Mario
Szichman
Jorge Luis Borges era muy entrevistable. Han sido publicados
numerosos trabajos sobre sus diálogos con periodistas y académicos. Uno de
ellos, “Entrevistas con Jorge Luis Borges”, de Jean de Milleret, causó bastante
escozor en círculos literarios de Buenos Aires cuando fue publicado en la
década del setenta. Tal vez porque Borges dedicó parte de la conversación a
demoler el mundo de la revista Sur y
de su propietaria, Victoria Ocampo, además de embestir contra parte de la
cultura española como un toro al que le agitan un manto.
Por cierto si alguien desea conocer un
poco más el mundo de Sur, es
indispensable leer el ensayo de Amy K. Kaminsky Argentina, Stories for a Nation (University of Minnesota Press,
Minneapolis, 2008). El libro es una especie de gabinete de las maravillas. La
autora observa a la Argentina y a los argentinos como un viajero del tiempo
sometido a constantes sorpresas. Confronta el rutilante o inventado pasado de
esa nación con su magro presente, y nos recuerda, con persistencia, con fresca
mirada, desde el extremo norte del mundo habitado, a una nación que, como
Brasil, siempre aguarda un promisorio futuro que jamás logra concretar. Ya en
el primer capítulo del libro de Kaminsky titulado Bartered Butterflies, surge la extrañeza que nos obliga a observar
a la Argentina con nuevos ojos, a través de esa confrontación/ sumisión, entre
Virginia Woolf, la gran dama de las letras inglesas, y esa gran dama de las
letras argentinas llamada Victoria Ocampo.
¿Qué veía Victoria Ocampo en Virginia
Woolf? ¿Qué veía la intelectual argentina en la escritora inglesa? Al menos,
sugiere Kaminsky, no era una relación entre iguales. Woolf nunca ocultó su
desdeñosa superioridad. En cierta ocasión, la autora de Mrs. Dalloway, le preguntó a su colega argentina cómo eran las
azules mariposas de las Pampas. La fundadora de la revista Sur se encargó de narrar en sus memorias que para complacer a
Woolf, “a quien idolizaba”, le regaló un set
de mariposas ensambladas y enmarcadas, alimentando de esa manera “la
fantasía que le permitiría ingresar” en el mundo de Woolf.
Por supuesto, dice Kaminsky, tras ese
dificultoso ingreso en el jet set
comandado por la escritora británica, Ocampo quiso mostrar el rostro oculto de
la intelectualidad bonaerense. La Argentina inventada por la revista Sur, era un país de intelectuales con
sensibilidad europea, civilizados, y agrega Kaminsky, “blancos”.
(Ver: Argentina: la carga del hombre
blanco
Si bien Borges ingresó en el mundo de Sur, nunca se sintió cómodo en ese
cenáculo literario. Y en las conversaciones con Milleret surgen algunas de las
razones. La principal de ellas era el status
monetario. Victoria Ocampo era una oligarca, de esas que cuando viajaban a
Europa a comienzos del siglo veinte, transportaban una vaca en el barco, a fin
de tomar leche fresca. Y Borges pertenecía a una familia de alcurnia, aunque
venida a menos.
Su vínculo con Sur, y su vida modesta, le dijo Borges a Milleret, lo ponían en una
posición falsa. Inclusive “me sentía algo humillado”. Por un lado, “iba a lo de Victoria Ocampo y
cuando llegaban escritores de renombre compartía sus charlas, les hablaba; veía
mi nombre citado con cierta frecuencia; publicaba en periódicos y revistas”.
Pero en la vida real, “ganaba 240 pesos mensuales en un empleo subalterno (como
bibliotecario). Era una situación penosa
y ambigua”.
Un recuerdo de Borges retrata muy bien
ese universo. “Una vez dos mujeres de mundo, dos amigas, fueron a visitarme a
la Biblioteca… Dos días después, me telefoneó una de ellas para pedirme un
favor. Había pensado, de común acuerdo con su amiga, que yo hacía un trabajo un
poco ridículo, y que debía prometerle encontrar otro sitio donde pudiese ganar
mil pesos por mes. Trabajar en un barrio suburbano por 240 pesos le parecía una
manera de hacerme notar, de hacerme el excéntrico y el interesante, de
pretender espantar a la gente. No podían pensar que yo no hubiese podido
encontrar otra cosa. La gente demasiado rica no puede imaginarse la pobreza:
acaso solo se forme una imagen de la miseria. Pero como yo estaba pulcramente
vestido, usaba corbata, sombrero… bueno… como tenía el aspecto de un burgués,
entonces debía ganar mil pesos por mes”.
EL DERBY DE DEMOLICIÓN
Milleret permitió a Borges explayarse
en su feroz ironía contra colegas, y también desmantelar algunas de las
premisas que convertían a Sur en una
de esas “famosas obras del tedio” como calificaba Borges a ciertos textos
clásicos. (Reveló que si bien releía la poesía de Víctor Hugo, “cuando traté de
leer Los Miserables, nunca pude”.
Todos aquellos que intentamos en vano la lectura de esa novela, le estaremos a
Borges eternamente agradecidos por esas palabras de consuelo).
Borges sentía aversión por buena parte
de España (“Desde hace tres siglos España no conoce más que fracasos, aunque
los españoles son muy valientes personalmente”) y de la literatura española.
Decía que “nunca había encontrado nada notable” en Juan Ramón Jiménez. Un poeta
como Valle Inclán “me parece bastante malo. Es un farsante, y ni siquiera muy
maligno”. Miguel de Unamuno “me hizo mucho mal. Traté de imitar su prosa, es
decir, escribir cuidadosamente cosas que debían tener un tono espontáneo,
haciendo expresamente frases desdichadas, haraganeando con ser torpe”.
Tampoco su opinión de Ortega y Gasset
era piadosa. “Tengo de él un recuerdo tan vago como de sus libros. Es cierto
que no los frecuenté mucho. Hay allí algunas ideas interesantes, pero el estilo
es intolerable. Ortega, que era muy inteligente, tendría que haberse dado
cuenta que necesitaba un negro que le
redactara los libros”.
Y en un dardo contra Ortega y Gasset
que también alcanzó a Victoria Ocampo, señaló Borges: “Victoria posee una gran
cultura francesa: piensa y escribe todo en francés. No siente en español. Por
ejemplo, no puede juzgar la poesía en lengua española. Muchas veces me preguntó
si un poema era malo o bueno. Incluso me confesó una vez que le estaba muy
agradecida a Ortega y Gasset por haberle demostrado que la lengua española era
capaz de literatura, algo que ella nunca hubiese sospechado”.
SUR, PAREDÓN Y DESPUÉS…
Quizás la revista Sur pase a la historia de la cultura argentina como otra famosa
forma del tedio. Para Borges, era también sinónimo de mezquindad. “Formé parte
del grupo fundador. Pero no se nos pagaba. Durante diez años, Sur no pagaba a sus colaboradores,
puesto que su propósito era difundir la cultura”.
Por otra parte, decía Borges, “Victoria
Ocampo tenía una concepción bastante curiosa de lo que constituía una revista
literaria. No quería publicar más que textos de colaboradores ilustres, y no le
interesaban las notas sobre teatro, cine, conciertos, libros… Y todo eso
constituye la vida de una revista. Es decir, lo que quiere encontrar el lector.
Mientras que si se encuentra un artículo de cuarenta páginas firmado Homero, y otro de cincuenta, firmado Víctor Hugo, no hace más que fatigarse.
Eso no es para él una revista”.
Para Borges, “la única manera de hacer
una revista es contar con un grupo de personas que compartan las mismas
convicciones, los mismos odios, en tanto que la colección de textos de
escritores ilustres no constituye una revista. Eso no es más que una antología
mensual con un texto de Valéry junto a otro de Huxley, que por cierto tienen
valor, pero no tiene demasiado importancia para una revista”.
Y como trasfondo, Sur parecía un barco sin timonel.
“Aunque Victoria Ocampo se interesaba
infinitamente por Sur, creo que la
secretaria era la que finalmente publicaba lo que quería”.
De todas maneras, añadía Borges con
galantería, “Sur fue y sigue siendo
un elemento capital en la evolución de
la cultura argentina, y el mérito esencial le corresponde a Victoria Ocampo”.
En el medio, estaba la fascinación de
Borges por el cine. Y eso, aún después de perder la vista. Cuando Milleret le
preguntó cómo hacía para “ver un filme”, Borges admitió que siempre era
escoltado (en general, “por hermosas mujeres”, añadió Milleret). La acompañante
se encargaba de añadir comentarios sobre la fotografía, permitiendo que esa
película “escuchada”, pudiese, además, ser imaginada. Aunque, añadía Borges,
“cuando me decían que la fotografía era excelente, eso, para mí, constituía un
acto de fe”.
Borges “vio” Lawrence de Arabia, y Kartum.
Su veredicto es muy iluminador. “Vi tres veces Kartum”, dijo a su
entrevistador. “Lo creo infinitamente superior a Lawrence de Arabia. Es que la derrota resulta estéticamente muy
superior a la victoria. Es la idea de la antigua tragedia. Se siente desde el
principio que el héroe va a morir y que va a la derrota. Esto le da una
dignidad que un vencedor no puede alcanzar, la del hombre que va hacia la
muerte más o menos de manera voluntaria, y que lo sabe de antemano”.
En las entrevistas con Milleret, el
escritor no tuvo pudor en hablar de su ceguera, y le quitó todo halo romántico.
El entrevistador le elogió a Borges una
frase que el escritor había dicho a un periodista del New York Times: “Ahora que el mundo está todo dentro mío, veo
mejor, porque puedo ver además todas las cosas que sueño”. Milleret comentó:
“Es un pensamiento muy bello, más conmovedor para quien lo conoce a usted”.
La respuesta de Borges fue implacable:
“Dije eso simplemente para consolarme”, indicó. “Para engañarme a mí mismo.
Nadie puede decir una cosa como esa, y creérsela. ¿No está de acuerdo?”
No creo que el libro de Milleret
integre el canon de los adoradores y adoratrices de Borges. Es demasiado
insolente, down to earth, y peor,
mucho peor aún, inmensamente divertido.
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