Mario Szichman
James M. Cain y sus colegas son:
“Los poetas de crímenes
Difundidos en los tabloides”.
Edmund Wilson
James M. Cain (1892-1977) llegó a convertirse en un clásico de la novela
negra por razones todavía inexplicables. Aunque vivió 85 años, y escribió
durante casi setenta, nadie recuerda su copiosa producción de narraciones
históricas. Su fama se limita a dos novelas: The Postman Always Rings Twice, El cartero llama dos veces (1934),
y Double Indemnity (1935). Cain tuvo
la suerte que ambas narraciones fueron llevadas al cine por directores
excepcionales, con parejas inolvidables. En The Postman, Tay Garnett dirigió a Lana Turner
y a John Garfield. Una previa versión, Ossessione (1943), fue filmada en Italia en plena guerra con guion
y dirección de Luchino Visconti. Massimo Girotti figuraba en el papel
protagónico. La trama, según reconoció
Albert Camus, inspiró su novela El
Extranjero.
En Double Indemnity, Billy Wilder
hizo subir a Barbara Stanwyck y a Fred MacMurray varios escalones en el camino
al estrellato, secundados por Edward G. Robinson como un inspector de seguros
que se devora buena parte de la
película. (El guion estuvo a cargo de
Raymond Chandler, quien alteró decisivamente la trama).
Ross MacDonald, un buen novelista policial, dijo que Cain había obtenido
“laureles imperecederos con un par de obras maestras publicadas una tras otra”.
Las herramientas de Cain eran tan sencillas como su prosa. El crítico Otto
Penzler indicó que la costumbre del narrador era “excluir del texto esas partes
que los lectores suelen pasar de largo”.
Durante los años que trabajó en Hollywood como guionista, Cain aprendió
otra lección: los mejores productos, o los éxitos más taquilleros, se
relacionaban con la pasión amorosa. Uno de sus compañeros de tareas, el libretista
Vincent Lawrence, le explicó que los espectadores se morían por ver en acción
“El potro de tortura del amor”.
El hecho de que el patsy, el
chivo expiatorio, es siempre el hombre, se combina con otro factor: una vez
satisfecha la pasión, el amante en las novelas de Cain descubre la horripilante
personalidad de la amada.
En Double Indemnity, el agente de
seguros Walter Huff, quien planea con una mujer casada, Phyllis Nirdlinger, el
asesinato de su esposo, a fin de cobrar una doble indemnización, reflexiona
luego: “Ahora sé lo que hice: maté a un hombre. Maté a un hombre para
conquistar una mujer… Todo lo hice por ella, y a partir de ese momento, nunca
más quise verla, mientras siguiera con vida. Eso es todo lo que se necesita:
una pizca de miedo, para convertir el amor en odio”.
En El cartero llama dos veces, el
argumento es similar y el comienzo, inolvidable. They threw me off the hay truck about noon…”
(Ellos me arrojaron del
camión cargado de heno alrededor del mediodía) dice el
protagonista. El mantra es repetido por muchos profesores de literatura
especializados en narrativa policial, pues combina ambientación, bosqueja al personaje
central, Frank Chambers, y anuncia un potencial conflicto.
Chambers, un vagabundo, se dirige a un restaurante en un área rural de California
para almorzar, y consigue trabajo en el lugar. El restaurante es propiedad de
una bella mujer, Cora, y de su esposo, Nick Papadakis, quien la duplica en
edad. Casi de inmediato, Frank y Cora
inician un romance sadomasoquista, y planean el asesinato de Nick.
La diferencia con Double Indemnity
es que la pasión se transforma en odio por un agente exterior, el fiscal Kyle
Sackett, quien sospecha que la muerte de Nick en un presunto accidente, ha sido
en realidad un asesinato. El fiscal logra enfrentar a los amantes extrayendo
confesiones de ambos. La ironía del relato es que Frank va a parar a la silla
eléctrica a raíz de un accidente automovilístico donde muere Cora, y no por el
crimen cometido contra Nick.
LA SOLEDAD DEL CORREDOR
DE FONDO
Cain no era un proletario de la literatura, como Jim Thompson o algunos de
los narradores del pulp. En realidad,
venía del otro costado de la vía. Tenía título universitario y trabajó con Henry
Louis Mencken, una de las plumas más críticas y devastadoras de Estados Unidos durante
la primera mitad del siglo veinte, y con Walter Lippmann.
Siempre lamentó su falta de estilo. En una entrevista indicó: “Si quiero
escribir usando mi propia prosa, me resulta imposible. He descubierto que carezco
de una voz narrativa”. Nunca tuvo alardes de creador. Solía hablar de sus
escritos, dice Luc Santé, “como lo hace un contratista, en términos formales o
financieros”.
Y sin embargo, tenía una voz narrativa que sigue resonando. Tanto The Postman como Double Indemnity son contadas en primera persona, y en ese tono de
voz, nadie está autorizado a equivocarse ni en una sola sílaba.
Santé aventura otra observación para explicar el vigor con que narra
Cain. “Para él escribir significaba asumir
un disfraz. De manera preferible, varios escalones más bajo que la clase a la
cual pertenecía”. El profesor e hijo de un académico podía hacer maravillas
cuando se transmutaba en un minero, en un vendedor de seguros, o simplemente, en
un vagabundo. Pero al parecer, solo en California.
Aunque vivió la mayor parte de su vida en Maryland, Cain solo se sentía
cómodo divulgando las peripecias de personas afligidas por “los cinco elementos
puros de toda narración: sexo, religión, alimentos, dinero y violencia” y que
además usaban el dialecto de la Costa Oeste.
En una ocasión dijo que si El cartero
llama dos veces hubiera tenido como escenario un restaurante de Maryland,
no habría vendido un solo ejemplar. Pero apenas un narrador emplazaba como setting un sitio cualquiera de California, conseguía multitud
de lectores dispuestos a engullir su relato. Además, existía otro factor: el
diálogo. Nada superaba, según Cain, “la jerga en la boca de un vagabundo con
buena gramática. Eso solo ocurre en
California”.
Cain basó sus dos novelas más famosas en un caso real registrado en 1927,
el proceso y ejecución de “la mujer tigresa”, Ruth Snyder, y de su amante, Judd
Gray, por el asesinato de su esposo, Albert. En 1928, The Daily News de Nueva York publicó en primera plana la foto de la
ejecución de Ruth Snyder en la silla eléctrica, causando una conmoción a nivel
nacional. Ruth era una mujer muy bella, “con la fría mirada de una diosa
escandinava” y su amante era otro patsy.
Judd Gray, un hombre pequeño, y al borde de la depresión, fue comparado por la
prensa con el vagabundo interpretado por Charles Chaplin. El caso abrió a Cain
las compuertas de la imaginación.
“Oh, sí, puedo recordar cómo comencé a escribir El cartero llama dos veces”, dijo en un reportaje. “Estaba basado
en el caso Snyder y Gray. El marido fue asesinado por Ruth y Judd para cobrar
el dinero del seguro”.
Si bien algunos elementos del caso fueron usados en la tragedia
protagonizada por Frank Chambers y Cora, la mayoría sirvieron a Cain para la
trama de Double Indemnity. El narrador
había trabajado en su juventud como agente de seguros, y conocía la cláusula de
doble indemnización para quien sufriera un accidente en un tren.
“La gente cree que todo ese conocimiento viene de la policía”, señaló Cain en
una entrevista. “Es un error. Todos los grandes misterios están encerrados en
las bóvedas de las empresas de seguros. Cualquier escritor que explore sus
archivos, puede convertirse en un millonario”.
Tanto El cartero llama dos veces
como Double Indemnity son crímenes
perfectos desbaratados por la pasión humana. Y el hecho del cartero llamando
dos veces, o de la doble indemnización, se convirtieron, dice el ensayista William
Marling, en “tópicos vulgares de la duplicidad sexual”.
Varias décadas después de publicar dos novelas que parecen versiones
modernas de tragedias griegas, el nombre de James M. Cain sigue resonando. “El
potro de tortura del amor” sigue siendo el gran motor de la existencia humana.
En cuanto al significado de esa expresión, ni siquiera Cain la entendía muy
bien. Según dijo en una entrevista, se trataba, al parecer, de “una situación
poética en la cual la audiencia podía apreciar la mutua atracción emanada de
dos personajes”. El espectador era el tercero excluido, observando a los
personajes centrales enredados en una pasión ilícita. Uno de los amantes, de
manera indefectible, perdía la contienda: de manera invariable, el hombre. No hay perdedoras en las novelas de
Cain, aunque vayan a parar a la silla eléctrica. Después de todo, garantizan
nuestra supervivencia.
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