damnificados.
Por otra parte, los directivos de Proceso
denunciaron que en varias ocasiones, las autoridades de Veracruz ordenaron
retirar ejemplares de revistas donde se sacaban los trapitos al sol de actos
ilícitos cometidos por funcionarios estatales.
¿Cuál fue la causa del asesinato de Martínez? El ser más inocente del mundo
sospecharía que la mataron para frenar sus denuncias. Pero, como dice Open Society Justice Initiative, el
estado mexicano se caracteriza por una absoluta impunidad y muestra placer
sádico en degradar a las víctimas.
Martínez fue asesinada a finales de abril de 2012. Meses después, el
primero de noviembre de 2012, las autoridades informaron en un comunicado que
se había tratado de un crimen pasional. Existía, aseguraban, un triángulo
amoroso entre Martínez, y los dos asesinos. Para sumar el insulto a la injuria,
luego de leer el comunicado, las autoridades informaron que no admitirían
preguntas de los periodistas. Caso cerrado.
EL CULTIVO DEL
FEISMO
Tanto el narcocorrido como la narconovela se caracterizan por un
lenguaje, soez, una pobre gramática, la celebración del lumpenaje, la
cursilería y una exaltada visión romántica. (No conozco seres más
inescrupulosos que los románticos).
Carrillo desmenuza con amable e irónica pluma esas expresiones artísticas
–que califica de “estética de la abyección”– y confronta además las obras con
sus autores. Su análisis es muy lúcido, y sus conclusiones incorporan una brisa
de saludable aire fresco a un exaltado, deplorable subgénero, que ha tenido gran
éxito en México. Tras leer los capítulos “Emergencia de la narrativa del
narcotráfico”, y “Narconovelas: variantes y coincidencias”, y descubrir la
temática y los personajes que asoman en esas producciones culturales, es bueno
repetir lo que decía Jorge Luis Borges tras analizar la mala poesía de Evaristo
Carriego: “Sería una declaración de rencor” abundar en detalles.
Si en Carriego nunca se podía “lamentar una carencia de tempestades, de
banderas, de cóndores, de vendas maculadas y de martillos”, en narcocorridos y
en narconovelas es imposible lamentar la
carencia de jefas del narcotráfico “de sofisticada belleza” cuyas “nalgas están
hechas a la medida para imponerse con una belleza que a simple vista parece
vulgar”. Cuanto esperpento anda suelto, sea mujer u hombre, se reviste de
coraje, de heroísmo, de bondad, y de sensuales atributos. Abundan las horrendas
escenas de asesinato (y otras “en que el tiempo transcurre con lentitud”), y un
prodigioso torrente de palabras soeces –muchas de ellas incomprensibles fuera
de México. Carrillo dice que ese “tono coloquial, con lenguaje soez” que “se
presenta a lo largo de toda la obra” se transforma “en un discurso tedioso e
incluso redundante”.
En realidad, el discurso de quienes tratan de asumir en México la voz de
los condenados de la tierra, es, en el fondo, un discurso despectivo. Degrada a
quienes presume representar y defender.
Siempre admiré la obra de Erskine Caldwell, autor de El camino del tabaco, El
predicador viajero, y La chacrita de Dios. Narraba la tragedia
de los campesinos pobres del sur. Pero Caldwell usaba con enorme creatividad
las formas coloquiales. Tal vez sus personajes carecían de la cultura de los
seres de la gran ciudad, pero algo conocían de la Biblia y del mundo que los
rodeaba. Eran terriblemente pobres, pero dignos. Buscaban emerger de la penuria.
La sexualidad era picaresca, pero nunca obscena; el amor era apasionado, pero
no grosero. El respeto campeaba, pese a las transgresiones e infidelidades. El
humor en Caldwell es un humor popular. Lo que insinúa la profesora Carrillo es
que todos los textos de los narco corridos y las narco novelas están
inficionados de populismo, la forma más barata e indigna de acercarse al
pueblo.
“Legados del narcotráfico, efectos y expresiones socioculturales” es un
excelente libro que permite entender mejor la malograda lucha contra las bandas
de narcotraficantes, y sus expresiones artísticas. Es un texto de candente actualidad,
que merece ser leído para juzgar lo que ocurre en tierras aztecas. Más allá de
la efímera crónica periodística existen ensayos que permiten obtener una mejor
comprensión de ese estado fallido que es México. “Legados del narcotráfico”
descuella entre ellos.
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